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ARQUEOLOGÍA DE UNA COMUNIDAD CAMPESINA MEDIEVAL: ZORNOZTEGI (ÁLAVA)

Juan Antonio Quirós Castillo (dir.)

Documentos de Arqueología Medieval, 13, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, Bilbao, 2019, 603 páginas, ISBN: 978-84-9082-983-7.

Este volumen presenta un objeto de estudio que es del máximo interés en las investigaciones de la arqueología medieval actual: el análisis pluridisciplinar y en detalle de una comunidad campesina.

Así lo creemos a pesar de que en el libro se comente que el estudio de las sociedades rurales medievales “ya no está de moda” (p. 57). En realidad, esa expresión no podría aplicarse ni para las sociedades rurales campesinas, ni para otro tipo de manifestaciones rurales, pues no son exclusivamente campesinas todas las comunidades o grupos que se establecen en el ámbito rural en época medieval. Hacemos esta puntualización ya que este no es el único trabajo, ni mucho menos, en el que mediante la metonimia se toma una parte por el todo. Estudiar el mundo rural en época medieval es estudiar comunidades campesinas; sí, sin duda. Pero también más manifestaciones (fortificaciones, por ejemplo). No obstante, estando o no “de moda” (que personalmente creo que siguen estando, aunque eso es aquí irrelevante), lo que sí podemos decir es que se trata de estudios de la máxima utilidad para la investigación arqueológica medieval. Los análisis en detalle de los registros arqueológicos presentados de este yacimiento particular, junto a la interpretación de los mismos, así lo demuestran.

El ejemplo seleccionado para el análisis de esas sociedades campesinas es el despoblado de Zornoztegi. Se sitúa en un pequeño altozano denominado Zornostil o los altos de Zornostegui, en territorio alavés. Se han realizado campañas de excavación arqueológica entre 2005 y 2009. La extensión de esas intervenciones llega casi a los 4000 m2 (p. 516), permitiendo identificar una ocupación que va desde época prehistórica (del Calcolítico concretamente) hasta el siglo XV, pasando por época romana, tardoantigua y medieval. El proceso de génesis, desarrollo y transformación de una célula productiva dentro del tejido social medieval, trabajado desde una perspectiva de la longue durée, aporta una visión diacrónica que resultará de gran provecho para el lector.

Para presentar un marco interpretativo ambicioso (a la par que detallado) de esa comunidad campesina, se recurre a diversidad de disciplinas, análisis y enfoques de los datos obtenidos. Esos matices aportan diferentes perspectivas, ángulos de observación y, en definitiva, variabilidad y riqueza a ese cuadro extenso y complejo que se presenta con el ejemplo alavés. Un indicador de esa amplitud y profundidad de investigación que plantea esta monografía son las más de 40 páginas de bibliografía que se recogen al final del volumen.

Dado el grado de profundidad de la investigación multidisciplinar diseñada, hay que reseñar que los análisis se han agrupado principalmente en tres líneas de trabajo, a saber:

- Análisis geoarqueológicos (capítulos 2 y 3, pp. 69-236).

- El estudio de los materiales arqueológicos recuperados (capítulos 4.1 a 4.7, pp. 239-376), especialmente cerámica (capítulos 4.1 a 4.4), pero no solo; metales (capítulo 4.5), numismática (capítulo 4.6) y sílex (capítulo 4.7).

- Y por último, los estudios bioarqueológicos (capítulos 4.8 a 5.3, pp. 377-465), donde podemos destacar estudios detallados de la fauna, antracología y antropología encontrada. Relacionado con esto último encontramos en cementerio medieval y la iglesia, así como el interesante análisis de los espacios comunales.

