Arqueología y Territorio Medieval 31, 2024. e8767. I.S.S.N.: 1134-3184 DOI: 10.17561/aytm.v31.8767
Ramon Martí*, Cristian Folch**, Jordi Gibert**, Xavier Gonzalo**
Enviado: 18/03/2024
Aprobado: 26/05/2024
Publicado: 08/11/2024
RESUMEN
Hoy en proceso de excavación, el castillo de Castellví de la Marca ocupa una cumbre dominante sobre el llano de El Penedès, en cuya defensa territorial participó activamente desde tiempos antiguos. Así, tras precedentes prehistóricos, en época romana se observan al menos dos fases de ocupación bastante precarias, una en época republicana avanzada y otra hacia fines del Alto Imperio. Luego, Castellví pudo ser un sitio ocasional de vigilancia durante los primeros siglos medievales, hasta que la posición se consolidó con la construcción de su torre atalaya, en un momento avanzado del emirato. La misma torre constituyó el núcleo del castillo condal, construido durante el siglo X y que perduró cien años más. Al cabo, la fortificación se reedificó por completo al principio de la guerra civil catalana del siglo XV, participando aún como atalaya en conflictos más recientes.
Palabras clave: castillo, torre atalaya, antigüedad, Al-Andalus, condado de Barcelona.
ABSTRACT
Now in the process of excavation, the castle of Castellví de la Marca occupies a dominant peak on the Penedès plain, in whose territorial defence it has played an active role since ancient times. Thus, after prehistoric precedents, at least two quite precarious phases of occupation are observed in Roman times, one in the advanced Republican period and another towards the end of the High Empire. Later, Castellví could have been an occasional surveillance site during the first medieval centuries, until the position was consolidated with the construction of its watchtower, at an advanced stage of the emirate. The same tower formed the core of the county castle, which was built during the 10th century and lasted for another hundred years. Eventually, the fortification was completely rebuilt at the beginning of the Catalan civil war in the 15th century, and it was still used as a watchtower in more recent conflicts.
Keywords: castle, watchtower, antiquity, Al-Andalus, county of Barcelona.
Entre las fortalezas medievales de Catalunya, el castillo de Castellví de la Marca ostenta la excepcional distinción de antigüedad que le confiere su nombre románico de Castrum Vetulum, aunque hoy recibe la denominación popular de El Castellot. Su enclave se sitúa en el extremo meridional de las comarcas de Barcelona, sobre un pico prominente de 465 m de altura, entre acantilados. La cumbre presenta un plano inclinado de planta triangular, con una acusada pendiente en su flanco noroeste y rodeado de cortados al este y al sur, convergiendo en el pico y en el espolón rocoso donde se sitúan la torre y la iglesia del castillo medieval (Figura 1). Con sus diversas murallas, el conjunto castral ocupa una superficie aproximada de 900 m2, aunque el yacimiento arqueológico también se extiende a los pies de la cumbre, sobre su vertiente sudoriental.
Figura 1. Distribución de las fortificaciones citadas e imagen del flanco sudoriental del castillo, año 2022 (Autores; Catarqueòlegs SL).
En conexión con otras cumbres relevantes en su periferia, el sitio dispone de un amplio domino visual sobre el llano de la comarca de El Penedès y el litoral de El Garraf, por donde discurren las comunicaciones entre las ciudades de Tarragona y Barcelona. Cabe remarcar, no obstante, que la ocupación permanente del sitio plantea graves problemas de falta de recursos y, en particular, de agua suficiente, debiendo aprovisionarse desde el llano, no sin dificultad. A este efecto, distintos senderos agrestes salvan el desnivel de 200 m que separa la cumbre de los primeros campos y la riera de Marmellar, siguiendo recorridos serpenteantes de poco más de un kilómetro. Son condiciones que limitan severamente los distintos usos que ha conocido este enclave desde antiguo, tanto como fortificación habitada o, tan solo, como lugar de vigilancia eventual.
Sin apenas otros datos previos que la descripción de sus restos aparentes (Diversos Autores, 1993a: 111-112), el estudio arqueológico del castillo comenzó en el año 2016 y se desarrolla desde entonces, con la participación del Ayuntamiento de Castellví de la Marca, que promueve la restauración del conjunto, y de nuestro equipo de trabajo (Ocorde). La investigación comenzó mediante prospecciones sistemáticas, tanto para valorar la extensión del yacimiento como para conocer su entorno. Así se identificaron 24 zonas de interés arqueológico sobre los poco más de 28 km2 que comprende el término municipal de Castellví, principalmente yacimientos antiguos y medievales. Así comenzó también el estudio de la cumbre castral, que presentaba una amplia dispersión de materiales en su ladera meridional, casi desprovista de vegetación y sometida a fuertes procesos erosivos. Aquí se distinguieron dos áreas de ocupación preferente, tanto sobre la cumbre como en el extremo oriental de la plataforma rocosa que se extiende a sus pies, donde la pendiente se suaviza. Las excavaciones realizadas en ambos sectores lo confirman, bien en el marco de la restauración del castillo por parte de las empresas Arquepec (año 2018) y Catarqueòlegs (años 2020-2022), o bien por iniciativa de nuestro equipo de investigación en la plataforma inferior (años 2017 y 2022). Aunque se ha excavado buena parte del castillo, los trabajos arqueológicos aún no han concluido, puesto que resta intervenir en algún sector preferente y cabe finalizar el acondicionamiento del sitio (Figura 2).
Figura 2. Planta de la excavación del castillo, año 2022 (Catarqueòlegs SL).
Hasta aquí solo se han dado a conocer los resultados preliminares, tras la excavación parcial del entorno de la torre atalaya y de un ámbito de habitación de la plataforma inferior, observando su ocupación recurrente en época prehistórica, antigua y medieval (Folch et alii, 2018). El progreso de la investigación confirma que se trata de un yacimiento arqueológico complejo, donde se suceden las reocupaciones, con materiales de gran interés. Las estructuras preservadas son escasas pero elocuentes, aunque muy deterioradas por las refacciones y prolongados periodos de abandono. Como cabía esperar, las fases peor conocidas son las más remotas, cuyas estructuras han desaparecido y sus materiales se reaprovecharon. Reconocer e interpretar con cierta precisión las estructuras conservadas tampoco está siendo una tarea fácil, pese al recurso de las dataciones absolutas y al apoyo de un registro abundante. Mientras prosiguen los análisis específicos, nuestro principal recurso sigue siendo el material cerámico recuperado, que hasta aquí supone unos 13.000 fragmentos, donde a nivel macroscópico se observan cientos de individuos de diferentes épocas.
Cien años atrás, el incipiente interés por la arqueología ya fijó su atención en el castillo de Castellví de la Marca, en cuyo flanco de levante se abre una gran gruta en la base del acantilado. Lamentablemente el interior de la cueva se vació por entonces de todo contenido, sin que se conozca registro alguno. No obstante, el posible uso de esta cavidad en tiempos prehistóricos pudiera relacionarse con diversos trabajos de sílex neolíticos que se observaron en la vertiente, al pie de la gruta.
Fuera como fuese, en época prehistórica también se desarrolló un pequeño asentamiento sobre la cumbre, cuyos escasos materiales aparecen en toda la superficie excavada, procedentes principalmente de los rellenos más profundos que sellan las grietas entre las rocas. De hecho, toda la cumbre es una cresta de roca calcárea, muy erosionada y de formas redondeadas, donde los sedimentos de las primeras fases de ocupación se presentan aislados y forman pequeños depósitos superpuestos, con escasos materiales. Así, en los estratos más profundos se observan cerámicas hechas a mano con distintos acabados, a menudo muy groseras al exterior y bruñidas al interior. Algunas presentan decoraciones como incisiones semicirculares en los labios, impresión de cordones digitados o aplicación de pequeños botones sobre el cuerpo de las piezas (Figura 3, n. 1-6). Pendientes de un estudio específico, se considera que este primer asentamiento encumbrado pudo ser relativamente modesto, por ahora atribuible un momento impreciso de la Edad del Bronce.
Figura 3. Materiales prehistóricos y antiguos (Autores).
