Arqueología y Territorio Medieval 33, 2026. e9725. I.S.S.N.: 1134-3184 DOI: 10.17561/aytm.v33.9725
Human remains recovered from a children’s sarcophagus at the ‘Cendrera’ archaelogical site (Sotopalacios, Burgos)
Maria Castilla Casado1*, José Miguel Carretero Díaz1, 2, Óscar González Díez3, María J. Negredo García4
Enviado: 06/06/2025
Aprobado: 18/06/2025
Publicado: 18/12/2025
RESUMEN
El trabajo que se presenta analiza los restos humanos de ocho individuos (seis de ellos inmaduros), que fueron depositados en el interior de un pequeño sarcófago hallado de manera casual en la Merindad de Río Ubierna (Burgos). A través del estudio antropológico de los restos óseos, junto con una revisión de la literatura publicada en busca de hallazgos similares, hemos puesto de manifiesto que se trata de una inhumación singular que carece de paralelismos en el registro peninsular. El sarcófago, dado su reducido tamaño, fue construido con el fin de albergar a individuos inmaduros, lo que supone, con independencia de su aspecto tosco y sin decoración, una importante inversión por parte de sus familiares para costearse este tipo de tumba. Es por ello que el hallazgo descrito, a pesar de su simplicidad, puede interpretarse como el reflejo de un núcleo familiar alejado de las grandes urbes, pero con una posición acomodada al dispensar a varios menores, incluyendo tres perinatales, un tratamiento funerario especial y de alto coste, al que sin lugar a duda no podrían haber hecho frente todas las familias de la Antigüedad tardía.
Palabras clave: prácticas funerarias, enterramientos secundarios, antigüedad tardía, perinatales, subadultos, meseta norte de la península ibérica.
ABSTRACT
This study analyses the human remains of eight individuals (six of whom were immature) that were deposited inside a small sarcophagus found by chance in Merindad de Río Ubierna (Burgos, Spain). Through an anthropological analysis of the skeletal remains, combined with a review of the published literature on similar burials, we have showed that the inhumation under consideration is unique in the archaeological record of the Iberian Peninsula. Given its small size, the sarcophagus was built to house immature individuals, which, regardless of its rough and undecorated appearance, represents a significant investment on the part of their relatives to pay for this type of tomb. Therefore, this discovery can be interpreted as reflecting a family unit that lived far from large urban centers but possessed a wealthy socioeconomic status. This is evidenced by their capacity to provide multiple non-adult individuals, including three perinatal children, with special and costly funerary treatment. This practice would have been beyond the reach of many Late Antique families.
Keywords: funerary practices, secondary burials, late antiquity, non-adults and perinatal individuals, northern plateau of the Iberian Peninsula.
El sarcófago que presentamos en este artículo fue encontrado de manera fortuita en el término de Sotopalacios (Merindad de Río Ubierna, Burgos) tras un proceso de limpieza y acondicionamiento llevado a cabo en el año 2017 en el camino que discurre hacia el antiguo molino de dicha localidad (Figura 1).

Figura 1. Localización geográfica del lugar exacto donde fue encontrado el sarcófago.
El lugar donde fue recuperado es conocido en la bibliografía tradicional burgalesa desde mediados del siglo XX como yacimiento “Cendrera”, siendo registrado de manera oficial en el año 1999 durante las labores de prospección para la elaboración del Inventario Arqueológico de Castilla y León. Desde entonces ha sido objeto de numerosas prospecciones en relación con estudios de evaluación de impacto ambiental y normativa urbanística, identificándose en su superficie vestigios pertenecientes a varios momentos cronológicos como restos de la Edad del Hierro, el período romano y la Edad Media, estos últimos citados en documentos del año 1183 como despoblado “Centenera” (MARTÍNEZ-DIEZ, 1987: 54), pasando en época moderna a ser descrito en el Diccionario de Madoz (1984) como granja con huerta y molino de los monjes Bernardos.
El sarcófago corresponde a una estructura funeraria rectangular de piedra caliza, con esquinas redondeadas en su exterior, de dimensiones reducidas 1 y sin decoración en ninguna de sus cuatro caras (Figura 2). El receptáculo funerario fue recuperado sin tapa, estando los restos óseos que contenía dispersos y alterados por fragmentación y exposición a agentes tafonómicos.

