Arqueología y Territorio Medieval 30, 2023. e8218. I.S.S.N.: 1134-3184 DOI: 10.17561/aytm.v30.8218

La cerámica en la Mallorca postconquista: indicios de una posible producción local

Pottery in post-conquest Mallorca: evidence of a possible local production

Neus Serra Vives1

Recibido: 04/08/2023
Aceptado: 07/11/2023
Publicado: 29/12/2023

RESUMEN

El estudio de un conjunto cerámico inédito, recuperado a raíz de unas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en el centro histórico de Palma, abre nuevas hipótesis sobre la producción y consumo de cerámica en la Mallorca inmediatamente posterior a la conquista. La abundancia de ollas y materiales con defectos de cocción sugiere una industria alfarera local destinada a abastecer a la población colonial de utensilios de primera necesidad. Gran parte de los materiales estudiados entronca formalmente con las producciones catalanas del siglo XIII y con otros conjuntos arqueológicos coetáneos contribuyendo a consolidar las características de la cultura material cerámica propia de este período de transición.

Palabras clave: Mallorca, postconquista, cerámica cristiana, ollas, vidriado.

ABSTRACT

The study of an unpublished set of ceramics, recovered as a result of archaeological interventions carried out in the historic center of Palma, opens up new hypotheses about the production and consumption of ceramics in Mallorca immediately after the conquest. The abundance of pots and materials with firing defects suggests a local pottery industry dedicated to supplying the colonial population with essential utensils. A large part of the materials studied is formally linked to 13th-century Catalan productions and to other contemporary archaeological assemblages, contributing to consolidate the characteristics of the ceramic material culture typical of this transitional period.

Keywords: Mallorca, post-conquest, Christian pottery, pots, glaze.

1. INTRODUCCIÓN

Las intervenciones arqueológicas realizadas en la calle Posada de Lluc (Palma) (figura 1), a principios del año 1999, concluyeron, entre otras cosas, con el hallazgo de un depósito (pozo 2) amortizado con más de 10.323 fragmentos cerámicos2. Entre las tipologías identificadas, hay un claro predominio de ollas sin vedrío así como piezas con defectos de cocción y utensilios de ceramista que sugieren un posible testar de alfarería del siglo XIII.

Figura 1. Localización del yacimiento. Mapas obtenidos de https://mediateca.educa.madrid.org/imagen/rxei9f2gtgta39iw y https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mapa_comarcal_de_Mallorca.svg.

Además, el descubrimiento se produjo en pleno corazón del barrio de Sa Gerreria de la ciudad medieval. Este espacio, situado en la parroquia de Santa Eulalia, reunió a las principales alfarerías urbanas desde el siglo XIV hasta su industrialización en el siglo XIX y principios del XX.

Las referencias más antiguas al respecto, sin embargo, no pueden rastrearse más allá del siglo XIV. Diversos inventarios post morten sirven para trazar parcialmente el entramado bajomedieval de esta área especializada de la ciudad.

Hasta la fecha, la documentación más antigua la constituye el inventario de la casa de Bernat Rabassa (1330) situada “in loco vocato jarraria templi” (OLIVAR, 1952: 19), lo que sugiere que un espacio situado en las inmediaciones del Temple era conocido como “jarraria”. Por otro lado, en 1359 se inventariaban los bienes de Pera Tordera cuya casa “està a la gerraria” (PASCUAL, 1897: 91), con lo que se entiende que esa toponimia estaba consolidada y debía de atender a la realidad económica del lugar. Finalmente, el inventario, realizado en 1396, de los bienes de la alfarería de Antoni Prunera describe con detalle su localización: “in vico quo tenditur de castro Templi ad capellam Sancti Antonii Padoensis”, y para más señas, especifica que confrontaba: “cum via seu carraria facta inter edificia et murum civitates” (LLOMPART, 1988: 182). Según parece, si se traslada esta información a la planimetría actual, la alfarería de Prunera se encontraría en la actual calle dels Socors, cerca de las murallas, que unía el oratorio de San Antonio de Padua (actual plaza de la Puerta de San Antonio) con el Temple (figura 2).

Figura 2. Plano de Antoni Garau (1644) modificado por la autora. En rosa, localización del yacimiento de Posada de Lluc; en verde, el Temple; en rojo, ubicación aproximada del oratorio de San Antonio de Padua y en azul, alfarerías bajomedievales según la documentación de archivo (BARCELÓ, ROSSELLÓ, 1996: 197).

En el mismo documento se detalla que la alfarería de Prunera confrontaba con otra, propiedad de Petri de Treballis, notario. Además, en una noticia posterior, que da a conocer un convenio entre el alfarero Prunera y Miquel Ramón, se menciona: “vico dicto de la gerreria”, lo que confirmaría una cierta concentración de talleres en esa área de la ciudad durante el siglo XIV, así como el impacto de su especialización económica en la toponimia medieval (BARCELÓ, ROSSELLÓ, 2006: 196).

Con posterioridad, ya en el siglo XV, prolifera la información referente a estos establecimientos que se localizan en las actuales calles de la Gerreria, de la Posada de Lluc, d’En Bosc, del Forn d’en Vila y Calle dels Socors, (calles todas ellas próximas a las alfarerías descritas en el siglo XIV) (BARCELÓ, ROSSELLÓ, 1996: 197, plano 2).

La producción de todos estos establecimientos se caracterizaba por su especialización en cerámica común (con o sin vidriado) y arquitectónica. Un repertorio variado, centrado en jarras, lebrillos, platos, escudillas, tubos, canales, etc. como se desprende de la lectura del inventario del taller de Antoni Prunera pero también de los restos cerámicos asociados a tres hornos cerámicos encontrados entre las calles Mateu Enric Lladó y dels Socors (posiblemente del siglo XV) (MICOL, 2007)3.

Con todo, el panorama productivo del siglo XIII no puede inferirse como idéntico al que acabamos de enunciar. Su situación es prácticamente desconocida y por ahora no ha sido abordado. Gracias a unas pocas noticias que trataremos en el siguiente apartado, debemos suponer que la industria alfarera de este siglo fue incipiente, elemental y dispersa pero también significativa y centrada en un repertorio restringido a productos de primera necesidad.

2. LA PRODUCCIÓN CERÁMICA EN MALLORCA EN EL SIGLO XIII

Las primeras noticias que sugieren una producción cerámica local en la Mallorca postconquista datan de los años cuarenta del siglo XIII. De ellas se desprende que esta naciente industria se volcó casi exclusivamente en la producción de material destinado a la construcción. Los productos más demandados de la ciudad, en plena transformación, debieron de ser tejas, cañones, canales y baldosas, sin descuidar los grandes contenedores destinados al transporte y almacenamiento de productos agrícolas, como cereales o aceite4.

Por otro lado, en el Llibre del Repartiment de Mallorca (1230-1232) se mencionan dos lugares especializados en la venta de ollas: “venditores de olieribus et venditores veteribus de oleribus XVII operatoria”, entendiendo con ello un espacio no necesariamente productivo ni exclusivo de la venta de estos productos, pero sí representativo de la importancia que tendría esta tipología cerámica para la población cristiana del siglo XIII (BERNAT, 1997: 61)5. En este mismo documento se identifica un tejar (no sabemos si activo o anterior a la conquista) que se encontraba dentro de los límites de la ciudad: “(…) des de la torre de al-hammam pel camí de Bab al-mudi fins al-Misqa i el fossat de la murada fins a la torre de al-hammam a la teulera del magatzem de ad-dayyan envers el riu” (ROSSELLÓ-BORDOY, 2003: 811, 2007b: 25).