El sitio debió de ser un punto privilegiado para la caza en tiempos prehistóricos, situado como está donde el curso de la riera de Marmellar abandona el macizo montañoso para desembocar en el llano. De hecho, aguas arriba, en la cueva de Can Pasqual o Pascol se identificó otra estación neolítica cercana con cerámica cardial que fue parcialmente excavada en 1919, luego reocupada durante el Bronce Final (Edo et alii, 2022: 93). Cabe añadir que en el mismo término de Castellví se conoce otro yacimiento neolítico en campo abierto, denominado Hort d’en Grimau y atribuido a la primera mitad del cuarto milenio a.C., cuyo solar se reocupó durante la primera Edad del Hierro (Mestres et alii, 1990).
Tras un largo abandono, cabe esperar hasta un momento avanzado de época republicana para que se constate la reocupación de la cumbre de Castellví en tiempos históricos. Así parece indicarlo una moneda recuperada fuera de contexto y que pudiera establecer una fecha donde referenciar su inicio, un as de la ceca Kese que se atribuye a finales del siglo II a.C. (Estarán, Beltrán, 2015: 198-199, ley. 12). Representadas por una docena de individuos, las ánforas de tradición ibérica también nos remitirían a un contexto republicano, sin que se adviertan otras formas coetáneas precisas, ni locales ni de importación (Figura 3, n. 7-8). Cabe advertir, no obstante, que estos primeros materiales antiguos se presentan muy fragmentados y erosionados, cuyo tamaño apenas suele superar uno o dos centímetros, acumulándose sobre los niveles prehistóricos en el entorno de la torre atalaya.
Sin solución de continuidad aparente, la presencia romana en la cumbre conocería un nuevo impulso hacia los siglos II o III de nuestra era, como prueba la homogeneidad de un registro donde predomina la cerámica de cocina norteafricana, preferentemente cazuelas y platos o tapaderas Hayes 23B, 182, 196 y 197, de gran tamaño (Bonifay, 2004), junto a algunas piezas de terra sigillata hispánica, vasos principalmente (Figura 3, n. 9-13 y 16-22). También se constata cierto uso de la plataforma inferior por entonces, puesto que la excavación del extremo oriental proporcionó algunas cerámicas y vidrios altoimperiales apenas rodados, junto con una moneda de bronce ilegible, a un centenar de metros de la cumbre. Pese a la amplia cronología de unas y otras producciones, cabe destacar que buena parte de estas piezas encuentran paralelos idénticos en el contexto altoimperial tardío de una cisterna de la ciudad de Empúries, cuya amortización se sitúa hacia al último cuarto del siglo III (Tremoleda, Castanyer, Santos, 2014: láms. 17-18). En cualquier caso, el número y la dispersión de los materiales de la fase imperial superan ampliamente su precedente republicano y se relacionan con los primeros estratos medievales.
Otros materiales comunes los acompañan, tales como jarros, botellas y otros recipientes, abundante tegula e imbrex, diversos fragmentos de dolia y varias fusayolas, sumando decenas de individuos. Cabe creer, por tanto, que existió alguna construcción o instalación techada en la cumbre, al menos durante la fase altoimperial, tal vez en el mismo sitio que luego ocupó la torre atalaya, de acuerdo con la concentración de materiales antiguos en su entorno. Con todo, no se advierten restos de cal ni de mortero en los primeros estratos y, por ello, se considera que pudieran ser obras precarias, tal vez con paramentos de piedra en seco, rellenos de tierra y cascajo. Por otra parte, el registro también denota cierta acomodación y permanencia en el sitio, dada la proliferación de fusayolas y de alguna pesa, un repertorio que evidenciaría actividades específicas de hilado. Aunque no se detecte armamento, tanto el topónimo como el emplazamiento denotan el carácter militar que le correspondería, tanto al principio como durante su segunda fase, previsiblemente con funciones de vigilancia territorial por un tiempo impreciso.
Durante su vigencia, el lugar más próximo del que pudo abastecerse o depender la cumbre se localiza en Cal Morgades del Grau, un extenso yacimiento situado en el piedemonte, a levante y a poco más de 2 km. Junto a precedentes ibéricos, aquí se observa una amplia dispersión de materiales romanos en superficie, conociéndose algún horno y un espacio de prensa cercano, hoy en proceso de estudio. Este es el caso del lugar vecino de Puigserol, habitado en época imperial y cuya ocupación persiste durante el siglo VI, mediante estructuras precarias. Otros yacimientos antiguos cercanos se concentran alrededor de la población actual de La Múnia, situada a poco menos de 4 km del castillo, sobre el trazado del camino antiguo que enlazaba Barcelona con las comarcas del norte de Tarragona y el sur de Lleida.
En su tiempo, la posición estratégica de El Castellot debió de complementarse con el emplazamiento homónimo de Castellví de Rosanes, que se sitúa a unos 32 km de distancia, sobre el extremo opuesto del llano. Aquí existió un establecimiento en altura que se propuso relacionar con la construcción del Pont de Diable de Martorell sobre el paso de la Vía Augusta, hacia fines del siglo I a.C., donde una antigua intervención observó una tumba de tegulae, algún fragmento de sigillata, fusayolas y restos anfóricos indeterminados. Son datos que al menos confirman la ocupación efectiva del sitio en época imperial, aunque se discuta si la torre atalaya que preside su castillo es antigua o medieval (Mauri, 2014: 37). Como puntos de vigilancia complementarios, es muy probable que ambos Castellví fueran establecimientos de entidad similar al principio, relativamente modesta, para seguir recorridos históricos casi paralelos en tiempos medievales y modernos.
A priori, la ausencia de cerámicas tardías de importación en los registros de Castellví de la Marca sugiere cierta dilación en la reocupación medieval de la cumbre, puesto que son materiales frecuentes en la primera generación de enclaves en altura que se perciben hacia fines del siglo V en las comarcas catalanas (Gibert, 2020 y 2023). No obstante, poco después se advierte cierta presencia gracias al hallazgo fortuito de un pequeño aplique u ornamento de bronce de base escutiforme, recuperado por un particular al pie de la plataforma inferior (Figura 4, n. 1)1. Dotada de un gancho curvo en el extremo inferior, es una pieza que acompañaría un cierre de cinturón, con su hebilla y la aguja, también de base escutiforme, contando con paralelos completos que se asemejan, atribuibles preferentemente al siglo VI, como en la necrópolis alavesa de Aldaieta o en las gerundenses de Pla de l’Horta (Sarrià de Ter) y de la ciudadela de Roses (Azkárate, 1999; Llinàs et alii, 2008; Nolla, Amich, 1996-97).
Figura 4. Materiales atribuibles a los siglos VI-IX (Autores).
Por ahora solo este hallazgo atestigua el uso militar de Castellví en época visigoda, puesto que en el yacimiento no se distinguen estructuras ni estratos específicos de esta fase, aunque tal presencia debiera reflejarse entre los materiales recuperados. Este podría ser el caso de algunos fragmentos de pequeños dolia o de molinos manuales de basalto, que siguen siendo comunes en contextos tardíos, hasta el siglo VIII. Por su parte, solo escasas cerámicas dispersas de cocción reducida o neutra podrían adscribirse a momentos tardíos de esta fase, si no poco después (Figura 4, n. 17-18), pese a que tales producciones predominan muy pronto en todo tipo de contextos de su entorno, tanto urbanos como rurales (Macias, 1999; Cela, Revilla, 2004; Beltrán, 2005; Roig, Coll, 2011; Rodríguez, 2020).
Distintamente, en los primeros estratos abundan los materiales comunes de cocción oxidante, que suman varias decenas de jarros o jarras, botellas, cuencos u otro tipo de contenedores. Constituyen un grupo heterogéneo donde a menudo se mezclan materiales antiguos y medievales, bien sean de pastas finas o granulosas, de color blanquecino, beige, anaranjado o rojizo, muchos recubiertos de engobe amarillento y algunos con haces de líneas incisas. Principalmente son jarros cuya asa arranca bajo un borde vertical moldurado, con encaje para tapadera y pico vertedor pinzado, a veces con perfiles angulosos (Figura 4, n. 3-13). Significativamente, ciertos materiales singulares provienen del espolón rocoso que ocupa la iglesia y que apenas conserva sedimentos, cuyo breve repertorio se limita a distintas formas insólitas de cocción oxidante, como jarros de paredes delgadas y sinuosas, así como un bol con apéndices de botón digitados, junto a fragmentos de tegula y dolium (Figura 4, n. 14-16).
