Arqueología y Territorio Medieval 28, 2021. e6272. I.S.S.N.: 1134-3184 DOI: 10.17561/aytm.v28.6272

El castillo de Tébar y su torre (Sierra De Almenara, Águilas, Murcia): aspectos arqueológicos Y arquitectónicos

The castle of Tébar and its tower (Sierra de Almenara, Águilas, Murcia): archaeological and architectural observations

Íñigo Almela Legorburu1

Lucía Martínez Bernal2

Recibido: 6/04/2021
Aprobado: 27/04/2021
Publicado: 26/05/2021

RESUMEN:

El castillo de Tébar se encuentra en un cruce de caminos entre las localidades de Águilas, Lorca y Mazarrón, dominando un territorio que en época medieval estuvo poblado por comunidades rurales. De tal modo, entre los siglos XII y XIII pudo constituir un ḥiṣn dependiente de la ciudad de Lorca y estuvo dotado de un castillo que siguió en uso durante el periodo castellano. Actualmente son varias las estructuras que se conservan en el recinto fortificado, aunque destacan especialmente los vestigios de una torre. El presente trabajo ha tratado de llevar a cabo una documentación y análisis de los restos, que han permitido reconocer una obra de gran valor arquitectónico y su evolución.

Palabras clave: al-Andalus, ḥiṣn, medieval, tapia, bóveda, fortificación

ABSTRACT:

The castle of Tébar is located at a crossroad between the towns of Águilas, Lorca and Mazarrón, dominating a territory that was populated by rural communities during medieval times. Thus, between the 12th and 13th centuries a ḥiṣn under the authority of Lorca could have existed at this place, which featured a castle that continued to be in use during the Castilian period. Currently, there are several structures that are preserved within the fortified enclosure, although the remains of a tower stand out. The present work deals with the survey and analysis of the remains, which have allowed us to recognize a work of great architectural value and its evolution.

Keywords: al-Andalus, ḥiṣn, Medieval, rammed earth, vault, fortification

El castillo de Tébar es un caso que ha pasado bastante desapercibido, careciendo todavía de un estudio exclusivamente dedicado a él3. Todos los esfuerzos por dar a conocer sus restos se deben a trabajos generales sobre fortificaciones y castillos de la Región de Murcia que le destinan un breve apartado descriptivo con algunos datos históricos (ALONSO NAVARRO, 1990; MARTÍNEZ, MUNUERA, 2009). En los años 90 tuvo lugar una intervención arqueológica próxima al castillo motivada por el posible impacto que iba a acarrear la remodelación de la carretera Lorca-Águilas. Tras ello, la arqueóloga responsable trató de reunir todas las referencias historiográficas y arqueológicas conocidas hasta el momento, incorporando los resultados de su prospección y de las catas realizadas en la ladera occidental del cerro, lo que sirvió para aportar algunos datos y el reconocimiento de un posible ḥiṣn con presencia de poblamiento cercano (RUIZ PARRA, 1997). En 2011 se publicó un artículo en el que se hacía un repaso de todas las fortificaciones de la sierra de Almenara, entre las que se hallaba el castillo de Tébar, si bien se trataba de un análisis superficial que se limitó a recoger los aspectos más representativos (RAMÍREZ ROLDÁN, 2011: 120-123).

Además de todo ello, cabe mencionar que, hasta el momento, no se había realizado un plano del castillo, por lo que era imposible conocer su morfología y características arquitectónicas, constructivas y arqueológicas. El presente trabajo ha pretendido paliar esta carencia y llevar a cabo un levantamiento planimétrico del castillo y su entorno, con especial detenimiento en la torre central, así como un análisis estratigráfico y tipológico de las estructuras. A pesar de que el estado del castillo está en un nivel muy avanzado de deterioro, y que la falta de una excavación arqueológica impide conocer el arranque de las estructuras, resultaba necesario acometer esta labor de documentación y análisis dado el valor de los restos visibles y la continua desaparición de información, tanto por el proceso natural de erosión, como por cualquier intervención restauradora que pueda acaecer en el futuro.

Asimismo, esta última condición de estructura que no ha sido intervenida ofrece un interés añadido. A lo largo de las últimas décadas son numerosos los castillos de la región de Murcia que han sido restaurados, en ocasiones favoreciendo su consolidación, pero dichas restauraciones también han supuesto una gran pérdida de información arqueológica debido a una deficiente documentación previa y a la alteración de unidades estratigráficas.

1. UBICACIÓN Y CONTEXTO NATURAL

En cuanto a la geología de este enclave, según la carta arqueológica de la Región de Murcia, nos encontramos en un cerro del complejo alpujárride con calizas y dolomías grises en la ladera SE y con filitas, cuarcitas y areniscas en la ladera NW, mientras que la parte alta del cerro está constituida por una meseta de calizas y dolomías.

Tébar se encuentra en plena sierra de Almenara, en una zona de montes más bajos en la que confluyen varias ramblas que derraman hacia el sur (Fig. 1). Estos torrentes de aguas estacionales se van uniendo progresivamente y conformando una gran rambla, denominada primero rambla del Charcón y después rambla de Minglano, que termina por desembocar en el mar junto a la ciudad de Águilas. En el entorno de Tébar, los meandros de las ramblas han generado ligeras planicies que aumentan su superficie a medida que se desciende hacia el sur.

Fig. 1. Plano topográfico y geográfico de situación.

El castillo se halla concretamente en el punto más elevado (486 m.s.n.m.) y enriscado en un cerro de forma alargada que se extiende en sentido SW-NE. Este cerro está aislado del resto del sistema montañoso, lo que le confiere unas condiciones muy favorables de dominio sobre el territorio y sobre los pasos que por aquí transcurren. La elevación está bordeada al sureste por una suave loma que a su vez es delimitada por la rambla de Chuecos, y cerca del extremo más meridional del cerro esta rambla se incorpora a la rambla del Arriero. Al noroeste queda bordeada por una ligera depresión y al suroeste por el cauce de la rambla del Charcón.

La nueva carretera Lorca-Águilas y la creación de grandes fincas de cultivo extensivo en la zona han supuesto una transformación bastante radical de la orografía y del paisaje. No obstante, las ortofotos de los vuelos aéreos de 1945 y 1956 nos permiten aproximarnos a lo que era el paisaje tradicional anterior, articulado por los cauces de las ramblas y pequeños sectores de cultivos que aprovechaban el agua de escorrentía. Estos cultivos se extendían principalmente entre algunos meandros y los pies de los cerros, abasteciéndose de boqueras y derivaciones desde las ramblas cuya agua se almacenaba en albercas. A su vez, se producía otro tipo de cultivos en las depresiones formadas por los cerros por medio de bancales que descienden en el mismo sentido que los barrancos y aprovechaban las aguas de lluvia. Esta orografía permite además una circulación relativamente cómoda por algunas cuencas y depresiones, haciendo de Tébar un punto en el que confluyen varios caminos que conectan Mazarrón, Águilas y el campo de Lorca.

En lo que respecta a la hidrología, cabe mencionar también la presencia de un aporte suplementario de agua, un nacimiento que emana en las proximidades del cerro del castillo y al pie del monte Nacimiento (Casa del Nacimiento), justo al otro lado de la rambla de Chuecos. Esta fuente debía de ser considerable, ya que fue canalizada en el siglo XVIII, en tiempos de Carlos III, para abastecer a la ciudad de Águilas. Para ello se construyó un acueducto cuyo destino final era la Plaza del Caño.

2. POBLAMIENTO Y ARTICULACIÓN DEL TERRITORIO

Tradicionalmente se ha otorgado a esta fortaleza, junto a las demás que se reparten por la sierra de Almenara, un carácter puramente defensivo y militar para el control del entorno de Lorca y sus caminos (GARCÍA ANTÓN, 1986: 398; PALACIOS MORALES, 1982: 143; ALONSO NAVARRO, 1990: 65-68; MARTÍNEZ, MUNUERA, 2009: 128-129). Sin embargo, algunos factores inducen a pensar más bien que se trata de una fortaleza a la que estaba asociada un poblamiento o conjunto de alquerías. Entre las razones que justificarían esta idea se encuentra la existencia de un posible albacar en la ladera meridional del cerro del castillo, la presencia de poblamiento medieval en el entorno cercano, la disponibilidad de recursos hidráulicos y la posibilidad de crear zonas de explotación agrícola y ganadera.