Figura 2. Distintas vistas del sarcófago una vez vaciado, (A) vista lateral y B) vista superior, junto con sus medidas internas y externas.
La adscripción cronocultural de la sepultura no está clara, sin embargo, dada la tipología del sarcófago, la caracterización del yacimiento “Cendrera” y su cercanía a la ermita de Montes Claros de Ubierna, en donde se ha recuperado un número importante de sarcófagos visigodos con dataciones entre los siglos V-VI (ADES, 2022a), trabajamos con la hipótesis de una cronología entre el periodo tardorromano y el mundo visigodo.
Basta una revisión al inventario arqueológico de la provincia de Burgos para darnos cuenta de que a pesar de estar constatada la presencia de sarcófagos (Figura 3), estos suelen ser de individuos adultos y su estudio se centra en analizar los relieves con el fin de hacer una adscripción cronológica de los mismos (CAMPILLO, 1995 y 1996). Es cierto que dicha tarea no es fácil de realizar ya que, salvo que se encuentren elementos indisolublemente unidos al mundo visigodo o la época tardorromana, no es posible dilucidar uno y otro periodo dada la continuidad de tipos y costumbres de tradición romana (CABRERA, 2018). Por ello, cualquier dato que se pueda aportar para conocer esta parcela incompleta y oscura de nuestro pasado es sumamente valioso (RIBERA I LACOMBA, SORIANO-SÁNCHEZ, 1987), siendo nuestro estudio una pieza más para contextualizar lo que ocurría en la Merindad de Río Ubierna (Burgos) durante estas cronologías a través de las prácticas funerarias y la consideración de los individuos inmaduros en dicha sociedad.

Figura 3. Mapa de la provincia de Burgos con la ubicación de sarcófagos. Los puntos negros corresponden a individuos adultos, los rectángulos rojos a infantiles y la estrella roja al hallazgo que aquí se presenta.
Por consiguiente, los objetivos del presente artículo son examinar los restos humanos desde el punto de vista antropológico (número de individuos representados, edad de muerte, sexo, posibles rasgos patológicos y algunos parámetros de complexión física), contextualizar y comparar el hallazgo lo mejor posible dentro del marco regional de la provincia de Burgos y, en definitiva, dar a conocer un hallazgo novedoso, que a pesar de haber sido recuperado al margen de su lugar de origen cuenta con la singularidad de tratarse de un receptáculo funerario de dimensiones reducidas en cuyo interior se encontraron los restos de varios individuos, principalmente inmaduros, lo que no tiene ningún paralelismo con lo descrito en la literatura consultada.
En el presente artículo se han analizado 190 restos óseos recuperados en el sarcófago de forma dispersa, fragmentados y sin conexión anatómica, por ello ha sido necesario calcular el Número Mínimo de Individuos (NMI) a través del elemento óseo más repetido teniendo en cuenta las incompatibilidades anatómicas derivadas de la lateralidad, del proceso de crecimiento y de maduración ósea.
Igualmente, se ha calculado el índice de representación ósea (BELLO, ANDREWS, 2006) de forma que el número de restos preservados de una región anatómica se divide entre los que deberían estar presentes en un esqueleto completo, comparando los resultados con una muestra arqueológica sin manipular tras su enterramiento como Spitalfieds (BELLO, ANDREWS, 2006) a fin de inferir, en la medida de lo posible, la naturaleza primaria del enterramiento (KNÜSEL, ROBB, 2016).