Determinar sus procedencias y cronologías no es tarea fácil, aunque sirve de acicate la presencia de una botella con cuello cilíndrico de posible origen norteafricano (Figura 4, n. 2), que se documenta, sin vertedero, en las ciudades de Marsella y Tarragona en contextos de primera mitad del siglo VI o poco antes (Diversos Autores, 1993b: 365; Macias, 1999: 58, n. 5). Pero la mayoría deben ser producciones locales, derivadas de modelos vigentes durante los siglos V-VI, como poco, bien documentados en la ciudad de Tarragona y en Mataró. En cualquier caso, tales registros sugieren un mayor interés al principio en gestionar las provisiones, principalmente el agua, que en las tareas de cocina.
Cabe deducir, por tanto, que el enclave no se habitó de forma continua a comienzos de la Edad Media, sino que más bien debió de utilizarse de modo eventual y en condiciones precarias, certificándose su uso hacia el siglo VI, al menos. Aun así, la cumbre pudo ser un lugar de vigilancia permanente o guardia diurna, asistido desde el llano, aunque se ignora qué tipo de instalación pudo existir. Tal situación aún debió de persistir durante el siglo VIII, tras la conquista musulmana, puesto que el desequilibrio del registro cerámico se prolonga en el tiempo, hasta que una nueva facies cultural lo substituye. Así, otros materiales de cocción oxidante nos introducen de lleno en época emiral, tanto por sus formas como por sus decoraciones, incluyendo algunas piezas vidriadas que no debieran anticiparse a la segunda mitad del siglo IX. Aunque escasas, las cerámicas con rasgos andalusíes presentan una amplia distribución, si bien cabe discutir caso por caso su posición estratigráfica y su cronología, puesto que algunas son posteriores al emirato.
Pero la ocupación permanente de Castellví de la Marca debe relacionarse, al cabo, con la construcción de la torre atalaya, edificada sobre la roca tras arrasar y acondicionar la cumbre, puesto que es la obra más antigua que se conserva y ocupa una posición nuclear en el desarrollo ulterior del castillo. Hoy reconstruida, es un edificio de planta circular de 5,5 m de diámetro, de mampostería irregular enlucida, con la base maciza y ligeramente ataluzada para adaptarse al terreno, dos ámbitos interiores y terraza, separados por suelos de madera. Originalmente tendría una altura de unos 11 m, con su puerta de acceso en el flanco oeste del piso superior, que se derrumbó repetidamente en tiempos recientes.
Sin estratos asociados a la obra original, la construcción y los primeros usos de la torre guardarían relación con una pastera o amasadero de mortero de cal de planta redondeada (UE 4078), la más antigua que se conoce, que dista unos 10 metros del edificio y debió de abastecerse de un pequeño depósito cercano de recogida de aguas pluviales. Así lo indican los materiales que la amortizan y la datación absoluta que proporciona un carbón procedente de la argamasa, que nos remiten con certeza hacia fines del siglo IX, aún bajo dominio andalusí2.
Así, en los estratos que la amortizan por primera vez predominan las cerámicas de cocción reducida y neutra, junto a dos piezas oxidadas de clara atribución andalusí (UE 4064 y 4063). Una de ellas es un fragmento de gran ataifor, con vidriado verde oliva solo al interior y pasta depurada rosácea, mientras que la otra es un asa de cinta con depresiones, que arranca del extremo de un labio vertical y que correspondería a un jarro o cántaro, con pasta de grano grueso y color anaranjado (Figura 5, n. 4-5). Paralelos de ambas piezas se encuentran entre las producciones almerienses del Nivel I de Baŷŷāna, correspondiente a la fase inicial de esta importante base portuaria, desde fines del siglo IX y hasta comienzos del califato (Castillo, Martínez, 1993), formas que también se documentan en la ciudad de València por entonces (Rosselló, 1999). Otros materiales procedentes de Pechina se recuperaron en el extremo de la plataforma inferior, en el primer pavimento de un ámbito del siglo X, como algunos fragmentos de cerámica vidriada correspondientes al cuello cilíndrico de una pequeña redoma, de color melado por ambas caras, y al cuerpo de un ataifor, con vidriado melado al interior y verde moteado al exterior (Figura 5, n. 6-7).
Figura 5. Materiales emirales y califales, siglos IX-X (Autores).
En el entorno de la torre, otros materiales oxidados también denotan formas paleoandalusíes, tales como jarros o cántaros con asa de cinta o tubular, con depresiones o estrías, tanto verticales como helicoidales, a parte de una tinaja de cuello vertical con cordón de impresiones digitadas, entre otras piezas singulares (Figura 5, n. 1-3). Son formas que encuentran parecidos en los registros del entorno de Tortosa, entre las producciones valencianas de Onda o aún más lejos, en sintonía con los progresos que alcanza el proceso de islamización hacia un momento avanzado del emirato (Gutiérrez, 2007; Negre, 2014; Miguélez, Alonso, 2017; Amorós, 2020).
Por su parte, las producciones locales o regionales de cocción reductora o neutra superan ampliamente las piezas oxidadas en los contextos de amortización de la misma pastera, proporcionando restos de varias ollas y recipientes globulares, dos cazuelas, un lebrillo y una tinaja (Figura 6). Grandes o de tamaño medio, las ollas destinadas al fuego presentan un perfil en S y pastas groseras, con su borde vuelto y el labio redondeado, ligeramente engrosado o bien apuntado, mientras que los recipientes pequeños tienen el labio recto y disminuido, con pastas grises más depuradas. Por su parte, una de las cazuelas tiene su superficie pulida y la otra alisada, una con el labio engrosado al interior y la otra con labio vuelto hacia afuera, formas que evocan ciertas producciones tardoantiguas y cuentan con paralelos coetáneos en Barcelona (Diversos Autores, 1993b: 366; Macias, 1999: 80-94). A su vez, el lebrillo presenta paredes verticales y una forma irregular semejante a una marmita, con el labio plano engrosado al interior y desengrasante muy grueso, un ejemplar precoz que difiere de las formas abiertas de los lebrillos posteriores. Otras piezas reducidas asimilables se distribuyen por todo el yacimiento, donde los pequeños recipientes pueden presentar profusas decoraciones incisas en su cuerpo superior, combinando a menudo líneas horizontales y onduladas.
Figura 6. Materiales comunes UE 4063 y 4064 (Autores).
Estas formas se inscriben en el marco de las producciones regionales de las comarcas de Tarragona y Barcelona, a cierta distancia de sus precedentes del siglo VIII y con paralelos en la Plaça del Rei durante los siglos IX-X, genéricamente (García-Biosca, Miró, Revilla, 2003: lám. 4; Rodríguez, Macias, 2018: fig. 4; Beltrán, 2006: 130). Otros paralelos más próximos se observan en la fortificación de Olèrdola, procedentes de la amortización de diversos silos situados junto a la muralla y que, en conjunto, se atribuyen en torno al siglo X, en un sector donde se discriminan los estratos con materiales vidriados, por considerarse tardíos (Bosch et alii, 2002: 787). Aquí interesa distinguir algunas ollas o recipientes globulares procedentes de los silos 5, 7, 20, 23 y 27, que presentan bordes engrosados y labios biselados, con algún paralelo en Castellví. De hecho, estos contextos precoces de El Penedès manifiestan ciertas peculiaridades locales, especialmente visibles en la proliferación de lebrillos y en los pequeños recipientes, que difieren en los establecimientos rurales coetáneos del condado de Barcelona (Roig, 2017: 113-121). Nótense también sus diferencias con las producciones regionales de Tortosa y del norte valenciano por entonces, como en la fortificación del Tossal de la Vila (Serra d’en Galceran, Castelló), aunque sus repertorios se asemejen (Negre et alii, 2020).
Cabe concluir, por tanto, que en los primeros registros altomedievales de Castellví de la Marca confluyen las producciones locales y regionales con las foráneas, proporcionando argumentos que sitúan la reocupación permanente del sitio en un momento muy avanzado del siglo IX. Ello coincidió con la construcción de la torre atalaya, que debió de custodiar una pequeña guarnición de forma continua, sin otras estructuras defensivas o residenciales que quepa atribuir al periodo andalusí. Como atalaya singular, tal iniciativa bien pudo corresponder al gobernador de Tortosa, en quien recayó la defensa de la frontera extrema de al-Andalus tras la pérdida de Barcelona a comienzos de siglo. Así se comprueba hacia el año 850-51, cuando destinó a las guarniciones de la costa los jinetes cordobeses que le había remitido el emir (Bramon, 2000: 205-206), antes que se construyera la torre atalaya de Castellví.