En otros lugares de la isla abundan topónimos que delatan la extensión de la industria tejera almohade con la que se encontraron los colonos. Así, por ejemplo, en Manacor hallamos un área denominada: almadraua (literalmente, el tejar) (ROSSELLÓ, FERRER, 1977: 121), topónimo que se repite también en Inca, Artá o Pollensa (ROSSELLÓ-VAQUER, 1978: 14, 23, 30, 36; SOTO, 1984: 54, 58, 153, 156). En algunos casos, cabe suponer que estos obradores pudieron ser reocupados, continuando su producción por parte de nuevos artesanos o artesanos musulmanes esclavizados. Precisamente, en Artá se ha documentado el tejar de la familia judía de los Denau, activo a lo largo del siglo XIV, que tal vez reprendió la actividad de un establecimiento anterior. El linaje judío de los Vida también participó en el suministro de tejas a la obra de la catedral en el año 1345, deduciendo con ello que eran poseedores de un establecimiento dentro de la ciudad o en sus inmediaciones (SASTRE, 1994: 134, 136; ROSSELLÓ-BORDOY, 1997: 701).

Por otro lado, la documentación arqueológica ha proporcionado evidencias suficientes como para poder delimitar un área alfarera dentro de Madina Mayurqa la cual creemos podría haber condicionado la ubicación posterior del barrio de Sa Gerreria (barrio de la alfarería cristiana de la ciudad)6. Si bien, la mayor parte de los hallazgos se vincula a una cronología taifa, previa a la razzia pisano-catalana de 1114-1115, determinados utensilios y fragmentos cerámicos parecen apuntar a la continuación de la industria cerámica, tal vez limitada a obra común (y también estampillada) configurando el tejido infraestructural almohade que se encontrarían los cristianos a su llegada.

Algunas referencias cristianas documentan de forma explícita el establecimiento de tejares y alfarerías en terrenos anteriormente ocupados por alquerías o rafales donde podría haber existido una infraestructura previa.

Una de las referencias más antiguas data del 26 de marzo de 1243 cuando Berenguer de Cervera estableció a Guillemó Franques un predio del término de la Ciudad de Mallorca para hacer tejas. Se especificaba, además, que podía tomar tierra del rafal para hacer tejas y otra obra, con uso de agua y leña para cocer en el horno. Debía entregar de cada 23 piezas, una (ROSSELLÓ-VAQUER, 2001: 103).

Poco tiempo después, el 10 de diciembre de 1246, Mestre Joan, pavorde de Mallorca, estableció a Ramon de Novo el rafal llamado Raal Alsolra, también en el término de la ciudad, en el lugar llamado Santa Eulalia. Como condición requería que debía pagar la mitad de las ganancias del horno u hornos de tejas (ROSSELLÓ-VAQUER, 2004: 211).

Más explícita de la preexistencia de un tejar, es la noticia de 1265 en la que Valentí de Torres estableció a Gosalbo Yanes la mitad de la alquería que tenía en el término de Manacor, en la que había un tejar “et cum tegularia” (ROSSELLÓ, FERRER, 1977: 121).

En cuanto a los artesanos, se conocen los nombres de algunos alfareros musulmanes, cristianos y posiblemente judíos que se encontraban en activo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIII. Ajssac de Mallorca sería uno de los casos más tempranos documentados (1240) (COLL, 2008: 301, doc. 324). Más detallada es la mención a Bernat Gerrer quien en 1270 se establece en unas casas con horno de cerámica: “Predictas itaque dues domos cum dicto portico et tro et furno iarrarie” (MORA, ANDRINAL, 1982: 319-320; BERNAT, SERRA, 1993: 826). Algunos fueron musulmanes esclavizados que suponemos debían ejercer de alfareros antes de la conquista. En 1260 se documenta un “jarrerius” en vías de ser liberado (SOTO, 1982: 218); en 1278, Salamó Benet vendía a Maimó Abennono el derecho y dominio sobre tres sarracenos, entre los cuales se encontraba Abraim Benjafia Albegay, alfarero (ROSSELLÓ-VAQUER, 2004: 80). Tan solo un año después se tiene constancia de Abraym Albugni “sarracenus liber jerrerius” (Lourie, 1970: 633, nota 39) y el 17 de agosto de 1280 se denunció a Ramon jerrer, musulmán bautizado que apostató en tierra de sarracenos, motivo por el que le secuestraron sus casas (las cuales se subastaron y Jaume gerrer ofreció 37 libras por ellas) (ROSSELLÓ-VAQUER, 2004: 100)7.

3. LOS TESTIMONIOS MATERIALES: EL YACIMIENTO DE POSADA DE LLUC

Una vez delimitado el contexto de este estudio podemos concluir que, así como los documentos relativos al sistema productivo alfarero de este siglo son escasos, también lo son los restos materiales.

Una de las mayores dificultades en este sentido recae en el correcto reconocimiento de las producciones cristianas propias del momento posterior a la conquista. Los estragos causados por el violento episodio bélico comportaron, sin duda, importantes pérdidas patrimoniales de la cultura anterior y las evidencias materiales de las tropas que asediaron la ciudad difícilmente pueden rastrearse en el registro arqueológico8.

No obstante, la inmediata reocupación de las viviendas y otras construcciones andalusíes por parte del contingente colono pudo conllevar una cierta reutilización temporal de los bienes allí disponibles. Además, los primeros colonos debieron de trasladarse con sus propias pertenencias, entre las que debía de haber un mayor número de vajillas de madera o metal, así como utensilios de cocina de importación9. Todo este universo material pudo haber constituido una suerte de solución provisional que resulta, a veces, indistinguible respecto a contextos puramente islámicos o que queda englobado en contextos más amplios, datados ya del siglo XIV10.

Una de las claves para la correcta detección de estos particulares contextos es, por un lado, advertir la ausencia de la característica producción cristiana vidriada en verde y negro, la escasez de piezas vidriadas y, sobre todo, la abundante presencia de ollas de pastas reductoras. Precisamente, es en el ámbito de la cocina, así como en el del almacenamiento y transporte, donde se encuentra el mayor número de recipientes cerámicos, mientras que la vajilla de mesa fue para ese período preferiblemente de madera, resultando prácticamente irrastreable con el paso del tiempo.

Así pues, la dificultad en aislar y diferenciar estos restos hace que el testar de la calle Posada de Lluc (Palma) sea un testimonio excepcional del consumo cerámico de esta época de transición, donde las intrusiones cronológicamente posteriores son minoritarias. El material recuperado, del que se mostrará una selección, parece documentar la actividad de un centro productor local de cerámica de forma, destinado a satisfacer las necesidades básicas de los nuevos habitantes, interesados por recipientes que fueran reconocibles y útiles11.

3.1 El repertorio tipológico12

Los más de 10.300 fragmentos revisados presentan un alto grado de fragmentación y pueden clasificarse siguiendo distintos criterios. Por tipología, por técnica o por cronología, entre otros. Ante la inmensa cantidad de piezas documentadas, se optó por separar, en un primer momento, aquellas que contaban con vidriado y decoraciones ya que podían contribuir a la datación precisa del conjunto y a su correcta adscripción cultural.

3.1.1 Cerámica islámica

De esta manera, se ha podido identificar un primer grupo de cerámicas vidriadas y pintadas que datarían de época islámica y aportarían la cronología más antigua del yacimiento. Aunque no analizaremos en detalle este grupo, destacan varios bordes de zafa tipo II de Rosselló-Bordoy (1978a: 16-18) caracterizados por presentar una orla con grupos de pinceladas verticales paralelas bajo el labio y motivos combinando el verde y el negro, todos ellos datados dentro del siglo XI. Otras piezas podrían corresponder al período almohade, como una base decorada con líneas negras sobre cubierta melada (técnica del alcofoll) así como un fragmento de ataifor vidriado de un verde intenso y motivos vegetales impresos bajo cubierta (figura 3). La decoración a cuerda seca también se encuentra representada con un único fragmento de jarrita y cerrarían el conjunto diversos fragmentos de bordes y paredes de zafas carenadas con labio triangular que presentan cobertura vítrea en diversas tonalidades de verde o turquesa y que pueden datarse, indistintamente, entre los siglos XII y XIII.

