Arqueología y Territorio Medieval 30, 2023. e7433. I.S.S.N.: 1134-3184 DOI: 10.17561/aytm.v30.7433

El jarro/cántara metálico con tapadera del tesoro califal “Parque Cruz Conde” (Córdoba)

The metallic ewer/cántara with lid from the caliphal treasure “Parque Cruz Conde” (Córdoba)

Rafael Azuar1

Enviado: 21/09/2022
Aprobado: 1/12/2022
Publicado: 24/03/2023

RESUMEN

Presentamos el estudio del jarro metálico que contenía el tesoro de dírhams califales, aparecido en el Parque Cruz Conde de Córdoba. Analizamos sus precedentes tipológicos bizantinos y sus paralelos coetáneos islámicos orientales. De igual forma, se efectúa una revisión de las posibles rutas de su llegada: desde las costas del Mediterráneo oriental o por el Atlántico en alguna de las diversas incursiones que realizaron los vikingos en las costas de al-Andalus llegando a saquear la propia ciudad de Sevilla. Por último, proponemos el contexto histórico de su llegada a la Península.

Palabras clave: al-Andalus, jarro metálico, bizantino, abasí, vikingos.

ABSTRACT

We present a study of the metal jug containing the Caliphate dirham hoard found in the Parque Cruz Conde in Córdoba. We analyse its Byzantine typological precedents and its contemporary Eastern Islamic parallels. Likewise, a review is made of the possible routes of its arrival: from the coasts of the eastern Mediterranean or via the Atlantic in one of the various incursions that the Vikings made on the coasts of al-Andalus even sacking the city of Seville itself. Finally, we propose the historical context of its arrival in the Peninsula

Keywords: Al-Andalus, Metallic Ewer, Byzantine, Abbasid, Vikings.

En 2020, A. Canto, F. Martín y W. Jablońska publicaron el catálogo total y el estudio del segundo mayor tesoro de monedas de plata del califato, aparecido de forma fortuita en el Parque Cruz Conde de Córdoba. El hallazgo se produjo el 26 de marzo de 1990, en la barriada del mencionado parque y mientras se realizaba una zanja para el cableado de telefónica en la calle que da acceso a la Escuela de Enfermería. El tesoro, compuesto por un total de 3632 dírhams, con un peso de 12,193 kg, se encontraba en el interior de una gran vasija de metal, objeto de nuestro estudio, que se registró en el museo como tesoro de “Fontanar de Cabanos”, MAECO 30.866 (MARCOS, VICENT, 1992: 215-216, nº 22; BAENA, CANTO, 2007: 31 y 36; BAENA, 2013:14). La publicación de su avance numismático, a partir de 326 monedas en las que también se constató la presencia de numerario fatimí, permitió confirmar que la última acuñación era del año 398 o del 1007 d.C. (FROCHOSO, MORENO, GODOY, 1992), ratificada la fecha de la ocultación en el estudio total del conjunto (CANTO, MARTÍN, JABLOŃSKA, 2020: 63) (fig. 1).

Fig. 1. Jarro/cántara que contenía el tesoro de dírhams del Parque Cruz Conde de Córdoba.

Fuente: Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. Archivo fotográfico

Nuestro interés por estudiar el jarro metálico que lo contenía surgió tras la lectura del artículo de A. Vallejo: Metalwork of the Caliphal period of Spain. Piezas metálicas suntuarias del período califal de al-Andalus, en el que al referirse a esta pieza decía lo siguiente (2018: 272, fig. 11):

"es una adaptación local de un tipo de jarro usual en Bilād al-Shām desde mediados del siglo VIII que debió de popularizarse en los siglos IX-X pues llegó a ser característico de las producciones de Nishapur o Asia central. Las diferencias de la pieza cordobesa con los ejemplares originales que debieron de llegar a esta capital y servir de modelos desde alguna de estas procedencias —probablemente desde Siria, si es que la pieza es una copia y no una importación— están destinadas a reforzar el jarro, pues debió de contener un líquido más denso, tal vez aceite".

Párrafo en el que sus afirmaciones estaban muy bien documentadas en sendas notas al final del texto, en las que se aprecia cómo su consulta del estudio de los metales de Nishapur (ALLAN, 1982) le permitía, al analizar los ejemplares de jarros publicados, afirmar que la forma del de Córdoba era similar pero diferente, lo que le llevaba a proponer que fuera una “adaptación local”, poniendo en duda su posible “importación”.

Ciertamente, la incuestionable datación del 398 o del 1007 d.C. de la pieza —aportada por las acuñaciones monetales de su contenido—, nos sitúa ante un objeto plenamente califal y del que hasta ahora no teníamos referencia alguna en los registros clásicos de la metalistería andalusí (GÓMEZ MORENO, 1951; TORRES BALBÁS, 1987), ni ha sido considerado como tal al no formar parte de las exposiciones que sobre al-Andalus se han montado con posterioridad a su descubrimiento: nos referimos a las organizadas en París (2000) y en Córdoba sobre el esplendor de los omeyas (LÓPEZ, VALLEJO, 2001). De igual forma, desconocemos su origen y si estamos ante una producción de un taller local, como sugiere A. Vallejo (2018), o ante una pieza importada. Todas estas cuestiones me han llevado a afrontar esta investigación partiendo de la revisión de sus precedentes formales y contextuales desde la documentación arqueológica.

