Arqueología y Territorio Medieval 27, 2020. pp. 11-36 I.S.S.N.: 1134-3184 DOI: 10.17561/aytm.v27.5258

ENTRE OLLAS Y MARMITAS. Una reflexión sobre la producción cerámica entre los siglos VII y IX en el sureste de la península ibérica.*

Victoria Amorós Ruiz

RESUMEN:

Los datos aportados por diferentes equipos de investigación en los últimos años, sobre conjuntos cerámicos de época altomedieval, permiten una reflexión acerca de los distintos indicadores de la producción y distribución cerámica en el sureste de la península ibérica, donde la cerámica modelada a mano y a torneta tiene una presencia significativa en el periodo visigodo y a principios del mundo islámico. Este tipo de cerámica se documenta junto con producciones a torno y permanece en el proceso de introducción de la cerámica vidriada, indicando que sistemas de producción y distribución diversos convivieron en el sureste peninsular entre los siglos VII y IX d. C.

Palabras clave: Cerámica altomedieval, Islamización, Sociedades bereberes, Sistemas de producción y distribución cerámica.

SUMMARY:

The present paper presents a reflexion about the different indicators of ceramic production and distribution in the southeast of the Iberian Peninsula. This reflexion is based on the information provided by different research teams in recent years about the Early Medieval Times in the Iberian Peninsula, and the comparison of different indicators of ceramic production and distribution in the southeast of it, where coexisted hand-made, wheel made and glazed pottery during the early medieval period. The data provided in this paper is indicating that diverse production and distribution systems coexisted in the southeast of the Iberian Peninsula between the seventh and ninth centuries AD

Keywords: Early Medieval pottery, Islamization, Berber societies, Ceramic production and distribution systems.

INTRODUCCIÓN

En la península ibérica, la cerámica del periodo comprendido entre los siglos VII y el IX d.C. se caracteriza, a grandes rasgos, por la convivencia de diversas técnicas de fabricación, la desaparición paulatina de producciones estandarizadas, la regionalización de los centros productores, la incorporación de nuevas formas y técnicas como el vidriado o la simplificación del registro doméstico, por lo que un mismo objeto se utiliza para diferentes funciones. Estas características nos presentan un panorama de una amplia diversidad marcada por una patente regionalización en las producciones cerámicas (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 585), resultado de la transformación de los patrones socio-económicos acontecida entre el proceso de desestructuración política y administrativa iniciado al final del Imperio romano y la posterior formación en paralelo de las sociedades feudales e islámicas.

Esta diversidad productiva se agudiza, también, con nuestra propia formación y bagaje como investigadores, diluida en las diferentes tradiciones de estudio que conviven en el análisis de las cerámicas de este periodo. Los repertorios de tradición tardorromana cuentan con piezas estandarizadas que admiten estudios según la forma de los objetos1, y permiten desarrollar tipologías que sintetizan la evolución temporal en su morfología. Estas producciones de servicio y transporte conviven, en ambientes mediterráneos, con otras de cocina de granulometría más gruesa y modeladas en muchos casos a mano o a torneta. Las características toscas de esas piezas y su falta de estandarización dificultaban su reconocimiento desde un punto de vista formal, por lo que se planteó un enfoque tecnológico para su estudio, derivando en el análisis arqueométrico de las cerámicas2. Este tipo de estudios analiza en profundidad las características técnicas de las cerámicas pero, además, permite establecer centros productivos y analizar redes de distribución a diferentes escalas. En cambio, en los estudios de los ajuares cerámicos de época medieval, desarrollados en su mayor parte bajo el amparo de las escuelas española, francesa e italiana, es la función del objeto el elemento clave de tipologías y sistematizaciones que, en el periodo islámico, han dado lugar al desarrollo de una nomenclatura propia y diferente a la de las producciones de tradición romana3, aunque encontramos casos de tipologías estructuradas según series formales como el de SONIA GUTIÉRREZ (1996) para el sureste o el de Manuel RETUERCE VELASCO (1998) para el centro de la Península.

Los múltiples elementos que conforman los conjuntos cerámicos altomedievales, la regionalización de los procesos productivos y las diferentes tradiciones de estudio con las que trabajamos nos sitúan en un escenario complejo. Esta complejidad se acentúa para los siglos VII y VIII, periodo que nos obliga a enfrentarnos con formas cerámicas que navegan entre el mundo tardorromano y el islámico clásico sin encajar plenamente en ninguno de ellos, y donde ni la metodología de estudio de las cerámicas tardoantiguas, ni la de las de época islámica clásica, se adaptan a las necesidades que se nos plantean a la hora de analizar unas producciones que están a camino entre un mundo y otro. Por ello se hace necesario articular una metodología que combine diferentes y más amplias perspectivas.

La península ibérica en época altomedieval muestra una realidad material compleja, desigual y de contraste que se podría definir como la antítesis de la situación cerámica del mundo antiguo (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 585), aunque el incremento de trabajos sobre conjuntos cerámicos con nuevos enfoques y perspectivas de análisis nos deja un panorama de conocimiento diferente al que dominaba hace unos años. Mucho se ha avanzado sobre el conocimiento de los conjuntos cerámicos de época altomedieval desde la publicación en 1993 de La cerámica altomedieval en el sur de al-Andalus (MALPICA, 1993), del congreso celebrado en Mérida en el año 2001 sobre Cerámicas tardorromanas y altomedievales en la Península Ibérica. Ruptura y continuidad (CABALLERO et alii, 2003), el de Granada de 2005 (MALPICA y CARVAJAL, 2007), y desde la primera puesta en común de la cerámica paloandalusí de la península ibérica (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008)4.

En la actualidad, gracias al camino recorrido y los nuevos enfoques de estudio, estamos viviendo una transformación de los planteamientos sobre las cerámicas altomedievales. La materialización de estas nuevas tendencias se constata en la publicación de varias monografías que amplían nuestra visión de la cerámica de esta época, nos permiten integrar en el debate espacios que habían sido poco estudiados, como las áreas más septentrionales de la península, y nos llevan a reflexionar sobre sistemas de producción, mecanismos de distribución y patrones de consumo desde una perspectiva metodológica más amplia5. Estos nuevos planteamientos en los estudios de cerámica altomedieval incorporan la arqueometría como herramienta indispensable, y recogen el testigo de los trabajos con producciones tardorromanas peninsulares llevados a cabo, sobre todo, desde la escuela de Barcelona6. Pero también nos llevan a reconocer la necesidad de contextualizar la cerámica, no solo en su estratigrafía de origen, sino también con otros elementos, como espacios arquitectónicos o los otros materiales documentados en una excavación arqueológica, insertando los estudios de cerámica como un elemento más dentro de una visión mucho más amplia (DOMÉNECH y GUTIÉRREZ, 2020).

De hecho, uno de los grandes avances que ha tenido lugar en las dos últimas décadas es el de la contextualización de los registros materiales. Los estudios actuales de cerámica altomedieval, en la mayoría de los casos, asumen que sin un análisis estratigráfico de los contextos de origen se puede caer fácilmente en una malinterpretación cronológica de las producciones. Es esta perspectiva metodológica la que ha permitido reconocer las producciones cerámicas del siglo VIII en determinados yacimientos y áreas de estudio (GUTIÉRREZ, 2012: 44). Sin ella es imposible registrar una evolución productiva, la transformación de las formas y, por supuesto, hacer visible un siglo como el octavo, que se seguiría diluyendo en los esquemas interpretativos, porque no seríamos capaces de reconocerlo, y nos mantendríamos estancados en las interpretaciones del periodo altomedieval de los años 80 y 90 del pasado siglo.