Figura 3. Fragmento de ataifor vidriado en verde con decoración impresa (posiblemente almohade) y marmita con decoración pintada. Dibujo y fotografía de la autora.

En cuanto a la cerámica no vidriada, se han identificado marmitas o jarritas con asas pintadas con almagre, del tipo Eb de Rosselló-Bordoy (1978a: 66-71) con los característicos grupos de tres pinceladas en blanco que nos ofrecen un arco cronológico de los siglos XI y XII (figura 3).

Otros fragmentos informes parecen formar parte de un gran contenedor que presenta una peculiar decoración incisa y estampillada, posiblemente adscribible a los siglos XII o XIII (figura 4). Los paralelos existentes de este último ejemplar, localizados en Lorca, muestran los mismos elementos decorativos donde abundan motivos almendrados y espiraliformes que suelen enmarcar temas zoomorfos o vegetales más grandes y que confirman una datación almohade (MARTÍNEZ, PONCE, 1998: 349-351).

Figura 4. Fragmentos de gran contenedor con decoración impresa e incisa y restos de arcilla fresca visibles en la superficie. Fotografía de la autora.

Acompañan a estas piezas otras de obra común como arcaduces, candiles de piquera, jarritas, lebrillos, etc. que no trataremos ya que no aportan datos relevantes para el enfoque de este artículo. Desconocemos si se trata de restos de una posible producción local anterior a la llegada de los cristianos o de piezas consumidas por usuarios musulmanes en los momentos inmediatos a la conquista.

Sin duda, este lote de cerámicas islámicas es el conjunto de materiales con un mayor grado de integridad, pero en ningún caso se trata del grupo más abundante. Con certeza, se han podido individualizar 265 piezas que podrían adscribirse a este período.

3.1.2 Cerámica cristiana

3.1.2.1 Vidriada

En cuanto a la cerámica medieval cristiana se han identificado únicamente tres fragmentos decorados que corresponderían a piezas abiertas de vajilla fina catalana decorada en verde y negro. Estas indican un terminus de la primera mitad del siglo XIV, o finales del XIII, en cualquier caso anterior a las importaciones de las producciones homónimas valencianas que no se hallan representadas en el yacimiento. Pero más allá de estos tres fragmentos, cuya adscripción resulta inequívoca, se ha identificado un grupo de fragmentos con vidriado monocromo, ya sea en verde o melado, que podrían pertenecer a las primeras producciones cristianas medievales.

Unos pocos fragmentos informes pertenecientes a piezas cerradas (asimilables al tipo de redoma islámica —del cual derivaría—, de cuerpo piriforme, base plana y asa), con estrías en su cara externa, así como cobertura vítrea verde que no llega a recubrir la totalidad de la pieza, apuntan a una cronología del siglo XIII. Los ejemplares hallados en la calle Posada de Lluc (Palma) presentan un denso vidriado verde oscuro malogrado en la superficie interna, que ha terminado por invadir parte del perfil fragmentado, denotando con ello un posible deshecho de producción (figura 5).

Figura 5. Fragmentos de redoma o jarro con vidriado verde. Fotografía de la autora.

Por otro lado, una base íntegra con vidriado melado podría adscribirse al mismo tipo, como veremos característico de los yacimientos catalanes del siglo XIII. Se aprecia perfectamente la base plana, de menor diámetro que el cuerpo globular, el cual se halla incompleto, pero conserva la decoración estriada y tiene tendencia a estrecharse a medida que aumenta su altura (figura 6).

Figura 6. Base de redoma estriada con restos de vidriado en el exterior. Dibujo y fotografía de la autora.

Se trata de tipologías ambiguas tanto por su morfología como por la coloración de sus pastas, que pueden confundirse con ejemplares andalusíes, aunque, por los paralelos conocidos en el ámbito cristiano, podríamos clasificarlas como producciones catalanas arcaicas13.

Además, los contextos de aparición de este tipo de piezas refuerzan su adscripción cultural cristiana. La mayoría de los paralelos, localizados en territorio catalán, pertenece a silos excavados en el entorno de las sagreras de diversas iglesias y alguno de ellos estaba asociado a monedas de Jaime I, cerámica de cocina oxidada y reductora sin vidriado y, en algunos casos, importaciones andalusíes de vajilla de mesa. Por poner solo algunos ejemplos, sería el caso de los silos 6 y 7 de la iglesia medieval de Sant Iscle; los silos 1, 2, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12 de la sagrera de Sant Vicenç de Moleto; los silos de Gavà o los de los alrededores de Santa Perpètua de Mogoda (ROIG, 2007: 574, 2016; BRUNA, ROIG, 2007). También en el poblado de l’Esquerda, Es Jardinets, Sant Pau de Riu Sec o Santa Eulàlia del Corró d’Avall se dan este tipo de piezas (ROIG, COLL, MOLINA, 1995).

Además, estas redomas o ampollas cristianas se han localizado profusamente en el sur de Francia, territorio con el que Mallorca comparte unas pautas de consumo cerámico similares (MARCHESI et alii, 1997: 82-83, fig. 53_13 y 14; CAPELLI et alii, 2009: 942). En cuanto al centro productor se refiere, tanto Cataluña como Valencia podrían haberlas fabricado. Así, de los materiales localizados en los yacimientos barceloneses de la calle Sant Honorat 3 (BELTRÁN DE HEREDIA, 2007), el horno de la calle del Hospital (DEHESA, RAMOS y ALSINA, 2009), el taller de la calle Carders (NADAL, 2012) o el vertedero de la calle Avinyó (SERRA, 2016: 194-209) se desprende una manufactura local (GARCÍA, BUXEDA, 2007; BUXEDA et alii, 2011).

De la misma manera, los restos hallados en las ollerías menores de Paterna son indicativos de su probable manufactura levantina (MESQUIDA, 2002: 143, cat. 14). Sin olvidar, por último, que la procedencia andalusí de algunos ejemplares no puede descartarse con rotundidad. A pesar de ello, los estudios arqueométricos realizados por Capelli et alii sobre piezas similares (2006: 192-193) señalan la presencia de inclusiones metamórficas en las piezas halladas en Francia que no son incompatibles con su posible procedencia ibérica nororiental.

Se trata, por lo tanto, de un recipiente muy extendido en la Corona de Aragón y en contextos del siglo XIII, cronología que no parece ultrapasar. Su incidencia es mayor en yacimientos catalanes, según se desprende de la bibliografía, donde suele aparecer acompañado de cerámica de cocina local y constituye uno de los pocos recipientes vidriados.

Finalmente, destacan dos individuos con cubierta estannífera y decoración en verde de cobre de procedencia dudosa (figuras 7 y 8). El primero de ellos es una base de pasta rosada, con pie anular de 8 cm de diámetro y paredes de un centímetro de grosor. Se encuentra vidriada únicamente en su interior, en blanco de estaño con zonas que presentan una cocción deficiente (burbujas) y un verde muy diluido que parece representar un cuadrúpedo. El exterior, de una tonalidad grisácea, aparece alisado y no presenta ningún recubrimiento vítreo (figura 7). Tanto la decoración como la morfología y técnica recuerdan algunas de las cerámicas localizadas en la “Cova dels Amagatalls” (Manacor, Mallorca), una cueva-refugio ocupada en época almohade (TRIAS, 1981).

Figura 7. Base con vidriado interior estannífero y decoración en verde. Fotografía de la autora.

Figura 8. Base con vidriado interior estannífero y decoración en verde. Fotografía y dibujo de la autora.

La segunda pieza es un borde de labio redondeado de escudilla o zafa. La decoración se concentra en el interior, realizada también únicamente en verde sobre un blanco de estaño deteriorado que rebasa el borde y cubre parcialmente la cara externa, la cual se encuentra desprovista de cualquier tratamiento superficial. La pasta, de una tonalidad rosácea, igual que la base anterior, se desmarca tanto por el color como por el grosor de las producciones islámicas conocidas, afiliándose a producciones cristianas (figura 8).