I.- EL “JARRO/CÁNTARA/ALCUZA” CON TAPADERA EN EL CONTEXTO PENINSULAR

El ejemplar hallado en Córdoba y objeto de nuestro estudio es un “jarro”, al portar un asa y según la tipología cerámica de G. Rosselló (1978: 40-44, 1991: 31), aunque en su ficha de catálogo del museo aparece como “cántara” y por su posible función de contenedor de aceite, como sugiere A. Vallejo, debería denominarse “alcuza”. Su forma general sería de jarro con base ligeramente convexa con una protuberancia circular central y reforzada con un reborde ligeramente abierto, decorado con orla de remaches, para mejorar su estabilidad. Su cuerpo es cilíndrico de hombro redondeado y su cuello estrecho, ligeramente cónico y alto, con un engrosamiento por debajo del borde para permitir el engarce de la tapadera, de tipo tapón hueco con cubierta ligeramente cóncava de dos anillos y rematada en su centro con una argollita sujeta al tapón con remaches. De esta argolla sale la cadena, de anilla en “s” simple, que finaliza en el pedúnculo superior del asa. El asa simple y recta une el cuello, por debajo de su moldura, con la base del jarro por medio de remaches. Por último, en la parte inferior del cuello se localiza una vitola o collar de chapa rectangular, posiblemente de cobre, de bordes dentados que no llega a cerrar el cuello y que en sus extremos tiene agujeros de donde salen dos cordones de hierro que, tras entrecruzarse, se unen al asa rodeándola en forma de espiral para reforzar su sujeción. La pieza no presenta decoración. Según el informe de su restauración, se la considera como aleación ternaria de cobre, compuesta por zinc y plomo (COSTA, CASTILLO, 2020: 65), y su técnica de fabricación es de latonería, a base de chapa unida con sutura dentada, como se aprecia en el dibujo, y repujada. Sus dimensiones son: altura 39 cm, diámetro de base 20 cm y de cuello 8 cm. Depositada en el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, DJ0308662 (fig. 2).

Fig. 2. Dibujo y sección del jarro.

Fuente: Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, realizado por Mª Isabel Gutiérrez Deza.

La pieza se expuso por primera vez en la muestra Maskukât. Tesoros de monedas andalusíes en el Museo Arqueológico de Córdoba (BAENA, CANTO, 2007: 31 y 36) y recientemente en la exposición Las artes del metal de al-Ándalus (2019), en la que aparece como procedente del Parque Cruz Conde y se considera como destinada al almacenamiento o medidor de líquidos (MORENO, 2019: 183, nº 120) y en la dedicada al Arte Culinario en la Córdoba andalusí (MONTEJO, 2021:172)

II.- PRECEDENTES TARDORROMANOS Y VISIGODOS

En cuanto se refiere a sus precedentes formales podemos afirmar que, hasta el momento, no se ha encontrado ningún ejemplar de este tipo de objeto, formal o funcional, entre los registros de las vajillas metálicas domésticas de la Hispania romana, como se puede comprobar en el catálogo de la exposición Los bronces romanos en España (CABALLERO,1990), ni en estudios más recientes recogidos en el monográfico sobre la “Metalistería de la Hispania romana” editado por C. Fernández (2007) y, entre ellos, el específico sobre la vajilla republicana e imperial (ERICE, 2007), a los que añadiríamos, entre otros, los posteriores de J. Aurrecoechea sobre la vajilla doméstica romana de la Meseta central (2009) o el de Mª Ángeles Mezquíriz sobre la vajilla romana hallada en Navarra (2011: 96-104)

Algo similar sucede cuando revisamos los objetos metálicos, en general, y los bronces, en particular, de época visigoda, comprobándose que la mayoría de los estudios de síntesis se centran en los ajuares o preseas litúrgicos, como el clásico estudio sobre los bronces hispano-visigodos de Pedro de Palol (1950) y su ampliación y revisión posterior debida a L. Balmaseda y C. Papí (1997, 1998), recogidos ambos en la obra posterior de M. Beghelli y J. Pinar sobre los registros u objetos litúrgicos de la Iglesia latina de los siglos VIII-IX (2013, 2019), entre los que no encontramos jarros de este tipo o similar. Ausencia constatada en los repertorios de objetos más propios de la vajilla doméstica procedentes de las excavaciones (PALOL, 1961-1962) y presentes en gran número en la exposición Hispania Gothorum. San Ildefonso y el reino visigodo de Toledo (2007).

A pesar de la ausencia de esta forma entre los registros metálicos, no sucede lo mismo en el cerámico, en el que encontramos precedentes con pitorro, como los ejemplares de tipo 6.4 del ajuar del Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete), en un contexto arqueológico del siglo VII (AMORÓS, 2018: 181-185, figs. 149-151).

III.- JARROS DE ALEACIÓN DE COBRE BIZANTINOS (SIGLOS VI-VIII D.C.)

Gracias al documentado artículo de síntesis de Brigitte Pitarakis: Une production caractéristique de cruches en alliage cuivreux (VI-VIIe siècles): typologie, techniques et diffusion (2005), en el que analiza y estudia este tipo de jarros, conocemos sus precedentes formales y tipológicos. En su investigación se incluían prácticamente todos los ejemplares conocidos hasta ese momento, no solo los procedentes de excavaciones sino también aquellos que se conservan en los grandes museos, como en el Victoria and Albert Museum de Londres o en el The Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Los ejemplares analizados de forma general son jarros de cuerpo cilíndrico o ligeramente troncocónico invertido, de cuello cilíndrico y estrecho o de chimenea, con moldura por debajo del borde o sin ella, que, en su mayoría, portan tapadera, sujeta por medio de una cadenita al asa y de una altura entre los 20 y 30 cm.

Las diferencias entre los sistemas de sujeción del asa al cuello del jarro han permitido establecer dos grandes grupos. El primero de ellos serían los jarros que portan un anillo o brida de hierro sujeta directamente al asa, como los ejemplares hallados en las excavaciones de Sardes, actual ciudad de Sart en la provincia turca de Manisa, cuya variedad permitió a J. C. Waldbaun establecer una primera clasificación en tres tipos (1983), de los cuales, y como recoge B. Pitarakis (2005: 12-17, fig. 2), el tipo I, de base ligeramente cóncava, cuerpo cilíndrico y anilla o abrazadera por debajo de la moldura del cuello, sería del siglo VII y de una geografía de la Anatolia central. El tipo II, con boca trebolada, se localiza en el cargamento de varios pecios bizantinos hallados en la costa de Caesarea, así como en el yacimiento bizantino de Beth Shean, ambos en Israel, con una cronología de los siglos VII y VIII (PITARAKIS, 2005: 14-15). Por último, la variable tipo III, sin moldura en el cuello y con su base convexa y cuerpo ligeramente troncocónico invertido, lo encontramos en la zona de Palestina y en las excavaciones de Pella (Jordania) en un contexto del segundo cuarto del siglo VIII (SMITH, DAY, KOUCKY, 1989: 9, nº 9, pl. 62).