LOS ASPECTOS TECNOLÓGICOS DE LA PRODUCCIÓN CERÁMICA

Uno de los rasgos que marcan la cerámica altomedieval es la convivencia de diversas formas de producción (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 586). En todo el territorio peninsular entre los siglos VII y IX podemos encontrar grandes diferencias en términos de producción cerámica. Una de las zonas mejor estudiadas desde esta perspectiva es el área rural del centro peninsular (VIGIL-ESCALERA, 2003; SERRANO et alii, 2016; GRASSI y VIGIL-ESCALERA, 2017). Gracias a los trabajos aquí realizados, hoy sabemos que la producción cerámica se transforma desde finales del siglo V, cuando las cerámicas modeladas a torneta toman el relevo de las producciones a torno, que no volverán a ser mayoritarias hasta finales del siglo VIII o ya en el siglo IX7. Y aunque esta es la tendencia general de muchas zonas de la península, algo muy diferente se observa en los espacios urbanos próximos de Recópolis (OLMO y CASTRO, 2008) y Vega Baja (ARANDA, 2013; De JUAN et alii, 2009; De JUAN y CÁCERES, 2010) que esbozan un panorama productivo con formas a torno mayoritarias en los conjuntos cerámicos desde época visigoda. Esta misma línea de los centros urbanos parece que se da en Carranque, un enclave de carácter rural, pero con una identidad productiva muy diferente al de las pequeñas aldeas madrileñas, donde se ha documentado una ocupación ininterrumpida desde época tardorromana al periodo medieval. En este yacimiento los conjuntos cerámicos son mayoritariamente a torno, tanto en contextos tardoantiguos (GARCÍA ENTERO et alii, 2017a) como en los emirales (GARCÍA ENTERO et alii, 2017b). Los datos ofrecidos desde este yacimiento toledano muestran un sistema de producción diferente al de las aldeas madrileñas, y sus investigadores asumen que “el caso de Carranque dificulta la división tradicional entre contextos urbanos y rurales para explicar los distintos porcentajes de cerámicas a torno o a torneta y a mano”. Así mismo, nos indican cómo en algunos yacimientos de la cuenca del Duero, León, Valladolid, Segovia y Salamanca se constatan conjuntos cerámicos de época visigoda avanzada con una proporción a torneta no superior al 2%8 (GARCÍA ENTERO et alii, 2017a: 156).

Este mosaico productivo puede apreciarse en otras zonas de la península ibérica y, aunque contamos con datos muy dispares, sí podemos seguir tendencias generales que deben ser analizadas en sus propios contextos y particularidades. En la ciudad de Mérida, en época visigoda, la producción cerámica es mayoritariamente a mano y a torno lento, es ya en época islámica cuando la producción a torno se impone debido a que nuevamente se desarrolla una actividad alfarera profesionalizada (ALBA y FEIJOO, 2003: 493-494). Algo parecido se detecta en la zona del noroeste9 (VIGIL-ESCALERA y QUIRÓS, 2016: 33), el valle del Ebro (HERNÁNDEZ y BIENES, 2003: 310), el Alto Guadalquivir (CASTILLO, 1998; PÉREZ, 2003), la Vega de Granada (CARVAJAL y DAY, 2014: 138) y en la zona noreste de la Península, donde la producción a torno lento es mayoritaria en ambientes rurales (CAU et alii, 1997; FOLCH 2005), mientras que en los espacios urbanos conviven las producciones a torno y torneta locales con las importaciones mediterráneas (FOLCH, 2005; MACIAS, 2003), que en el caso de Tarragona se mantienen hasta principios del siglo VIII (RODRÍGUEZ y MACIAS, 2018). Esta misma dualidad parece producirse en las zonas de Tortosa (NEGRE, 2014) y la ciudad de Valencia (PASCUAL et alii, 2003). Córdoba también parece seguir esta misma tendencia, pero quizás menos acusada, y así las producciones de época visigoda del yacimiento de Cercadilla se reparten entre cerámicas a torneta y a torno, aunque parecen ser mayoritarias estas últimas (FUERTES, 2010), mientras que en los contextos de la segunda mitad del siglo VIII del barrio cordobés de Sacunda, el 90% de las piezas está realizado a torno (CASAL et alii, 2005: 193).

En el caso del sureste, aunque no tenemos datos exactos para la mayoría de los asentamientos, sí contamos con una perspectiva general (GUTIÉRREZ, 1996), gracias a la que podemos intuir una producción mayoritaria a torno lento/mano en los asentamientos rurales a lo largo del periodo visigodo, cambiando la tendencia con la llegada del mundo islámico. A mediados del siglo VIII y principios del IX encontramos asentamientos rurales en Tudmīr, como Cabezo Pardo, donde la producción a torno aumenta y convive con las formas modeladas a mano-torneta (XIMÉNEZ DE EMBRÚN, 2016). En cambio, en el ámbito urbano no parece que se sigua esa línea y, tal y como ocurría con las ciudades del centro peninsular, la producción a torno es mayoritaria tanto en el yacimiento de El Tolmo de Minateda para toda la secuencia altomedieval (AMORÓS, 2018: 289-315) (Fig. 1), como en la Cartagena bizantina (MURCIA y GUILLERMO, 2003) y en la Murcia del siglo IX (JIMÉNEZ y PÉREZ, 2018).

Fig. 1. Evolución temporal de la producción mano – torno en El Tolmo de Minateda (AMORÓS, 2018: 291, Fig. 248).

Aunque es cierto que los datos con los que contamos en la Península son muy dispares y procedentes de metodologías muy diversas (VIGIL-ESCALERA, 2018: 30), no podemos negar que tenemos evidencias suficientes para intuir una dualidad no solo campo-ciudad en algunas áreas peninsulares, sino también en modelos mixtos de producción en otras, donde la desarticulación de las zonas rurales y urbanas se diluye. Tal y como explica Alfonso Vigil-Escalera: “La aparición de cerámicas a mano - torneta en las ciudades deja abierta la puerta a un mayor vínculo entre el mundo rural y el urbano, donde no sólo los productos urbanos se distribuyan en las zonas rurales, sino también que los productos elaborados en ambientes rurales encontraban nichos de mercado en espacios urbanos” (VIGIL-ESCALERA, 2018: 31).

Además, si a nuestros análisis añadimos otros productos, como el vidrio, los planteamientos se transforman. Por ejemplo, en algunas de las aldeas madrileñas donde se documenta cerámica a torneta de forma habitual, también consumen productos de vidrio procedentes de centros productivos peninsulares o mediterráneos (De JUAN et alii, 2019). Este hecho nos lleva a plantear contactos entre espacios rurales y centros urbanos donde sí se han detectado estructuras productivas asociadas al vidrio, y que estos podrían estar surtiendo las áreas rurales cercanas con otros productos distintos que las cerámicas. Los datos nos llevan a reflexionar sobre la necesidad de ampliar nuestra visión productiva de un yacimiento o un área más allá de un solo elemento. Si integramos en un modelo varias variables productivas como piezas conjuntas de un mismo sistema económico, los caminos paralelos de los espacios urbanos y rurales se desvanecen, y crean intersecciones que obligan a tratar conjuntamente ambas áreas para entender el desarrollo socioeconómico tanto de una como de otras.

LA INTRODUCCIÓN DEL MUNDO ISLÁMICO EN LA PRODUCCIÓN CERÁMICA PENINSULAR

Por la documentación anterior, y desde una perspectiva general, se pude concluir que la llegada del mundo islámico transformó los patrones de producción, distribución y consumo de la península ibérica, pero no de una forma homogénea, sino que el sustrato previo marcó los patrones de islamización en cada zona. Los datos en la península ibérica son muy dispares y, a grandes rasgos, nos indican que la marcada regionalización del siglo VII se mantiene en el VIII, cuando seguimos encontrando evidentes diferencias por regiones que se irán difuminando a lo largo del siglo IX.

Pero llegados a este punto debemos ser muy prudentes, ya que es fácil caer en cuestiones de carácter étnico y de reconocimiento de poblaciones a través de la cerámica que han dado lugar a intensos debates, que nos pueden llevar a complicadas preguntas con difíciles respuestas (KIRCHNER, 1999; GUTIÉRREZ, 2000). Escribía Eduardo MANZANO (2003) en las conclusiones del famoso congreso de Mérida de 2001, que hay tres posibilidades respecto a los conjuntos cerámicos de principios del siglo VIII traídos por los conquistadores: 1. Que no lo hayamos encontrado todavía; 2. Que no hayamos sido capaces de reconocerlos; y 3. Que no existieron nunca y que se generaran a posteriori por una segunda generación de musulmanes. Estos tres supuestos siguen todavía vigentes para poder interpretar el primer siglo del proceso de islamización (SERRANO et alii, 2016: 306-307). Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de la cerámica de los conquistadores? ¿Qué sabemos realmente de la cerámica de esas gentes que se movieron por el Mediterráneo a finales del siglo VII y principios del VIII y llegaron a la península en el 711?