Precisamente, algunas producciones barcelonesas de “pisa arcaica” presentan rasgos técnicos y decorativos muy parecidos a los de las piezas presentadas. En concreto, y en cuanto al fragmento de borde de la figura 8, este puede relacionarse con dos individuos: BCN087 y BCN092 (encontrados respectivamente en el mercado de Santa Caterina y la Illa Robador en Barcelona) que podrían constituir manufacturas del taller de la calle del Hospital (Barcelona) y datar del siglo XIII (HUERTAS, 2008: 106-114; MADRID et alii, 2017: 25-26).

Por otro lado, algunas piezas de deshecho de la calle Avinyó (Barcelona) también parecen adscribirse a este mismo grupo, así como un lebrillo estannífero, con decoración zoomorfa en verde, que recuerda a la base de la figura 7 (SERRA, 2016: 200).

En último lugar, la descripción de un lebrillo hallado en un pozo amortizado en el siglo XIII en Montpellier sorprende por su similitud:

(…) une grande coupe de 40 cm de diamètre à l’ouverture (…), de profil tronconique, montée sur un pied annulaire. La paroi épaisse est légèrement carénée dans la partie supérieure (…). La surface externe de couleur rose, sans revêtement, est tournassée à la base et sous le pied. La surface interne est couverte par une glaçure opacifiée à l’étain, très altérée, qui laisse percevoir les traces d’un décor peint en vert. Le brun de manganèse semble absent…

Si bien, según los autores, dicha pieza “s’inscrit dans la tradition des répertoires islamiques”, su forma “lourde et abâtardie s’en éloigne” así como por su “décor émaillé, semble-t-il très élémentaire” resultando su atribución difícil y contradictoria (LEENHARDT et alii, 1999: 161).

Continuando con la vajilla de mesa de posible manufactura cristiana, se encuentra un pequeño conjunto de escudillas carenadas con diámetros de boca comprendidos entre los 16 y los 20 centímetros (figura 9). Estas piezas presentan un vidriado interno de tonalidad amarillenta-verdosa llegando a sobrepasar el borde, pero dejando la superficie externa exenta de tratamiento.

Figura 9. Conjunto de bordes de escudilla vidriados. Dibujos de la autora.

Su característica morfología deriva de prototipos almohades, también carenados, y es frecuente su aparición en los yacimientos de la Corona de Aragón de transición o inmediatamente posteriores a la conquista cristiana, aunque también en la Castilla del siglo XIII (AZUAR, MARTÍ, PASCUAL, 1999; MELERO, RETUERCE, HERVÁS, 2009; HERNÁNDEZ, 2014). Una de las particularidades más destacables es que parte de estos fragmentos presenta defectos de cocción que sugieren una producción local fallida que habría impedido su comercialización. Así, en el perfil de rotura de las piezas de la figura 10 pueden apreciarse regueros de vidriado, circunstancia que podría indicar que la pieza se rompió o estalló durante la cocción y que el vidriado se escurrió hasta cubrir parcialmente el corte14.

Figura 10. Bordes de escudilla vidriados con defectos de cocción. Fotografía de la autora.

También hallamos piezas con una morfología similar, pero sin ningún tipo de vedrío. Tal vez podría tratarse de piezas bizcochadas a la espera de ser vidriadas en una fase posterior. Según Azuar: “(…) la aparición de cuencos sin vidriar es un hecho insólito en el repertorio feudal, salvo en el caso de desechos de alfar…” (AZUAR, MARTÍ, PASCUAL, 1999: 286). A pesar de esta observación, en determinados lugares de hábitat de transición, como la Jijona medieval, se han recuperado algunas piezas de vajilla de mesa, como escudillas, boles o zafas sin vidriar (MENÉNDEZ, 2011).

3.1.2.2 Sin vidriar

Sin duda, el grueso de este conjunto cerámico se encuentra configurado por cerámica sin cobertura vítrea, principalmente cerámica de cocina, mostrando un evidente parentesco formal con las producciones catalanas del siglo XIII. Esta, realizada a torno, presenta pastas con coloraciones que oscilan entre el marrón, el naranja y el gris, indicando con ello el uso de cocciones mixtas y reductoras, o simplemente cocciones en las que no se consiguió un buen control. No se ha identificado la característica mica dorada propia de las pastas catalanas (con lo que, a falta de analíticas que así lo confirmen, podría descartarse su importación), pero sí han podido observarse micropartículas de tonalidades plateadas en todos los ejemplares, así como inclusiones blancas.

En cuanto a las características formales, se trata en todos los casos de piezas de perfil globular con bases ligeramente convexas. Los bordes, exvasados, presentan labios con tres variaciones formales diferentes: redondeados, redondeados con acanaladura o biselados hacia el exterior, adoptando estos últimos un perfil más bien cuadrado. Son piezas de pequeñas o medianas dimensiones, con diámetros de boca comprendidos entre los 14 y los 16,5 centímetros aproximadamente y el grueso de las paredes oscila entre los 0,6 y 0,9 cm. En unos pocos casos, las ollas cuentan con un asa y un pico vertedor asimilándose al tipo de “tupí” o puchero (figura 11).

Figura 11. Conjunto de ollas sin vidriado. Dibujos de la autora.

Las dimensiones relativamente reducidas de estos recipientes conducen a pensar que su uso se complementaría con el de las calderas, posiblemente de mayor capacidad, donde sí podrían cocinarse piezas de volatería enteras tal como indican numerosas recetas medievales. El uso de las ollas aquí presentadas, pues, podría estar vinculado a la conservación de alimentos y a una cocción a fuego lento, por aproximación, como requería la preparación de salsas o el calentamiento de determinados caldos o líquidos. Además de las dimensiones, este tipo de cocción se impone en el caso de las ollas sin barniz que son más propensas a la transpiración de los líquidos y a que los alimentos acaben por adherirse a sus paredes (ALEXANDRE-BIDON, 2005: 223-224).

En cuanto a los acabados, a excepción de algunos goteos de vidriado que podrían proceder de otras piezas con las que habrían compartido hornada, pueden presentar una o ambas superficies alisadas, pero en general, la factura es tosca. Las decoraciones, cuando se dan, consisten únicamente en incisiones onduladas en el cuerpo de la pieza o grupos de líneas incisas horizontales, concentradas bajo el borde, así como ungulaciones, trazos rectos y tramos espatulados (figura 12).

Figura 12. Selección de fragmentos de ollas con decoración incisa. Dibujos de la autora.

También se observan algunos defectos de cocción en estas piezas. Se han detectado deformaciones, grietas, sobrecocciones y restos de vidriado en los cortes. Queremos destacar que, en algunos casos, se aprecian incluso las marcas dejadas por el propio alfarero, como huellas o restos de arcilla fresca sobre la cerámica, que han sido interpretadas por algunos autores como signos de su posible uso para la preparación de engobes o aguadas (BUGALHÃO, DE SOUSA, GOMES, 2003). Por nuestra parte, y visto que pueden detectarse restos de arcilla fresca a manera de huellas dactilares sobre numerosos fragmentos, creemos que podría relacionarse con la manipulación poco cuidadosa, por parte del alfarero, de piezas descartadas (figura 13).

Figura 13. Bordes de olla con restos de vidriado y huellas de arcilla fresca. Fotografías de la autora.

El siguiente tipo identificado, dentro del conjunto de piezas de cocina de posible producción local, es la cazuela (figura 14). Este recipiente se caracteriza por presentar un cuerpo más bajo y abierto que la olla, con el borde moldurado y curvado hacia el interior, así como una base ligeramente convexa. En algunos casos se conserva el arranque del asa, así como parte del pico vertedero central. Los ejemplares identificados no presentan ningún tratamiento superficial y la tonalidad de las pastas oscila entre el marrón y el gris. Los paralelos más próximos se encuentran en Cataluña, concretamente en Cabrera d’Anoia y Vinya d’en Sant, entre otros (LÓPEZ, BELTRÁN DE HEREDIA, 2009: 494, 496). La morfología de la cazuela o “greixonera” (grasera) sin vidriar, propia del siglo XIII, sobrevivió más allá de este siglo encontrándose, ya vidriada, en contextos del siglo XIV.