La edad de los individuos adultos se ha estimado según la apariencia de los cuerpos vertebrales (ALBERT et alii, 2010) debido a la ausencia de cráneo completo y pelvis. Por el contrario, en los inmaduros se han empleado varios métodos, como el patrón de erupción dental estándar de nuestra especie (ALQHATANI et alii, 2010), las medidas del esqueleto postcraneal (SCHEUER, BLACK, 2000; PRIMEAU et alii, 2016), así como los tiempos de fusión de la columna vertebral (SCHEUER, BLACK, 2000). Los resultados obtenidos se han clasificado siguiendo los criterios de Bogin (1997).
El diagnóstico sexual en los individuos adultos se ha llevado a cabo por criterios métricos y fórmulas discriminantes conforme a lo expuesto en Ríos-Frutos (2002, 2005) y Robledo-Acinas et al. (2007) al estar ausentes los elementos característicos para su diagnóstico. Los individuos inmaduros han sido determinados como alofisos, ya que su estimación sexual puede dar lugar a resultados inciertos, al no estar los caracteres sexuales esqueléticos bien marcados hasta la pubertad (BRUZEK, 1992).
Para abordar las patologías se han analizado los signos de degeneración ósea, porosidad, lesiones traumáticas, alteraciones en la dentición, así como marcadores de estrés ocupacional según los criterios tradicionales (ISIDRO, MALGOSA, 2003). Igualmente, se ha realizado un análisis tafonómico observando a nivel macroscópico cualquier tipo de alteración de las superficies óseas, tales como presencia de concreción, fisuras y cambios en la coloración (POKINES et alii, 2021).
La Tabla 1 recoge un resumen de los restos óseos analizados y el NMI estimado, de forma que se ha determinado que en el sarcófago fueron depositados al menos ocho individuos, dos adultos y seis inmaduros (Figuras 4, 5, 6 y 7).
Tabla 1. Resumen de los restos analizados en función de la edad y el NMI.
EDAD |
NMI |
RESTOS ÓSEOS |
Adulto |
2 |
16 frags. craneales; Frag. derecho cavidad glenoidea; 4 frags. escapulares; Extremo costal de clavícula derecha; 5 frags. de costilla; Frag. de axis; 10 vértebras; Epífisis proximal húmero izquierdo; Mitad distal húmero derecho; Mitad proximal ulna derecha; Epífisis distal de ulna; Mitad proximal ulna izquierda; Mitad proximal radio; 2 diáfisis de radio; Parte proximal fémur derecho; Frag. diáfisis fémur izquierdo; Mitad proximal fémur izquierdo; Epífisis distal tibia derecha; Frag. proximal tibia izquierda; Diáfisis tibia izquierda; 2 metatarsos; Frag. metatarso; Frag. de hallux; Varios frags. diáfisis indeterminadas. |
Juvenil |
1 |
Petroso derecho; Maxilar; Isquion derecho. |
Infantil |
2 |
Frags. craneales; 2 maxilares; 2 mandíbulas; Clavícula derecha; Frag. clavícula derecha; Frag. escápula derecha; Frag. escápula izquierda; Frag. de axis; Atlas; 9 vértebras fusionadas; 20 arcos vertebrales; 3 cuerpos vertebrales; 2 vértebras sacras; 2 húmeros derechos; 2 húmeros izquierdos; 2 radios derechos; 2 radios izquierdos; 2 ulnas derechas; 2 ulnas izquierdas; Ilion derecho; 2 ilion izquierdos; Pubis izquierdo; Isquion derecho; 2 fémures derechos; 2 fémures izquierdos; 2 tibias derechas; 2 tibias izquierdas (una completa); 2 frags. fíbula derecha; 2 frags. fíbula izquierda; 10 falanges; 10 metacarpos; 4 metatarsos. |
Perinatal |
3 |
27 Frag. craneales; 1 temporal; 5 petrosos; Hemimandíbula; 2 frags. escápula; 11 costillas; 3 húmeros parciales; 1 radio; 3 ulnas parciales; 2 fémures; 1 tibia. |