De tal modo, el caso de Tébar podría corresponder al modelo de poblamiento ampliamente reconocido a lo largo de la geografía andalusí, y que orbitaría en torno a una fortaleza (ḥiṣn, pl. ḥuṣūn) desde la que se controlaban las alquerías del territorio circundante. Por lo general, el castillo suele estar compuesto por dos recintos. Por un lado, uno superior, o celoquia, que tenía carácter castrense y servía para alojar la representación del estado y, por otro lado, el albacar, que permanecía libre de construcciones con el fin de refugiar en momentos de conflicto a la población asentada a sus pies o en las alquerías dependientes (BAZZANA, CRESSIER, GUICHARD, 1988). En ocasiones, este albacar incluso podía llegar a ser ocupado de manera constante. Es por ello que los agentes interesados en la creación de estas fortalezas son de manera simultánea el estado y las comunidades rurales. No obstante, la conformación de los ḥuṣūn es muy relativa de un caso a otro y de un momento a otro, ya que experimentan su propia evolución y dependen de otros factores como los cambios sociopolíticos o las condiciones físicas del enclave. En este sentido, como ya apuntó J.A. Eiroa, el corto desarrollo de la arqueología en torno a estos asentamientos rurales hace que, a día de hoy, estemos todavía muy lejos de conocer su heterogeneidad tipológica, variedad cronológica y evolución (EIROA RODRÍGUEZ, 2015: 87).

En época andalusí el litoral murciano estaba poblado por alquerías que explotaban los recursos que ofrecía el territorio (minería, agricultura, salinas y ganadería). Pero este paisaje rural experimentó un progresivo abandono durante la época castellana debido a la crisis demográfica que dejó la emigración mudéjar y la posterior dificultad de repoblación, sumado a la inseguridad que generaron en adelante las nuevas fronteras del Reino de Murcia (TORRES FONTES, 1990: 182-183 y 236-237). Prueba de ello son los yacimientos identificados en el Campo de Cartagena y cuya cronología varía entre los siglos IX y XIII (POCKLINGTON, 1986; GUILLERMO MARTÍNEZ, 1999; JIMÉNEZ CASTILLO, 2013: 298-304; MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, 2014).

En lo que respecta a las fuentes escritas, se presenta un panorama bastante exiguo. Los principales asentamientos que nos transmiten para el extremo suroeste del litoral murciano son Ḥiṣn Āqila, actual Águilas, y Šuŷānna/Šuŷanna, Paraje de Susaña en el Puerto de Mazarrón (AL-IDRĪSĪ, 1864-1866: 194 y 236; AL-QARṬĀŶANNĪ, 1953: 57), cuyos restos arqueológicos son casi inexistentes o desconocidos, salvo algunos testimonios de cerámica y enterramientos en Águilas (HERNÁNDEZ GARCÍA, 1997: 436; HERNÁNDEZ GARCÍA, 2006: 162). De este modo, las fortificaciones de la sierra de Almenara constituirían pequeños ḥuṣūn en segunda línea del litoral y en un punto medio con respecto a Lorca y el valle del Guadalentín.

El entorno del castillo de Tébar estuvo posiblemente habitado desde antes del siglo XII como reflejan la carta arqueológica de la Región de Murcia y las excavaciones realizadas a propósito de las obras de la carretera Lorca-Águilas. Las prospecciones e intervenciones superficiales documentaron la presencia de dos áreas arqueológicas a los pies del cerro del castillo que fueron denominadas Cortijo de Tébar y Monte Nacimiento (RUIZ PARRA, 1997; LOMBA, HERNÁNDEZ, 1998; HERNÁNDEZ, PUJANTE, 2003). En el primero, se documentó la presencia de estructuras y cerámicas anteriores al siglo XII, mientras que, en el segundo, situado en la ladera media del Cabezo del Nacimiento, se hallaron varias zonas (I, II, III, IV y V) con enterramientos, estructuras y cerámica que abarcan un marco cronológico entre los siglos XII y XIII (Fig. 1).

La proximidad de fortificaciones en la misma sierra de Almenara (Tébar, Chuecos, Felí, Aguaderas, Amir, Ugéjar, Calentín) recuerda el panorama estudiado en la vecina provincia de Alicante, donde se halla una importante concentración de castillos con reducida distancia entre ellos. En el siglo XII, durante los periodos almorávide y almohade, se produjo en el Šarq al-Andalus una colonización de puntos periféricos y de peor condición topográfica en zonas más marginales y montañosas, dando lugar a la multiplicación de los ḥuṣūn, como es el caso de Castillo del Río en Aspe, Planes, Polop, Elda o Serrella (AZUAR RUIZ, 1992, 2010). Este fenómeno fue explicado por Azuar como un posible impacto de la expansión cristiana y la consecuente migración de andalusíes hacia el sur, así como también por una posible llegada de componentes del Magreb.

No obstante, Azuar señala que hay que diferenciar los ḥuṣūn levantados por el Estado almohade, de los poblados fortificados que acogían a comunidades campesinas. Los primeros responden a la política fortificadora del califa almohade Abū Yūsuf Ya‘qūb al-Manṣūr (1184-1199) tras la batalla de Alarcos (IBN ABĪ ZAR‘, 1964: 448) y consisten en fortificaciones militares de sólida construcción que suele además emplear la decoración de falso aparejo de sillería (AZUAR et álii 1996; AZUAR RUIZ, 2004, 2005), siendo un ejemplo el castillo de Villena. Por su parte, los segundos representan un poblamiento y colonización de zonas rurales, consistiendo en asentamientos de nueva planta, enriscados, amurallados y con acceso en recodo. Suelen contar con una zona de almacenamiento más protegida y por dentro están colmatados de viviendas. En la Región de Murcia se podrían relacionar con este modelo los casos de Yecla (RUIZ MOLINA, 2000 y 2009), Calasparra (POZO MARTÍNEZ, 1989), Puentes (PUJANTE MARTÍNEZ, 2002), y quizás Siyāsa (NAVARRO, JIMÉNEZ, 2007), así como en la vecina provincia de Granada sería el caso de los Guájares (GARCÍA PORRAS, 2009). De cualquier modo, el estado de turno tenía que mostrar un interés ante estas creaciones, ya que el territorio andalusí se articulaba en torno a varios fundamentos como la fiscalización, la vida religiosa y la defensa.

Ahora bien, como todo registro material, estas fortificaciones o asentamientos no pueden considerarse de base elementos inmutables y están sujetos a procesos de cambio sociopolítico o avatares históricos que propiciaron su transformación. De este modo, acumulan diferentes intervenciones, reubicaciones o incluso abandono, en función de su mayor o menor existencia. De hecho, a mediados del siglo XIII algunos castillos experimentaron una remodelación considerable fruto de la implantación de un concepto nuevo propio de la sociedad feudal cristiana y ajeno al mundo andalusí (RAMÍREZ ÁGUILA, 2015: 22-23). Ejemplo de ello son las adaptaciones de Alfonso X y la orden de Santiago, que afectaron a los recintos castrenses y tuvieron como su máxima expresión la erección de torres señoriales.

Atendiendo a estas hipótesis de partida que se vienen trabajando para el Šarq al-Andalus desde hace años, es preciso reflexionar sobre cuál sería el carácter de Tébar. El castillo no se conoce en condiciones ni ha sido excavado, por lo que ignoramos si estuvo ocupado por viviendas o se trataba meramente de un recinto castrense. No obstante, se trata de una fortificación de difícil acceso y con una superficie amurallada no muy extensa a la que se le adosa un albacar; mientras que, a los pies del cerro, junto al nacimiento de agua, existe un hábitat que se extendió como mínimo a lo largo los siglos XII y XIII.