Figura 14. Bordes de cazuela sin vidriado. Dibujos de la autora.

Finalmente, para terminar con las producciones de cerámica de forma que pudo fabricar este taller tenemos diversos lebrillos y jarras que presentan una coloración gris-negra por culpa de una sobrecocción (figura 15). En estos dos casos tipológicos resulta difícil determinar si se trata de producciones de época islámica o cristiana, a causa de la pervivencia formal de ambos tipos y su transferencia dentro del repertorio cristiano. Una vez más, vuelven a ser los yacimientos catalanes los que proporcionan lebrillos de características similares asociados a ollas y cazuelas típicamente cristianas (BELTRÁN DE HEREDIA 2007: 152, lám. 8; DEHESA, RAMOS, ALSINA, 2009: 188-189, láms. 1, 2; SERRA, 2016: 201, lám. 2_10 y 11). En algunos casos, se ha podido detectar la presencia de un vidriado mal adherido a la pieza, lo que abre la posibilidad a que parte de estas piezas estuviese destinada a recibir una cobertura vítrea.

Figura 15. Bordes de lebrillo y jarra sin vidriado. Dibujos de la autora.

El material constructivo también se encuentra representado entre los restos del testar de Posada de Lluc. Se ha podido identificar un gran número de tejas, canales y cañones para la conducción de agua. Aun así, no podemos asegurar si estos elementos constituyen restos de las producciones de la supuesta alfarería o escombros de obra procedentes de renovaciones llevadas a cabo en el edificio.

3.1.3 Utensilios de alfarero

Existe una serie de utensilios que podrían formar parte del utillaje propio de una alfarería y que apoyarían la identificación del depósito aquí tratado como testar. Entre estos, destacamos cuatro barras de horno que podrían agruparse en dos categorías (figura 16). Por un lado, dos barras con una pasta depurada, de coloración rosada y pocos restos de adherencias. Por otro lado, otras dos barras con una factura más tosca, de pasta gris y numerosas inclusiones, así como un mayor diámetro. En la superficie de ambas se conservan restos de vidriado adherido. Se trata de un material asociado frecuentemente a los hornos de barras, originales del mundo islámico.

Figura 16. Barras de alfarero. Dibujos de la autora.

Sin embargo, las barras pudieron emplearse en hornos cerámicos posteriores al período islámico (COLL, 2013: 238). En algunos centros productores cristianos del siglo XIII pervivió este modelo de horno de clara ascendencia andalusí (THIRIOT, 1994; COLL, GARCÍA, 2010). Así, por ejemplo, en el barrio alfarero de Marsella, Sainte-Barbe, se localizó un horno de barras (MARCHESI et alii, 1997: 122-133), de la misma manera que en Paterna (MESQUIDA, 2001: 67-69, 93) y en otros lugares más alejados de nuestro contexto, como Tesalónica (RAPTIS, 2018: 233-237). Curiosamente, no hemos podido localizar ni un solo fragmento de atifle o separador de cerámica vidriada, circunstancia que se repite en el testar barcelonés de la calle Aviñón (SERRA, 2016: 197). Este utensilio, destinado a separar las piezas en el horno, suele ser frecuente a la hora de cocer cerámicas abiertas con decoración vidriada interior, sobre las que acostumbra a dejar su huella. Es evidente, pues, que nos hallamos en un momento anterior al desarrollo y generalización del vidriado en la vajilla de mesa y donde este quedaba relegado a unas pocas piezas con cobertura monocroma que podía hacer innecesario el uso de este objeto.

Otra pieza frecuente en los contextos productivos cerámicos es el disco de alfarero. Realizados en cerámica y con unos diámetros cercanos a los 30 cm, se disponían sobre el torno o torneta del alfarero en el que se modelaba la pieza y posteriormente se transportaba a la zona de secado. En Paterna se han documentado varios, algunos de los cuales, además, llevan inciso el nombre del alfarero al que pertenecía. Podría ser el caso de la pieza de la figura 17, en la que pueden verse tres letras del alfabeto hebraico que podrían identificarse con el nombre propio [May]mûn15. De ser así, estaríamos ante una prueba irrefutable de una inicial producción ollera mallorquina en manos de artesanos musulmanes o judíos, hecho, por otro lado, ampliamente constatado en otros territorios conquistados como Valencia (AMIGUES, 1992).

Figura 17. Disco de alfarero con inscripción incisa. Fotografía de la autora.

En cuanto a la materia prima utilizada, se han conservado algunas pellas de arcilla. Estas parecen identificarse con la unidad de arcilla ya preparada y decantada que habría utilizado el alfarero para producir una pieza determinada, aunque también podía darle otros usos como servir de mortero para reparaciones en el horno, etc. Otros yacimientos de cronologías similares aportan restos de arcilla, como los hallados en el barrio de Sainte-Barbe, en Marsella, (MARCHESI et alii, 1997: 126) o los que se identificaron en el testar de la calle Carrel 9, en Teruel (ORTEGA, 2002: 36, lám. XIII).

Terminamos el apartado ilustrando algunos fragmentos de jarra que presenta grandes concentraciones de vidriado de plomo en el fondo y en la pared interna. Este vidriado no parece corresponder a ningún tratamiento destinado a impermeabilizar la pieza, la cual, por otro lado, parece haber estallado durante la cocción provocando el escurrimiento del vidriado hacia los perfiles fracturados (figura 18). Las espesas acumulaciones vítreas como las que contienen estos fragmentos suelen vincularse a piezas que, dentro del ámbito de una alfarería, servían para preparar la frita o vidriado que, una vez solidificado, debía triturarse. Crisoles similares se han encontrado en algunos testares islámicos de la península (NAVARRO, 1990; MOLERA et alii, 1997), pero también cristianos como en Manises (ALGARRA, BERROCAL, 1994: 870; COLL, PÉREZ, 1994: 883-884) o Sainte-Barbe (Marsella) (MARCHESI et alii, 1997: 122).

Figura 18. Posibles fragmentos de crisol. Fotografías de la autora.

3.2 Interpretación de los datos cuantitativos

Nos encontramos ante una primera aproximación al material surgido en un posible testar medieval, localizado dentro de la ciudad medieval de Palma, concretamente en uno de los barrios donde se concentraba el mayor número de alfarerías en época bajomedieval. La cronología de los materiales presentados denota un uso dilatado del depósito, desde época islámica hasta época moderna, con un momento de máximo apogeo en la Baja Edad Media, exponiendo un repertorio reducido, focalizado en la cerámica de cocina sin revestimiento.

Cabe recordar que, a falta de estudios petrográficos y ante la imposibilidad de realizar analíticas radiocarbónicas, todas las dataciones propuestas en este estudio son relativas y fundamentadas en el método comparativo. En cuanto a la contabilización de los fragmentos llevada a cabo, también hay que advertir que el objetivo de esta no era realizar un estudio cuantitativo exhaustivo sino aportar una muestra representativa de un amplio conjunto que presenta múltiples variables. Aun así, los resultados obtenidos permiten establecer algunas generalizaciones que resultan válidas a pesar de que puedan darse ligeras rectificaciones cuantitativas en estudios posteriores.

En primer lugar, debe tenerse en cuenta que, debido al alto grado de fragmentación y a la homogeneidad de las pastas, gran parte de los fragmentos informes contabilizados no puede adscribirse categóricamente a ninguna familia funcional determinada. Así mismo, un importante conjunto de formas (principalmente bases) que se han agrupado bajo el epígrafe de “Indeterminadas” se resisten a ser clasificadas, pudiendo corresponder indistintamente a jarras, jarros, lebrillos, cántaros, tinas, etc.