Fig. 2. Conjuntos cerámicos del próximo oriente al final del mundo bizantino y en el periodo Omeya. 1. Gerasa fases transicional y omeya (USCATESCU, 1996: 307-375). 2. Conjunto del palacio de Aman en época Omeya (ALMAGRO et alii, 2000: 175-185).

Contestando con honestidad hemos de asumir que muy poco conocemos sobre las producciones cerámicas de la península arábiga en los siglos VI y VII (KENNET, 2004), y que cuando nos referimos a las cerámicas de primera época islámica lo hacemos pensando en las producciones del Mediterráneo oriental, conquistado por el mundo islámico a lo largo del siglo VII. Pero, si las gentes que conquistaron esa zona del Mediterráneo hubieran tenido unos ajuares realizados bajo los parámetros que nosotros entendemos como “islamizados” en el siglo VII, ¿se detectarían en los conjuntos cerámicos de Siria, Jordania, Palestina o Egipto de la segunda mitad del siglo VII y el VIII? ¿Sabríamos reconocer el propio proceso de islamización de la zona?

La documentación aportada por la investigación de los conjuntos cerámicos omeyas en estas zonas indica que la conquista islámica del Mediterráneo oriental no supuso una transformación radical en los usos y modos de producir cerámica (Fig. 2). En términos generales, el paso del siglo VII al VIII no supone un momento traumático desde el punto de vista de la producción cerámica. (REYNOLDS, 2003; 2010: 132; 2016: 146; SODINI y VILLENEUVE, 1992; VOKAER, 2013: 499-500; USCATESCU, 2003: 546 y ss.; WALMSLEY, 2007: 57; 2000: 329; GAYRAUD y VALLAURI, 2017: 3-5). El cambio profundo en la producción cerámica del próximo oriente comienza a documentarse en la segunda mitad del siglo VIII, pero es evidente sobre todo en el siglo IX, cuando los patrones de producción romano/bizantinos vigentes hasta ese momento se transforman radicalmente (USCATESCU, 2003: 543 y ss.; VOKAER, 2013: 484; WALMSLEY, 2000: 329; 2007: 57). Este mismo proceso se documenta también en un yacimiento del golfo pérsico, Kush (Ras al-Khaimah), donde los primeros siglos de islamización representan un desarrollo gradual de los conjuntos sasánidas tardíos, y es en el siglo IX cuando se detecta una transformación en las producciones cerámicas, siendo quizás el cambio más significativo en los conjuntos islámicos tempranos el aumento de la cerámica del sur de Asia10 (KENNET, 2004: 108).

Con los datos con los que contamos actualmente, podemos asociar la cerámica de época omeya del Próximo Oriente con una marcada tradición pre-islámica y si nos centramos en el Mediterráneo oriental, la herencia bizantina es muy destacada tanto en pastas como en formas. En este sentido, y desde el punto de vista de la producción cerámica, los omeyas miran al Mediterráneo, y ese es quizás uno de los elementos que hace que sea tan difícil reconocer las cerámicas de esas gentes que llegaron en el 711.

En la segunda mitad de la octava centuria el foco cultural, tecnológico y económico del mundo islámico cambia de ubicación y se desplaza a Oriente. El traslado de la capital a Bagdad permite que el mundo ʿabbāsī focalice su poder en Asia, iniciándose un periodo de transformación cultural que también tiene su reflejo en las producciones cerámicas del Mediterráneo oriental (WALMSLEY, 2000: 329 y ss.; 2001; 2008:149). Con esta perspectiva, debemos entender que la segunda mitad del siglo VIII, pero sobre todo el siglo IX, es un periodo de cambio en todo el mundo islámico.

El proceso de transformación que se detecta en los ajuares cerámicos del Próximo Oriente entre la segunda mitad el siglo VIII, y sobre todo el siglo IX, debe hacernos recapacitar en cómo hemos interpretado los tiempos de la islamización en los ajuares domésticos y la introducción de nuevos elementos en los conjuntos cerámicos en la península ibérica en época paleoandalusí. Quizás las tres posibilidades que planteaba Eduardo Manzano coexistan en el primer siglo de islamización, y dependiendo del territorio podamos encontrar una, dos o las tres en una misma zona.

Fig. 3. Cuencos bitroncocónicos documentados en el Mediterráneo en los siglos VIII y IX (Fig. según AMORÓS, 2018: 368, Fig. 301): Tolmo de Minateda (AMORÓS, 2018: 233 Tipo 8.4.2:), Hernán Páez (VICENTE y ROJAS, 2009: 309); El Encadenedo (SERRANO et alii, 2016: 289); Vega Baja (PEÑA y GARCÍA, 2009: 172); Guarrazar (SERRANO et alii., 2016: 295); Sacunda (CASAL et alii., 2005: 224); al-Basra (BENCO, 1987: 41); Volubilis Maison du compas (ATKI, 2011: 17); Volubilis (AMORÓS y FILI, 2011.); Jerba (HOLOD y CIRELLI, 2010: 172); Gerasa (USCATESCU, 2003: 552); Tell Jawa (DAVIAU, 2010: 181).

Los ajuares cerámicos son de las cosas más conservadoras de una sociedad, porque afectan a aspectos de la vida cotidiana de las familias, y reflejan usos y prácticas sociales que necesitan de cambios muy bien asentados, socialmente hablando, para convertirse en características propias de un conjunto. La idea de que se necesitan varias generaciones para percibir algún cambio en la cerámica, asumida por investigadores en la parte este del Mediterráneo (USCATESCU, 2003: 546; WALMSLEY, 2007: 57-58) podría aplicarse, también, en algunos territorios de la Península entendiendo, además, que los primeros ajuares que se copian de modelos del oriente mediterráneo sufrirán un proceso de adaptación según los recursos, necesidades y tecnología de las poblaciones autóctonas, tal y como se ha demostrado en otros procesos colonizadores a lo largo de la historia (RAPPAPORT, 1963:158). (Figs. 3, 4 y 5)

El peso de la tradición cerámica romana/ bizantina en los conjuntos domésticos de esas gentes, que llegan al norte de África a finales del siglo VII y a la península ibérica a principios del siglo VIII desde Siria, Jordania, Palestina, Egipto o la península arábiga, es la que explica que en los repertorios de primera época islámica vuelvan a aparecer formas tradicionalmente mediterráneas (al menos desde el mundo romano) como el plato de pan (REYNOLDS, 2016: 158-167), que también se encuentran en contextos visigodos del centro de la península (SERRANO et alii, 2016: 307) y en la Cartagena bizantina (LAIZ y RUIZ, 1988). O que encontremos en el siglo VIII formas y decoraciones próximas a las cerámicas omeyas del oriente mediterráneo, como la decoración pintada y los jarros de boca ancha en diferentes puntos de la Península como el valle del Duero (ZOZAYA et alii, 2012), el centro peninsular (SERRANO et alii, 2016) o Córdoba (CASAL et alii, 2005), y que todos estos elementos puedan ser establecidos como indicadores tempranos de islamización (GUTIÉRREZ 2011b; 2011c; 2012; 2015). (Figs. 4 y 5)

Fig. 4. (SEGÚN AMORÓS, 2018: 369, Fig. 302): Jordania (USCATESCU, 2003: 555), Aman (ALMAGRO et alii., 2000: 174 y ss.), Tell Jawa (DAVIAU, 2010: 256). Hernán Páez (VICENTE y ROJAS, 2009: 309); Guarrazar (SERRANO et alii., 2016: 295); Sacunda (CASAL et alii., 2005: 220 y 224); Vega Baja (GÓMEZ y ROJAS, 2009: 790).