Siguiendo este esquema, B. Pitarakis (2005: 17-22) establece y define un segundo grupo formado por jarros formalmente idénticos, pero a los que considera de mejor calidad por sus collares o vitolas de aleación de cobre. Jarros considerados como bizantinos de los siglos VI-VIII d.C. y de un ámbito geográfico que se extiende por las costas turco-griegas del mar Egeo hasta la isla de Chipre, con una difusión al interior hacia Jordania y por el norte hasta Bulgaria (PITARAKIS, 2005: 13). Así también, por la cinta o collar que portan en el cuello estos jarros de aleación de cobre, la autora establece dos subgrupos: el “A”, caracterizado por una banda simple, lisa y sin decoración, cuyos ejemplares se han hallado en Pérgamo e Izmir y a los que considera como una producción de talleres del área de Constantinopla y de la costa turca del Egeo, y de una cronología posterior (siglos VII-VIII d.C.) (PITARAKIS, 2005:17) a los ejemplares de la variante “B”, caracterizados por su banda del cuello decorada con sellos a imitación de las acuñaciones monetarias, de los siglos V-VII d.C., o con el motivo de un jinete con lanza a caballo, que suelen ser de menor tamaño, sobre los 20 cm de altura, y de cuerpo ligeramente troncocónico invertido, como el encontrado en la basílica de Alassa en Chipre, así como los ejemplares conservados en el British Museum de Londres, en el The Metropolitan Museum of Art de Nueva York o en el Museo Canellopoulos de Atenas, los cuales pueden interpretarse como “jarros de peregrinos” destinados a contener agua bendecida (PITARAKIS, 2005: 27), al igual que sucede con el jarro del Victoria and Albert Museum de Londres. con nº M.434-1910, que porta en su vitola tres medallones con el motivo de un jinete o santo con lanza, característico del subtipo IB3 (fig. 3).

Fig. 3. Jarro de peregrino con vitola portando un motivo de jinete con lanza.

Fuente: Cortesía del Victoria & Albert Museum, Londres.

Nuestro jarro de estudio se encuadraría de forma genérica en esta producción del subtipo IIIA, al igual que los ejemplares procedentes de las Islas Baleares. Con posterioridad a la publicación del estudio de B. Pitarakis (2005) y a la edición de la tesis sobre la documentación arqueológica de la Spania bizantina de J. Vizcaíno (2009: 793-808) salió a la luz en Mallorca un conjunto de materiales procedentes de una colección particular —extraídos con detector de metales, entre los años 1997-2001—, sin contexto arqueológico y depositados en el museo de Mallorca. Tres ejemplares de este tipo parecen proceder del castillo de Santueri (Felanitx, Mallorca), dados a conocer y publicados por Rosa Mª Aguiló4 (2014).

Curiosamente, cada una de las piezas es diferente. La primera, con nº de inv. DA14/09/001, es la más completa, de base plana con su centro cóncavo, cuerpo de tendencia cilíndrica, amplio cuello troncocónico y, como elemento identificador, su boca trebolada. Conserva el asa y el collar o vitola, muy posiblemente de cobre, de una sola pieza que se enlaza con el asa. Como decoración porta incisiones radiales en su hombro realizadas a troquel. De altura 26,5 cm y diámetro base 16 cm. Considerada, sin lugar a duda, como del tipo II de Pitarakis (AGUILÓ, 2014: 29-30, fig. 1).

El segundo ejemplar es de base cóncava con umbo central, cuerpo troncocónico invertido, así como su cuello, que presenta una moldura por debajo del borde recto para acoger la tapa desaparecida. No conserva el asa ni su collar. Decoración repujada con disposición radial en su hombro. Altura 20 cm, diámetro de la base 12 cm, nº inv. DA14/09/002. Considerada como del tipo I de Pitarakis (AGUILÓ, 2014: 30, fig. 2).

Por último, la tercera y más deteriorada ya que le falta el cuello y parte de su cuerpo (fig. 4). Su base es plana, cuerpo cilíndrico, ligeramente abierto. No presenta decoración. En su interior se halló un cuello cilíndrico, estrecho y alto, con moldura en su parte superior, borde recto para engarzar tapadera que, según su análisis, no parece corresponder a la misma pieza y por lo tanto dispone de número propio. Las dimensiones del jarro serían: altura 13,5 cm y diámetro de base 16 cm, mientras que el cuello tendría una altura de 13,8 cm y un diámetro de 6,1cm. Para las dos piezas, de tipo indeterminado, se mantiene el mismo número de inventario DA14/09/003 (AGUILÓ, 2014: 30-31, figs. 3 y 4). A estas piezas hay que añadir un asa de hierro en forma de interrogante (DA14/09/004) y una abrazadera o anillo de cobre o bronce (DA14/09/005) que podrían estar relacionadas o no con el segundo jarro (AGUILÓ, 2014: 31). Por último, anotar que todas ellas conservan en su interior restos de una importante capa de cal generada por su uso como “calentadores de agua”.

Fig. 4. Jarro bizantino de Santueri (Mallorca), nº inv. DA14/09/002.

Fuente: Archivo fotográfico. Museo de Mallorca.

A este excepcional conjunto hay que añadir dos ejemplares más hallados en la isla: uno en la población costera de Muro (VIVES, 1905-1907) y otro procedente de una colección privada y depositado en el Museu d’Història de Manacor, del tipo similar al segundo jarro, pero conservando la anilla del cuello y su tapadera con restos de su cadenita. Su altura es de 24 cm, diámetro de base 12,5 cm y de boca 5,5 cm, nº inv. 557. Considerado, erróneamente, como del tipo IB de la clasificación de Pitarakis (ALCAIDE, 2008), ya que el subtipo “B” hace referencia a las vitolas con sellos y no es el caso.