En el gráfico 1 se ha plasmado el peso de los distintos grupos tipológicos identificados según su forma, independientemente de su adscripción cultural. Si bien, el 78% de los fragmentos se clasificaría como informes, dentro de estos más del 27% serían partes de ollas de pastas reductoras (2.236 fragmentos). Además, del recuento de formas, los 322 fragmentos de bordes de olla individualizados constituyen el grupo más numeroso, seguido de las jarras, tejas y lebrillos16.

Gráfico 1. Gráfico con los porcentajes de fragmentos clasificados en tipos según su forma y porcentaje de fragmentos informes.

Con valores inferiores al 1%, respecto del total de fragmentos, se cuentan algunos tipos con escasa representación como: redomas (1), candiles (2), arcaduces (3), barras (4), discos (4), marmitas (11), tubos (13), tapadoras (14), cazuelas (23), jarritas (27) y escudillas o platos (60), que se han clasificado como “Otros”.

La baja incidencia de la vajilla de mesa, concretamente de formas abiertas como escudillas o platos, puede ser interpretada como un indicador cronológico más17. Su escasez es propia del siglo XIII y la primera mitad del XIV, momento en que las vajillas de mesa de madera eran las auténticas protagonistas y la cerámica quedaba relegada al ámbito de la cocina o a funciones de almacenaje, transporte y construcción (NOLASCO, 1994: 67-68; COLL, 2009: 67).

Otro de los criterios seguidos en la cuantificación del material ha sido la clasificación en base a la presencia o ausencia de vidriado. Por este motivo, en el gráfico 2 mostramos los porcentajes de fragmentos que se englobarían en cada uno de los dos grupos, siendo conscientes del margen de error existente (un fragmento sin vidriado podría formar parte de una pieza vidriada)18.

Gráfico 2. Gráfico con los porcentajes de piezas vidriadas y sin vidriar procedentes de Posada de Lluc, según el número total de fragmentos.

Como resultado, se puede apreciar que más del 90% de todos los fragmentos revisados está exento de revestimiento vítreo, fenómeno ciertamente arcaizante en cuanto a las producciones cerámicas medievales se refiere. Además, el vidriado predominante no será el estannífero sino el plumbífero cuya intención primordial era impermeabilizar la pieza y no tanto proporcionar un acabado estético.

Finalmente, en el gráfico 3 se han aislado aquellas piezas vidriadas que formaban parte de la vajilla de mesa. Se puede apreciar cómo destaca una mayoría de vajilla vidriada cristiana que puede subdividirse a su vez en tres grupos diferenciados. En primer lugar, unos pocos ejemplares con decoración en verde y negro de procedencia catalana, así como algunos fragmentos estanníferos con decoración en verde de difícil adscripción; a continuación, algunos pocos fragmentos con vidriado verde y una mayoría de platos con cobertura interior plumbífera, de los cuales casi la mitad presenta defectos de cocción. Finalmente, se han podido identificar algunos fragmentos de vajilla de época moderna (cerámica dorada y cerámica azul, de procedencia extrainsular) que podríamos considerar intrusiones.

Gráfico 3. Gráfico con los porcentajes de la vajilla de mesa vidriada procedentes de Posada de Lluc, según el número total de fragmentos.

Sin duda, la proporción de piezas vidriadas, la baja incidencia de vajilla fina decorada y la preeminencia de ollas de cocción reductora sin revestimiento, concuerda con la cronología que otorgamos al conjunto del yacimiento. Este recipiente, además, constituye uno de los productos más estables, formalmente hablando, de la producción cerámica bajomedieval cristiana, dándose a lo largo casi tres siglos sin apenas variaciones19.

Se trata de uno de los objetos más versátiles y consumidos en los hogares cristianos y judíos, junto con la sartén y la cazuela, que configuran la batería básica de cocina y que tiene su momento de máxima expansión a lo largo del siglo XIII. La totalidad de recetarios medievales conservados requiere de su uso en casi todos sus guisos, frecuentemente para cocinar salsas que demandaban una cocción más lenta. Aunque no se conserven recetarios anteriores al siglo XIV, el Llibre de Sent Soví, que podría basarse en un escrito previo, menciona constantemente la necesidad de disponer de una bella olla (SANTANACH, 2016: 184, 186, 192, 196, 198, 204), aludiendo con ello no solo a su limpieza sino incluso a la necesidad de disponer de un ejemplar nuevo para garantizar el éxito de la receta.

Esta preocupación suele asociarse a las ollas cerámicas, las cuales, en el siglo XIII, no presentaban recubrimiento vítreo interior y, por lo tanto, no resultaban impermeables. Esta circunstancia implicaba que, tras algunos usos, el recipiente acababa por impregnarse de los alimentos preparados con anterioridad comprometiendo con ello el sabor de los futuros guisos. Conscientes de este inconveniente, los usuarios renovaban sus ollas con frecuencia, resultando uno de los productos cerámicos más demandados y consumidos en el ámbito privado20.

Esta podría ser la causa por la que los restos cerámicos de cocina suelen ser tan abundantes en el registro arqueológico de diversos yacimientos medievales21. Por este mismo motivo, la olla ha sido vista por parte de algunos arqueólogos y etnoarqueólogos de la Edad Media como uno de los principales indicadores del tiempo de uso de determinados yacimientos, ya sea pozos negros o escombreras relacionados con un hábitat, puesto que la tasa de acumulación suele presentar ritmos de deposición estimables. Jiménez, tratando un caso procedente de Madinat Ilbira apuntaba que:

(…) la cerámica de cocina constituye el tipo de producción más fiable para analizar la acumulación de desechos de cerámica en relación con el tiempo de ocupación, debido a que se trata de una producción de uso muy común, con una duración breve y que aparece en el registro arqueológico de forma abundante (JIMÉNEZ, 2012: 299).

Otros motivos, de índole higiénica pero también religiosa, pudieron concurrir en la renovación constante de las ollas por parte de determinados colectivos durante la Edad Media. Así, por ejemplo, los Perfectos Cátaros, ya en el siglo XIII, tenían por costumbre llevar con ellos sus propias ollas para evitar que su estricta dieta vegetariana pudiera verse corrompida al usar ollas donde se hubieran cocinado alimentos prohibidos (ALEXANDRE-BIDON, 2005: 171).

La contaminación de alimentos fue otra de las preocupaciones constantes dentro del ámbito judío, que acabó por determinar la restricción de uso de ciertas piezas, así como la duplicidad de vajillas. Recientes hallazgos arqueológicos demuestran el riguroso cumplimiento de las leyes dietéticas por parte de la comunidad judía de Oxford en el siglo XIII, donde las ollas localizadas no conservan traza alguna de cerdo (DUNNE et alii, 2021). La especialización de la vajilla judía también es visible en algunos ejemplares conservados en el Museo de Historia de Barcelona, donde una olla gris, datada del siglo XII, porta incisa la palabra “sal” y en una escudilla vidriada del siglo XIV se lee la palabra “carne”, escrita con manganeso en hebrero22.

Algunas narraciones históricas se enriquecen con anécdotas que aportan mayor realismo a los hechos descritos. En ellas pueden aparecer reflejados aspectos cotidianos de interés como el suceso registrado en el episodio 438 del Llibre dels Fets, donde se describen las negociaciones llevadas a cabo para obtener la rendición de Murcia. Concretamente, el rey, Jaime I, intentó convencer a los dirigentes musulmanes, quienes finalmente declinaron su invitación para comer juntos, argumentando: “quels fariem dar oles noves en que coguessen la carn” (SOLDEVILA, 2007: 444).