La entidad de la fortificación se amplió sensiblemente durante el siglo X, tras los avances territoriales que condujo el conde Sunyer de Barcelona, hasta el entorno de Tarragona. La instauración del dominio condal comportó el rápido desarrollo de una tupida red castral a poniente del río Llobregat, donde se cuentan por decenas los castillos dotados de jurisdicción o castells termenats, que implantaron y dirigieron las élites vicariales, en representación del príncipe (Martí, Gibert, 2019).
Castellví de la Marca tuvo un papel principal en la nueva red defensiva, ahora como fortificación avanzada del condado de Barcelona frente a al-Andalus. Así lo prueba la documentación de archivo que refiere su jurisdicción a partir del año 951 (Baiges, Puig, 2019: doc. 324), al principio como propiedad condal, después cedida al presbítero Guadamir y a su hermano Calabuig, para revertir al cabo de unas décadas en la familia vicarial de Castellvell, señores de Castellví de Rosanes (Martí, 2017). Durante este tiempo se construyeron nuevos edificios y murallas que transformaron el sitio en castillo, albergando una población permanente, con distintas obras y ámbitos que cabe atribuir al siglo X o poco más tarde, tanto sobre la cumbre como en la plataforma inferior (Figura 7).
Figura 7. Restitución esquemática de las obras de época condal (Autores).
Así, en un primer momento debió de remodelarse toda la superficie del espolón rocoso, donde se construyó un gran edificio de planta rectangular (6x11 m), obra de mampostería en hiladas de paredes delgadas (0,7 m), con sillares solo en las esquinas, cuyo sistema de cubrición inicial se desconoce. De hecho, al principio pudo ser una construcción parcialmente descubierta, puesto que la cara interna del muro oriental presenta un duro enlucido en su parte inferior, cuya base proporciona un carbón datado en pleno siglo X3. Al ocupar un peñasco, este edificio posee evidentes cualidades defensivas y sin duda fue un escenario idóneo de representación del poder. No obstante, cabe dudar de su utilidad residencial a corto plazo, puesto que sirvió de cementerio, antes de convertirse en capilla hacia comienzos del siglo XI. Así, sobre el extremo meridional del edificio original se aprecia una agrupación de tres tumbas construidas con piedra y mortero, muy deterioradas y sin contenido, que ocupan un espacio prácticamente desaparecido y tal vez derruido antes de instalar la capilla. También el cuadrante noreste del edificio presenta un conjunto de tres tumbas de obra, dos de ellas infantiles, donde la inhumación del adulto proporciona una datación en pleno siglo X4, viéndose afectada por la construcción de los pilares y arcos medianeros que sostienen las bóvedas de la capilla.
Simultáneamente, sobre el flanco noreste de la torre atalaya se constatan ciertos ámbitos precarios y estructuras que cabe atribuir a un primer momento de época condal, como la solera de un posible horno y un hogar, junto a restos de muros de piedra y barro. Pero inmediatamente estos ámbitos se vieron afectados por la construcción de una muralla o baluarte anejo a la torre, que solo conocemos en parte. Con un grosor considerable que oscila entre 1,3-2,3 m, sus muros perfilan una planta oblonga incompleta, con su extremo semicircular y un espacio interno aproximado de 4,5x9 m. Cabe relacionar esta obra con una pastera de mortero de cal rectangular situada a los pies de su cara norte (UE 4044) y que proporciona una datación hacia comienzos del dominio condal, procedente de un carbón de la argamasa5. En su entorno inmediato, la misma datación proporciona un hueso de bóvido procedente de la amortización del depósito de recogida de aguas pluviales6, ambas equiparables a la que facilita el hogar, amortizado por a la construcción del muro7.
Desafortunadamente, la obra original se remodeló desde sus cimientos en el siglo XV, arrasando los niveles asociados y dificultando su análisis. Dado el grosor del muro, cabe suponer que se trata de un verdadero frente de muralla que completa la defensa del flanco oriental del castillo, ocupando una posición dominante sobre el acantilado, la cueva y su sendero de acceso. No obstante, como espacio cerrado también pudo ser el ámbito residencial que construyera el vicario y que luego se asignó al castellano o intendente del castillo. De hecho, su planta recuerda la del edificio anexo a la torre atalaya del castillo de Castellví de Rosanes, de paredes más delgadas, que tal vez quiso emular aquí un pariente de los Castellvell.
Poco después se construiría la muralla de planta poligonal que envuelve la cumbre, salvo en el acantilado, una obra de mampostería encofrada, muy arrasada y que solo conocemos con detalle en su flanco norte. Con muros de 1,20 m de ancho, sus diversos tramos pudieron sumar un recorrido de unos 60 m, envolviendo un espacio aproximado de 600 m2. Su construcción se relaciona con diversas pasteras de mortero de cal, alargadas y adheridas al muro, cuya amortización reporta materiales relativamente precoces, como una gran olla decorada con líneas incisas y un jarrito tetralobulado, junto con la base de una redoma andalusí sin vidriado, que no debieran superar el siglo X (Figura 8, n. 3 y 7; Figura 5, n. 12). La puerta del recinto se situaría en su extremo occidental, flanqueada por dos espacios de habitación contiguos que se adosan al muro norte y por una torrecilla cuadrangular, que marcaría el comienzo del muro meridional. Obras de piedra y mortero, cubiertas con materiales perecederos, ambas habitaciones constituirían el cuerpo de guardia y se encuentran muy arrasadas, viéndose afectadas por las construcciones del siglo XV.
Figura 8. Materiales del castillo condal (Autores).
El interior del recinto se colmató progresivamente mediante aportaciones de tierras y la acumulación de residuos, nivelando suelos y regularizando superficies. Junto a algunos ejemplares espatulados, siempre precoces, ahora predominan las cerámicas reducidas propias de las producciones condales, que suman cientos de piezas (Figura 8, n. 4-18). Principalmente están representadas por las formas globulares de ollas y todo tipo de recipientes, como jarros con vertedero y sin asas, así como por las formas abiertas de numerosos lebrillos de diverso calibre, un repertorio habitual durante los siglos X-XI en las comarcas de Barcelona y también en la vecina fortificación de Olèrdola (Roig, 2003 y 2012).
Con ellas se mezclan otras cerámicas con vidriado parcial, como los restos de varias redomas o limetas decoradas con verde y manganeso sobre fondo blanco, representando trenzados esquemáticos, palmetas y ovas, motivos de inequívoca atribución al califato y al entorno cordobés (Escudero, 1988-1990). La mayoría tiene vidriados opacos, mientras que alguna presenta decoraciones polícromas bajo vidriado transparente, cuyos colores se disponen en forma de salpicaduras o goterones, dos tipos de obra que se constatan en la ciudad de Córdoba desde fines del emirato (Salinas, Pradell, 2020). A las redomas califales aun cabría sumar algún ataifor más común, de base anular no resaltada, con vidriado melado y trazos de manganeso, que pudiera relacionarse con este mismo grupo (Figura 5, n. 9-19).
Como materiales insólitos en los dominios condales, su presencia en Castellví resulta del todo extraordinaria y puede relacionarse con algún acto diplomático o embajada cordobesa. Así, tal vez alguna pieza llegase como resultado de la embajada que en 941 condujo Sendred, pariente del conde Sunyer y ancestro de los Castellvell, con el objetivo de acordar la paz con el califa. Pero parece más probable que estos materiales provengan de la embajada que en 971 dirigió Ènnec Bonfill, hijo de Sendred, cuando el califa ofreció a la comitiva regalos, ropas y acémilas adecuadas para volver, como detalla Ibn Ḥayyān (Bramon, 2000: 298-299 y 317-321). La presencia de algún hombre de Castellví de la Marca en la comitiva tiene fácil justificación, puesto que aquí los Castellvell tuvieron propiedades desde un principio y tal vez ya poseían el castillo por entonces.
También la plataforma inferior del castillo refleja la intensa actividad constructiva y la ocupación permanente que se desarrolla en la cumbre durante el siglo X, puesto que aquí se identifican dos ámbitos residenciales coetáneos, entre otros que pudieran existir. Ambos casos se sitúan cerca de la cueva, donde la superficie de la plataforma inferior se ensancha, presentando una gradería de frentes de roca que facilitan el alzado de construcciones precarias. Los casos excavados se sitúan en sus extremos y proporcionan contextos arqueológicos cerrados, cuyos materiales nos sirven de guía, incluyendo ciertas formas hechas a mano, que recuerdan las tradiciones precedentes y que apenas se documentan en la cumbre.