El rigor en la edición de los registros y su presentación es la acostumbrada en la serie Documentos de Arqueología Medieval. Este volumen hace el número 13 de la colección. Sin embargo, como suele ocurrir en estas monografías corales, donde intervienen numerosos especialistas, la calidad de las aportaciones individuales es diversa y desigual. Las hay excelentes, junto a otras notablemente mejorables (citas erróneas, algún material no identificado adecuadamente, etc. Además, las abundantes fotografías (325) son en blanco y negro, como viene también siendo habitual y norma de la editorial (Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco) y que puede ser comprensible desde el punto de vista de los costes de impresión. Sin embargo, se agradece la versión digital del libro con las imágenes a color, donde se pueden observar detalles relevantes, de unidades estratigráficas de corte, detalles de pastas cerámicas y superficies, coloración de otros materiales, etc.

Así pues, como ya hemos avanzado, el volumen se podría plantear como un diálogo de dos grandes ejes vertebradores:

Por un lado estaría el marco teórico general y más amplio (introducción y conclusiones, capítulos 1 y 7) que organiza y vertebra los datos obtenidos. Abre y cierra el libro.

Por otro lado, estarían esos mismos datos (capítulos 2 a 6) que son la base y cimentación de ese relato o discurso final. Por tanto, la estructura de la obra muestra solidez y coherencia al encontrarse bien articulada.

Dentro de un amplio contexto inicial, Juan Antonio Quirós nos presenta las bases y fundamentos del proyecto. Encuadrando debidamente las razones, causas, justificaciones, objetivos, limitantes, etc. del mismo, podemos comprender mejor sus resultados. Así, observamos que las excavaciones en Zornoztegi no solo responden a una potente tradición del grupo de investigación en esta línea de trabajo de las “aldeas” altomedievales desde hace décadas, sino que presentan objetivos más amplios. Como se pueden ver en la fotografías iniciales de los grupos de campo (p. 35 y 37), los trabajos también tuvieron como fin ser cantera de arqueólogos para completar la formación arqueológica de los estudiantes de Arqueología de la UPV/EHU. También se indica como objetivo del proyecto el que sirva de “(re)construcción de la memoria social de las comunidades locales” (p. 39).

No obstante, con todo y con ello, el punto principal que prima en este sólido apartado introductorio definidor del marco contextual es, sin duda alguna desde nuestro punto de vista y reconocido también en el libro (p. 55), el apartado investigador de las comunidades campesinas en el ámbito europeo y alavés. No hay nada más que ver el desarrollado y actualizado aparato crítico de citas de autores en este apartado (más de 200 referencias). Ello lo convierte propiamente en un marco contextual o historiográfico de primer orden, un potente artículo inicial, más allá de la mera introducción “al uso” de un libro. Para ello el autor se centra de manera especial en el fenómeno del abandono y del despoblamiento medieval. A través de ello se pretenderá detectar la “temporalidad, la morfología y la formación / transformación de la aldea” (p. 63). Muchos de los interrogantes que se planteará este libro girarán en torno a este tema principal, adquiriendo especial relevancia la definición del “espacio agrario y la estructura económica de la aldea” (p. 64) y su agenda social y política (p. 65).

El director de la obra justifica (esp. pp. 39-42), en nuestra opinión muy acertadamente, la pertinencia y relevancia de esta monografía en detrimento de otros posibles artículos científicos de mayor factor de impacto en revistas especializadas: “Sigue siendo fundamental editar conjuntos de secuencias y materiales significativos (v. CRABTREE, 2017)” (p. 42). Sin duda. La organización y gestión de este trabajo ingente de más de medio centenar de especialistas conlleva tiempo: ¡ocho años para su realización tras la finalización del trabajo de campo! No podemos afirmar que el vector temporal sea sinónimo de calidad, pues siempre no es así, pero aquí podemos afirmar que sí se da esa premisa.