Fig. 5. Volubilis: selección de materiales de la Fase 2 del edificio 4 (segunda mitad del siglo VIII). (Según Amorós y Fili, 2011

Será a lo largo de la segunda mitad del siglo VIII, pero sobre todo en el siglo IX, cuando desde Asia lleguen influencias que transforman formas y modos de producir la cerámica en el Mediterráneo ʿabbāsī, reflejo del profundo cambio cultural en el que estaba inmerso el mundo islámico. El propio proceso de orientalización de lo que había sido el mundo omeya mediterráneo también llega a la península ibérica, pero aquí se desarrolla con unas características propias marcadas por una situación geográfica periférica en el extremo más occidental del territorio islámico, la profunda regionalización de los conjuntos cerámicos, la propia tradición y situación de los omeyas cordobeses, y un estrecho vínculo con el mundo bereber.

LA PRODUCCIÓN CERÁMICA BEREBER

Es innegable el gran peso que tuvo la población bereber en la toma militar de la península ibérica y su posterior islamización, gracias sobre todo a un fluido trasvase de población entre el norte de África y al-Andalus. Este vínculo entre poblaciones y la ubicación en el extremo más occidental del Mediterráneo generaron las circunstancias por las que la península ibérica y el Magreb crearon su propio ambiente político, económico y cultural en paralelo al de otras zonas del territorio islámico. Además, debemos tener en cuenta que las áreas del sur y el sureste de la Península junto con la costa occidental del continente africano forman una misma área cultural que trasciende al periodo islámico (GUTIÉRREZ, 2011a; 2015).

Pero no es menos cierto que analizar el mundo bereber desde la Arqueología es complicado. En la zona del Magreb (Marruecos y Argelia) contamos con escasas excavaciones sistemáticas, proyectos de larga duración y publicaciones que nos ofrezcan datos con los que construir debates bien cimentados sobre las sociedades imazighen entre los siglos VII y IX. Tampoco contamos con ningún tipo de información sobre estas mismas poblaciones en el periodo previo, entre la caída de Roma y la llegada del ejército islámico. Esta falta de conocimiento hace que no sepamos baremar correctamente cuál fue el impacto de la islamización en esta zona y como afectó a sus gentes. La falta de información nos hace caer en explicaciones construidas bajo parámetros ilusorios como la unidad de la cultura bereber, cuando en realidad el mundo amazigh está conformado por múltiples grupos culturales, o asumir una islamización exprés y uniforme de estas poblaciones, cuando el ejército islámico llegó al actual Marruecos unos años antes que a la Península.

En consecuencia, cuando desde la Península hablamos del peso de la población bereber en el desarrollo de al-Andalus lo hacemos desde los datos que nos ofrecen los textos y una serie de ideas preconcebidas que hemos ido generando a lo largo de los años, y no desde el conocimiento arqueológico de la cultura material de estas sociedades, de las que conocemos muy poco. Si somos sinceros hemos de asumir que, en la actualidad, tenemos muy pocos datos de la cultura material bereber y su proceso de islamización entre los siglos VII y IX (CRESSIER y FENTRESS, 2011; FENTRESS y LIMANE, 2018), y seguimos cayendo en interpretaciones basadas en estudios antropológicos, con todos los problemas que este tipo de explicaciones puede acarrear11, que nos llevan a dar por sentado determinadas premisas, que los pocos datos arqueológicos con los que contamos en la actualidad han empezado a desmentir. Valga de ejemplo el debate que todavía hoy se mantiene en el área Levantina (Valencia, Castellón y sur de Tarragona) sobre si las llamadas “ollas valencianas” de cuerpo globular y cuello estrecho acanalado, populares en los contextos de los siglos IX al XI en la zona, son de origen preislámico o, por el contrario, herencia de las poblaciones de origen bereber que se asentaron en la zona12. Aunque en las pocas excavaciones publicadas y con secuencias entre los siglos VIII y IX en los actuales Marruecos y Argelia no se encuentre ese tipo de olla, y las formas mayoritarias correspondan a formas de cocina de boca abierta tipo cazuela o marmitas (CRESSIER y FENTRESS 2011; AMORÓS y FILI, 2018).

Otros de los elementos que la investigación arqueológica ha matizado respecto a la etnografía es el de la decoración cerámica, en concreto la pintura, muy habitual en las cerámicas de tradición bereberes actuales, pero que no se documenta en los pocos contextos estratigráficos del siglo VIII, ni en la mayoría de los yacimientos del siglo IX13. Es cierto que las informaciones que tenemos de estas zonas son muy parciales y escasas, por lo que podrían variar con futuras intervenciones en algún yacimiento de estas cronologías. Pero con los datos que tenemos actualmente, debemos plantearnos seriamente que la decoración pintada no sea un hecho propio de la cerámica bereber de esta zona de Marruecos y Argelia, sino que sea un elemento que se introdujo posteriormente por influencia de otros grupos a partir del siglo X o después, tal y como se planteó en el estudio de la cerámica de Nakūr, donde la comparación de los tipos medievales (ss. X-XI) con las poblaciones bereberes posteriores señalaban (ACIÉN et alii, 1999: 58): “la percepción errónea, de que la cerámica pintada formaba parte de la cerámica beréber por excelencia, y su nula relación con la cerámica tradicional, bien definida en esta zona por las observaciones etnográficas”. (AMORÓS, 2018: 357).

Con los pocos datos que contamos en la actualidad sabemos que los conjuntos cerámicos de los siglos VIII y IX del norte de Marruecos son mayoritariamente a torno14, pero podemos encontrar diferencias primero entre asentamientos de fundación árabe como al-Basra donde la cerámica a torno cuenta con porcentajes superiores al 90%, mientras que en yacimientos preislámicos como Volubilis (Figs. 5 y 6), Nakūr o Melilla los porcentajes varían entre un 30 % a mano -70% a torno en los dos primeros y un 55% a torno – 45% a mano en esta última. Además, en los asentamientos con tradición preislámica se ha detectado una diferencia entre ajuares: la cerámica a mano se vincula a la cerámica de cocina y algunos contenedores de gran tamaño, mientras que la cerámica a torno se destina a cerámica de servicio, almacenaje y transporte (AMORÓS y FILI, 2018: 282-285).

Fig. 6. Análisis de cerámicas de los sectores B y D de Volubilis para los siglos VIII y IX (según AMORÓS y FILI, 2018: 282-286)

Por su parte, la cerámica de cocina bereber está asociada mayoritariamente a cazuelas y marmitas de boca ancha modeladas a mano, aunque también existen formas de cocina a torno tipo olla como las documentadas a finales del siglo VII y el VIII en Volubilis (ATKI, 2011; AMORÓS y FILI 2011; 2018), pero estas son minoritarias en los conjuntos y a veces se utilizan como pequeños contenedores. También en Volubilis y en otros yacimientos magrebíes (CRESSIER y FENTRESS 2011; EL BALJANI et alii, 2018; ACIÉN et alii, 1999; BENCO, 1987; COLL et alii, 2012) se reconoce para los siglos VIII y IX un repertorio formal amplio realizado a torno, donde destacan una gran variedad de jarras y jarros de mediano y gran tamaño con cuello y boca estrecha, y una gran variedad de cuencos que se convierten en una forma mucho más común que en los conjuntos andalusíes (Figs. 5 y 6). Es a partir del siglo IX cuando se detectan puntualmente elementos como jarros de boca ancha o candiles dentro de los ajuares domésticos, para convertirse en formas habituales ya en el siglo X y en adelante. Lo mismo ocurre con el vidriado, cuya introducción parece ser más tardía que en al-Andalus y se asocia a los núcleos urbanos importantes como Fez (EL BALJANI et alii, 2018).

