Pérez Cárdena, V. (2023). Educación solidaria: un reto que sigue pendiente. Aula de Encuentro, volumen 25 (2), Editorial, pp. 1-4

EDUCACIÓN SOLIDARIA: UN RETO QUE SIGUE PENDIENTE

Pérez Cárdena, Víctor1

1Centro Universitario SAFA (Adscrito a Universidad de Jaén), vperez@fundacionsafa.es

Hace cincuenta años o tal vez más, en las escuelas españolas y durante una semana a finales del mes de octubre, los niños y niñas, como otros del resto del mundo, dejaban momentáneamente el aprendizaje diario de los contenidos conceptuales y se lanzaban a la calle con sus huchas, con caras de niños “de color”, recogiendo dinero para la campaña del Domund (Domingo Mundial de las Misiones). Esta era la única campaña solidaría que se hacía en las escuelas y los únicos negros que se veían por las calles tenían cara de arcilla.

En una España que a duras penas llegaba a fin de mes y en la que el desperdicio era prácticamente inexistente, se sacaban unas pesetas o unos duros, del ajustado presupuesto familiar para colaborar con las misiones y sobre todo, para paliar el hambre del mal llamado Tercer Mundo, o al menos esto es lo que se suponía.

Cincuenta años después, y sin quitar importancia a aquellas campañas, nos podemos preguntar en qué medida pudieron servir para educarnos en el valor de la solidaridad y en qué medida sirvieron a sus destinatarios para salir de la situación en que se encontraban.

Con respecto a la primera cuestión, frecuentemente oímos decir que somos un país solidario, y seguramente puede que sea así, pero no disponemos de datos sobre esa solidaridad callada que supuestamente se realiza con los vecinos, los familiares, los amigos u otros; por eso debemos recurrir a algún que otro dato cuantitativo y actualizado que pueda servirnos como punto de partida para la reflexión y para extraer algunas conclusiones. Sabemos, por ejemplo, entre otras cifras, que uno de cada cuatro españoles colabora monetariamente con asociaciones solidarias; sabemos que la media de las aportaciones es de unos 150 o 160 euros/año. Con estos datos y en una sociedad de la abundancia y el despilfarro como la que vivimos ¿realmente creemos que aprendimos a ser solidarios o solamente estamos lavando nuestras conciencias con las aportaciones dinerarias?

Con respecto a la segunda pregunta, si nos fijamos en los beneficiarios de aquella solidaridad, tal vez comprobemos que nuestras aportaciones no sirvieron para sacarles de la pobreza y propiciarles una vida mejor, porque de ser así, sus hijos no se habrían visto obligados a poner la vida en peligro, cruzando fronteras, para llegar a este también mal llamado Primer Mundo en busca de las oportunidades que el suyo les niega. En estos días nuestras calles se llenan de gentes de color, pero de carne y hueso, que buscan tener acceso a una parte de la abundancia que tan inconscientemente derrochamos.

Hoy día, en las escuelas españolas, nadie parece poner en duda la importancia de la educación solidaria y que esta se puede hacer desde el ejemplo, la empatía y la colaboración. De la misma forma también podemos creer que lo se hace en las aulas hoy es totalmente diferente a lo que se hacía antes. Pero si lo analizamos con detenimiento tal vez no existan tantas diferencias. Al contrario de lo que ocurría antes, a lo largo del curso se multiplican las causas sobre las que ejercer la solidaridad y se colabora con proyectos e iniciativas de todo tipo, incluso llegando a la saciedad según muchos, pero la forma de abordar los problemas posiblemente sigue siendo la misma en la mayor parte de los casos, ya que se hace de manera puntual, descontextualizada y sin analizar las causas que provocan estas situaciones.

En una educación para la solidaridad hoy, no se pueden olvidar aspectos como el trabajo cooperativo o la capacidad de empatía y respeto hacia los otros. Sin embargo, cada vez son más los casos de bullying que se dan en los centros, poniendo en evidencia el fracaso de la educación en este sentido. Por otra parte, cada vez se propicia más el aprendizaje cooperativo entre el alumnado, pero sin embargo, parte del profesorado sigue atrincherado en su aula obviando la necesidad de colaboración con sus compañeros y compañeras como forma de dar ejemplo al alumnado.

Por esto, si no queremos que dentro de cincuenta años se repitan esquemas como los actuales, los educadores y educadoras nos deberíamos de plantear cuestiones como las que siguen: ¿estamos contribuyendo desde los centros a hacer una auténtica educación para la solidaridad? o ¿es hay que abordar cuestiones que nos lleven a analizar las verdaderas razones que propician la necesidad de ser solidarios?; ¿Se puede educar la solidaridad sólo con la participación en campañas solidarias puntuales? o ¿sería necesario elevar la educación solidaria a nivel de proyecto a largo plazo en el centro?; ¿no sería más provechoso acompañar la educación solidaria de una buena educación del sentido crítico que permita abordar las verdaderas causas de los problemas que originan tales necesidades?; ¿Se deberían propiciar en los centros experiencias interdisciplinares, de colaboración entre profesorado, que permitan abordar los problemas objeto de solidaridad desde múltiples puntos de vista? Etc. etc.

Deseamos que el planteamiento de algunas cuestiones como estas, nos sirvan de punto de partida para hacer una reflexión serena y profunda sobre la educación solidaria a la que estamos contribuyendo desde nuestros centros y aulas.