En cuanto a las fuentes árabes, no presentan ningún dato relevante que se pueda relacionar directamente con la fortificación de Tébar o su enclave, al menos en las principales fuentes de carácter geográfico e historiográfico que hemos podido consultar y que suelen aportar siempre información para al-Andalus desde el siglo X hasta el XIII. José García Antón (1980) relacionó Tébar con la alquería de Tārā o Tāzā recogida por al-‘Uḏrī y al-Ḥimyarī. El segundo de ellos menciona una alquería denominada Tārā que se encontraba en el término de Lorca y donde se hallaba un nacimiento de agua (‘ayn) que era conducido por medio de un qanāt horadado en la roca (AL-ḤIMYARĪ, 1975: 513). No obstante, resulta una descripción demasiado ambigua como para poder relacionar ambos topónimos. En cuanto al topónimo, Llamazares identificó en el Cantar de Mío Cid otro Tévar ubicado en Teruel y atribuyó al caso murciano un origen ibero-vasco tibarr entendido como “el valle” o “la rivera” (LLAMAZARES, 1988-1989: 139-142). Por su parte, García Antón propuso como posible étimo la palabra árabe tibr que significaría arenas auríferas (GARCÍA ANTÓN, 1992).

A pesar de la ausencia de datos documentales, es importante prestar atención a los datos que ofrece su ubicación en medio de la sierra de Almenara y a medio camino entre Lorca y Águilas. De hecho, el castillo de Tébar se encuentra en el camino que históricamente ha conectado ambas localidades y cuya relación destacaron ya las fuentes árabes. Según al-Idrīsī, Ḥiṣn Āqila (Águilas) era el puerto (furḍa) de Lorca, es decir, la apertura al mar de Madīnat Lūrqa, la ciudad más desarrollada de esta región después de Murcia (AL-IDRĪSĪ, 1864-1866: 194 y 236). Es por ello que el camino que las enlazaba y que discurría por la sierra debía de generar cierto trasiego entre ambos enclaves, y hacía que los asentamientos como Tébar estuviesen bien integrados en esta red de circulación (Fig. 2).

Fig. 2. Vista de la torre hacia el oeste dominando la ruta Lorca-Águilas. En su frente se hallan el vano original de la fase I y el matacán.

Habrá que avanzar hasta después de la conquista cristiana para poder identificar referencias más evidentes sobre Tébar. En la edición del Repartimiento de Lorca realizada por Torres Fontes se incluyeron algunos de los “Miraculos” recogidos por Pedro Marín que proporcionan noticias para un periodo inmediato (TORRES FONTES, 1994: 61). En el año 1285 se describe la huida de cautivos cristianos desde Vera, en territorio nazarí, y su llegada a los castillos de Tébar y Chuecos, que pertenecían al rey de Castilla y donde había guarniciones permanentes.

Su papel dentro de la franja fronteriza, próxima a la costa, debía de ser relevante ya que unos años después fue objeto de ocupación por parte de la Corona de Aragón. En el siglo XVI, el historiador Jerónimo Zurita mencionó los castillos de Tébar y Chuecos en el libro V de los Anales de la Corona de Aragón a propósito de la campaña de Lorca del rey aragonés durante la minoría de edad de Fernando IV (1295-1312): “Ríndense el alcázar y torres de Lorca: Aplazáronse de la misma manera los castillos de Tébar y de Chotos (Chuecos); y desto hicieron pleito homenaje al rey el alcalde y hombres buenos del concejo de Lorca y los alcaides del alcázar y torres un domingo a 18 del mes de deciembre que fue el primer día del plazo.” (ZURITA, 2003; ESTAL, 1985: 164-166).

Por su parte, Serafín Alonso recalcó el carácter de la fortaleza de Tébar y su vecina Chuecos como parte del dominio lorquino durante todo el periodo castellano dada su presencia constante en las disposiciones reales de Fernando III, Alfonso X y Fernando IV e incluso hasta la época de los Reyes Católicos (ALONSO NAVARRO, 1990: 67). Por otro lado, en 1741 el padre Morote indicó que en época medieval existían dos poblaciones denominadas Tébar la Grande y Tébar la Chica, aunque por el momento se desconoce su respectiva ubicación (PALACIOS MORALES, 1982).

3. EL CASTILLO DE TÉBAR

Esta fortificación se encuentra asentada en lo alto de un macizo rocoso y consta de por lo menos dos recintos que se pueden identificar visualmente. El superior se extiende por una superficie ligeramente amesetada y de forma triangular, mientras que el inferior se adosa por la ladera meridional y cuenta con un relieve en pendiente (Fig. 3). Hasta el momento, todos los trabajos sobre castillos de la Región de Murcia que han considerado el caso de Tébar han reconocido que estaba formado por dos recintos amurallados, estando su protección asegurada por el corte rocoso en los frentes este y sur (ALONSO NAVARRO, 1990: 65-68; MARTÍNEZ, MUNUERA, 2009: 128-129). Asimismo, en la vertiente septentrional del cerro discurre un muro que rodea la ladera y se extiende por más de 950 m hacia el suroeste, hasta llegar a una zona rocosa próxima a la carretera, consistiendo en un muro de tapia terrosa de 0,50 m de espesor sobre zócalo de mampostería. En muchos tramos el trayecto de este muro se pierde o solo queda parte del cimiento. Esta estructura fue documentada y parcialmente analizada a propósito del estudio previo a las obras de la carretera Lorca-Águilas, cuyos resultados sugirieron que no se trataba de una estructura de gran envergadura ni defensiva, sino que más bien podría tener un uso de cerca o aprisco (RUIZ PARRA, 1997: 518 y 522). Otros dos muros de menores dimensiones, pero misma tipología, se han podido documentar en esta misma ladera a medio camino entre el anterior muro y el castillo.

Fig. 3. Planta general del castillo de Tébar.

Como suele ser frecuente en los castillos andalusíes, la secuencia de acceso hasta el castillo ingresaría primero en el recinto inferior o albacar y después pasaría a ingresar al recinto superior por otra puerta que, considerando la topografía, podría situarse en la suave ladera occidental. Además, en este punto se halla un conjunto de estructuras y un corte en la roca que obligaría a realizar un recorrido en codo. Otra opción a comprobar es que el acceso a la celoquia se situase en el lienzo sur cerca de la torre oriental, donde se han documentado varios cimientos. No obstante, el perímetro completo de ambos recintos todavía no se conoce bien al estar parcialmente enterrado por depósitos y derrumbes.

En el albacar no se reconocen estructuras, lo que sigue la lógica más frecuente de espacio libre para poder reunirse la población de los alrededores en momentos de conflicto. En él suele haber por lo menos algún aljibe, aunque por el momento se desconoce en el caso de Tébar. Por el contrario, el recinto superior cuenta con numerosas estructuras, algunas de difícil identificación por estar muy arruinadas, aunque otras más evidentes como aljibes y torres. La torre central es el elemento mejor conservado de todo el castillo y se sitúa en la mitad occidental del recinto, aunque dispuesta de manera aislada con respecto al perímetro amurallado.

El problema de no contar con una intervención arqueológica complica enormemente el estudio del conjunto arqueológico, ya que no se puede establecer una relación entre las diferentes estructuras conservadas o entre los tramos fragmentados de muralla. De tal modo, solo se puede atender a la secuencia de cada conjunto de estructuras y la relación tipológica entre diferentes unidades estratigráficas. Llama la atención la mayor degradación que han sufrido los lienzos que descansaban sobre rocas prominentes, como si la adherencia entre los zócalos y la roca no hubiese sido de buena calidad. Además, el hecho de que hayan desparecido algunos alzados de tapia y quedado solo sus zócalos de mampostería complica también el análisis y la clasificación tipológica.

El recinto superior está amurallado por sus tres frentes (septentrional, meridional y occidental) y cuenta con tres torres en cada uno de sus vértices. En general se ha podido identificar una reforma del perímetro que fue realizada con muros de mampostería ordinaria y mortero de cal que en algunos puntos es de ejecución muy basta. Estos muros forran a otros anteriores realizados con tapia, como se pudo comprobar en el lienzo meridional. En este lienzo, los aljibes y un tramo de muralla situado 5 m al oeste parecen haber sido construidos con hormigón de cal, aunque no se pudo analizar con detalle al encontrarse prácticamente enterrados. Los aljibes conservan además el arranque de sus bóvedas realizadas con mampostería. En el frente norte se ha documentado una muralla bastante sólida construida con mampostería encofrada que puede corresponder al zócalo de un muro de tapia desparecido. Además, parece que este muro tuvo también por función regularizar la superficie del recinto superior para generar una gran meseta. El frente occidental, donde podría estar integrado el acceso y dos torres o cuerpos de guardia, se halla mucho más erosionado y sepultado, pudiendo solo documentarse el mismo muro de mampostería que hemos considerado como posible reforma posterior. Por último, la torre oriental conforma un espolón saliente hacia el este y domina los caminos a Chuecos y Mazarrón. Es de planta rectangular y engloba dos fases (torre y forro) de factura muy semejante que coincide con la misma tipología que venimos considerando de reforma (en el siguiente análisis de la torre denominado como fase II).