El relato, independientemente de su veracidad, demuestra un conocimiento, por parte de los anfitriones cristianos, de la posible contravención que supondría para los musulmanes comer alimentos cocinados en ollas en las que previamente se habían cocinado alimentos contrarios a su fe. Pero, más allá de los motivos religiosos, los manuales árabes de cocina y medicina, ya desde el siglo XIII advertían que:

otra cosa que se debe evitar es el guisar siempre en una sola olla, sobre todo, si no está esmaltada; no sé por qué muchos criados no lavan la olla al acabar de guisar y la dejan escurrirse sobre tierra (…). Manda alguno de ellos que se le preparen ollas, según el número de los días del año, para que se guise en olla nueva cada día, y cuando se ha vaciado la olla, se tome otra nueva; y el que no puede hacer esto, manda a su criado limpiar la olla cada noche con agua caliente y salvado (HUICI, 2016: 119).

Parecería que esta preocupación higiénica se trasladó y enraizó en el mundo cristiano, como se desprende de la lectura de algunos libros de cuentas conservados de los siglos XIV y XV en los que abunda la compra de ollas (ALEXANDRE-BIDON, 2005: 198). Para el caso español, por ejemplo, se ha conservado la lista de provisiones mensuales requeridas por el rey Fernando I de Aragón (1413) donde junto a la leña, el carbón y los alimentos habituales, se establece la necesidad de adquirir con regularidad “ollas de tierra” (SARASA, 2013: 15).

En último lugar, la pobre calidad del barro empleado para su fabricación o el empobrecimiento cualitativo de la técnica productiva empleada podía considerarse como otra de las causas detrás de la escasa durabilidad de estos objetos. Así lo indicaría, por ejemplo, un ollero de la ciudad de Murcia, quien denunció en 1455 la mala calidad del barro empleado por otros olleros:

(…) e de poco tiempo aca, los menestrales que de dicho oficia usan, fazen las dichas ollas de otros barros que no son buenos para ello, de tal guisa que de la primera vez que llegan al fuego con ellas, por el barro non ser fiel, se rompen e quiebran, lo qual es muy dañoso para el servidumbre dello para la çibdad e los vecinos della, que donde si buen barro fuesen fechas, una casa se podría bien pasar en todo el año con dos o tres ollas e asy han menester veinte (JIMÉNEZ, 2012: 299, recogiendo una nota publicada por TORRES, 1988: 188).

Pero, la aparente ubicuidad de la olla de tierra a lo largo de la Edad Media, ya desde el siglo XIII, parece no hallar su exacta correspondencia en los inventarios post mortem, donde su presencia suele ser más bien marginal. Cabe matizar, no obstante, que este hecho puede extenderse al resto de utensilios cerámicos, los cuales aparecen representados con abundancia en el registro arqueológico (generado a través de acciones acumulativas a lo largo de los años) en contrapartida con los inventarios, fruto de una inspección visual realizada en uno o unos días en particular.

Teniendo en cuenta este factor, no deja de resultar sorprendente la escasa representación en las fuentes escritas de este popular objeto. Constituiría una excepción el caso de los bienes del barcelonés Bernat Durfort, inventariados en 1290. El estudio detallado del contenido de esta gran propiedad urbana burguesa registra una cantidad nada desdeñable de caldera y ollas (unos 10 ejemplares en total) (BATLLE, 1988). Otros inventarios redactados en ese mismo siglo o a principios de 1300 no llegan a recoger demasiadas piezas destinadas a cocinar y, en cualquier caso, destaca el absoluto predominio de la caldera (y, por lo tanto, de los utensilios metálicos en la cocina) (BATLLE, 1981, 1998, 2002).

Un panorama similar encontraríamos en la Mallorca del siglo XIII. El inventario de bienes de Mestre Ponç des Colombers, realizado en 1268, recoge una caldera y dos ollas “de sarriada” (ROSSELLÓ-VAQUER, 2004: 46-47).

Los inventarios valencianos, tratados en profundidad por Luis Almenar, ofrecen un horizonte similar dentro del campesinado medieval. De los más de 300 inventarios analizados, veinte corresponden al período de tiempo comprendido entre 1280 y 1329. Dentro de estas veinte casas, únicamente se han podido detectar tres ollas repartidas entre tres casas diferentes, mientras que trece calderas se distribuyen entre once casas. En cuanto al estamento de los ciudadanos, de los casi 40 inventarios repartidos dentro de la horquilla cronológica mencionada anteriormente, tan solo en cuatro de ellos se contabilizan ollas, no obstante, su número aumenta considerablemente resultando una media de diez ejemplares por hogar (ALMENAR, 2018: 415-428, 433-438, 497-512, 519-524).

Del análisis realizado sobre la cultura material valenciana, se deduce que el consumo de ollas se encontraba poco representado entre la población campesina y poco extendido entre la ciudadanía, aunque esta concentraba el mayor número de ollas por casa. Parecería que la vajilla de mesa fuera más abundante y estable en el momento de redactar los inventarios. En cambio, las ollas representadas en menor medida debían de ser objeto de reposiciones constantes de modo que no se dispondría de grandes cantidades en stock. Además, la preferencia por las calderas debe entenderse dentro de un contexto en el que las ollas de tierra aún no se revestían interiormente de vidriado y, por lo tanto, no eran impermeables.

En cuanto a los centros productores, la producción ollera catalana de este período fue una de las más prolíficas de la Península, contando con gran cantidad de talleres, de alcance mayoritariamente local, pero que pudieron abarcar un mercado más amplio. El repertorio morfológico de sus producciones que, como hemos dicho anteriormente, no deriva de prototipos islámicos, parece entroncar con producciones de la Antigüedad tardía (TRAVÉ, PADILLA, 2013: 105-132).

No sería extraño, dada la filiación formal y técnica evidente entre las piezas halladas en la calle Posada de Lluc y las producciones catalanas, que algunos artesanos catalanes vieran una oportunidad de prosperar si se establecían en la naciente Ciutat de Mallorca. De hecho, a diferencia de la producción de cerámica decorada, la ollería medieval, fuertemente estandarizada y homogénea a la vez que rudimentaria, resultaba fácilmente exportable y adaptable a diversos entornos puesto que no requería de grandes condicionantes técnicos, pudiendo hacer uso de los recursos disponibles en sus alrededores23.

4. CONCLUSIONES

En resumen, los materiales aquí expuestos y procedentes de la calle Posada de Lluc muestran características coherentes con los yacimientos inmediatos a la conquista y con las pautas de consumo cerámico documentadas para el siglo XIII.

En estos contextos resulta habitualmente difícil establecer una nítida frontera entre el ámbito cultural islámico y el cristiano puesto que la cultura material de ambos se halla entremezclada en un mismo lugar, circunstancia que puede explicarse por distintas razones.

Por un lado, a causa de la continuación y reocupación del sitio por parte de los colonos. Esta llevaría implícita una adecuación del espacio, así como una posible reutilización y posterior eliminación de todos los objetos previos a la conquista. Como consecuencia, podría conformarse un estrato de materiales islámicos contemporáneo al nivel de uso cristiano (GUILLERMO, 1992: 451-475). Otra explicación sería la continuación de determinadas artesanías en manos de musulmanes esclavizados quienes, tal vez, habrían podido conservar parcialmente sus posesiones y herramientas previas perpetuando ciertas producciones de filiación andalusí entre los recién llegados (BERNAT, 1997: 27-70; JOVER, MAS, SOTO, 2006: 19-48). Este habría sido el caso de algunos artesanos musulmanes de la Península que no habrían visto interrumpida su tarea después de la conquista de los territorios donde estaban asentados. En este sentido, resulta paradigmático el caso de Murcia, donde el rey Alfonso X concedió algunas tierras “a los moros olleros, para sacar tera de que fiziessen su mester, ii alffabas menos cuarta en Almunia” (TORRES, 1988: 184). Esta disposición, por otro lado, privilegiaba a un colectivo profesional necesario ante la falta de cristianos cualificados para desempeñar el oficio.