Los datos con los que contamos hoy en día nos señalan un aislamiento de la zona magrebí en los primeros siglos de la presencia islámica respecto a otras zonas mediterráneas (EL BALJANI et alii, 2018: 426). Esto sugiere un proceso de islamización propio en esta región y un desarrollo paralelo al de las poblaciones bereberes asentadas en la península ibérica, aunque los conjuntos cerámicos del sureste indican una mayor proximidad con la producción cerámica de tradición bereber, quizás arropada por su fácil comunicación marítima (AZUAR, 2016; CRESSIER, 2018). En este punto es difícil discernir si estos elementos son reflejo de influencias de poblaciones bereberes peninsulares, contactos con poblaciones de la zona del Magreb o las dos cosas al mismo tiempo. En todo caso, la relación del sureste y el Magreb en el siglo IX debe ser entendida en el marco de una comunicación bidireccional, donde la implicación debe ser recíproca, sin que ninguno de los dos territorios pierda sus propias características y elementos (AMORÓS, 2018: 372).

LA INTERPRETACIÓN DE LOS MODELOS PRODUCTIVOS: EL EJEMPLO DEL SURESTE.

Los indicadores de la producción cerámica altomedieval se suelen integrar en patrones socio-económicos más amplios, definidos de acuerdo a los parámetros establecidos por D.S. PEACOCK (1982: 17-30), quien distinguía tres tipos de espacios productivos: talleres especializados, producciones domésticas y talleres nucleados15. Este modelo fue recogido más tarde por Sonia Gutiérrez para su análisis de la Cora de Tudmīr (1996: 185-189), y sigue estando vigente para estudios actuales (VIGIL y QUIRÓS, 2016: 35-36). Dentro de este modelo, la cerámica a mano o/y a torneta en contextos tardorromanos y altomedievales de la península ibérica se asocia, tradicionalmente, con talleres de ámbito doméstico “que optan por formas de elaboración y cocción sencillas que permiten obtener recipientes culinarios con resistencia al choque térmico a partir de la selección intencionada de arcillas poco decantadas y cocidas a baja temperatura, y que debe interpretarse en términos de simplificación de los procesos productivos antes que de atraso cultural” (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 586).

De hecho, hasta hace poco tiempo se asumía como factor inamovible que las producciones domésticas del siglo VII eran mayoritariamente cerámicas modeladas a mano o torno lento, de pastas bastas y aspecto tosco, resultado de una simplificación de los procesos productivos, la desarticulación de los mercados urbanos y la ruralización de la sociedad. Estos procesos obligaron a los artesanos a adecuarse a nuevos modelos productivos y necesidades funcionales (NEGRE, 2014: 43). En líneas generales, y exceptuando unos pocos yacimientos asociados a rutas comerciales a larga distancia, se entendía que los talleres especializados habían dado paso a pequeños talleres de carácter local o producciones domésticas tendentes al autoconsumo. Solo la llegada del mundo islámico transformaba esta perspectiva tecnológica, a través de artesanos especializados y sus cerámicas a torno, que se distribuían en las bisoñas rutas comerciales peninsulares.

Pero vistos los datos aportados en la última década, desde diferentes proyectos y áreas de estudio, parece que se nos muestra una realidad peninsular diversa y más compleja, donde distintos modos de producción y recursos económicos conviven en época visigoda y al principio del mundo islámico. En este sentido, la simplificación de los procesos productivos convive con un trasfondo tecnológico de adaptación económica, en la que la cerámica a mano juega un papel destacado en modelos económicos más complejos. Así ocurre en el asentamiento de Gorliz (Bizkaia), cuya cerámica “grosera” es mayoritaria entre los siglos VII y IX, pero su producción se desarrolla a través de patrones productivos especializados, ofrece un amplio repertorio formal estandarizado, series funcionales diversas, una amplia distribución regional y es producida por artesanos especializados. El modelo productivo de estas cerámicas “groseras” se parece mucho al de la “cerámica oxidante” y se puede englobar en un modelo productivo de talleres nucleares o talleres locales dispersos, diferente al de los sistemas de producción en ámbitos domésticos (AZKARATE y SOLAUN, 2016: 223).

La asunción de modelos productivos especializados vinculados con cerámicas modeladas a mano se puede encontrar también en las producciones de cocina tardorromanas de ámbito mediterráneo (Fig. 7). Estos objetos de aspecto tosco fueron relacionados originalmente a producciones locales, y solo los estudios arqueométricos de sus pastas (ver nota 2) los caracterizaron como elementos elaborados en talleres especializados a partir de materias primas seleccionadas. Gracias a los análisis arqueométricos estos productos fueron reconocidos, desde un punto de vista tecnológico, como de alta calidad con unas características físicas excepcionales para su exposición al fuego16 (CAU, 2007: 267), aunque estéticamente se encuentran más cercanos a las producciones del Bronce Final que a las cerámicas de servicio del siglo V y VI d.C. Actualmente se documentan como un elemento más del comercio mediterráneo de época tardorromana, junto con los productos que contenían las ánforas, los recipientes de sigillata u otro tipo de producciones finas y materiales de prestigio (vidrios, metales, etc.). Estas cerámicas evidencian que el proceso de regionalización y simplificación de los procesos productivos de la Alta Edad Media “es desigual, tanto desde un punto de vista cronológico como geográfico, y que los materiales locales y/o regionales coexistieron con fábricas que fueron objeto de comercio de larga distancia” (CAU, 2007: 250), participando en modelos de producción, distribución y consumo más complejos de los que utilizamos tradicionalmente.

Además, estos productos, que debían contar con cierto prestigio (CAU, 2007: 268) y desde el punto de vista tecnológico eran muy funcionales, causaron un impacto importante en los registros cerámicos de la costa mediterránea peninsular y, así, cuando las redes comerciales mediterráneas comenzaron a desvanecerse, estas cerámicas fueron copiadas en talleres locales para surtir los ajuares domésticos17 (REYNOLDS, 2007: 42-47; GUTIÉRREZ, 1996: 328-329; 2011a) (Fig. 8), lo que permitió que en ciertas áreas, como el sur y el sureste de la Península, se mantuviera una tradición productora recogida en determinadas formas de cocina, documentada solo en estas latitudes y desconocida en el resto de la península ibérica en época visigoda. Aunque podemos documentar producciones similares en otras áreas del occidente mediterráneo con su propia morfología y pastas, entre los siglos VII y X (GUTIÉRREZ, 2015: 76). (Figs. 9 y 10)

Fig. 7. Ejemplos de cerámica de cocina de los siglos V y VI d.C. (según MACIAS y CAU, 2012: 515-518).

Estas formas, reconocidas en la bibliografía como cazuelas y marmitas18, se asocian tradicionalmente al mundo doméstico de época visigoda del sur y sureste peninsular (Fig. 8), desde donde se integran en los ajuares emirales, evolucionando en formas propias ya en época islámica plena. Por su parte, en la zona del Magreb (Argelia y Marruecos) este tipo de cerámicas se detectan sin problemas en contextos de los siglos VII y VIII (AMORÓS y FILI, 2018) (Fig. 9), por lo que no podemos descartar un proceso de imitación similar al vivido en la costa mediterránea peninsular (CRESSIER, 2018: 510), y más si tenemos en cuenta que el sur y el sureste de la península ibérica, junto con la costa occidental del continente africano, forman un área cultural que trasciende del mundo islámico (GUTIÉRREZ, 2011a; 2015) (Fig. 9). La restructuración de las redes comerciales a finales del siglo IX permitió que estas cerámicas volviesen a formar parte del comercio marítimo, y así las encontramos en la carga de los barcos que comercian en el occidente mediterráneo en la primera mitad del siglo X entre el sureste de la península Ibérica y el sur de Francia (RICHARTÉ et alii, 2015). Su amplia comercialización y su consolidación en los ámbitos domésticos mediterráneos facilitó, también, su integración en los repertorios de Sicilia de los siglos X y XI (Fig. 10), mientras que en los conjuntos cerámicos del sureste peninsular se mantuvieron hasta la conquista cristiana (GUTIÉRREZ, 2015: 76).