4. ANÁLISIS DE LA TORRE CENTRAL

Como ya se ha señalado anteriormente, esta es la estructura en mejor estado de todo el castillo ya que conserva una altura máxima de 7,60 m en su esquina suroeste. Es un edificio de planta rectangular con una estancia interior abovedada cuyo nivel de suelo se sitúa más elevado que el terreno circundante, excepto en el frente oriental. Asimismo, la torre no conserva toda su altura original, sino que parece estar desmochada.

El análisis estratigráfico realizado en los paramentos visibles de la torre refleja una secuencia formada por cuatro fases que han dado lugar a su estado actual. La primera corresponde a la construcción de la torre; la segunda constituye una fase en la que se llevó a cabo un refuerzo integral del castillo que también afectó a la torre; la tercera representa la caída en desuso de la torre con su respectivo desmoche; y finalmente, la cuarta está marcada por un último intento de reutilizar la estructura para uso militar (Fig. 4).

Fig. 4. Diagrama de unidades estratigráficas de la torre.

Fase I. Construcción de la torre [A 100: UE 1000, 1004; A 103: UE 1005; A 104: 1008, 1013; A 110: UE 1009, 1010; A 108: 1014; A 111: 1016]

La torre tiene una planta rectangular con dimensiones máximas de 9,82 x 7,12 m, situándose sus lados más largos orientados a norte y sur (Figs. 5 y 6). Su geometría es bastante regular, aunque adquiere una sutil forma romboidal que no es perceptible salvo en su planta. Se desconoce por el momento su relación con el resto del castillo a nivel estratigráfico ya que se encuentra exenta y parece que fue levantada sobre la roca. Ahora bien, a nivel tipológico difiere notablemente de los muros más antiguos del perímetro amurallado, lo que sugiere que podría ser de una fase distinta, probablemente posterior al primer amurallamiento del recinto superior.

Fig. 5. Plantas y alzados de la torre central.

Fig. 6. Secciones de la torre central.

La torre fue construida a base de muros de tapia calicostrada (UE 1000), quizás sobre una cimentación que no hemos podido documentar por estar cubierta por la reforma UE 1001, y empleando un espesor considerable de 1,60 m que disminuye en el nivel superior. La tapia consiste en hiladas de 0,85 m de altura con mechinales rectangulares dispuestos de manera bastante regular cada 0,30-0,50 m y fue construida con encofrados corridos bastante largos a razón de la ausencia de juntas verticales entre cajones. La técnica empleada para este tipo de tapia consistía en ir formando en sentido ascendente tongadas de 10 cm con dos mezclas distintas. Por un lado, una costra superficial de mortero de cal de bastante espesor y, por otro lado, un relleno de tierra apisonada con gravas medianas y un porcentaje bajo de mortero de cal. Entre las tongadas se disponía además una lechada de mortero de cal de 1 cm que cosía las costras de ambas caras del muro. La fábrica presenta una factura reseñable, quizás gracias al empleo de un buen mortero de cal y el uso de mampuestos medianos fijados con mortero en el punto de conexión entre las cuñas de la costra y las tongadas interiores de tierra (Fig. 7). Este último detalle confiere a la tapia una mayor capacidad de resistencia que las calicostradas ordinarias y se podría hablar de una solución híbrida entre calicostrada y calicanto. Además, en las aspilleras se procuró usar costras de gran espesor que aseguraron la resistencia de los vanos. Exteriormente los alzados fueron tratados con una especie de enlucido de mortero de cal que presenta una superficie muy satinada y que pudo originalmente tapar los huecos de los mechinales. No obstante, parece que este enlucido no se aplicó de manera general, pudiendo haberse usado solamente para regularizar las zonas con peor acabado superficial.

Fig. 7. Sección esquemática del muro de tapia calicostrada en la torre central de Tébar.

La torre es hueca de origen dado que en su interior se disponían las distintas estancias superpuestas. Actualmente solo se conoce uno de sus niveles, situado ligeramente elevado con respecto al exterior y cubierto con una bóveda de cañón en sentido este-oeste. Este uso interior requirió la distribución de distintos tipos de vanos: un acceso desde el exterior en el frente oriental, cinco aspilleras y un matacán. El acceso original se encontraba en el frente oriental y está construido con sillarejo enripiado dentro del propio encofrado. Las piezas labradas son de una piedra porosa que se diferencia de la naturaleza de los mampuestos usados en la tapia. El vano exterior es de 0,80 m de luz y arco de medio punto dovelado, mientras que en el interior se ensancha a 1,20 m de luz y emplea un arco rebajado ligeramente más alto (Fig. 8). Estuvo enlucido (UE 1004) y contó con algún tipo de estructura exterior complementaria de madera que se empotraba en dos orificios (UE 1005).

Fig. 8. Muro este de la torre desde el interior con vano original de acceso.

En cuanto a las aspilleras, en el nivel de la sala abovedada hay tres situadas en el frente norte y dos en el frente sur, aunque estas últimas fueron muy alteradas posteriormente. Se trata de aspilleras abocinadas con una apertura de 10 cm en el exterior y 0,52-0,60 m en el interior, siendo su altura la misma del cajón de tapia. Para su construcción se dispusieron fronteras en diagonal dentro del encofrado y se adintelaron con tablas y rollizos de madera que han desaparecido, aunque en la parte exterior se emplearon lajas y grandes piedras. Asimismo, otras aspilleras pudieron existir en niveles superiores, siendo posible que existiese una en el frente oriental y otra en el frente occidental, en ambos casos situadas en la última hilada de tapia conservada.

Sobre la puerta se ha podido documentar un pequeño vano de forma cuadrada que corresponde con un posible matacán que aseguraría la defensa del acceso. Por cómo está conformado el hueco en la tapia, no parece que sea posterior sino parte de la construcción de la torre. Su posición resulta bastante particular ya que se sitúa al mismo nivel que el tímpano de la bóveda, pero sin reflejo en el interior de la sala, por lo que un paso tuvo que disponerse en el núcleo del muro para descender hasta el matacán desde el nivel superior que se situaría aproximadamente sobre el extradós de la bóveda (una diferencia de altura de 1,5 m aproximadamente). Este paso se ha podido identificar parcialmente, aunque no documentar con detalle debido al estado ruinoso de la parte superior.

Además, la torre contaba con otro dispositivo para defenderse de los atacantes, en este caso los que habían alcanzado los pies de la torre. Se trata de siete lanceras realizadas en la parte inferior de la sala y alternándose con las aspilleras y el vano de acceso. Consisten en cajeados cuadrangulares de poca profundidad que fueron hechos dentro de los propios encofrados con jambas de mampuestos y dinteles de lajas. Para su uso se complementan de orificios tubulares que atraviesan en diagonal los muros de la torre (Fig. 9).

Fig. 9. Detalle de lancera.

En cuanto a la construcción de la bóveda (A 110: UE 1009, 1010), primero se prepararon sus apoyos en los muros norte y sur. Para ello se proyectó de antemano reducir el espesor de estos muros, que en el punto de apoyo se retranquean 0,43 m. No obstante, su relación con las hiladas es distinta en cada lado, ya que en el muro norte apoya sobre la parte superior de una hilada de tapia, mientras que en el muro sur apoya sobre el comienzo de la hilada consecutiva. En ambos lados la superficie de los muros fue regularizada previamente a la construcción de la bóveda y se abrieron dos parejas de orificios rectangulares inmediatamente debajo de la cota de apoyo (UE 1009). En esta unidad se incluyen además una secuencia de orificios en sendos tímpanos y dispuestos describiendo un arco por debajo del intradós. Todo ello constituye el conjunto de huellas dejadas por la cimbra con la que se construyó la rosca de fábrica (Figs. 10 y 11). Dos travesaños horizontales apoyados sobre los muros norte y sur sostenían respectivos arcos de madera y sobre los mismos se dispuso una secuencia de jaldetas que empotraban en los muros este y oeste. Una vez formada esta estructura, que conformaba el encofrado en forma de medio cilindro, se preparó sobre ella una cama de cañizo que cerró por completo la superficie y sobre la cual se comenzó a construir la bóveda (UE 1010). Primero se vertió una capa de mortero de cal sobre la que se fueron disponiendo mampuestos y lajas en un sentido radial, trabados con mortero para conformar la rosca. A continuación, se rellenó la parte inferior de sus riñones con mampostería (Fig. 12).