Así, sobre el extremo oriental de la plataforma se conservan los restos de un ámbito que pudo tener cierto valor estratégico, dada la posición avanzada que ocupa sobre los senderos de más corto recorrido (ámbito 1). Es un espacio de habitación alargado que aprovecha un ángulo de la roca, cuya cara norte la delimita un muro de piedra seca que conserva el umbral vertical de la puerta. Su estado de conservación era malo a causa de la erosión, puesto que gran parte de la secuencia estratigráfica se había perdido hacia el límite de la plataforma, conservándose mejor al abrigo de la roca. No obstante, se detectan dos pavimentos o niveles de circulación consecutivos, facilitando el primero una datación absoluta en pleno siglo X, procedente de un hueso de la zona de hogar8. Junto con dos piezas vidriadas, sus formas cerámicas suman una veintena de individuos de cocción reductora o neutra, principalmente ollas y jarros a torno o torneta, decorados a menudo con líneas incisas horizontales, en compañía de algunas formas hechas a mano, tanto abiertas como cerradas (Figura 9, n. 1-11).
Figura 9. Materiales de los ámbitos de la plataforma inferior (Autores).
Un segundo ámbito de habitación se localiza al pie del espolón rocoso y la capilla, en el extremo superior de la gradería, un sector donde los recortes en la roca y la presencia de grandes bloques abandonados evidencian trabajos de cantería (ámbito 2). De menor entidad y más precaria que la otra, esta instalación también aprovecha como abrigo la esquina de un frente de roca, en cuyo suelo se perforó un hogar rehundido que es la única estructura conservada. Su amortización reporta abundante fauna, así como un puntero de hierro muy corto o desgastado (1,5x12 cm) y un disco de asta de ciervo decorado con pequeñas incisiones circulares por ambas caras. Procedente del hogar, el análisis de un hueso de ave proporciona una datación de fines del siglo X9, mientras que los niveles asociados reportan una docena de piezas cerámicas, principalmente ollas, junto a dos orzas y una posible botella, hechas a mano (Figura 9, n. 12-21). De acuerdo con su cronología y la presencia de un puntero casi agotado, bien cabría relacionar este ámbito con la estancia temporal de un grupo de obreros que participase en la construcción de la muralla exterior o, quizás, con motivo de la reforma y cubrición del espacio de la capilla, tras el derrumbe del extremo meridional del primer edificio.
Sin otras obras que reseñar, queda probado que la principal actividad constructiva en el castillo se desarrolló durante sus primeros cien años, hasta comienzos del siglo XI, si bien su ocupación permanente aún perduró cien años más, como poco. Ambos periodos también definen dos modelos distintos de ocupación y gestión del castillo, con acusadas diferencias. Así, durante la fase inicial se constata la presencia de un grupo numeroso y heterogéneo, con alguna familia residente. Distintamente, desde fines del siglo X se percibe una clara especialización militar de sus usuarios, bien visible en sus murallas y en su cuerpo de guardia. Sin duda, cabe relacionar tales cambios con la puesta en marcha y la aplicación de los usos feudales, como bien refleja la documentación coetánea, donde Castellví de la Marca sigue jugando un papel precursor.
Así, en el año 1022 los Castellvell adquirieron del conde de Barcelona la administración de justicia y otros derechos feudales de la jurisdicción de Castellví de la Marca, que en el documento de venta se extiende hasta el río Francolí, en Tarragona (Udina, 1947: doc. 8). Cuatro años después, en la capilla de Castellví de la Marca, referida por primera vez como aula y dedicada a San Miguel, se restituía un documento presuntamente perdido que justificaba la adquisición del castillo por parte de los hermanos Guadamir y Calabuig. En este acto un tal Guillem Lotó encabeza los testigos y debiera ser el castellano de Castellví, puesto que Llop-Sanç Guillem, tal vez su hijo, lo sería cuando impartía justicia en 1064 (Feliu, Salrach, 1999: docs. 175 y 644). Tras ellos, su nieto e hijo Pere Llop-Sanç también obtuvo la encomienda de la fortificación en 1092, ahora de manos de sus nuevos feudatarios de Banyeres del Penedès, junto con tres caballerías de tierra para proveer otros dos guerreros (milites), aunque en 1101 ya lo substituyen Guillem Miró y otros dos vicarios en el acto de dotación de la iglesia parroquial de Sant Sadurní de Castellví, situada al pie de la montaña (Baiges, Feliu, Salrach, 2010: doc. 241; Ordeig, 1993-2001: doc. 279).
Así, los textos indican que una misma familia pudo ejercer el cargo de castellano durante todo el siglo XI, contando con la colaboración de al menos otros dos combatientes. Pero cabe remarcar que las residencias de los caballeros y de sus familias ahora se desvinculan de la fortificación, puesto que se les conceden tierras en el llano, exigiéndoles su disposición para seguir la mesnada del señor.
Nominalmente, verdaderas dinastías de castellanos y caballeros perduraron en Castellví durante siglos, si bien a corto plazo sus actividades se disociaron de la cumbre, tras la ocupación definitiva de Tarragona y el alejamiento de la frontera. A partir de aquí se inició una rápida decadencia de la fortificación, que se tradujo en la ruina generalizada de todas las construcciones, salvo la capilla y la torre atalaya. Tal situación se confirma en 1152, cuando se crea una nueva bayulía en el sector occidental de la jurisdicción y se le asignan los servicios de obra correspondientes al castillo de Castellví, entre otros recursos (Baiges, Feliu, Salrach, 2010: doc. 950). Más allá, sin apenas materiales que relacionar, solo se constata el abandono del castillo durante más de tres siglos.
Hasta aquí se desconocen fuentes de archivo que refieran la reocupación tardía del castillo de Castellví de la Marca durante el siglo XV, si bien las excavaciones han revelado la envergadura de esta empresa. Ello implicó la construcción de distintos edificios y defensas, tanto de nueva planta como reaprovechando estructuras anteriores, obras que facilitaron la permanencia en la cumbre y devolvieron al castillo un eventual protagonismo. Su resultado fue el de una fortificación híbrida y apresurada que principalmente reproduce el esquema del castillo altomedieval, al tiempo que se adapta a las nuevas técnicas de combate con armas de fuego. En el plano arqueológico, tales obras comportaron el arrasamiento de estructuras y construcciones anteriores, sobre todo las murallas y edificios asociados, alterando en profundidad la estratigrafía de buena parte del yacimiento.
Los trabajos debieron de comenzar en el entorno de la torre atalaya, cuyo estado se ignora por entonces, a la que se adosaron nuevas construcciones. Así, el ámbito anejo a la torre se reconstruyó por completo, ahora cubierto con tejas y dividido en dos estancias, separadas por un muro medianero que conserva el arranque de su puerta de piedra tallada. Junto al edificio y la torre también se instaló una cisterna de obra encofrada, que recogiese las aguas del tejado. Como en tiempos pasados, cabe creer que este complejo se destinó a comandancia de la fortificación, junto con la capilla.
También se levantó un nuevo recinto a escasos metros de la muralla condal, ya derruida, en paralelo y un poco más avanzado, cuyo muro es muy delgado en el flanco norte (0,8 m), siendo una obra tan endeble que un buen tramo del cierre colapsó muy pronto y se reemplazó por una empalizada hasta su abandono. En su esquina occidental el nuevo cerco se reforzó con un nido artillero de planta ovalada, con troneras en su base y saeteras superpuestas, idóneas para armas de fuego de pequeño calibre, junto a una pequeña estancia contigua para sus vigilantes. Otras instalaciones se agrupan en su entorno, como un horno adosado al muro norte del recinto y los restos de otras dos construcciones cuadrangulares, muy arrasadas y sin estratos asociados, que pudieran corresponder a la cocina y al cuartel de la guarnición, junto a un espacio abierto y pavimentado que ocupa el flanco sudoccidental del recinto.
El registro cerámico de esta fase se aproxima al centenar de piezas, con un claro predominio de las producciones vidriadas sobre las de cocción reducida, cuya homogeneidad da cuenta de una ocupación breve pero intensa, mientras que su distribución concuerda con la funcionalidad de los diversos espacios (Figura 10). Tanto sus paralelos más próximos como su contexto histórico preferente nos remiten al conflicto de la guerra civil catalana, durante los años 1462-1472, aunque la excavación del sitio no revela ningún tipo de destrucción, tan solo su abandono temprano, sin indicios de combate.