El conjunto de Mallorca es de gran interés porque, exceptuando las piezas número uno y la tres, la dos y el ejemplar de Manacor corresponden al subtipo IA de la clasificación de B. Pitarakis, caracterizados por una banda o anillo simple de cobre, liso y sin decoración, cuyos ejemplares se han hallado en Pérgamo e Izmir y a los que considera como una producción de talleres del área de Constantinopla y de la costa turca del Egeo, de una cronología de los siglos VII-VIII d.C. (PITARAKIS, 2005: 17). En cuanto al ejemplar primero, con su característica boca trebolada y único en la Península hasta el momento, es evidente que corresponde al tipo II y, por su anillo de hierro, al primer grupo de jarros, los cuales se han hallado en las costas de Caesarea y en la colonia bizantina de Beth Shean (Israel), destruida por un terremoto en el 749 d.C. (PITARAKIS, 2005: 14-15).

A la vista de estos ejemplares hallados en Mallorca, es evidente que la forma de nuestro jarro de Córdoba es diferente, encuadrándose en el segundo grupo de collar de cobre y, por su base convexa, en el tipo IIIA, variable del genérico tipo I, caracterizado por su mayoritaria base ligeramente cóncava, cuerpo cilíndrico algo abierto y cuello con moldura y borde recto para engarzar la tapadera y, en conjunto, de mayor altura: los ejemplares mallorquines no superan los 25 cm, mientras que nuestro jarro es de 40 cm y, además, no presenta indicios en su interior de haberse utilizado como calentador de agua. En conjunto, y a nuestro entender, el jarro de estudio presenta una serie de rasgos tipológicos más evolucionados, sin olvidar la larga perduración tecnológica de este tipo de objeto en el contexto del Imperio Bizantino, como pone de manifiesto B. Pitarakis, en cuyo artículo recoge el hallazgo de un jarro en las excavaciones de Corinto (Grecia) y de una cronología contextual del siglo XIII (DAVIDSON, 1952: 74, pl. 52), así como el aparecido en el establecimiento medieval de Djadovo, en Bulgaria, en un contexto de los siglos XI-XII, o el encontrado en 1984 en la plaza de Kocamustafapaça, en Estambul, conteniendo en su interior, precisamente, un tesoro de monedas de oro datadas entre los años 1042 y 1081 (ASGARI, 1985: 78, figs. 15-19; PITARAKIS, 2005: 25).

IV.- JARROS ISLÁMICOS (SIGLOS II-V HG/ VIII-XI D.C.)

Gracias al mencionado estudio de B. Pitarakis (2005) tenemos una visión bastante completa de la tipología y producción de estos jarros en los primeros siglos del Imperio Bizantino (VI-VIII d.C.), de sus variantes formales y de sus centros de producción y distribución. Sin embargo, a la hora de afrontar su penetración y desarrollo en el contexto geopolítico islámico, B. Pitarakis (2005) simplemente se limita a citar los hallazgos dispersos y a justificarlos como una mera perduración de esta forma en base a la facilidad tecnológica de su fabricación.

En esta visión difusionista se enmarcarían los jarros hallados en las excavaciones llevadas a cabo en 1992 en el qaṣr omeya de Umm al-Walid, en la localidad jordana de Madaba, de los cuales uno de ellos se halló en el interior del ḥammām (BUJARD, SCHWEIZER, 1992: 17, fig. 11/6) y responde al prototipo de los jarros descritos de cuello cilíndrico ancho con la típica moldura para acoger la posible tapadera, que no se conserva, así como tampoco el asa ni su característica vitola o collar. Su altura es de 41,8 cm y el diámetro del cuello 7 cm, nº inv. M.4862 y depositado en el Museo Arqueológico de Madaba (JOGUIN, 2001: 643, fig. 5), de una cronología contextual de mediados del siglo VIII d.C.; en este mismo yacimiento se halló otro de menor tamaño (BUJARD, 2005: 135-136, figs. 1-5 y 6). Jarros que corresponden por su base convexa al tipo III, aunque al no conservarse la vitola desconocemos su subtipo de referencia. Según los análisis metalográficos se han detectado marcas de hierro en sus cuellos, confirmando que poseían anillos de este metal (BUJARD, 2005: 138) y, por tanto, corresponderían al primer grupo de procedencia de la Anatolia bizantina (PITARAKIS, 2005: 14).

Próximo a este yacimiento, y en la excavación efectuada en 1999-2000 de una casa al sur de la mezquita de la ciudadela de Ammán (Jordania), se halló otro ejemplar completo con su asa y tapadera, pero del subtipo IIIB de la clasificación de B. Pitarakis (2005: 17) por su característica vitola: de tres discos sin sellos monetales sino con rosetas incisas y círculos concéntricos. El jarro es de 40 cm de altura y está considerado como de una cronología contextual de la fase omeya de la ciudadela y, por lo tanto, de mediados del siglo del siglo VIII d.C. (NAGHAWY, 2020) (fig. 5).

Fig. 5. Jarro hallado en el ḥammām del qaṣr omeya de Umm al-Walid, en la localidad jordana de Madaba.

Fuente: Discover Islamic Art, MWNF.

De un siglo o siglo y medio posterior serán los jarros hallados en la ciudad de Nishapur, al noreste del actual Irán, que fueron estudiados y publicados por J. W. Allan (1982: 78-80, nºs 93-99). En su estudio aporta siete ejemplares de jarros con asa, procedentes seis de ellos de la “Tepe Madraseh” (nºs 93-97 y 99) y uno del “Qanat Tepe” (nº 98).