Fig. 10. Proceso de construcción de la bóveda.

Fig. 11. Muro sur de la torre desde el interior. En la parte inferior, aspillera modificada en fase IV. En la parte superior huellas de la cimbra en la bóveda.

Fig. 12. Deterioro en la clave de la bóveda y detalle de fábrica.

El nivel superior que se generó sobre la bóveda solo podía ser accesible por el orificio que actualmente alberga esta, en la esquina SO. Ahora muy dilatado y erosionado, pero en origen pudo estar resuelto con un acabado más regular. Para poder ascender se emplearía una estructura auxiliar de madera que ha dejado huellas en los muros. Por un lado, una plataforma a media altura en el muro occidental, donde se conservan dos mechinales bastante profundos y grandes como para recibir dos viguetas empotradas (UE 1013). Por otro lado, cuatro orificios en la esquina SO (UE 1008), por debajo de la posible plataforma, que parecen haber recibido dos piezas a modo de peldaño en chaflán. Los dos más inferiores aprovecharon mechinales de la tapia. Asimismo, otro elemento identificado pudo complementar el sistema de ascenso interior por la torre. Se trata de una estrecha roza de forma casi parabólica (UE 1016) situada en el muro occidental sobre el orificio de la bóveda (Fig. 6). Por sus características se podría vincular a una estructura tabicada que ha desaparecido y que arrancaba muy próxima a la clave de la bóveda inferior, aunque no se puede asegurar.

Por último, en el muro oriental se ha documentado una roza vertical con sección de media caña de 0,14 m de ancho (UE 1014) que baja hasta el suelo de la habitación y acogía una tubería cerámica. Su relación con la bóveda superior es bastante limpia por lo que responden al mismo impulso constructivo. Los atanores han desaparecido, pero el mortero que ha quedado desvela su existencia. Además, la presencia de esta conducción que desciende desde la parte superior y continúa por debajo del suelo de la habitación sugiere la existencia de un aljibe en el nivel inferior, como ocurre en otras torres contemporáneas.

Fase II. Refuerzo de la torre [A 101: UE 1001, 1003]

Tras la construcción de la torre central, parece que el castillo siguió en uso durante bastante tiempo, motivo por el cual se llevó a cabo una reforma general. Esta se puede identificar repartida en diversos puntos gracias al empleo de una tipología similar de fábrica de mampostería ordinaria con mortero de cal de color bastante blanquecino, aunque en ocasiones parece haber uso de yeso. En el caso de la torre, se hizo un talud exterior forrando la parte inferior (UE 1001) que en los lados sur y oeste apoya directamente sobre la roca, por lo que podemos suponer que este es el nivel sobre el que también apoya la estructura de la fase I. No obstante, esta obra tuvo consecuencias importantes, ya que supuso la amortización del vano de acceso y las cinco aspilleras, todos ellos cegados por la misma unidad. Como efecto se tuvo que hacer un nuevo acceso (UE 1003) que se situó en el lado occidental para volver a garantizar además la diferencia de altura con respecto al nivel del suelo exterior. Este vano se resolvió con el mismo tipo de mortero, formando las mochetas, jambas y dintel (Fig. 13). Asimismo, podría ser que este acceso hubiese aprovechado el hueco anteriormente ocupado por una aspillera de la que no hay traza debido al mayor tamaño del vano actual, pero que debe considerarse ante la ausencia de aspilleras en este frente.

Fig. 13. Vista de la torre desde el noroeste con vano de la fase II.

A pesar de que el intento de refuerzo indica que seguía siendo una estructura útil a mantener, la clausura de las aspilleras inhabilitó la habitación abovedada como espacio para presentar defensa militar. Por ello, estimamos que tras la reforma se conformaron con usar los niveles superiores que seguían estando disponibles. Pero ¿cuál fue la causa de la reforma en la torre? La obra inicial (UE 1000) es de buena factura y resistente, por lo que cabe preguntarse si la reforma tuvo lugar mucho tiempo después a su construcción o no. Por un lado, pudo deberse a la mayor erosión y pérdida de volumen en la zona de la base. Por otro lado, también pudo deberse a un problema de estabilidad, quizás relacionado con las grietas que afectan a los frentes este y sur. Asimismo, la construcción del talud supuso también el deterioro de la tapia (UE 1000) en las hiladas inmediatamente superiores debido a la salpicadura de lluvia y la capilaridad.

Fase III. Desmochado de la torre [A 102: UE 1002, 1017]

En una fase posterior, la estructura sufrió un desmochado (UE 1002) que demolió toda la parte superior hasta llegar al nivel de la bóveda, punto en el cual se interrumpió la operación, quizás ante la dificultad de derribar el macizado de mampostería que hay sobre sus riñones. Estratigráficamente, está claro que esta acción afectó a la torre (UE 1000), pero resulta complicado establecer una secuencia con respecto a la reforma de la fase II debido a la ausencia de una relación física entre unidades.

Absteniéndonos todavía de aspectos interpretativos basados en la historiografía y apoyándonos en la lógica de uso, creemos que hay varias razones para reconocer esta demolición como una acción posterior a la reforma de la fase II que siguió usando el castillo como un espacio castrense. En primer lugar, no tendría sentido desmochar en un momento en el que la autoridad de turno siguiese estando interesada en el uso militar de la estructura, sino cuando hubiera una intención por invalidarla. En segundo lugar, no parece sensato reforzar la torre si ya se habían suprimido niveles superiores ya que su estabilidad ya no estaba comprometida. En tercer lugar, no parece oportuno cegar vanos del nivel inferior en un intento de reforma general del castillo si la torre ya no disponía de niveles superiores desde los que poder defenderse. Y, por último, si la reforma del castillo fuese posterior al desmoche y se hubiesen invalidado las aspilleras del nivel inferior, sería de esperar que tratasen de reconstruir la parte alta, y no existe ningún síntoma de ello.

Fase IV. Reutilización y apertura de troneras [A 105: UE 1011; A 106: UE 1012; A 107: UE 1006, 1018; A 109: UE 1015; A 112: UE 1007]

La última fase que hemos podido identificar se caracteriza por un intento posterior de reutilizar la estructura en un momento en el que se encontraba bastante transformada debido al refuerzo y el desmochado. Esta nueva adaptación se focalizó en dos tipos de intervención distintos, aunque uno de ellos quedó inconcluso.

En primer lugar, observamos varios cortes (UE 1006) en los muros de tapia que tratan de ensanchar el abocinamiento de las antiguas aspilleras y que se acompaña del picado y rotura (UE 1018) de sus cegamientos, tanto por fuera como por dentro, para volverlas a abrir. Sin embargo, este esfuerzo solo llegó a completarse en las dos aspilleras del muro sur, donde además se elevó la altura de una de ellas (Fig. 14). Por el contrario, en el muro norte el ensanchamiento solo afectó a dos de las tres existentes y, al igual que la eliminación de su cegamiento, no llegó a terminarse. Ahora bien, estas dos aspilleras del muro norte presentan una alteración adicional también inconclusa, pero que no se llevó a cabo en las dos del muro sur. Sus umbrales de tapia comenzaron a ser retirados (UE 1012) para igualarlos con el nivel del suelo de la habitación (Fig. 15).

Fig. 14. Vista del frente meridional de la torre con aspilleras reabiertas.

Fig. 15. Vista de aspillera cegada en fase II y umbral eliminado posteriormente.

Regresando a las dos aspilleras del muro sur que sí llegaron a ser reabiertas, se observa además cómo fueron habilitadas con un escalonamiento de mampostería (UE 1007) que se adapta a la rotura previamente efectuada sobre la tapia y el refuerzo que las cegó (Fig. 11). Cabe mencionar que esta reutilización de las antiguas aperturas no fue acompañada de una consolidación regular de los vanos reabiertos, sino que dejó los orificios con un acabado irregular resultado del propio picado (Figs. 5 y 14). Asimismo, es posible que en este momento también se abriese el orificio (UE 1011) en el cegamiento del vano de acceso original ya que responde a una solución bastante parecida.