Figura 10. Materiales del castillo del siglo XV (Autores).
Con más de una docena de individuos y una distribución generalizada, las escudillas o cuencos hemisféricos constituyen el principal grupo de referencia entre las piezas vidriadas, tanto por las decoraciones azules sobre blanco como de reflejo metálico, propias de los grupos valencianos durante el siglo XV (Coll, 2009: 81-94). Así, Castellví proporciona diversos ejemplares de obra azul simple, tanto con motivos radiales sobre círculos concéntricos, como combinando palmetas y hojas o rosas góticas con escudo central, o también con roseta central y orla de alafias, de probable origen barcelonés. Los cuencos de reflejo metálico también incluyen los temas de inspiración islámica de la loza valenciana clásica, con enrejados o vegetales esquemáticos alrededor de un motivo central, así como círculos y palmetas al exterior. Solo un pequeño cuenco dorado presenta asas de orejuelas, con motivos similares y una letra P en su base, probable abreviatura de Pere como marca de taller, también valenciano, puesto que aún no se producía obra dorada en Barcelona (Cerdà, 2021: II, 292-293). Distintamente, las producciones catalanas parecen superar a las valencianas en relación con una decena de platos de ala alta y servidoras, donde las piezas con trazos en manganeso se suman a las azules, entre ellas un fragmento con rosas góticas que amortizó la construcción del aljibe.
También presentan una distribución general más de una decena de ollas con asas y vidriado interior melado o verde, cuyo diámetro de boca oscila entre 14-36 cm, con labio recto las más pequeñas o redondeado y engrosado el resto. Entre las formas vidriadas tan solo cabe añadir algunos lebrillos y pozales, así como ciertas piezas singulares procedentes del entorno de la torre, como botellas, algún jarro o sitra, un ataifor o servidora barcelonés y un mortero, a los que cabe sumar al menos una gran tinaja o alfàbia de cocción oxidante.
Entre las producciones de cocción reducida abundan los pozales con asa vertical y pitorro, con más de veinte individuos y algunos casos vidriados en verde o melado. Destacan dos piezas que presentan un sello impreso junto al cuello, con una letra F minúscula como probable marca de un taller comarcal, como sugieren otros ejemplares documentados en la excavación de la granja de Ancosa (La Llacuna) y en el Museo de Vilafranca del Penedès, aunque también se repite en un jarro vidriado del castillo gerundense de Montsoriu (Arbúcies), en un contexto del siglo XVI (Bolòs, Mallart, 1986; Font et alii, 2014). Los pozales se acumulan alrededor del aljibe, pero también por todo el recinto, como ocurre con una docena de lebrillos, donde predominan las producciones reducidas, mientras que las cazuelas o sartenes con mango se agrupan cerca del horno. Diversas formas globulares completan las producciones de cocción reducida y también corresponderían a talleres comarcales, representadas principalmente por contenedores de diversos tamaños, incluyendo pequeñas tinajas y jarros sin asas.
Entre múltiples referentes posibles, cabe destacar sus semejanzas con las cerámicas vidriadas del castillo de Callús (Barcelona), que fue asediado y destruido por el ejército del Principado durante la guerra civil, a comienzos de 1464 (Caixal, Pancorbo, López, 2009). No lejos de Castellví, también en el castillo de Cubelles se identifican cuencos y platos semejantes, tanto valencianos como barceloneses, procedentes de un contexto que se sitúa hacia el año 1500, mientras que otras formas vidriadas encuentran paralelos precisos en el yacimiento de El Bullidor (Sant Just Desvern), junto al río Llobregat (López, Caixal, Fierro, 1998; Amigó et alii, 1986). Otro tanto ocurre con los materiales procedentes de las bóvedas de la Pia Almoina de Barcelona, que se atribuyen a un momento posterior al año 1438, con múltiples coincidencias entre las piezas singulares del entorno de la torre (Beltrán, 1997).
Por su parte, un repertorio de cuatro monedas de esta fase aporta otras precisiones, aunque su deterioro dificulta el análisis. Entre ellas destaca un fragmento de doble dinero de vellón (Ø 29 mm) procedente del fondo del aljibe, con un rey de frente en su anverso y una orla cuadrilobulada en el reverso, que enmarca una cruz con flores de lis en sus extremos, motivos de la dinastía Valois, presentes en las emisiones de Charles VI (1422-1461) y Louis XI (1461-1483). Las otras tres monedas recuperadas son dineros de vellón catalanes, con sus orlas y leyendas ilegibles (Ø aprox. 16 mm). Procedente del derrumbe del flanco norte del recinto, una de ellas presenta en su anverso un busto de rey coronado a la derecha y en su reverso el escudo de Girona, una emisión característica de Ferran II (1479-1516). Las otras dos piezas se recuperaron fuera del castillo, sobre el extremo de la plataforma inferior, una de ellas similar a la precedente, pero de mayor peso, y la otra indescifrable, sin otros materiales asociados en su entorno que los elementos de cierre de una posible caja o arqueta que pudo contenerlas.
Unos y otros registros nos remiten sin duda al contexto histórico de la segunda mitad del siglo XV y más concretamente al periodo de la guerra civil, que involucró la comarca de El Penedès y su capital. Así sucedió durante el preámbulo del conflicto, cuando a mediados de 1461 la monarquía tuvo que aceptar las disposiciones de la concordia o capitulación de Vilafranca del Penedès. Luego, tras la muerte del príncipe Carles de Viana comenzó la guerra entre el Consell del Principat y el rey Joan II, cuyas tropas y aliados franceses protagonizaron un cruento asalto en Vilafranca a comienzos de octubre de 1462, para tomar después la ciudad de Tarragona y establecer en ella su corte. En julio de 1463 el ejército realista aún asaltó de nuevo la población de Vilafranca, que permaneció en manos rebeldes hasta que Joan de Beaumont la entregó al enemigo en agosto de 1464, junto con toda la comarca, tras establecer un acuerdo de pacificación en Navarra con Joan II (Zurita, 1967-1985: lib. 17, cap. 57; Ryder, 2022: 159-160, 174 y 187).
De acuerdo con el desarrollo del conflicto, entre octubre de 1462 y agosto de 1464 sería el momento más propicio para que se reocupase Castellví de la Marca. De hecho, por esas mismas fechas tuvo lugar una iniciativa semejante en Castellví de Rosanes, donde consta una guarnición permanente que comenzó con cinco hombres y se incrementó hasta diez en 1463, aquí establecidos por cuenta del Consell de Barcelona (Sobrequés, Sobrequés, 1973: vol. 2, 267-319). Pero en Castellví de la Marca debieron de ser el rey y sus aliados franceses quienes realizaran las obras, habida cuenta que era una propiedad regia y como sugiere el registro numismático. Por supuesto, su posición escarpada favoreció la elección del sitio como avanzada de las tropas realistas, desde donde hostigar y atemorizar a los defensores de Vilafranca.
Tras la rendición de la comarca en 1464, Castellví de la Marca pronto pasó a ser una fortificación de retaguardia, perdiendo valor estratégico, tras haber acogido una pequeña guarnición durante apenas dos años. Pero el lugar debió de mantener su función de atalaya mientras perduró el conflicto, una tarea que pudo prolongarse hasta la pacificación de la segunda guerra remença en 1486. Corresponderían a esta última fase, como simple atalaya, las monedas atribuibles al rey Ferran, así como algunas cerámicas singulares del entorno de la torre, o la deficiente reparación de la cerca norte con una empalizada. Tras su abandono definitivo, los diversos edificios y muros del castillo se arruinaron rápidamente, sin que se observen intervenciones ulteriores, salvo en la capilla y en la torre.
En progresivo deterioro, la capilla aún mantuvo sus dos naves cubiertas hasta fines de época moderna. De hecho, en su nave meridional se habilitó una cisterna repicada en la roca junto al muro de levante, cuya base se reconstruyó, provista de un entubado que aportaba el agua de lluvia. Procedente del fondo de la cisterna, un ardit de Barcelona sitúa el uso de este dispositivo a comienzos del siglo XVIII y en el contexto de un nuevo conflicto, puesto que es una pieza reacuñada con la orla del archiduque Carles, durante la guerra de sucesión en Catalunya (1705-1714). Ahora dedicada a Santa María, en 1777 la misma capilla recibía el nombre de Font de la Salut, en probable alusión a las aguas de su cisterna (Diversos Autores, 1971: 640). Poco después la nave meridional se derrumbó, aunque la nave norte aún se usara como capilla hasta comienzos del siglo XX.