Todos ellos son del tipo cilíndrico con base ligeramente convexa, cuello cilíndrico, más o menos alto, sin moldura y borde ligeramente exvasado. Las asas, simples y rectas, parten del borde del cuello y descienden hasta el tercio superior del cuerpo. El asa se sujeta al cuello por medio de una vitola o collar que, a diferencia de los ejemplares bizantinos, se prolonga en estrechos brazos de cinta retorcidos que acaban enroscados en la parte medial del asa. A diferencia de los jarros bizantinos (PITARAKIS, 2005), no portan tapadera ni, por supuesto, anillas para la cadenita de sustentación y algunos de ellos presentan una decoración incisa en su base, muy simple, con motivo de círculos en anillos concéntricos (nºs 93 a 95). Otras diferencias con los jarros bizantinos son sus asas dorsales que son rectas, de gancho, y no superan la altura del jarro, por último, las vitolas que suelen ser de un círculo central y dos laterales (nºs 95, 98 y 99) o simplemente elípticas (nºs 93 a 96 y 99). Todos los jarros son de bronce o de aleación de cobre, de una altura que ronda los 30 cm. En cuanto a su cronología sabemos que, gracias a los hallazgos numismáticos, los jarros de la “Tepe Madrash” se enmarcan en un amplio período que iría de los siglos VIII al X d.C., mientras que el jarro hallado en el “Qanat Tepe” sería más antiguo y de los siglos VIII-IX d.C. (ALLAN, 1982: 13) (fig. 6).

Fig. 6. Uno de los jarros procedentes de la “Tepe Madrash” de Nishapur (Irán).

Fuente: Reproducción del nº 95, de la obra de J. W. Allan 1982: 80.

Similares a estos jarros son los hallados en diversos lugares de Suecia y Finlandia, en pleno contexto de la sociedad vikinga. Este conjunto apenas aparece sugerido en el trabajo de B. Pitarakis (2005: 25), pero gracias al artículo sobre los diversos registros materiales islámicos documentados arqueológicamente en la Escandinavia de época vikinga de E. Mikkelsen (1998) sabemos que, entre otros objetos, se han hallado cuatro jarros de aleación de cobre en Suecia y uno en las islas Ǻland de Finlandia. Todos ellos responden al tipo descrito para los ejemplares de Nishapur: de forma de “botella”, con su cuerpo cilíndrico, cuello estrecho y esbelto sin moldura y, como rasgo definidor, no presentan tapadera y desconocemos si portaban vitola al no conservarse en ningún caso. El primero de ellos es el aparecido en Fölhagen, Björke, en la isla sueca de Gotland que contenía en su interior un tesorillo de 835 monedas árabes, junto con 400 monedas procedentes de la Europa del Este, de una cronología anterior al 1002 d.C. (ARNE, 1932: 103; MIKKELSEN, 1998: 41). En un enterramiento ritual en Tuna, Hjälsta, en la provincia de Uppland, próxima al norte de Estocolmo, se halló un jarro fragmentado —al que le falta el cuello—, dentro de un gran cuenco conteniendo una variedad de objetos: como una espada, dos acetres, un pinjante de caballo, una llave de hierro, etc. y de una cronología de la inhumación de fines del siglo X (ODENCRANTS, 1934; MIKKELSEN, 1998: 41) y con una decoración en su base (ODENCRANTS, 1934: 145-146, figs. 1-3) similar a la observada en los ejemplares de Nishapur. Otro, pero de cuello corto y abocinado, sin tapadera y con asa, sería el encontrado en el enterramiento de Klinta, Köping, en la isla sueca de Öland, que contenía los restos incinerados de una mujer y un hombre, y de una cronología de mediados del siglo X (PETERSSON, 1958; MIKKELSEN, 1998: 41-42, fig. 2) y, aunque mencionado por B. Pitarakis (2005: 25), consideramos que su forma no responde al tipo analizado. De gran interés resulta ser el jarro encontrado en el enterramiento ritual de una mujer, en Aska, en Östergötland (nº inv. 106828 HST), que presenta, como excepcional, una inscripción árabe en su hombro que dice, en su traducción en inglés, the most perfect beneficent and most beautiful gift (is) for God, con una fecha alrededor del año 975 d.C. a tenor de los tres dírhams que se hallaron y al cuenco de bronce anglosajón (ARNE, 1932: 101; MIKKELSEN, 1998: 43, fig. 2). Por último, otro jarro o botella similar al anterior, hallado en Berby, Saltvik, en la isla finlandesa de Ǻland, conteniendo en este caso 859 dírhams, acuñados en su mayoría en Bagdad y el resto en Isfahán, Samarcanda, Taskent y Merv, de finales del siglo IX y portando una inscripción muy similar a la del jarro de Aska, que sugiere un mismo autor de un taller, muy probablemente, de la ciudad de Bólgar en la Rusia central (ARNE, 1932: 108; MIKKELSEN, 1998: 43) (fig. 7).

Fig. 7. Jarro con inscripción árabe, encontrado en el enterramiento ritual de una mujer, en Aska, Östergötland (Suecia).

Foto: Ola Myrin; Statens Historiska Museer, Estocolmo.

La condición de estos jarros, como contenedores casuales de ocultaciones o “tesaurizaciones”, nos permite datarlos gracias a sus contenidos monetales en una horquilla cronológica de la segunda mitad del siglo X (ARNE 1932: 104f), aunque el extraordinario hallazgo de Berby, en la isla finlandesa de Ǻland, confirma que pudieron llegar estos jarros metálicos a finales del siglo IX. Por otro lado, y en atención a las cecas de las monedas, se constata el predominio de las acuñaciones abasíes procedentes, sobre todo, de Bagdad, a las que le siguen en número las de las ciudades islámicas de Isfahán o de Samarqanda, que, junto a las acuñaciones de monedas de la Europa del Este, sugieren una procedencia a través del comercio de la ciudad de Bólgar, en la actual provincia de Tartaristán, capital del primer reino islámico de Rusia fundado en el siglo X (ARNE, 1932: 108).

La cronología de estos hallazgos y la evidente identidad formal entre los jarros escandinavos y los de Nishapur, son pruebas materiales de la vinculación de los vikingos, a través del reino islámico de Bólgar, con la antigua ruta comercial transoxiana bajo el dominio de la dinastía iraní de los Samánidas (819-999 d.C.), emires del califato abasí y cuyos gobernadores residían en Nishapur, todo ello en un contexto de finales del siglo IX y sobre todo de la segunda mitad del siglo X.