Es en ese punto donde se hace necesario el paso del hilo discursivo / narrativo al análisis de los datos. Evidentemente, no podemos desgranar las más de 400 páginas que componen su corpus. Pero esa potencia sí que nos llama poderosamente la atención. Como hemos dicho arriba, es absolutamente necesario poner sobre la mesa, con el máximo grado de detalle y transparencia los datos obtenidos. Ello posibilitará el debate posterior de la interpretación dada, ver si pudiera haber algún tipo de error o falla metodológica, matices, etc.

A modo de ejemplo de la apertura conceptual que ha supuesto el ejercicio práctico arqueológico de este proyecto es la contundente presencia de objetos metálicos en esta aldea de la llanada alavesa. Como bien se apunta en la introducción, tradicionalmente se había considerado que estos objetos tenían un alto coste socioeconómico, en particular en su período altomedieval. No parecía que las comunidades campesinas fueran el escenario ideal para la aparición masiva de objetos de hierro (más de 450 elementos en Zornoztegi, cfr. cap. 4.5), que, además, no tenían un alto índice de reciclaje. Algo similar a lo ocurrido en la aldea de Zaballa (aldea, publicada en 2012 en esta misma serie, nº 3). Parecía que había una gran contradicción o anomalía (p. 67) entre las ideas predominantes y el registro arqueológico al respecto… ¿O no? La documentación escrita apuntaba hacia esa posibilidad de gran presencia de productos de hierro en las aldeas de la llanada alavesa en el período altomedieval… (Reja de San Millán de 1025, analizada en detalle en el cap. 2.4).

Afortunadamente, en este volumen vemos la conveniencia de trabajar conjuntamente con fuentes escritas y fuentes arqueológicas. Son dos ámbitos de conocimiento diferente, por lo que deben ser tratados de manera rigurosa e independiente (nunca enfrentados o subsumidos de manera ancilar). Entendiendo esto saldremos del diálogo de sordos que a veces se establece entre arqueólogos e historiadores. Felizmente se van comenzando a superar, muy lentamente, esos recelos (QUIRÓS, 2007) y se comienzan a plantear agendas de trabajo conjuntas entre historiadores y arqueólogos que con metodologías autónomas afronten problemas comunes para que ambas partes salgan beneficiadas (CARVER, 2002; imprescindible WICKHAM, 2007: esp. 18, KIRCHNER, 2010: 245-248). No obstante, y a pesar de la utilización de las fuentes escritas, todavía se sigue remarcando esa diferenciación; “sin buscar una correlación directa e inmediata con los términos que aparecen en las fuentes escritas coetáneas” (p. 517). Efectivamente, no se trata de buscar esa relación directa, pero las interacciones (presencias-silencios) pueden ser útiles en sendas direcciones. En palabras de Kirchner, “se trataba de integrar, que no yuxtaponer” (Ibidem, p. 246).

Sin entrar en precisiones de detalle, que las hay, como en cualquier trabajo, máxime de estas dimensiones y de tal diversidad temática, nos gustaría poder ahondar en datos tan jugosos como los revelados por el asunto de la gestión de residuos, aspectos de estratigrafía, la cuestión crucial de las diferencias entre cronología de producción y de uso de algunos productos cerámicos (TEJADO 2016: 325 y ss.) como se puede comprobar en los capítulos 4.2. y 4.3 con perforaciones de lañado en las cerámicas, o algunas apreciaciones que desearíamos hacer en el apartado de los metales (cap. 4.5), pero no podemos detenernos para no hacer aún más extensa esta reseña.

Sin embargo, encontramos posibles puntos discutibles o no resueltos de manera satisfactoria en nuestra opinión y por ello nos centraremos en particular en el apartado interpretativo conclusivo, que es el más jugoso desde el punto de vista arqueológico e histórico, lógicamente.