La amplia distribución de estas formas en los espacios rurales visigodos del sureste y la facilidad con la que las detectamos en conjuntos cerámicos diacrónicos, nos han llevado a catalogarlas como una forma predominante en los conjuntos visigodos y emirales (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 586). Pero lo cierto es que, cuando se analizan en detalle estos conjuntos en ambientes urbanos (Fig. 11), son varias las formas cerámicas que destacan desde un punto de vista porcentual, y que las marmitas modeladas a mano conviven con ollas con perfil en “S” y cuerpos de tendencia esférica, realizadas tanto a torno como a torneta, herencia de otra tradición tardorromana muy extendida en toda la península ibérica (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 586). (Fig. 12)

Fig. 8. Ejemplos de formas de cocina a mano de época visigoda en el sureste. El Tolmo de Minateda (AMORÓS, 2018: 141-142), La Alcudia (GUTIÉRREZ, 1996: 345), Cartagena (MURCIA y GUILLERMO, 2003: 189).

Los indicadores definidos por el análisis de los contextos cerámicos altomedievales de El Tolmo de Minateda (AMORÓS, 2018), nos dan pie a reflexionar sobre determinados esquemas productivos en todo el periodo altomedieval del sureste peninsular. La documentación de El Tolmo detecta que entre la segunda mitad del siglo VI y principios del VII se reciben productos de áreas cercanas como Alicante y Murcia, pero también se constatan contactos con el mundo mediterráneo y el centro de la península. En sus registros abundan las ollas de cuerpo esférico o de tendencia esférica realizados a torno y, en menor medida, marmitas de los tipos 3.1 / M.2 tan características de las zonas alicantinas y murcianas (REYNOLDS, 1993; GUTIÉRREZ, 1996). El panorama productivo cambia en la segunda mitad del siglo VII, cuando varían elementos tan conservadores como las ollas (los recipientes más abundantes dentro del registro cerámico) y pasan a producirse con formas más ovoides e inflexiones más marcadas, alejándose de los patrones de olla en “S” y cuerpo esférico tan habituales en el periodo anterior. Además de en las ollas, en la segunda mitad del siglo VII se detectan amplias transformaciones (se amplía la producción de botellas de cuello estrecho, aparecen los jarros con perfil en “S”, tazas y vasos se unen a los cuencos como elementos de servicio, etc.), estableciendo un patrón productivo que se mantendrá hasta la segunda mitad del siglo VIII, cuando comienzan a documentarse nuevas formas vinculadas con el proceso de islamización de la sociedad, pero también se aprecia un aumento de la producción a mano/torneta. Los elementos de transformación detectados a finales del siglo VIII se consolidan a lo largo del siglo IX.

Desde el punto de vista del material cerámico, el siglo IX en El Tolmo de Minateda supone una completa transformación en los ajuares domésticos y se rompen los modelos productivos vigentes desde la segunda mitad del siglo VII. En los registros del siglo IX aumentan exponencialmente el número de formas documentadas, se detectan contactos con las zonas de Andalucía Oriental, Granada, Málaga, Murcia y el centro peninsular, y empiezan a llegar los productos vidriados de los talleres peninsulares que a final de siglo se han integrado con normalidad en los ajuares domésticos (AMORÓS y GUTIÉRREZ, ep.) (Fig. 13). El cambio tecnológico que se recoge en los conjuntos cerámicos del siglo IX de El Tolmo, nos indica dos elementos a destacar en la producción cerámica, por un parte la incorporación de un buen número de pastas diferentes y por otro el aumento de la cerámica a mano/torneta, que incrementa su presencia conforme avanza el siglo IX, pero no de forma uniforme, sino que en un mismo momento conviven espacios domésticos con contextos con una mayoría de cerámica modelada a mano, junto a otros donde el uso del torno es mayoritario y donde las marmitas siguen siendo minoritarias en los repertorios (AMORÓS, 2018: 371-373).

Dentro de un esquema tradicional, el aumento de la cerámica a mano/torneta que se documenta en la segunda mitad del siglo IX en El Tolmo (Fig. 1) podría relacionarse con una ruralización de la economía del asentamiento respecto a otras épocas, o ser entendida en un proceso de abandono paulatino del yacimiento que obligaría al autoabastecimiento de sus habitantes. Pero este tipo de interpretaciones chocan con otros datos aportados por diferentes indicadores económicos que conviven a finales del siglo IX, como una importante presencia de cerámica vidriada (Fig. 13) o un aumento en los registros monetarios (Fig. 14) que hablan de un desarrollo económico de la ciudad más que de un contexto de simplificación económica o abandono.

Fig. 9. Distribución de marmitas en el Mediterráneo occidental en los siglos VII y VIII (según GUTIÉRREZ, 2015: 79, Fig 10): Tudmir (ALBA y GUTIÉRREZ 2008: 587, Fig. 1), Magreb occidental: 1. Volubilis (AMORÓS y FILI, 2011: 30, Fig. 5), 2. Ceuta (GUTIÉRREZ, 2011a). Magreb central: Sétif: FENTRESS, 1991; Ifriquiya: BONIFAY, 2004: 310, Fig. 174.2.

Fig. 10. Distribución de marmitas en el Mediterráneo occidental en los siglos IX y X (según GUTIÉRREZ, 2015: 79, Fig 10.2): Tudmir y Almeria (ALBA y GUTIÉRREZ 2008: 587, Fig. 1); Agay y Batiguer (RICHARTÉ et alii, 2015); Ibiza (KIRCHNER, 2007: 425, Fig. 5); Sicilia y Monte Iato (Gutiérrez 2011a; 362, Fig. 2); Magreb occidental: 1. Volubilis (AMORÓS y FILI, 2011 : 33, Fig. 9), 2. Melilla (SALADO et alli, 2011 : 63-85, Fig. 5), 3. Nakūr (Acién et alli, 1999 : 45-69, lam. VII); Magreb central:1. Tahert; 2. Sétif; 3. Asĭr-ouest (DJELLID, 2011: 147-158). Ifriquiya: Althiburos (KALLALA et alii, 2017: 260, Fig. 5.11).

Fig. 11. Formas de cocina documentadas por fase estratigráfica en El Tolmo de Minateda. Fase 3: siglo VII y primera mitad del siglo VIII; Fase 4: segunda mitad del siglo VIII y principios del IX; Fase 5: siglo IX; Fase 6: principios del siglo X.

Fig. 12. Ejemplos de distribución geográfica de la olla-marmita (siglos VIII-IX) (en base a ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 587, Fig. 1).

Fig. 13. El Tolmo de Minateda: registros de cerámica vidriada en el Corte -60 en el siglo IX (Amorós y Gutiérrez, ep.).

Fig. 14. El Tolmo de Minateda: Registro de monedas por fases estratigráficas (AMORÓS y DOMÉNECH: 163, fig. 2.2).

Fig. 15. El Tolmo de Minateda: comparación espacial de indicadores económicos a finales del siglo IX.

Además, hay una serie de características de los conjuntos cerámicos que nos indican la convivencia de diferentes modos de producción y distribución. En todo el siglo IX, pero sobre todo en su segunda mitad, se documentan en El Tolmo una proliferación de formas nuevas tanto en las producciones a torno como a torneta/mano, en las que destaca la estandarización de ciertas formas del ajuar doméstico que nos lleva a encontrarlas en otros territorios peninsulares. Además, en el caso de El Tolmo podemos documentar la misma forma modelada con técnicas y pastas diferentes. Así, a finales del siglo IX contamos con ejemplos a torno y mano/torneta de cuencos del tipo 8.4.1, jarros de boca ancha Tolmo 7.8/T20.3 y Tolmo 2.1.3, jarros de tipo 7.6 y las ollas 1.1.1, 1.3, 1.4, 1.5, 1.6, 1.7. Este fenómeno nos permite encontrar la misma forma a torno y a mano/torneta, con pastas diversas y calidad variable. Todos estos elementos podrían estar indicando contactos comerciales con distintos centros de producción, donde se produzca la misma forma con diverso grado de especialización, pero también podrían señalar que ciertas formas puedan estar imitándose en los espacios domésticos. Otro elemento a tener en cuenta es que contamos con objetos modelados a mano/torneta con formas y decoración estandarizadas en todo el sureste o en la zona levantina, como el caso de las marmitas M4.1 y las llamadas “ollas valencianas” u “ollas levantinas”. Su documentación en amplias zonas debe estar relacionada con movimientos y contactos entre poblaciones, pero no podemos descartar que también lo esté con talleres y artesanos especializados, quienes distribuían sus productos en redes regionales amplias, aunque estos productos se realicen a mano/torneta.