Esta dinámica comercial explicaría la pervivencia de este tipo de jarros en el Jorasán y en el Turkestán afgano, como así puso de relieve J. W. Allan (1982: 41) al señalar su identidad formal con los hallados en la ocultación de la población afgana de Maimana. Tres de los cinco ejemplares de jarros hallados en la ocultación o ripostiglio de Maimana, ciudad en la floreciente ruta comercial entre las de Balj y Herat de Afganistán, y compuesto por un conjunto de 24 objetos de cobre, descubierto en 1953 (SCERRATO, 1964: 699-700, figs. 33-39), y conservados en el Museo de Kabul con los números ID100, ID 101, ID 103. Otro ejemplar es el procedente de Herat (SCERRATO, 1964: 700, nº 13, tav. XXI, fig. 39) y conservado en su museo. Todos ellos han sido revisados por V. Laviola y catalogados como de los siglos X-XI (2020: 134-135, nºs 100-103, pl. 155-156). En resumen, estaríamos ante un conjunto de jarros islámicos que se reconocen por su característica forma de “botella”: cuerpo cilíndrico y esbelto, cuello estrecho, asa de gancho simple —frente al desarrollo en interrogante “?” de los jarros bizantinos— y, sobre todo, por la ausencia en todos ellos de la característica tapadera. Estas evidentes diferencias formales los distancian de los tipos de jarros bizantinos (PITARAKIS, 2005); más aún, la cronología posterior de estos jarros y su procedencia de los centros de producción Jorasaníes, muy alejados de los primigenios talleres de la costa turca del mar Egeo, refuerza la tesis de que nos hallamos ante una serie de jarros claramente islámicos, como queda patente en la aparición en algunos de ellos de epígrafes en árabe, y vaciados de la connotación religiosa de los jarros bizantinos vinculados a la peregrinación cristiana a los Santos Lugares.

V.- CONCLUSIÓN

Recapitulando, el excepcional jarro, denominado también cántara o alcuza, hallado en el Parque Cruz Conde de Córdoba —que contenía el tesoro conocido también como de “Fontanar de Cabanos” formado por más tres mil dírhams califales—, es un objeto anterior o coetáneo al año de su ocultación, es decir, al 398 HG/1007 d.C., a tenor de la cronología de sus diversas acuñaciones monetales (CANTO, MARTÍN, JABLOŃSKA, 2020). Ahora bien, esta importantísima y valiosísima información no nos ayuda a conocer su origen ni su procedencia y para ello hay que recurrir al análisis comparativo de sus rasgos formales con los de los jarros similares de aleación de cobre conocidos, comenzando por aquellos hallados en contextos o formando parte de conjuntos inequívocamente islámicos y de una cronología coetánea, es decir, del mismo siglo X, como nuestro jarro de Córdoba.

En este contexto islámico, tenemos que referirnos a los ejemplares de jarros procedentes de geografías tan lejanas como los hallados en las excavaciones de Nishapur (Irán) (ALLAN, 1982) o los encontrados en diversos lugares de Escandinavia (MIKKELSEN, 1998), entre los cuales algunos presentan inscripciones en árabe, pruebas evidentes de su origen y producción islámica. Al compararlos con nuestro jarro observamos las siguientes diferencias formales: aquellos responden a un nuevo tipo de jarro, más próximo a la “botella”, desprovistos de tapadera, sin anillas de hierro ni vitolas ni los alambres de sujeción y además algunos portan inscripciones árabes. Por lo tanto, aunque nuestro jarro es de una cronología coetánea no se corresponde formalmente con esta específica producción.

Los datos tipológicos expuestos confirman que el jarro de Córdoba no tiene nada que ver con la producción de jarros islámicos del Jorasán ni, menos aún, con los posibles producidos en el reino islámico de Bólgar, en la Rusia central —claramente inspirados en los ejemplares de Nishapur pero personalizados con inscripciones árabes— que llegarán por vía de comercio o de tributos a distintas poblaciones escandinavas, en donde los hallamos formando parte de los ajuares de los enterramientos rituales vikingos en pleno siglo X. Planteamiento que se refuerza cuando se constata la usencia en los tesorillos de algunos de estos jarros/botellas de moneda alguna de ceca andalusí, aunque sí se conoce su presencia en diversos yacimientos vikingos (LINDER, 1965, 1974), lo que viene a reforzar la tesis mantenida en su día por M. Barceló en cuanto a su valor no circulante y que no podemos considerarlas como indicadores de una posible relación comercial de al-Andalus con estos territorios (1997a: 94-95). Por otro lado, la cronología de estos jarros, según las monedas, se enmarca en la segunda mitad del siglo X, período posterior a las incursiones normandas en la Península de la segunda mitad del siglo IX, aunque coincidente con la última presencia de los vikingos en las costas de al-Andalus, que se produjo en los años 966 y 971-972 bajo el gobierno del califa al-Ḥakam II, siendo repelidos en las costas del Algarve, frente a Silves, en el 966 y, en su posterior venida, la armada califal impidió su acceso por el río Duero (971), así como su acercamiento a las costas del Algarve (972) (LIROLA, 1993: 257-261).