Así, a pesar del rigor metodológico puesto de relieve, echamos de menos una mayor definición terminológica (solo una referencia en un pequeño párrafo en p. 517) en relación a conceptos nucleares como “comunidad campesina” o “aldea”, que sin ser intercambiables (¿o sí?), son empleados ambos indistintamente y de manera transversal en todo el volumen de inicio a fin (incluso en ocasiones también se incluye el concepto “despoblado” lo que ya es más discutible, aunque tenga entidad arqueológica). Si son conceptos distintos, o idénticos, o con ligeros matices, no se ha explicitado. Una aldea ¿es sólo un conjunto de casas, es decir, su área doméstica o se compone también de las áreas productivas y de espacios comunes? (cementerios, pero también bosques o recursos comunes como bien se ha incluido en el libro, fuentes, etc.) Todos ellos son elementos configuradores de primer orden de esas comunidades campesinas y creemos que podría explicitarse más, de manera articulada y no un tanto orgánica o dada por supuesta.

Y este punto afecta a la esencia del libro, comenzando desde el propio título. Ahora bien, siendo justos, hay que decir que esto no es una falla exclusiva de esta aportación. Es una indefinición nuclear que afecta a la arqueología que analiza las estructuras campesinas productivas europeas, medievales y de otras épocas (como en su precedente del campesinado romano: ¿hubo aldeas en época romana?) y es necesario reconocer que como tal es expuesto en el libro (esp. 520 – 522).

De hecho, y relacionado con lo anterior, incluso el propio término de “granja”, es empleado con comillas por los autores y marcan sus cautelas a la hora de utilizarlo (aunque su uso e importancia es notable dentro del volumen): “La morfología no aldeana o la categoría de “granja” (VIGIL-ESCALERA, 2007: 258-259) también ha sido utilizada en este proyecto, aunque las dimensiones de la intervención nos obligan a utilizar este término con cautela. En todo caso, tal y como hemos propuesto con anterioridad, son categorías dinámicas que deberían ser usadas contextualmente y no de forma normativa” (p. 517). La circunscripción o limitación de granja como negación de aldea no la consideramos del todo acertada, pues, volvemos a remarcar que hay otras muchas entidades rurales (algunas productivas, pero otras no) que no se encuadran dentro de la dinámica aldeana, sin tener que corresponder a estructuras de granjas.

Otro elemento importante y crucial a la hora de interpretar estructuras de origen campesino y (¿ó?) de almacenaje, son los silos. Concretamente, los denominados “silos sincrónicos” o “silos en batería”: “¿Pero como interpretar el significado social y económico de los silos sincrónicos en un lugar como Zornoztegi? Teniendo en cuenta el volumen de almacenaje y la naturaleza de las evidencias se podría sugerir que nos encontramos en presencia de estructuras destinadas al almacenaje de “excedente normal” (HALSTEAD 1989; WINTHERHALDER et alii 2015) por parte de una familia enriquecida dentro de la comunidad. Quizás”… “Nunca llegaremos a saber cómo ocurrió” (p. 538). Por lo que podemos preguntarnos: ¿son síntoma de un proceso de captación de rentas y centralización de la producción, o únicamente son estructuras pertenecientes a esa “familia enriquecida”? Ello es un punto nuclear de la interpretación de la estructura social y económica de la aldea de Zornoztegi, como puede comprenderse.

Anterior en el relato, y relacionado con la interpretación social de lo encontrado en el yacimiento es la presencia y detección de una estructura de longhouse (siglos VI-VII, período 3). La contradicción interpretativa es tratada en el propio volumen con lo que nuevamente se pone de manifiesto la honestidad científica de la aportación: “En un trabajo reciente hemos argumentado que las longhouses halladas en Álava en los siglos VI-IX han de entenderse como residencias y/o lugares de representación de élites intermedias (QUIRÓS CASTILLO, 2017). ¿Podría interpretarse en estos mismos términos el caso de Zornoztegi?”… “Todas estas preguntas quedan, de momento, sin respuesta” (p. 529). Otro punto arqueológico-interpretativo sin resolver y relevante para la definición y comprensión de la estructura de este núcleo poblacional: ¿estamos ante una comunidad campesina sensu stricto, es decir con parámetros de producción y consumo propio, o con una aldea con inclusión de residencia de élites locales? No sería lo mismo, ni mucho menos.