Buena parte del edificio de la torre atalaya también pudo derrumbarse en época moderna y se reconstruyó durante el siglo XIX, esta vez en el contexto de las guerras carlistas, tal vez durante su tercer episodio, que tuvo mayor incidencia en la comarca (1872-1876). Por entonces se realizó una reconstrucción muy deficiente del edificio, abriéndose la actual puerta de acceso en su base, una reforma que los restos de un escalón de madera datan de forma imprecisa10. El flanco occidental de la torre también se reconstruyó desde el primer piso y se remozaron las paredes, con una argamasa muy pobre e incorporando abundantes restos de tejas a la obra. Así se comprueba en las primeras imágenes conservadas, donde ya amenazaba ruina, puesto que diversas grietas atravesaban los paramentos repuestos, sin enlucido exterior, como preludio de su derrumbe en los años treinta del siglo XX. Para entonces, cabe relacionar con los hechos de la guerra civil española algunos restos de munición hallados en su entorno, así como ciertos materiales del servicio de la capilla abandonados en la ladera. Tras su completa ruina, el castillo de Castellví volvió a ser un espacio forestal, hoy de esparcimiento.
En su ámbito concreto, las sucesivas ocupaciones de Castellví de la Marca ejemplifican el desarrollo histórico de los sistemas defensivos en el llano de El Penedès, desde la Antigüedad hasta los tiempos modernos. Pero, por supuesto, no se trata de un caso aislado, sino que muchos otros enclaves defensivos recurrentes se distribuyen por todo el país, reportando registros que se asemejan. Por ello, los resultados de Castellví afectan a distintas problemáticas transversales, donde a menudo se mezclan o confunden las obras antiguas y las medievales, así como las andalusíes y las condales. Pero si una conclusión principal cabe extraer del estudio diacrónico de Castellví de la Marca es que su ocupación efectiva siempre se sitúa en tiempos de conflicto o de extrema inseguridad en su ámbito territorial, una máxima que aún cabe aplicar y desarrollar en sus fases predocumentales.
Así, sus funciones militares siempre prevalecieron en época medieval y moderna, mediante reocupaciones reiteradas y notorias, aunque de distinta intensidad, entre otras presencias episódicas, siempre relacionadas con alguna autoridad que promovió su uso como atalaya territorial. Pese a la exigüidad del registro, la búsqueda de protección también debió de primar en tiempos prehistóricos, cuando imprecisas ocupaciones discontinuas aprovecharon el abrigo y las defensas naturales que ofrece el enclave. Estas mismas cualidades le valieron su elección en época romana, cuando el registro sugiere el desarrollo de dos secuencias distintas, primero en un momento avanzado de época republicana y, luego, hacia el siglo III, cuyos contextos más probables cabe plantear.
En su ámbito territorial, la primera fase antigua de Castellví sin duda debe relacionarse con la gran fortificación republicana de Olèrdola (Sant Miquel d’Olèrdola), ocupada tras la conquista romana y cuyo abandono efectivo se verifica a partir de mediados del siglo I a.C. (Bosch et alii, 2003). No obstante, se ignora su vínculo preciso con esta ciudadela, de la que tanto pudo ser su atalaya avanzada sobre el llano, como su substituto provisorio, una vez evacuada. Pero la vigencia de esta fase de Castellví debió de ser breve, puesto que en un marco más amplio son notorias las transformaciones que se producen hacia fines de la república y, especialmente, en tiempos de Augusto, comportando la desmovilización de tropas, el abandono generalizado de los asentamientos en altura y una profunda reordenación territorial y fundiaria. Son transformaciones que se aprecian en todo el corredor prelitoral, tanto en las comarcas de la Cosetania oriental como en la Laietania interior, culminando en la fundación de la ciudad de Barcelona poco antes del cambio de era (Sobrequés ed., 1991; Prevosti, Guitart, Palet dirs., 2003; Oller, 2015: 187-273).
No obstante, la ausencia de estructuras coetáneas nos lleva a interrogarnos sobre la entidad que pudieron tener las defensas de este primer Castellví, cuyos referentes arqueológicos cabe buscar en otros yacimientos tardorrepublicanos, especialmente en lugares de atalaya no asociados a poblados y sin presencias ulteriores, condiciones que reducen drásticamente los candidatos disponibles en Catalunya. De hecho, la torre gerundense de Puig d’Àlia (Amer) bien pudiera ser el único caso que cumple tales requisitos, un edificio de planta rectangular y muros gruesos, con doble paramento de piedra en seco, cuya vigencia se sitúa durante el siglo I a.C. y no superaría el tercer cuarto (Llinàs et alii, 1999; Molist, Principal, Padrós, 2022: 241-245). A un nivel más amplio, el estudio de las fortificaciones en el ámbito ibérico tardío e ibero-romano ofrece una gran diversidad de fórmulas turriformes construidas en seco, habitualmente integradas en fortines (Moret, Chapa, 2004). Con todo, en Catalunya aún perdura una prolongada tradición erudita que atribuye a tiempos antiguos algunas torres exentas de planta circular construidas con piedra y mortero, que debieran ser medievales (Martí, Folch, Gibert, 2007: 30-36).
Luego, tras un largo abandono durante la Pax Romana, una nueva ocupación de la cumbre de Castellví de la Marca parece situarnos hacia fines del alto imperio, como muy probable respuesta a nuevos conflictos. Por entonces, su contexto histórico más adecuado debiera ser durante la anarquía militar y, más concretamente, entre los conflictos que inició la secesión del imperio galo hacia el año 260. De hecho, durante esta década todo el país se vio implicado en contiendas y sufrió el impacto directo de la invasión franca, que hacia el año 264 asaltó la ciudad de Tarragona, siguiendo el itinerario de la Vía Augusta y dejando múltiples huellas de destrucción a su paso (Járrega, 2008; Macias et alii, 2013). En este probable contexto, la reocupación de Castellví persistió cierto tiempo, tanto como para que se levantase alguna construcción o instalación en la cumbre, esta vez techada con tegulae.
Por entonces también su homónimo de Castellví de Rosanes debía de estar habitado y su correlación evidenciaría un sistema de vigilancia territorial muy simple, centrado en la custodia de la red viaria, con el apoyo de una breve selección de atalayas prominentes. Puesto que ambos casos jalonan la misma arteria principal, aún cabe suponer que el dispositivo que conforman se prolongase más allá, mediante otros enclaves coetáneos de vigilancia en altura, siguiendo un esquema básico que se renovará repetidamente a comienzos de la Edad Media.
Pero todo parece indicar que la cumbre de Castellví de la Marca no fue un lugar de residencia permanente durante los primeros siglos medievales, cuando predominan los contenedores de líquidos y escasean las piezas de cocina. Tal vez al principio solo ejerciese funciones de guardia territorial o atalaya, de forma puntual o intermitente y asistida desde el llano. Así lo sugiere también la posición secundaria que le correspondería entre las defensas de Barcelona y Tarragona durante los siglos VI-VIII, cuando el principal escenario de conflicto del reino godo y, tras él, del emirato se situaba mucho más al norte, frente al mundo franco, salvo durante el breve intervalo que separó la conquista islámica de ambas ciudades. Al cabo, la situación cambió radicalmente tras la conquista carolingia de Barcelona en el año 801 y con el retroceso efectivo del dominio andalusí hacia los confines del río Llobregat, donde se afianzó una frontera muy permeable que perduró más de un siglo.
En este marco histórico, de conquistas y reflujos de fronteras, la excavación de El Castellot de Castellví ocupa un lugar relevante para el estudio de las primeras fortificaciones andalusíes. Así, aunque al principio tan solo fuese una atalaya ocasional, al cabo la posición se consolidó con la construcción de su torre y la asignación de una guarnición permanente, hacia fines del siglo IX o no mucho más tarde. Así lo certifica la datación más antigua obtenida en la cumbre, con sus materiales asociados, entre los que figuran distintas piezas de inequívoca ascendencia andalusí, hasta aquí inéditas en la zona y en este tipo de edificios.