Por último, cabe incluir en este momento de uso cuatro orificios (UE 1015) situados a media altura en la cara interior del muro este. Se trata de boquetes circulares poco profundos y alineados en horizontal que podrían haber servido para una estructura de madera. No obstante, a partir de sus características, podemos intuir que esta estructura necesitaba para su consistencia el uso de más apoyos. De ninguna manera podría complementarse con una viga apoyada en los huecos que dejó la cimbra de la bóveda en los muros norte y sur, ya que hay una diferencia de altura con respecto a ambos niveles. Por ello, tuvo que ser necesario el uso de pies derechos que recaían en algún punto de la mitad oriental de la habitación. Los motivos para adscribir esta unidad a la fase IV se basan principalmente en la incompatibilidad que supondría para el uso de la puerta original y la necesidad de compartimentación en esta habitación tras haber sido la torre desposeída de los niveles superiores durante la fase III.

5. INTERPRETACIÓN Y CRONOLOGÍA

Fase 0. Construcción del perímetro amurallado del castillo

La torre central es un edificio que emplea un tipo de técnica constructiva que no hemos podido identificar en otros puntos del castillo por lo que parece que correspondería a una fase distinta a la del primer amurallamiento del castillo. Las unidades de amurallamiento perimetral más antiguas que hemos podido documentar responden a una fábrica distinta con zócalo de mampostería y alzado de tapia enriquecida con cal, quizás hormigón de cal en el caso de los aljibes, que ha desparecido en gran medida y ha recibido reparaciones equivalentes a la fase II de la torre. La cronología de estos lienzos de muralla y los aljibes podría constituir así la fase más antigua que hemos reconocido y podría llevarse como mínimo al siglo XII, cuando se tiene constancia de un asentamiento rural junto al nacimiento de agua, aunque todavía es pronto para afrontar su datación y solo podemos plantear la hipótesis de que el recinto se amuralló con anterioridad a la construcción de la torre central.

Fase I. Construcción de la torre

En lo que respecta a la torre central de tapia (Fase I), a partir de sus restos materiales se puede estimar que pudo contar con un mayor desarrollo en altura y que acogía varios niveles interiores. Según Alonso, pudo llegar a los 15 m de altura, aunque este dato parece imposible de determinar ya que cada torre se resolvía con unas proporciones propias en función de necesidades, capacidad técnica y recursos (ALONSO NAVARRO, 1990: 65-68). En primer lugar, sobre el nivel del terreno natural se hallaría una estancia que con bastante probabilidad fue usada como aljibe y podría estar abovedada, a falta de una exploración arqueológica que lo pueda comprobar. De tal modo, la tubería empotrada en el muro este vendría a conducir las aguas pluviales de la azotea hasta el depósito inferior. En un nivel superior se halla la sala abovedada que se ha conservado hasta hoy y que albergaría el acceso a la torre en altura para asegurar su defensa, y a la que para ingresar se emplearía una escala o estructura de madera auxiliar. El terreno circundante ha ido acumulando los escombros de la torre, hasta el punto de que en el lado oriental no se percibe esta diferencia de cotas. La solidez de esta obra exige necesariamente que la torre fuese proyectada para contar con más niveles que desconocemos debido a su desaparición. Planteamos que, como mínimo, sobre la bóveda tuvo que estar planificado un nivel más con su respectiva azotea.

Por sus características arquitectónicas y constructivas se puede adscribir esta torre a un marco cronológico que oscilaría entre finales del siglo XII y segundo tercio del siglo XIII, un intervalo de tiempo relativamente reducido pero que engloba varios cambios y periodos históricos de este territorio. Todavía están por concretar mejor los detalles del efecto de estos cambios en la producción arquitectónica militar ya que a grandes rasgos hay una continuidad de tipologías y técnicas que plantean cierta dificultad para atribuir una cronología a torres como la de Tébar. Hasta el momento, son dos los principales polos de adscripción cronológica de este tipo de torres en la zona del Šarq al-Andalus: almohade y castellano temprano.

Por un lado, los estudios desarrollados en los castillos y torres de la zona de Alicante durante décadas han permitido conocer la importante creación de nuevos asentamientos rurales a lo largo del siglo XII y la importante eclosión fortificadora en la segunda mitad del siglo XII emprendida por el poder almohade para controlar el territorio y la explotación de nuevas regiones (AZUAR RUIZ, 1992, 1994, 2004, 2005 y 2010; AZUAR et álii, 1996; AZUAR, FERREIRA, 2014). Este panorama ha hecho que de manera automática muchas construcciones defensivas de la zona hayan sido identificadas como almohades sin existir todavía en algunos casos seguridad al respecto.

Por otro lado, recientemente se ha profundizado en la transformación de los antiguos ḥuṣūn andalusíes en castillos feudales durante la segunda mitad del siglo XIII y se ha podido reconocer dentro de las alcazabas una proliferación de torres del homenaje que siguen el modelo cristiano, aunque en ocasiones su construcción reproduce modelos andalusíes o emplea sus mismas técnicas constructivas. Según Ramírez Águila, esto se explicaría por el interés de Alfonso X de cristianizar el Reino de Murcia y asignar las fortalezas a los diferentes agentes señoriales, además de por el empleo de mano de obra mudéjar para su construcción, que sería el motivo de la continuidad de soluciones arquitectónicas y técnicas constructivas (RAMÍREZ ÁGUILA, 2020: 52).

Estas dos vertientes que se plantean afectan igualmente a la torre de Tébar y exigen una comparación tipológica con otros ejemplos. No obstante, esta operación sigue resultando bastante arriesgada e incierta ya que muchos de los casos no se han estudiado con detalle o existe discrepancia sobre su cronología. Además, la ausencia de una buena definición tipológica y de técnicas constructivas presenta una limitación adicional. A pesar del intenso desarrollo que ha recibido el estudio de la tapia en las dos últimas décadas, todavía existen problemas para diferenciar sus distintas tipologías.

Entre las torres que se vienen considerando almohades o de primera mitad del siglo XIII con cierta garantía se encuentran los casos de Bofilla en Valencia (LÓPEZ ELUM, 1994; AZUAR, FERREIRA, 2014: 408). A ella se podrían sumar otras torres de la huerta valenciana, aunque variando ciertos detalles y sin cronología evidente, como son las torres de Benifayó, Espioca y Almussafes, así como la torre de Almudaina en Alicante (RODRÍGUEZ, VILAPLANA, 2015; AZUAR, 2010: 75). Más notable aún es el caso de la torre del castillo de Villena, de gran porte y solución sofisticada (bóvedas de arcos entrecruzados y fachada de falso despiece) que fue datada mediante C14 (ALMAGRO, SOLER, SOLER, 2014). Un ejemplo muy similar a Villena, pero peor conservado, es la torre del castillo de La Mola en Novelda, que presenta un diseño complejo con muros de gran espesor, aljibe inferior, acceso en altura, sala abovedada central, falso despiece exterior y escalera integrada en el muro. Debido a estas características y la existencia de estratos con cerámica almohade fue atribuida a este periodo (AZUAR, NAVARRO, BENITO, 1985; NAVARRO POVEDA, 2001).

Aunque no se extiende de manera absoluta a todos los casos, en general estas torres almohades integran el uso de tapia de hormigón de cal o calicostrada, acabado con falso despiece, disposición de aljibe inferior y acceso en una cota elevada que en ocasiones se conforma con piezas de sillería. En algunas ocasiones son aisladas y en otras se encuentran ligadas al perímetro amurallado. En la sierra de Almenara se conoce otro posible ejemplo andalusí de torre con mayor desarrollo en el castillo de Felí, donde a partir de su excavación arqueológica se determinó que era coetánea al resto del castillo y posteriormente fue macizada en un momento próximo a la revuelta mudéjar 1264-66 (MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, PONCE GARCÍA, 1999: 32 y 34).