Donde sí que creemos que la complejidad e indefinición puesta de manifiesto es certera y relevante es en la no correspondencia entre aldea y cementerio: “En conclusión, resulta evidente que la ecuación una aldea = un cementerio en mucho más compleja de lo que hasta ahora hemos considerado” (p. 546). El conocimiento puede avanzar en la definición de lo que sí es o bien de lo que, al menos, no es, como parece ser aquí el caso. Si queremos aprehender el sentido y estructura de estas sociedades, parece lógico que el análisis y registro de los restos de los individuos que nos quedan en los cementerios y necrópolis resulten relevantes para la definición de esas comunidades.

Este último punto nos lleva a poner de relieve, a modo de ejemplo de espejo deformante, la presencia de una necrópolis alrededor de una iglesia castrense en la fortificación del Castillo de Viguera (La Rioja) que estamos analizando nosotros actualmente. Aunque todo ello está todavía en fase de estudio, hasta la fecha han sido detectados seis individuos y excavados-analizados cinco de ellos. La fábrica del edificio de culto, en yeso, presenta, por el momento, dos momentos constructivos (en el VII/VIII) y ábside remodelado en el s. X con cúpula sobre pechinas en piedra de toba. Los individuos pertenecen a cuatro momentos diferentes del siglo VII, del IX, del X y de finales del XI/principios del XII. ¿Por qué introducimos este excurso, aparentemente desconectado de lo aquí tratado?

Desde nuestro punto de vista, pensamos que mirar fuera de nuestras áreas específicas de especialización (aldeas, fortificaciones, ciudades y centros de poder, análisis de fuentes, o espacios de culto y sagrados, etc.) nos puede ayudar a comprender mejor los procesos constitutivos dentro de nuestra área específica y por ende dentro de un marco general más amplio. La metodología comparativa puede ayudar sobremanera en tal tarea de complementariedad. No se trata de sumisión de unas áreas respecto a otras. En cierto modo son “autónomas” en problemática diversa (y por ello incluso en metodología de trabajo), pero no dejan de estar condenadas a entenderse por la complementariedad de sus agendas investigadoras. Salgamos de nuestros cerros encastillados y de nuestras aldeas y juntémonos a medio camino. Tal vez así, desde la distancia, podamos comprender mejor los trabajos de otras áreas y sobre todo nuestros “propios” objetos de estudio, con un poco de distancia para luego retornar a los puntos de origen más enriquecidos y con otra perspectiva más amplia de “nuestros castillos” y de “nuestras aldeas”.

Aldeas y fortificaciones son complementarias, no rivales antagónicas. Unos producen y consumen aquí, “en aldeas, ‘granjas’ pueblos y otras ocupaciones menores” (p. 55), otros detraen-incautan-sustraen y consumen allá (fortificaciones, palatia, curtis, iglesias y monasterios, etc.). No son elementos excluyentes en la lectura social. Son complementarios, pero de signo opuesto, eso sí. Es difícil comprender una fortificación del siglo VII (que no produce grano) si no se comprende cómo había otros espacios físicos y mentales que sí lo hacían (estas comunidades campesinas). Si se mira al horizonte no se mira al surco, y si se mira al surco, no se vigila el horizonte...

De hecho, los residentes de esos espacios privilegiados (algunos de ellos militares, o religiosos, u otras elites sociales civiles) sí serían dependientes de los productores para su supervivencia directa, mientras que al revés es más que discutible y está por ver y analizar en mayor profundidad el grado de creación de los discursos de “necesidades creadas”. El discurso historiográfico “oficial” ha querido primar esa lectura de “necesidad” de servicios (de protección física, espiritual o incluso organizativa) que “ofrecían” esos estamentos privilegiados para con los productores pero, como decimos, no es evidente ese equilibrio en las relaciones de dependencia. Es una relación asimétrica que merece una atención especial, en particular desde la lectura socioeconómica que pueda aportar el materialismo histórico en el ámbito arqueológico en conjunción con el análisis crítico de fuentes escritas antes explicitado.