Evidentemente la de Castellví no fue la torre andalusí más precoz, sino que su caso se inscribe en la discusión que plantea la difusión de las torres exentas de planta circular y redondeada en las sucesivas fronteras de al-Andalus, en contextos muy incipientes del proceso de islamización. Así, la construcción de este tipo de edificios ya se constata en las comarcas de Girona y del norte de Barcelona durante el siglo VIII, con obras de diversa factura y distintas aplicaciones, principalmente como atalayas, pero también relacionadas con ciertos dominios y enclaves rurales. Tal es el caso de todo un sistema de torres atalayas que las fuentes denominan faros y que pudieran atribuirse a la iniciativa del gobernador de Barcelona Sulaymān al-A‘rābī, durante el tercer cuarto del siglo (Martí ed., 2008; Martí, Viladrich, 2018: 61-62). Entre otros edificios más modestos, su desarrollo sobre la Vía Augusta incorpora cuatro torres con aparejo cuadrado y almohadillado, de aspecto monumental, que supondrían las obras andalusíes más precoces con este tipo de paramento, que llegará a ser característico en las fronteras del valle del Ebro (Asensio, 2020).
Aun así, estas cuatro torres han sido excavadas y tres de ellas se han dado a conocer como presuntas construcciones romanas, dado que ocupan enclaves antiguos. Tal es el caso de la Torrassa del Moro (Llinars del Vallès) y la Torre de la Mora (Sant Feliu de Buixalleu), construidas sobre precedentes ibero-romanos, a los que el Far de Falgars (Beuda) añade otros materiales del siglo III (Sánchez, 2008; Tura, Mateu, 2008; Pratdesaba et alii, 2017). Pero, inequívocamente, todos los casos proporcionan registros altomedievales asociados al uso del edificio, siendo exclusivos en la torre del Far de Santa Coloma de Farners (Folch, Gibert, Llinàs, 2008). A las primeras torres circulares gerundenses aún cabría añadir la construcción de planta oblonga de Torre Desvern (Celrà), que se ha atribuido a época visigoda, aunque las tres dataciones de mortero realizadas solo coinciden hacia fines del siglo VII y una de ellas probablemente corresponde al siglo VIII (Prat, 2020).
Idénticas discusiones afectan el estudio de las torres monumentales del castillo de Castellví de Rosanes y Les Gunyoles (Avinyonet del Penedès), a poniente del río Llobregat y sobre el mismo recorrido viario, que debieran ser muy precoces y cuya atribución romana posee escaso fundamento (Gibert, 2006). Pero en esta segunda frontera andalusí del río Llobregat las torres de planta oblonga superan las de planta circular, sumando más de una decena de casos que aplican este modelo insólito, sin continuidad ulterior, hasta el entorno de Tarragona. Este es el caso de la torre de Can Pascol, oculta al interior del mismo valle de Castellví, a poco más de un kilómetro, cuyo aparejo incorpora opus spicatum, donde las prospecciones reportan cerámicas reducidas atribuibles al siglo IX y la realización de un sondeo no detecta otras presencias hasta fines del período medieval (Figura 11, izda.). Tal duplicidad sugiere que la torre de Can Pascol bien pudo preceder a la de El Castellot y que pudiera relacionarse con la asistencia o custodia previa de la misma atalaya territorial de Castellví. En el entorno de Tarragona, la torre de planta oblonga de Montferri se le asemeja y proporciona algunos materiales adecuados, con labios biselados, mientras que otros confirman su uso en época condal (Gonzalo, Martí, 2015; Figura 11, dcha.).
Figura 11. Torres de planta oblonga de Can Pascol y Montferri, con sus materiales superficiales (Autores).
En la misma frontera del Llobregat, otras torres de planta circular también se edificarían durante el siglo IX, afianzando sus cimentaciones e incrementando su altura. Entre ellas cabe destacar la torre maestra del castillo de Ribes (Sant Pere de Ribes), que alcanza 20 m de altura e incorpora almenas, con puerta de arco de herradura de buena factura. Son progresos que por entonces también se observan en el entorno de la ciudad de Tortosa y que se certifican en la frontera de Lleida, gracias a las dataciones absolutas de época emiral que proporcionan distintos casos, como la torre de Vallferosa (Torà) (Martí, Viladrich, 2018: 68-75; Menchon, 2018; Esteve, Menchon coords., 2020). Pero en tierras de Lleida otras torres de planta rectangular y trapezoidal se suman a la discusión, como los casos de Ardèvol (Pinós) y Lloberola (Biosca), cuyas construcciones iniciales también facilitan dataciones absolutas de los siglos VIII-IX (Cubo et alii, en prensa).
Como cabía prever, la mayor parte de las estructuras y restos de Castellví corresponden al período condal, cuando se edificó el castillo y el lugar se habitó de forma continua, desde inicios del siglo X hasta comienzos del XII. Ahora se dispone de noticias documentales, que primero detallan sus titulares, para describir luego la introducción de las prácticas feudales, mediante nuevos actores. Son cambios que también se reflejan en el castillo, que acaba por disponer de una guarnición específica, que encabezan el castellano y otros dos caballeros, tal vez por turnos. Pero el abandono temprano del sitio no supuso ninguna renuncia, puesto que el castellano se instaló en Ribafort, al pie del mismo, junto a las eras donde se fraccionaban los censos de las cosechas. Más allá el castillo solo fue una institución que persistió durante siglos, hasta que recuperó su protagonismo al final de la Edad Media, aunque se desconozcan noticias textuales sobre su activa participación en la guerra civil catalana, en la guerra de sucesión y en las guerras carlistas, de distinto porte y bien documentadas durante la excavación.
Queda probado, por tanto, que el atributo de vejez que Castellví ostenta es sobradamente merecido, aunque al principio no fuese una fortificación demasiado compleja, sino más bien una cumbre escarpada donde se habilitaron defensas y estancias precarias. Pero, principalmente, el castillo de Castellví de la Marca aporta nuevas luces al estudio del desarrollo de las torres exentas en Catalunya, que asumen un marcado protagonismo durante los siglos VIII-XI, aplicando diversos tipos de formas y de soluciones constructivas (Martí, 2022: 332-336). Es una problemática que afecta tanto a las fronteras de al-Andalus como a las de los condados catalanes, sumando cientos de casos que a menudo proporcionan registros arqueológicos escasos o inclasificables, fuera de su ámbito local. Hoy por hoy, las discrepancias que persisten solo podrán resolverse con un correcto análisis estratigráfico y de los materiales asociados, cuando se reconozca a la arqueología medieval y al periodo andalusí la consideración que merecen, sin injerencia de los apriorismos ni del ruido academicista.
Hoy en el marco de dos proyectos de investigación paralelos. Entre al-Ándalus y la feudalidad. Poderes territoriales y desarrollo de sistemas defensivos altomedievales en el nordeste peninsular (PID2020-114484GB-I00), Ministerio de Ciencia e Innovación. Dels visigots als feudals, de Monistrol de Gaià a Castellví de la Marca, CLT_2022_EXP_ARQ001SOLC_00000113, Projectes quadriennals d’arqueología, Generalitat de Catalunya.
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_______________________________
* Departament de CC de l’Antiguitat i de l’Edat Mitjana. Universitat Autònoma de Barcelona.
** Arqueólogo profesional.
1 Agradecemos el conocimiento de esta pieza a su descubridor, Daniel Lacruz, y al arqueólogo territorial Magí Miret.
2 CNA-6588: 1150 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95%): 775 - 789 AD (0.082818); 823 - 980 AD (0.898537); 981 - 990 AD (0.018645).
3 BETA-587791: 1120 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 876 - 994 AD (92.8%); 833 - 846 AD (1.4%); 776 - 784 AD (1.3%).
4 BETA-585186: 1100 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 886 - 995 AD (92.0%); 1004 - 1016 AD (3.4%).
5 CNA-6587: 1110 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95%): 777 - 779 AD (0.005384); 884 - 995 AD (0.971385); 1005 - 1016 AD (0.023231).
6 BETA-605387: 1110 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 882 - 995 AD (93.9%); 1006 - 1016 AD (1.5%).
7 BETA-587792: 1080 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 940 - 1023 AD (65.2%); 892 - 933 AD (30.2%).
8 BETA-471123: 1080 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 938 - 1018 AD (68.2%); 894 - 930 AD (27.2%).
9 BETA-639686: 1040 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 951 - 1041 AD (88.4%); 896 - 924 AD (6.4); 1108 - 1114 AD (0.6%).
10 BETA-588467: 150 +/- 30 BP (IntCal20). Calibrado 2 sigmas (95.4%): 1666 - 1783 AD (42.8%); 1796 - 1894 AD (33.8%); 1903 - Post AD 1950 (18.8%).