A la vista de los datos históricos, los numismáticos y, sobre todo, los tipológicos, resulta evidente que nuestro jarro de estudio no pudo llegar a la Península a través de los vikingos o en sus incursiones. Desechada esta posible procedencia del jarro a través de los normandos, tenemos que analizar otras alternativas. Una de ellas sería la de que proceda, a mediados del siglo X, de las lejanas tierras del Jorasán por vía mediterránea, es decir, a través del mundo fatimí y de su producción de objetos de aleación de cobre, de los que en la actualidad disponemos de una importante bibliografía, así como de un amplio registro tipológico, baste con consultar el estudio del extraordinario hallazgo del taller de bronces de Tiberiades, en el actual Israel, de una cronología entre el centenar de follis bizantinos con fecha final del 1067 y la posterior conquista y saqueo del lugar llevada a cabo por los cruzados en el 1099; se observa que, entre la decena de jarros de diversos tipos (KHAMIS, 2013: 49-58, nºs 178-233), no se encuentra nuestro ejemplar de referencia. Lo mismo sucede si revisamos la ocultación de la próxima y marítima Caesarea, de una cronología de la primera mitad del siglo XI (LESTER, 1999: 40; LESTER, ARNOLD, POLAK, 1999: 234) o el excepcional hallazgo del conjunto de bronces fatimíes de Denia de finales del siglo XI (AZUAR, 2012, 2017, 2018, 2019, 2019a: 180-182). Estos datos confirman que nuestro jarro de estudio, y de cronología anterior, no aparece como perduración entre los registros formales de la producción de objetos metálicos documentada en los territorios del califato fatimí; más aún, si revisamos los registros de objetos metálicos del Egipto copto, de los siglos VI a X d.C. —como el clásico de J. V. Strzygowski (1904) o los más recientes de D. Bénazeth, sobre las colecciones del Museo Copto de El Cairo (2008), y la tesis doctoral de K. Wertz sobre los objetos de metal coptos o de tradición copta hallados en la cuenca mediterránea, en la que establece ocho tipos de jarros con sus distintas variables (2005: 19-31, tafs. 1-5)—, se constata que esta forma no aparece entre los registros tipológicos coptos y, por tanto, podemos afirmar que no procede del Egipto pre-fatimí ni del ámbito geográfico de aplicación de la liturgia cristiano-copta de los siglos VIII-X d.C. A la vista de la ausencia de registros arqueológicos contemporáneos en el ámbito de las costas del Mediterráneo bajo dominio fatimí, se hace necesario buscar otra u otras vías de penetración o de llegada de este objeto a la Península.

Con este fin, regresamos al análisis formal de nuestro jarro, en el que se aprecian evidentes rasgos de haber sido modificado o remontado, dotándolo de un repié o moldura anular en su base para mejorar su estabilidad, así como el refuerzo de su asa, alargándola hasta la base del jarro, y la sustitución de la vitola por la nueva actual de cobre, manteniendo el viejo sistema de alambre retorcido. Aun con estas adiciones o retoques, la pieza presenta unos rasgos tipológicos que la vinculan directamente con la producción paleobizantina de jarros con anillos o vitolas de cobre. El estudio de B. Pitarakis (2005) nos permite conocer la evolución de esta producción, la cual parece que tiene su origen en la peregrinación a los Santos Lugares, en donde el agua bendecida se recogía en los jarros del subtipo IB, caracterizados por sus vitolas con sellos de imitación monetal o con un jinete o un santo a caballo con una lanza (¿quizás la representación de san Jorge o del arcángel san Miguel?) que podrían tener su centro de producción en Chipre, como el ejemplar conocido aparecido en la basílica de san Nicolás de Alassa, distrito de Limasol, y de una geografía de dispersión por el mar Egeo, llegando hasta los enterramientos cristianos de Inglaterra, como atestiguan los ejemplares de jarros hallados en el cementerio de Essex, todos ellos de una cronología de los siglos V-VII d.C. Al mismo tiempo, se documenta una nueva producción de idénticos jarros, pero con vitolas lisas del subtipo “A”, ya exentas de los motivos religiosos o monetales, con un más que probable origen en Constantinopla que se van a distribuir por las costas turcas y griegas del mar Egeo y por el mar Negro a Bulgaria, y de una cronología posterior de los siglos VII-VIII d.C. (PITARAKIS, 2005: 17).

Serán estos jarros, del subtipo III B con tendencia a desarrollar bases convexas y vaciados de usos y símbolos cristianos, los que aparecerán en contextos de los primeros asentamientos islámicos, como lo atestiguan los ejemplares hallados en el ḥammām de Umm al-Walid (BUJARD, 2005), aunque en este caso parecen corresponder al primer grupo de jarros con anillos de hierro y procedentes de Palestina (PITARAKIS, 2005: 14-15), o los encontrados en una estancia próxima a la mezquita de la ciudadela de Ammán (NAGHAWY, 2020), los cuales están vaciados de su iconografía y funciones litúrgicas cristianas ya que conservan restos de calcificación en su interior producidos por haberse utilizado para calentar agua y se han hallado en el interior del baño. Así también, aunque de tipología y producción bizantinas, los encontramos arqueológicamente en las primitivas ciudades omeyas de la actual Jordania y en contextos cronológicos del ecuador del siglo VIII d.C. (fig. 8).

Fig. 8. Plano de dispersión crono-geográfica de los jarros bizantinos e islámicos en la Europa mediterránea durante los siglos II-V HG/ VII-X d.C. y de su llegada a la Córdoba califal.

Fuente: Elaboración del autor.

De esta cronología serían los jarros hallados en la misma isla de Mallorca, en donde se han encontrado cinco ejemplares de este tipo (AGUILÓ, 2014), así como los documentados en la isla de Cerdeña, de una cronología de los siglos VI-VII d.C. (BALDANI, 2015: 310, fig. 5, A1), cuya presencia confirma la intrínseca relación existente entre la Spania y la Cerdeña bizantinas (BALDANI, 2015: 311), integradas en la geografía de los dominios bizantinos en el Mediterráneo occidental que se mantuvo hasta prácticamente el siglo X, pues no debemos olvidar que Mallorca pasó a manos islámicas en la tardía fecha del 902 d.C. (ROSSELLÓ, 1968; GUICHARD, 1987; EPALZA, 1982, 1987; SIGNES, 2004: 208 y ss.) y Cerdeña siempre fue cristiana y consiguió permanecer independiente, a pesar del fallido intento de su conquista y anexión por parte de Muŷāhid en el 1015 (BRUCE, 2013: 149 y ss.). Ahora bien, la no presencia de estos jarros bizantinos de cobre en el interior de la Península (VIZCAÍNO, 2009) y el hecho de que las Islas Baleares no fueran incorporadas a los dominios del emirato andalusí hasta principios del siglo X, dificultan la posibilidad de que el jarro de nuestro estudio llegara a Córdoba a mediados del siglo VIII, prácticamente pocos años después de la conquista de al-Andalus.