Entre mediados del siglo XIII y finales del siglo XIV, durante el periodo castellano, se conocen varios casos que se sitúan tanto en la etapa de protectorado como tras la revuelta mudéjar (1264-66). La torre del castillo de Taibilla pudo construirse en un momento muy temprano de la presencia santiaguista (1245) y responde a un modelo de tradición andalusí (JIMÉNEZ CASTILLO, MUÑOZ LÓPEZ, 2020). La torre vigía del castillo de Alhama fue construida antes de 1298 y está compartimentada en su interior con arcos diafragmáticos de sillería (BAÑOS, RAMÍREZ, 2005). La torre del homenaje en el castillo de Aledo fue construida en torno a finales del siglo XIII (SÁNCHEZ PRAVIA, 1999), sin embargo, esta torre presenta un rasgo totalmente ajeno a la tradición andalusí-almohade como es una planta de grandes dimensiones con machón central y cubierta con bóvedas esquifadas y vaídas de ladrillo sobre arcos apuntados. Un diseño espacial parecido se empleó en la torre de Alfonso X en el castillo de Lorca, levantada entre 1266 y 1272 (MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, 2003: 114), y en la torre del Macho en la alcazaba de Cartagena, ambos casos resueltos con mampostería y sillería de acuerdo con su alto valor propagandístico. Ya entrado el siglo XIV, se halla la torre de Alguazas mandada erigir por el obispo Pedro Peñaranda entre 1327-1351 como parte del señorío eclesiástico de Alguazas (PUJANTE MARTÍNEZ, 1997: 480). De nuevo se trata de una torre con dimensiones y diseño similar a las de Lorca y Cartagena, pero en este caso resuelta con muros de tapia y patio central. Al igual que para los ejemplos almohades y de la primera mitad del siglo XIII, no se puede establecer un modelo cerrado ya que algunas características varían de una torre a otra, y en general hay algunos puntos en común con las andalusíes, como la posición del aljibe en la base o la puerta de acceso elevada. Una problemática similar presenta el conjunto de torres aisladas en el entorno de Sevilla como la torre de los Herberos, la torre de Mochiella o la Torre Blanca del Guadaira.

A partir de todos los ejemplos citados y su posible adscripción cronológica, podemos comprobar cómo la torre de Tébar podría integrarse perfectamente en cualquiera de los dos grupos basándonos en sus características formales, constructivas y materiales. Ahora bien, debemos añadir un aspecto muy particular que no se conoce para el resto de torres, como es el empleo de lanceras en la parte inferior de la habitación abovedada. Este dispositivo ha sido localizado en la antemuralla de la ciudad de Murcia junto al convento de Verónicas (MARTÍNEZ LÓPEZ, 1999) y en el castillo de Ambra en Pego (AZUAR, MARTÍ, PASCUAL, 1999) que pueden ubicarse en el primer tercio del siglo XIII. Asimismo, están documentadas en la barbacana de Valencia (BADÍA, PASCUAL, 1991: 21).

En cuanto a la tipología de tapia, hemos hallado otros ejemplos próximos donde se empleó una factura similar. La torre de Ínchola, a los pies de la sierra de Carrascoy y dentro del término de Alhama de Murcia presenta una planta cuadrada de 7,80 m de lado con muros de 1,20 m de espesor. Esta torre plantea igualmente un problema de datación ya que a pesar de la acepción más extendida de que es una construcción andalusí del siglo XIII, en ocasiones se ha planteado que pueda ser obra castellana de Alfonso XI.

Fase II. Refuerzo de la torre

A mediados del siglo XIII sabemos que el reino de Murcia se convierte en un nuevo territorio fronterizo que sirve de amortiguador entre Castilla y el reino nazarí, condición que se extenderá hasta finales del siglo XV. Además, a esta situación se debe sumar la frontera nororiental que mantenía con respecto al reino de Aragón que incluso llegó a ocupar el reino de Murcia entre 1296 y 1304. Como de costumbre en este tipo de territorios hostiles, la frontera occidental experimentó un proceso de despoblación y consolidación de puntos fortificados, aspectos que se harán aún más notables tras la revuelta mudéjar (MOLINA, JIMÉNEZ 1996; MOLINA, EIROA, 2011). En 1450 una incursión nazarí llegó hasta la vega del Segura pasando por Mula, Librilla, Ricote y Alguazas (TORRES FONTES, 1985: 36) y en 1477 alcanzaron Cieza (GARCÍA DÍAZ, 2006).

En lo que respecta a Tébar, su proximidad a la frontera nazarí le confiere cierto valor estratégico junto al litoral, zona próxima a Vera y que había sufrido una importante despoblación, aunque al mismo tiempo quedaba protegida entre la sierra de Almenara. Su ubicación y buena comunicación permitían descender fácilmente al valle del Guadalentín, en el que se encontraba Lorca, la principal villa próxima a la frontera. El uso continuado que pudieron recibir los castillos de la zona en este periodo y las reformas que fueron necesarias en ciertos momentos queda patente en la orden de Alfonso XI en 1338 para evaluar las obras necesarias en varios castillos entre los que se encuentran Ugéjar y Calentín, ambos situados en la sierra de Almenara (GONZÁLEZ CRESPO, 1994: 327-328; RAMÍREZ ÁGUILA, 2020: 57-58).

Por todo ello, y en relación con los restos materiales, parece sensato pensar que durante esta etapa castellana tras la revuelta mudéjar se llevase a cabo una reforma integral del castillo que, aunque no se trataba de una intervención de gran calidad, tuvo por objeto reforzar lienzos de muralla y la torre central ante una eventual ofensiva. Se trata de forros de mampostería con un acabado muy rudimentario que se extienden de manera homogénea por todo el recinto superior y que se adosan a estructuras de las fases 0 y I. En lo que respecta a la torre, el refuerzo se dispuso como un talud protegiendo su base y amortizando la hilada de tapia en la que se integraban las aspilleras y el vano de acceso, que fue reubicado en el lado occidental. De ello se pueden desprender dos explicaciones relevantes para comprender la evolución del edificio. Por un lado, la torre de Tébar no presenta grandes problemas estructurales salvo pequeñas grietas verticales, por lo que el motivo de este refuerzo se podría deber al mayor deterioro que supuso el aljibe interior. Por otro lado, si consideramos que en este momento hay un claro interés por seguir utilizando la fortificación como punto defensivo, el cegado de todas sus aspilleras invalidaría la torre, motivo por el cual cabe pensar que en este tiempo la torre conservaba sus niveles superiores disponibles.

Fase III. Desmochado de la torre

La torre presenta un momento destructivo en el que se decidió de manera planificada su derribo, si bien esta operación no suprimió por completo la estructura, sino que se interrumpió al nivel de la bóveda probablemente debido a su solidez y por haber quedado ya prácticamente inservible. Es por ello que no parece tratarse de una destrucción violenta sino de una decisión premeditada para desmocharla. La ya mencionada torre del castillo de La Mola en Novelda, cuyas similitudes con la torre de Tébar ya han sido señaladas, presenta una destrucción semejante que se detuvo por encima de la bóveda. Según Azuar, el derribo o desmochado de las torres a lo largo del Vinalopó se debe a la política de represión de la Corona de Castilla tras la revuelta mudéjar de 1266 (AZUAR RUIZ, 2016), sin embargo, atendiendo a la estratigrafía muraria que hemos trazado previamente, esta opción no sería posible en Tébar, ya que nos parece que sucedió después de la reforma del castillo (fase II). Además, si en la ocupación aragonesa (1296-1304) el castillo seguía siendo una plaza militar con cierta relevancia como para que las fuentes citasen su sometimiento, entonces resultaría incoherente que poco antes hubiesen optado por desarticular la torre. En la segunda mitad del siglo XIII estos castillos constituían puntos de control castellano sobre el territorio mudéjar y prueba de ello es la actividad constructiva de Alfonso X en numerosos ejemplos.

De tal modo, nos parece que el desmochado de la torre de Tébar se podría retrasar como mínimo hasta finales del siglo XV, un momento en el que la desaparición del reino nazarí hizo que muchos castillos ya no fuesen útiles para la defensa de la frontera y por tanto su destrucción ya no representase una pérdida relevante. Ahora bien, su derribo o desmoche también pudo estar motivado por el interés de inhabilitar puntos fortificados que pudiesen ser susceptibles de reutilización por posibles colectivos beligerantes.

Fase IV. Reutilización y apertura de troneras

La última fase que se puede reconocer de manera material en la torre resulta bastante indefinida debido a que se trata de adaptaciones muy comunes y bastas destinadas a usar la ruina como un punto defensivo temporal. Es por ello que no existen motivos para relacionarlas con un momento o tipología particular y deben situarse en un marco muy extenso entre los siglos XVI y XX.