Finalmente, se ha constatado que en algunos asentamientos de nueva planta, como Castellón, se dio el consumo simultáneo de algunas tipologías cerámicas almohades, como la jarrita, junto con las ollas grises, la cerámica bizcochada y la vidriada monocroma, donde a excepción de algún fragmento en verde y negro catalán, la producción decorada era ausente (MARTÍ, PASCUAL, ROCA, 2007: 93).

Para recapitular, los indicios aquí presentados parecerían documentar la existencia de una embrionaria y rudimentaria producción cerámica local de utensilios de cocina y recipientes de uso doméstico. Por sus características formales y técnicas, podemos vincularlas a las producciones catalanas coetáneas, hecho que sugiere la posible llegada de olleros cristianos catalanes para implementar esta industria en la ciudad.

Aunque debemos suponer que su alcance territorial se habría limitado a la isla de Mallorca y, más concretamente, al entorno urbano de la ciudad, faltaría por detectar la presencia de los productos de este supuesto taller en contextos de consumo coetáneos que demostraran su circulación y período de uso.

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1 Universidad de las Islas Baleares (n.serra@uib.cat).

2 El depósito en cuestión se localizó a la altura del actual portal número 12 de dicha calle. Agradecemos a Elvira González Gozalo, directora de los trabajos arqueológicos, el habernos facilitado la memoria inédita de dicha intervención, así como el acceso a los materiales.

3 Hasta la fecha no se tienen pruebas de una producción de cerámica decorada en la isla durante la Baja Edad Media.

4 MCSWEENEY (2012: 54-55) considera que el despegue de la industria alfarera, para el caso de Paterna, se encontraría estrechamente vinculado a la creciente demanda generada desde el mundo rural y la economía agraria. En el mismo sentido, LALIENA (2010) propone una conexión entre el éxito de la producción cerámica turolense y las redes de distribución de grano existentes entre esta localidad y Valencia. Nosotros añadimos que la actividad constructiva de los primeros años de dominación cristiana también pudo incentivar y facilitar la implementación y crecimiento de esta artesanía.

5 Las descripciones que se recogen en el libro del Repartiment suelen hacer referencia a espacios artesanales previos a la conquista. Sin embargo, el topónimo “ollería” o incluso el vocablo “olla”, así como el objeto al que se refiere, son propiamente cristianos. De hecho, en contraste con los centenares de obradores recogidos en el códice tan solo se identifican los relativos a diez oficios diferentes, concretamente aquellos que fueron retomados por parte de los cristianos. Además, la duplicidad toponímica para el caso de la actividad ollera o alfarera en general, se da también en otros lugares. Uno de los casos más ilustres es el de las ollerías mayores y menores de Paterna (MESQUIDA, 2001: 27) que se encontraban en pleno funcionamiento ya en el siglo XIII. En Barcelona se dio un fenómeno similar, puesto que las primeras referencias a ceramistas se englobaban en el genérico de ollers, que en el siglo XIV se regularizó especializándose en ollers y ollers blancs (VILA, 2005: 106). En otros lugares como Teruel o Valladolid se dieron situaciones parecidas, al igual que en Marsella donde el barrio alfarero del siglo XIII era conocido como el barrio de olleros de Sainte-Barbe (MUÑOZ, 2006; MOREDA, NUÑO y RODRÍGUEZ, 1986; MARCHESI et alii, 1997).

6 Para una relación completa de las intervenciones arqueológicas en las que se han documentado alfarerías islámicas o utensilios de alfarero de época islámica, véase: ROSSELLÓ, CAMPS, 1974: 133-168; ROSSELLÓ-PONS, 1983; PONS, RIERA, 1987; RIERA, 1993; BARCELÓ, ROSSELLÓ, 1996; ROSSELLÓ-BORDOY, 1997: 697-702; MORATA, RIERA, 2003; RIERA, 2007; COLL et alii, 2009, 2012.

7 En 1292 se estableció una casa que “satis prope jarrariam que fuit Jacobi jarrari” (BERNAT, SERRA, 1993: 826).

8 Un pinjante metálico hallado en el Puig de Sa Morisca (Mallorca) es uno de los pocos restos que puede asociarse indiscutiblemente a las tropas cristianas y al momento de la conquista (LLULL, 2011). Así mismo, algunos fragmentos cerámicos de ollas grises catalanas, recuperados en ese mismo lugar (actualmente en estudio) y en conexión con el nivel de destrucción del yacimiento almohade, podrían haber formado parte del regimiento de Jaime I (comunicación personal del Equipo Morisca / Arqueouib).

9 El hallazgo de cerámica gris de cocina catalana es prueba de ello. En la localidad de Sóller (Mallorca) se ha documentado un gran número de ollas, cazuelas y tapaderas grises catalanas en alquerías de origen islámico y sin asociarse a producciones propias del s. XIV (como la cerámica decorada en verde y negro) (COLL, 2007).

10 La identificación de contextos postconquista suele basarse en el hallazgo de cerámica plenamente bajomedieval, normalmente del s. XIV, que indica el momento de consolidación de los nuevos habitantes y no de los primeros momentos de colonización (BERNABÉ, LÓPEZ, 1993).

11 En la misma calle de Posada de Lluc, a tocar con el edificio ante el que se localizó el depósito cerámico, se encuentra una de las casas góticas mejor preservadas de Palma: Can Serra (declarada BIC en 1992). Este edificio fue objeto de un estudio arqueológico en 2010 en el que salieron a la luz algunos datos que pueden ser relevantes para nuestro trabajo. Los restos cerámicos documentaban una ocupación islámica previa a la construcción del edificio gótico, pero, además, en el sondeo 6 se localizaron estructuras (compatibles con un horno) asociadas a materiales con defectos de cocción y utensilios de alfarero (RIVAS, 2010: 64-65).

12 La numeración que acompaña a los dibujos es la propia del inventario realizado para el estudio del conjunto.

13 Algunos ejemplares se conservan en el Museo de Historia de Barcelona: MHCB 32195, MHCB 31791 y MHCB 30846 (en cuyo interior se recuperaron 27 dineros de Jaime I) datados del siglo XIII, se asemejan a la pieza de Posada de Lluc. Información obtenida en https://cataleg.museuhistoria.bcn.cat/

14 Si bien no podemos descartar que la presencia de vidriado en el corte sea debida a una fisura producida durante el proceso de secado.

15 Agradecemos al Dr. Víctor Pallejà la lectura de esta inscripción.

16 Siguiendo el criterio del N.m.i.

17 Hay que tener en cuenta que los 60 fragmentos identificados (bases y bordes) corresponden a piezas islámicas y cristianas, con lo que la vajilla cristiana tendría una incidencia todavía menor. Con seguridad hemos podido clasificar como cristianos medievales 29 fragmentos entre bordes y bases.

18 Se han incluido en la categoría de “sin vidriado” aquellos fragmentos que presentaban algún goteo de vidriado en su superficie, que se ha considerado accidental o residual.

19 De hecho, la olla es uno de los tipos cerámicos cristianos por excelencia puesto que no deriva de prototipos islámicos anteriores.

20 Otra posible razón detrás de la renovación de las ollas sería la pobre resistencia técnica de algunas de las primeras producciones.

21 En contextos de consumo y no de producción como el caso aquí tratado.

22 Piezas MHCB 20532 y MHCB 31784. Información obtenida en https://cataleg.museuhistoria.bcn.cat/

23 Algunos de los centros productores catalanes más conocidos del siglo XIII son: Cabrera d’Anoia (LÓPEZ, NIETO, 1979; LÓPEZ, 1997; TRAVÉ, 2009; PADILLA, ÁLVARO y TRAVÉ, 2011a; PADILLA, ÁLVARO y TRAVÉ, 2011b; TRAVÉ, QUINN, 2016), Casa-en-Ponç (PADILLA, 1984) o el de Vinya d’en Sant (ROIG, COLL y MOLINA, 1995).