CONSIDERACIONES FINALES

Las producciones modeladas a mano, que tradicionalmente se han asociado a producciones domésticas y sistemas simplificados a finales del siglo IX en la zona del sureste, se integran en modelos más especializados y complejos, junto con las cerámicas a torno, y participan de estrategias de producción conjunta en talleres de ámbito regional o de artesanos especializados itinerantes, pudiendo reproducir patrones como el detectado en Gorliz (Bizkaia) donde un mismo artesano especializado podía realizar la misma forma cerámica a torno o a mano dependiendo de la demanda (AZKARATE y SOLAUN, 2016: 223). En el sureste, estas cerámicas modeladas a mano también se pueden encontrar dentro de sistemas productivos altamente especializados, como los de Pechina o Murcia a finales del siglo IX y en el siglo X (CASTILLO y MARTÍNEZ, 1993; JIMÉNEZ y PÉREZ, 2018), y como elementos básicos del ajuar doméstico en asentamientos más cercanos a ámbitos rurales como el caso de Guardamar (AZUAR, 1989; 2004), donde se fosilizan los patrones productivos campo-ciudad en época islámica.

Los conjuntos del sureste señalan que a finales del siglo IX convivían los tres sistemas básicos de producción: 1. Los talleres especializados de Pechina y Murcia. 2. Las producciones domésticas documentadas en ambientes rurales y 3. Pequeños talleres especializados o nucleares documentados en los registros de El Tolmo de Minateda. En todos ellos la cerámica modelada a mano/torneta se documenta como un elemento asociado a cada uno de estos sistemas de producción, y nos refleja una complejidad socio-económica que excede de la interpretación tradicional de la cerámica a mano-torneta según la simplificación de los sistemas productivos, como demuestra la comparación de diferentes indicadores económicos desde una base espacial de El Tolmo de Minateda (Fig. 15).

La larga tradición que tienen ciertas formas a mano en los ajuares domésticos del sureste y en ciertas zonas del Norte de África, así como su facilidad para adaptarse a los diversos sistemas de producción y distribución entre los siglos VII y IX, debe enmarcarse como un referente cultural de la zona antes que un elemento de un sistema de producción simplificado. En consecuencia, el uso de la cerámica a mano para determinadas épocas y formas concretas debe ser analizado más allá de la implicación puramente económica, interpretación que generalmente se le otorga, y ser entendido también como un codificador social, que no tiene por qué vincularse directamente, y como explicación única, a estructuras productivas domésticas supuestamente simplificadas, en contextos de reducción de recursos y mercados. Conviene dejar abiertas todas las posibilidades y analizar los casos por separado, intentando integrar los datos en una visión general, donde se pueda analizar si el factor económico es el que determina un sistema de producción o si juega algún papel el elemento cultural (AMORÓS, 2018: 317).

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*. Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación PROMETEO/2019/035, LIMOS. LItoral y MOntanaS en transición: arqueología del cambio social en las comarcas meridionales de la Comunidad Valenciana y “Cerámica y Alimentos: Paleoeconomía de la Alta Edad Media en el sureste peninsular’ APOSD/2020/2016 financiados ambos por la Generalitat Valenciana.

. INAPH Universidad de Alicante, Carretera San Vicente del Raspeig s/n - 03690 San Vicente del Raspeig – Alicante (Spain), email: victoria.amoros@ua.es.

1. La tradición de estudio anglosajona es la que ha dirigido la forma de catalogar la cerámica de esta época. Los trabajos de J. W. HAYES (1972; 1976; 1980; 1998) para las sigillatas de origen africano, y los de SIMON KEAY (1984) para las ánforas tardías, siguen siendo referencia indiscutible en los estudios de estas cerámicas. Las posteriores revisiones de parte de estas producciones han mantenido la metodología de trabajo (BONIFAY, 2004).

2. Esta forma de estudiar la cerámica, estrechamente vinculada con las producciones tardías de cerámica de cocina conocidas en la bibliografía como Late Roman Coarse Ware (LRCW) y también dirigida desde la historiografía británica, tiene su mayor referente en los trabajos de FULFORD y PEACOCK (1984) sobre los materiales de las excavaciones británicas en Cartago. Los resultados petrográficos y tipológicos obtenidos marcaron la línea a seguir en posteriores investigaciones, como se aprecia en los trabajos sobre pastas y producciones en el sureste de la península ibérica de Paul REYNOLDS (1985, 1993 y 1995) o SONIA GUTIÉRREZ (1988, 1996), así como los estudios realizados en las Islas Baleares y el nordeste peninsular para este tipo de producciones tardías (BUXEDA et alii, 2005; CAU, 2003; 2007; MACIAS y CAU, 2012). También se ha aplicado esta metodología para época medieval, de manera que se han podido describir grupos formales, redes de distribución y centros de producción en el País Vasco entre los siglos VIII y XIII (SOLAUN, 2005). En la actualidad es una de las líneas de investigación más activa en el ámbito de la cerámica tardía, no ssolo para las cerámicas de cocina, sino también para las comunes, las producciones de mesa y las ánforas, siendo este enfoque el origen de los prestigiosos congresos Late Roman Coarse Wares (LRCW) y Late Roman Fine Wares (LRFW).

3. Una cuestión general de las sistematizaciones de época medieval islámica puede verse en SALVATIERRA y CASTILLO, 1999. En referencia a los estudios clásicos de cerámica islámica ver André Bazzana (1979; 1980) y GUILLERMO ROSELLÓ (1978; 1983; 1991). Este último trabajo marca un punto de inflexión en los estudios dedicados a la cerámica de época medieval islámica. En su obra, Roselló compara las fuentes árabes con el español y el catalán para proporcionar la terminología final de su tipología, que sigue vigente en la actualidad. Esta idea fue seguida por otros autores, como es el caso de Jaume Coll (COLL et alii,1988), creando una polémica en cuanto a terminologías, fuentes, sistematizaciones y tipologías en la que se involucraron autores como Manuel ACIÉN (1994). En los últimos años Abdallah FILI (2012) ha hecho una revisión de las fuentes árabes, la historiografía de habla española y francesa, incorporando también la terminología y las fuentes bereberes.

4. Para una revisión de la historiografía del temprano al-Andalus ver Gutiérrez, 2012.

5. Para la zona noroeste de la península ibérica ver Vigil-Escalera y Quirós 2016; una revisión de los conjuntos cerámicos en diversos puntos de la península en MARTÍN VISO et alii, 2018; un análisis comparativo sobre la producción, consumo y distribución cerámica en GRASSI y VIGIL-ESCALERA, 2017.

6. Ver nota 2. Esenciales al respecto son los trabajos de CAU 2003; 2007 y MACÍAS y CAU 2012; Una puesta al día de los estudios de arqueometría en la arqueología medieval peninsular en GRASSI y QUIRÓS 2018.

7. “Por lo que respecta a las series de producciones cerámicas mejor conocidas, la clase de cerámicas a torno lento definida como TL1 se considera como un referente cronológico de cierta precisión para un periodo comprendido entre finales del siglo V y casi todo el siglo VI. La situación del siglo VII e inicios del siglo VIII presenta un predominio absoluto de las cerámicas a torno lento de la clase TL2 y un declive absoluto de las cerámicas comunes facturadas a torno rápido. El panorama de finales del siglo VIII y el siglo IX d.C. conoce una reintroducción de cerámicas comunes elaboradas a torno ya con formatos y características propias del ámbito cultural islámico” (VIGIL-ESCALERA, 2003: 385).