Más creíble resulta la hipótesis de que el jarro llegara a la Península un siglo después, y desde los territorios del Bilād al-Shām, coincidiendo con las relaciones documentadas por las fuentes entre el Emir ‘Abd al-Raḥmān II (792-852 d.C.) y la corte abasí, ya descritas en su día por E. Lévi-Provençal (1987: 163-173) y confirmadas por la edición del volumen II-1 de la obra de Ibn Ḥayyān, con el título Crónica de los emires Alḥakam I y ‘Abdarraḥmān II entre los años 796 y 847, según la traducción de Maḥmūd ‘Alî Makkî y Federico Corriente (2001: 167 y ss.). Relaciones que podrían confirmarse con la aparición en la Península de los contados ejemplares de moneda abasí (RODRÍGUEZ, 2006: 17, nota 2): un dinar del año 783-4 hallado en Azoia (Sesimbra) (TELLES, 1999), dos dírhams de fines del siglo IX procedentes del tesoro califal de Puebla de Cazalla (Sevilla) y dos más aparecidos en los tesorillos de época de ‘Abd al-Raḥmān II, de Priego de Córdoba y de Iznalloz (Granada), el de este último acuñado en Egipto (Miṣr) (239/853 d.C.) al igual que el felús abasí procedente de Córdoba del 802-803 d.C. (RODRÍGUEZ, 2006). Monedas todas ellas de una cronología de la primera mitad del siglo IX, cuyo número supone un claro retroceso con relación al número de monedas del califato omeya presentes en tesorillos de la conquista o del siglo VIII (BARCELÓ, 1997) y que desaparecerán en época califal (siglo X). Testimonios materiales abasíes que, por desgracia, no vienen acompañados de otros documentos materiales coetáneos, como sucede con las cerámicas. Valga como ejemplo el extraordinario conjunto de 57 ejemplares de cuencos de “loza dorada” orientales, hallados en Madînat al-Zahrā’ en 1912, e identificados en un principio como procedentes de Samarra y de una cronología del siglo IX (VELÁZQUEZ, 1923), atribución puesta en duda en la actualidad al considerarlos producciones de tradición abasí fabricadas en Fustat (Egipto) por artesanos iraquíes en época iksidí (935 a 969 d.C.) (HEIDENREICH, 2007: 252).

El debate está abierto, aunque la debilidad de los documentos o registros materiales de origen abasí en la Córdoba emiral, así como la distancia cronológica entre estos hechos y la datación de la ocultación del jarro de nuestro estudio, nos obligan a plantear otras hipótesis sobre el cómo y el cuándo llegó a la Península. La primera, y vinculada a la propuesta anterior a partir de los paralelos formales de nuestro jarro con los hallados en Jordania, es que procediera de la Palestina abasí y que llegara a la Península a finales del siglo IX —con anterioridad a la instauración del imamato fatimí en Qayrawán (909) y de su dominio de Ifriqiya—, a través de la ruta marítima de los puertos de la costa norteafricana abierta por los marineros andalusíes, que establecieron su soberanía en la isla de Creta (827) hasta el 961 (LIROLA, 1993: 99-105; SIGNES, 2004: 186 y ss.; TURIENZO, 2006: 40-52; AZUAR, 2009: 574), y de sus buenas relaciones con los aglabíes de Túnez, con quienes participaron en las campañas de conquista y saqueo de la isla de Sicilia (829-830) (LIROLA, 1993: 105-110). Contexto histórico en el que se produjo también la llegada del extraordinario conjunto de lámparas de bronce de Qayrawán para iluminar la mezquita de Medina Elvira, tras la fundación de la ciudad portuaria de Almería (884 d.C.) (AZUAR, 1998: 33-38, 2010: 131-135, 2019: 84-85; TURIENZO 2006: 52-56). No sería extraño que, medio siglo después, la pieza, por su mal estado, fuera restaurada, transformada su base y reforzada su asa para permitir su uso como contenedor de aceite o “alcuza”.

La otra hipótesis es que el jarro-cántara o alcuza, hallado en Córdoba, conteniendo un tesoro de una fecha límite del año 1007 d.C., siendo una pieza claramente importada del mundo bizantino a tenor de su relación formal con los jarros hallados en Mallorca y con los documentados en las costas de Anatolia, por su técnica de martilleado y ensamblaje de latonería procedería, muy posiblemente, de algún taller de la propia Constantinopla (BEGHELLI, DRAUSCHKE, 2017: 57-58) y llegaría a la Península a mediados del siglo X, en el contexto de las buenas relaciones existentes entre los califas ‘Abd al-Raḥmān III y su hijo al-Ḥakam II con los emperadores de Bizancio, Constantino VII (944-959), su hijo Romano II (959-963) y con Nicéforo II (963-969) (SIGNES, 2004: 232-235; MANZANO, 2018: 218). Por otro lado, la información aportada por el estado íntegro de las monedas de su interior sugiere a los expertos que no fuera moneda circulante, sino más bien fruto de algún pago (CANTO, MARTÍN, JABLOŃSKA, 2020: 53), seguramente por los importantes trabajos realizados en la capital del califato. Tesoro que se introdujo en el interior de este restaurado, remodelado y reforzado recipiente, con el fin de ocultarlo durante su traslado o previsto viaje de regreso a Bizancio que nunca llegó a realizar su poseedor, facilitando que la diosa “Fortuna” nos dejara, mil años después, el sorprendente testimonio de un jarro bizantino en la corte omeya de Córdoba.

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1 MARQ. Museo Arqueológico de Alicante.

2 Agradecemos a Mª Dolores Baena Alcántara, directora del museo, que nos haya facilitado fotografías de la pieza, así como el dibujo efectuado por Mª Isabel Gutiérrez Deza.

3 http://collections.vam.ac.uk/item/O129381/ewer-unknown/

4 Le agradecemos su información y, como conservadora del Museu de Mallorca, su gestión para la obtención de la fotografía de uno de los jarros y su reproducción.