Con esa concepción de complementariedad entre yacimientos productores y extractores, no participamos de la idea de ver análisis socioeconómicos temáticos o protagonistas en parámetros de preeminencia de investigación como la que se propugna aquí: “Si bien la arqueología de los castillos está mostrando la capacidad heurística de la arqueología para estudiar el feudalismo, no cabe duda de que es en las aldeas donde se ejerció el dominio señorial, donde residieron las élites y los grupos dependientes y donde estuvieron la mayor parte de las iglesias y los monasterios en torno a los que se articularon formas de dominio señorial. Por todos estos motivos, la arqueología de las aldeas está llamada a desempeñar un papel protagonista a la hora de estudiar estas temáticas…” (p. 542).

Ambas realidades son diversas, pero interaccionan de manera profunda, por más que se puedan encontrar separados física y mentalmente de manera muy notable. No compartimos esa visión del autor al presentar los espacios de las élites como herramientas no útiles (cuando no precisamente un freno) para la propia comprensión de las estructuras productivas: “Además, los enfoques teóricos dominantes que han priorizado el papel de las élites en los procesos de cambio social han terminado por representar al campesinado como un sujeto pasivo y homogéneo, como un mero objeto de dominación (LOVELUCK, 2013: 12). Como resultado de todo ello se ha infravalorado la complejidad de las sociedades locales y el rol de la agencia del campesinado” (p. 55). Ni es sujeto pasivo el campesino por un lado, ni se le debe infravalorar por otro. Muy al contrario, el campesinado productor es condición de posibilidad de la existencia del sistema socioeconómico en sí mismo. Es su sustento (físico y conceptual). Pero ello no es óbice para reconocer que existen otras realidades (elites), nos guste o no (eso aquí debiera ser irrelevante), que “interfieren” en esas agendas campesinas en diferente grado y modo según en qué períodos históricos y espacios. Uno de ellos es el medieval.

Esta disparidad de criterios que se manifiesta entre el autor del libro y un servidor dentro del marco de las periódicas conversaciones y discusiones que mantenemos en el seno del grupo de investigación al que pertenezco y que el autor dirige, hace que el encargo de que hiciera precisamente yo una reseña sobre este libro de las comunidades campesinas remarque la honestidad científica de la propuesta. La constante autocrítica es una seña de identidad de este volumen, así como de los precedentes.

El antecedente de este estudio que analizamos es el ejemplo de la aldea de Zaballa, editado en esta misma serie (DAM3, 2012). Podríamos decir que fue la versión 1.0., pues “esa experiencia previa nos demostró que algunas de las afirmaciones realizadas necesitaban ser revisadas o reevaluadas” (p. 515). Por tanto, esa constante autocrítica hace que el planteamiento riguroso y honesto tengan que ser tenidos en consideración como signos de garantía del método científico.

Además de este estudio de Zornoztegi, se espera para más adelante la edición de otro ejemplar de similares características; el estudio de la comunidad campesina (¿o aldea?) de Aistra. Cuando salga, podremos decir que se tratará de la versión 3.0. de esta serie de ejemplos o de casos de estudio destacados.

Con toda esa cantidad y calidad de la información obtenida (o volúmenes de esta misma colección como DAM1, 2009, o DAM6, 2013, entre otros muchos), junto a diversos trabajos como los desarrollados por el Grupo de Investigación en Patrimonio Construido realizados desde años en el entorno de Vitoria (especialmente en la catedral, aunque no sólo, cfr. GARCÍA GÓMEZ, 2017) y sus alrededores, podemos decir que el área alavesa se afianza como un espacio peninsular (y europeo) de referencia para el estudio de las comunidades campesinas en el período medieval. Este libro de Zornoztegi contribuirá a ello, en su justa medida, que no es poca.