8. “Igual sucede en aldeas altomedievales de la Cuenca del Duero, donde las producciones cerámicas de este período son también mayoritariamente a torno (LARREN et alii, 2003). Así, en los yacimientos de Canto Blanco (Calzada del Coto/Sahagún, León), Ladera de los Prados (Aguasal, Valladolid), Navamboal (Íscar, Valladolid) y La Mata del Palomar (Nieva, Segovia), se constatan conjuntos cerámicos realizados a torno, con una proporción muy baja de torneta, no superior al 2%, fechables en época visigoda avanzada (Strato, 2013a: 75-76; 2013b: 93-94; 2013c: 130-132 y 2013d: 148- 154). Esta tendencia a la elaboración a torno de las producciones de cerámica común tardoantiguas y altomedievales se detecta también en la zona de la actual provincia de Salamanca (DAHÍ, 2012; RIÑO y DAHÍ, 2012 y ARIÑO et alii., 2015)” (GARCÍA ENTERO et alii, 2017a: 156).

9. “El escenario de buena parte de los siglos VI y VII se corresponde con el predominio hegemónico de la cerámica común realizada a torno lento (cantábrico oriental) o bien a torno lento y rápido (meseta). A partir del siglo VIII se produce una profunda transformación de los sistemas productivos y en los mecanismos de distribución de varias regiones del norte peninsular” (VIGIL-ESCALERA y QUIRÓS, 2016: 33).

10. “As might have been expected, relatively few dramatic changes in ceramic manufacture, design and use accompanied Islamisation. The changes that have been identified represent the gradual development of the late Sasanian assemblage, rather than a completely new set of pottery classes and types such as occurred in the early 9th century. Perhaps the most significant change is the increase in South Asian pottery in the early Islamic period. This needs to be confirmed by studies from other sites as it may be a phenomenon unique to Kush, but it might be indicative of hitherto unexpected changes in the pattern of maritime trade and contact that occurred at around this time”. (KENNET, 2004: 108)

11. El peso de las poblaciones bereberes en el desarrollo de la sociedad de Al-Andalus ha generado intensos debates en la bibliografía hispana. Para un resumen de la cuestión ver GUTIÉRREZ, 2000.

12. Ver resumen del debate en GUTIÉRREZ, 2018.

13. “No existe este tipo de decoración en Volubilis, ni en los repertorios cerámicos del siglo VIII de la “maison au compas” (ATKI, 2011), ni en los contextos de los siglos VIII y IX de la zona de los baños, ni de las casas junto a la muralla bizantina (AMORÓS y FILI, 2011; AMORÓS y FILI, 2018); en Nakur la cerámica pintada es prácticamente inexistente (ACIÉN et alii, 1999: 50; ACIÉN et alii, 2003: 626 y 631) al igual que en Rirha (COLL et alii, 2012: 262); tampoco parece que se dé en Melilla (SALADO et alii, 2011), ni en los niveles más antiguos de Sijilmasa (MESSIER y FILI, 2011). Sí se documenta en al-Basra, ciudad erigida en el siglo IX, donde supone el 11% de las producciones claras (buff-firing wares) para toda la secuencia del yacimiento (BENCO, 2011: 53), pero en la fase más antigua es escasa (BENCO, 1987: 131) y normalmente se asocia a la forma de jarros de boca ancha (BENCO, 1987: 67). Mientras que en los niveles del siglo IX bajo la Mezquita al-Qarawiyyin de Fez no llegan al 1% de la cerámica decorada y no se documentan en contextos posteriores (EL BALJANI et alii, 2018: 424-425, fig. 20.21). En Argelia los datos no son claros, pero podría haber algunos elementos pintados en Setif en niveles de los siglos IX y X (DJELLID, 2011: 155)”. (AMORÓS, 2018: 356-357).

14. En Melilla, para contextos del siglo IX, se tienen porcentajes del 44,93% de la cerámica a mano frente al 55,07 a torno (SALADO et alii, 2011: 66); Nakūr entre materiales de los siglos IX y X el 30% de cerámica a mano y 70% de cerámica a torno (ACIÉN et alii, 1999: 48 y 58). En Al-Basra, siglos IX y X, se dan unos porcentajes del 5,4% de cerámica a mano, un 2% de vidriada, y un 92,6% de cerámica a torno (BENCO, 1987). Volubilis: En los contextos de los siglos VIII y IX se mantienen los mismos porcentajes, de entre el 22%-24% de cerámica a mano y el 76%-78% de cerámica a torno (AMORÓS y FILI, 2011; 2018).

15. Los modelos definidos por D.S. PEACOCK (1982: 17-30) se pueden resumir: 1. Producciones industriales asociadas a talleres especializados, con unas características técnicas específicas (calidad de producto terminado, estandarización de las formas, variedad tipológica etc.) que pueden encontrarse fuera de un área local y que son importadas por redes comerciales amplias. 2. Producciones a mano de reducido repertorio formal asociados al modelo reconocidos como household industry, una producción doméstica que por paralelos etnográficos se asocia a una labor femenina de carácter complementario y estacional, que no requiere un espacio específico ni un instrumental complejo, ya que los útiles que requiere son pocos: un torno lento y un horno abierto para cocer. 3. Talleres individuales o nucleados donde se incorporan técnicas de producción más complejas, que responderían a una demanda más especializada y a un nivel tecnológico más alto.

16. “La presencia abundante de partículas no plásticas de granulometría gruesa en muchas de las materias primas utilizadas en estas cerámicas obligan a modelados manuales o a torneta lo que provoca un aspecto más bien «tosco», pero alejado de significar un atraso tecnológico como ha sido interpretado en tantas ocasiones. (…) El factor tecnológico debió ser, sin duda, uno de los factores que condicionaron la exportación de aquellas fábricas con excelentes características físicas de resistencia al choque térmico y refractariedad”. (CAU, 2007: 267-268)

17. “En clara tendencia opuesta al comercio de amplias importaciones que se registra en Alicante en el siglo VI, la Tarragona visigoda, así como Barcelona y en cierto modo Valencia, se lanzaron a la producción de formas de cocina propias y de imitación de formas tunecinas, egeas y de Cerdeña/Lípari (LRCW ), y al comercio entre ellos de las mismas. Son formas hechas a mano y a torno” (REYNOLDS, 2007: 42); “(…) En el Valle del Vinalopó, durante la ocupación visigoda del siglo VII, son típicas las cazuelas profundas con bases redondeadas (Fig. 26 a-b). Éstas sustituyeron a los productos similares de Cartago, Cerdeña/Lípari y Calabria (LRCW U-III), un fenómeno que ocurrió ya antes en el noroeste peninsular, desde Valencia hasta Barcelona. (…) Otra forma típica -la olla con base plana y cuello exvasado, sin asas- tiene un origen pre-visigótico en la Meseta central, aunque podemos observar que esta forma es también típica del repertorio eslavo de Albania ya en el siglo VI. La misma forma, igualmente hecha a mano, se encuentra en contextos del Vallés, al interior de Cataluña, a finales del siglo VI y en el siglo VII. (…) En el Vallés y en Alicante, las marmitas globulares con dos asas de tipo egeo y palestino no se imitaron, pero sí en Tarragona y Barcelona”. (REYNOLDS, 2007: 47);

18. Marmita: “Recipiente cerámico realizado con pastas que son aptas para poder ser expuestas directamente al fuego, diseñadas para la cocción de guisos con abundante líquido y fuego vivo, de base plana o convexa, cuerpo cilíndrico o troncocónico, de borde plano o reentrante, realizadas siempre a mano o torneta (ALBA y GUTIÉRREZ, 2008: 599), de paredes altas y boca amplia. En determinados casos puede emplearse para labores auxiliares e industriales. En algunas referencias bibliográficas las marmitas se describen como cazuelas a mano de paredes altas. En rigor, y de acuerdo con la definición genérica, olla y marmita son dos recipientes culinarios con la misma función cuya diferencia estriba únicamente en la forma, globular en el primer caso y de tendencia cilíndrica en el segundo (GUTIÉRREZ, 1996: 139)”. (AMORÓS, 2018: 55)