En un primer momento comenzaron a habilitar varias de las antiguas aspilleras que habían sido cegadas en la fase II, ensanchando sus jambas y picando el cegamiento. Concretamente dos de las tres existentes en el frente norte y las dos del frente sur. No obstante, parece que sobre la marcha este propósito tuvo un cambio de rumbo. En cuanto a las aspilleras del muro norte, su ensanchamiento no llegó a completarse y se arrancaron parcialmente sus umbrales, como si inicialmente se tratase de un intento de abrirlos por completo e igualar su base con el propio suelo de la habitación. Sin embargo, los esfuerzos se concentraron finalmente en las dos aspilleras del muro sur, que se limitaron a abrir el cegamiento lo justo para poder abatir desde el interior con armas de fuego. Para ello solo se rompió el refuerzo en talud (UE 1001) en la parte superior por ser el punto con menos espesor y se levantaron un par de escalones sobre el umbral para facilitar el acceso a la abertura exterior.

Esta intervención ya fue advertida por Alonso (1990: 65-68) quien lo reconoció como un intento del siglo XVI para crear troneras de artillería como parte del proyecto de fortalecer el litoral mediterráneo ante la amenaza berberisca. Puede que, de ser así, el esfuerzo inicial de abrir las aspilleras con una mayor luz y sin umbral escalonado sí que tuviese por objetivo introducir piezas de artillería, pero considerando las características de las dos aberturas que finalmente se llegaron a realizar en el frente sur, sería más adecuado pensar en armas de fuego manuales como arcabuces, mosquetes o fusiles. Tal es así, que su cronología podría asociarse con varios momentos históricos de conflicto bélico desarrollados dentro del territorio como la Guerra de Independencia (1808-1814) o la Guerra Civil (1936-1939). De hecho, en el cercano castillo de Felí se documentaron dos orificios abocinados efectuados en la muralla desde el interior del aljibe que pudieron ser abiertos para instalar baterías durante la Guerra Civil (MARTÍNEZ, PONCE, 1999: 35). Asimismo, se conoce que en 1937 se inició la construcción de una línea defensiva terrestre con trincheras y casamatas para proteger la ciudad de Cartagena, cuyo comienzo se sitúa sobre el Monte Nacimiento de Tébar (FERNÁNDEZ, ANTONIE, 2008: 157-158). El castillo, por su posición estratégica, pudo ser también objeto de interés en aquel momento.

Asimismo, es posible que en este largo periodo también se crease el altillo en el lado oriental de la habitación abovedada debido a la necesidad de crear más espacio útil ante la falta de niveles superiores. A pesar de ello, esta actividad no tiene por qué estar directamente asociada con la reapertura de las aspilleras.

6. CONCLUSIONES

Los restos del castillo de Tébar y su entorno revelan la existencia de un antiguo ḥiṣn rural con una fortaleza sobre la colina y varios puntos habitados a sus pies, en especial en el entorno del antiguo nacimiento de agua. Este espacio fue habitado al menos desde el siglo XII al XIII a juzgar por los hallazgos que afloran y que fueron registrados en la carta arqueológica, aunque por el momento ninguna intervención arqueológica se ha llevado a cabo en la zona para conocer mejor sus características y evolución. El emplazamiento ofrecía unas condiciones favorables para el poblamiento, tanto por su posición estratégica a medio camino entre Lorca y Águilas, como por los recursos naturales que ofrecía el territorio. A pesar de ello, se intuye que la alquería pudo ser abandonada poco después de la llegada castellana, al contrario del castillo, que siguió siendo un punto de control y defensivo.

Para el Šarq al-Andalus se tiende a considerar que muchos de los antiguos ḥuṣūn andalusíes fueron abandonados en un momento muy inmediato a la llegada castellana. Efectivamente esto sucedió en muchas ocasiones, en las que el asentamiento se deshabitó o la población se reubicó en puntos más accesibles y próximos a las llanuras agrícolas que tenían. Sin embargo, como se puede ver en el caso de Tébar, algunas fortificaciones siguieron en uso y experimentaron una ocupación posterior que en gran medida se pudo motivar por el interés estratégico y militar de su ubicación.

El análisis estratigráfico realizado en los paramentos visibles de la torre refleja una secuencia formada por cuatro fases que han dado lugar a su estado actual. La primera discurre entre finales del siglo XII y mediados del siglo XIII, siendo el intervalo en el que se construyó la torre; la segunda constituye una fase entre finales del siglo XIII y finales del siglo XIV, en la que se llevó a cabo un refuerzo integral del castillo que también afectó a la torre; la tercera fase puede posiblemente situarse a finales del siglo XV y representa la caída en desuso de la torre con su respectivo desmoche; y finalmente, la cuarta fase está marcada por un intento de reutilizar la estructura para uso militar, aunque se ubica en un intervalo de tiempo muy dilatado entre los siglos XVI y XX, que por el momento resulta difícil de delimitar con más precisión.

Esta estructura constituye el principal componente arquitectónico que subsiste en el castillo y, a pesar de que su datación se podría ubicar entre finales del siglo XII y mediados del siglo XIII, resulta por el momento complicado de definir con mayor precisión. El siglo XIII representa un momento bastante intenso de transformación política y social en la región tras el Pacto de Alcaraz (1243), con el asentamiento de un nuevo poder radicalmente distinto. Y a ello se debe sumar que la región se vio afectada a partir de entonces por su nueva condición de territorio fronterizo con Aragón y el Reino de Granada. Sin embargo, resulta llamativo cómo la arquitectura militar castellana y aragonesa que podríamos llamar “de transición”, mantiene cierta continuidad y no se impuso de manera totalmente rupturista con la anterior, como por ejemplo sí pasó más tarde en Granada tras la llegada de los Reyes Católicos. Ahora bien, en este caso las obras de fortificación estuvieron muy influenciadas por el desarrollo de la artillería.

Tal es así, que la continuidad de soluciones arquitectónicas ha ocasionado la datación dudosa de muchos ejemplos de la zona levantina que siguen oscilando entre lo almohade y lo castellano temprano. El rasgo más distintivo de la etapa castellana consiste en la inserción de torres colosales en las fortificaciones andalusíes como reflejo de su conversión feudal, aunque en muchas ocasiones son construidas siguiendo total o parcialmente modelos y técnicas constructivas de tradición almohade y postalmohade.

Ante estas circunstancias se requiere actualmente de una labor de puesta en común de distintos casos a fin de buscar patrones que puedan contribuir a la diferenciación de cada periodo. La torre de Tébar es uno de estos ejemplos que presentan dificultad para su datación entre el final del periodo andalusí y comienzos del periodo castellano, si bien cuenta con varios rasgos propios susceptibles de comparación. Por un lado constructivos, como el tipo de tapia, la bóveda de mampostería, la sillería de la puerta; y por otro lado, de diseño militar, como la puerta en altura, el matacán, las lanceras y el aljibe en la base.

En definitiva, este trabajo denota la necesidad de desarrollar un estudio arqueológico y cronotipológico exhaustivo de las técnicas constructivas medievales del antiguo Šarq al-Andalus que podría contribuir al estudio de las fortificaciones y su evolución. Un registro detallado de las técnicas y materiales, ligado a la cronología relativa que la arqueología le ha asignado en cada caso, permitiría establecer posibles cronotipos y reconocerlos con más facilidad en aquellos restos en los que los contextos han sido alterados. De igual modo, posibilitaría la observación, de manera más sintetizada, del impacto o la extensión de cada periodo histórico en los distintos puntos fortificados. Incluso sería importante contemplar cómo en un mismo periodo los impulsos constructivos podían variar la producción constructiva de acuerdo a distintos factores como: recursos económicos, materiales de cada enclave, condicionantes topográficos, manejo tecnológico y tradiciones de cada grupo, urgencia de obra o intervención del estado.

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1. Museum für Islamische Kunst, Staatliche Museen zu Berlin (inigo.almela@gmail.com) http://orcid.org/0000-0002-9634-5374

2. Arquitecta, Almenara Blanca (lucia.martinezbernal@gmail.com) http://orcid.org/0000-0003-1458-2083

3. El castillo de Tébar forma parte del patrimonio histórico de Águilas desde 1966, cuando la Sección del Patrimonio del Estado del Ministerio de Hacienda publicó una relación para determinar su propiedad. Fue declarado B.I.C. el 16 de junio de 1985 (RUIZ PARRA, 1997: 515).