No se trata de un trabajo definitivo (tal vez sí para este yacimiento, aunque siempre se puede seguir desarrollando más investigación en cada yacimiento). Por el contrario es un buen punto y seguido o punto de referencia para poder continuar con esa línea de trabajo tan provechosa para la compresión del período tardoantiguo y altomedieval más amplio y generalista, y no solo para sus estructuras productivas campesinas. Precisamente porque estas células productoras son mayoría en términos cuantitativos y sin embargo no tienen el mismo peso en ciertas fuentes documentales o en determinadas líneas de investigación arqueológica altomedieval, es tan necesario continuar y ampliar ese ámbito de trabajo. Una mejor comprensión de esas estructuras campesinas nos ayudará a todos los que de una manera u otra trabajamos en ese período.

BIBLIOGRAFÍA

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GARCÍA GÓMEZ, I., (2017). Vitoria-Gasteiz y su Hinterland. Evolución de un sistema urbano entre los siglos XI y XV, Universidad del País Vasco, Vitoria.

HALSTEAD, P. (1989):. "The economy has a normal surplus: economic stability and social change among early farming communities of Thessaly, Greece", en P. Halstead y J. O'Shea (ed.), Bad year economics: cultural responses to risk and uncertainty,pp. 68- 80. Cambridge University Press, Cambridge. https://doi.org/10.1017/CBO9780511521218.006

KIRCHNER, H., (2010). “Sobre la arqueología de las aldeas altomedievales”, Studia historica. Historia Medieval, 28, pp. 243-253.

LOVELUCK, C. (2013):. Northwestern Europe in the Early Middle Ages, c. AD 600-1150. A Comparative Archaeology. Cambridge University Press, Cambridge. https://doi.org/10.1017/CBO9781139794725 PMid:23428825

QUIRÓS, J. A., (2007). “Las aldeas de los historiadores y de los arqueólogos en la Alta Edad Media del norte peninsular”, Territorio, Sociedad y Poder, 2, pp. 63-86.

QUIRÓS, J. A., (2017). Longhouses, biografía de la casa y complejidad social en el noroeste peninsular en la alta edad media, Arqueología de la Arquitectura, 14, e059. https://doi.org/10.3989/arq.arqt.2017.019

TEJADO, J. Mª, (2016). “Cerámica altomedieval en La Rioja: un estado de la cuestión”, en A. Vigil Escalera y J. A. Quirós (dirs.), La cerámica de la Alta Edad Media en el cuadrante noroeste de la Península Ibérica (siglos V-X), Documentos de Arqueología Medieval, 9, pp. 315-338.

VIGIL–ESCALERA GUIRADO, A., (2007). “Granjas y aldeas tardoantiguas y altomedievales de la Meseta. Configuración espacial, socioeconómica y política de un territorio rural al norte de Toledo (ss. V-X)“, Archivo Español de Arqueología, Vol. 80, , págs. 239–284. https://doi.org/10.3989/aespa.2007.v80.35

WICKHAM, C., (2007). “Fonti archaeologiche e fonti storiche: un dialogo complesso”, en S. Carocci (coord.), Dal Medioevo all’Etá della Globalizzazione, vol. IX da Storia d’Europa e del Mediterraneo (A. Barbero dir.), Salerno Ed., Roma, pp. 15-49.

WINTHERHALDER, B., PULESTON, C. Y ROSS, C. (2015). “Production risk, interannual food storage by household and population-level consequences in seasonal prehistoric agrarian societies”, Environmental Archaeology 20.4, pp. 337-348. https://doi.org/10.1179/1749631415Y.0000000025

José María Tejado Sebastián

Universidad del País Vasco/EHU