Figura 4. Restos sin individualizar correspondientes a los dos individuos adultos depositados en el sarcófago.

Figura 5. Restos sin individualizar correspondientes al individuo juvenil.

Figura 6. A) Restos correspondientes al individuo infantil de mayor edad. B) Restos correspondientes al individuo infantil de menor edad.

Figura 7. Restos sin individualizar correspondientes a los tres individuos perinatales depositados en el sarcófago.
Los adultos se encuentran representados por tres fragmentos femorales, dos de ellos con la misma lateralidad (Figura 4). Los cuerpos vertebrales recuperados no presentan indicios de estriación derivados del proceso de fusión, ni degeneración en los bordes, por lo que al menos uno de los individuos asignados como NMI fue un adulto entre 25 y 40 años.
Los resultados de la estimación sexual (Tabla 2) indican valores compatibles con el sexo masculino, aunque no es posible establecer si ambos fueron varones al no poder determinar el sexo en ninguno de los elementos utilizados para calcular el NMI.
Tabla 2. Elementos óseos adultos en los que se ha podido estimar el sexo.
ELEMENTO ÓSEO |
LATERALIDAD |
MEDIDAS |
ESTIMACIÓN |
REFERENCIA |
C-17 Cavidad glenoidea |
Derecho |
Longitud 37,00 |
Masculino |
|
Anchura 27,00 |
||||
C-20 Clavícula |
Derecho |
Longitud 30,5 |
Masculino |
|
Anchura 23,00 |
||||
C-39 Cabeza húmero |
Izquierdo |
Diámetro 44,00 |
Masculino |
|
C-38 Ep. distal húmero |
Derecho |
Anchura 59,00 |
Masculino |
|
C-43 Cabeza radio |
Derecho |
Diámetro 21,00 |
Masculino |
|
C-32 Ep. proximal tibia |
Izquierdo |
Anchura 75,60 |
Masculino |
En cuanto a los inmaduros, el elemento óseo más repetido es la porción petrosa del hueso temporal del cráneo, lo que combinado con el postcraneal ha permitido establecer un mínimo de seis individuos: tres perinatales, dos infantiles y un juvenil. El individuo juvenil es el que cuenta con menor representación (Tabla 1 y Figura 5), siendo su edad estimada según las dimensiones de los senos maxilares (SCHEUER, BLACK, 2000) entre 8-12 años.
Por el contrario, los dos individuos infantiles conservan partes de casi todo el esqueleto (Figura 6) siendo su edad calculada según el patrón de erupción dental (ALQHATANI et alii, 2010). La presencia del primer molar permanente dentro del alvéolo de maxilares y mandíbulas en estados diferentes de desarrollo ha permitido estimar una edad de 3,5 años para el primer individuo y de 5 años para el segundo. Edades similares se derivan de los tiempos de fusión de la columna vertebral (SCHEUER, BLACK, 2000) y las medidas del esqueleto postcraneal (Tabla 3).
Tabla 3. Estimación de la edad en algunos de los restos infantiles, a través de las fórmulas contenidas en PRIMEAU, et alii, 2016.
ELEMENTO ÓSEO |
LONGITUD |
FÓRMULA |
EDAD |
C-86. Clavícula derecha |
6,70 |
(Long x 2,158)-11,606 |
2,85 |
C-126.Húmero derecho |
15,80 |
(Long x 0,785)-6,863 |
5,54 |
C-132. Radio derecho |
8,90 |
(Long x1,078)-7,053 |
2,54 |
C-133. Radio izquierdo |
8,91 |
(Long x1,078)-7,053 |
2,55 |
C-134. Radio derecho |
10,90 |
(Long x1,078)-7,053 |
4,69 |
C-135. Radio izquierdo |
10,85 |
(Long x1,078)-7,053 |
4,64 |
C-138. Ulna derecha |
12,00 |
(Long x 0,992)-7,472 |
4,43 |
C-153. Fémur derecho |
15,90 |
(Long x 0,545)-6,125 |
2,54 |
C-154. Fémur izquierdo |
20,80 |
(Long x 0,545)-6,125 |
5,21 |
C-156. Fémur izquierdo |
16,00 |
(Long x 0,545)-6,125 |
2,59 |
C-160. Tibia izquierda |
16,40 |
(Long x 0,663)-5,674 |
5,19 |
Por último, los tres individuos perinatales (Figura 7) se han identificado por cinco huesos petrosos y varios restos postcraneales cuyas medidas arrojan una edad gestacional entre 36 y 40 semanas (Tabla 4).
Tabla 4. Estimación de la edad en parte de los restos perinatales a través de las tablas contenidas en Scheuer, Black, 2000.
ELEMENTO ÓSEO |
LONGITUD |
ANCHURA |
EDAD |
C-62 Temporal izquierdo |
26 |
27 |
32-34 semanas |
C-68 Petroso derecho |
27 |
13 |
32 semanas |
C-69 Petroso izquierdo |
31 |
15 |
34-36 semanas |
C-72 Petroso izquierdo |
31 |
15 |
34-36 semanas |
C-72b Petroso derecho |
29 |
14 |
32-34 semanas |
C-80 Hemimandíbula derecha |
29 |
9.5 |
36 semanas |
C-128 Húmero |
70 |
--- |
40 semanas |
C-130, C-131 Húmero |
71 |
--- |
40 semanas |
C-136 Radio derecho |
52 |
--- |
38 semanas |
C-144 Ulna izquierda |
58 |
--- |
40 semanas |
C-157 Fémur izquierdo |
60 |
--- |
34-36 semanas |
C-163 Tibia indeterminada |
62 |
--- |
38-40 semanas |
La talla únicamente se ha podido calcular en tres de los cuatro fémures asociados a los individuos infantiles. Los resultados arrojan una estatura media de 84,2 cm para el individuo de 3 años y 99,5 cm para el de 5 años. Estas estimaciones encajan con las medidas interiores del sarcófago y, aunque se encuentran por debajo de los valores de la colección de Denver, son similares a los observados en poblaciones de época romana y merovingia (Figura 8).

Figura 8. Talla estimada en los dos individuos infantiles, comparada con la población de Denver (línea azul) y de época romana/merovingia (línea roja).
Del individuo juvenil no hay restos suficientes para hacer una estimación directa, no obstante, a efectos de compararlo con las medidas del sarcófago la talla promedio actual de individuos entre 8 a 12 años oscila entre 130 y 150 cm (SOBRADILLO et alii, 2004), por consiguiente, valores que exceden las dimensiones internas del receptáculo y que evidencian su traslado postmortem y de manera parcial.
Por lo que respecta a las patologías, los restos inmaduros analizados no presentan indicadores de estrés, ni signos evidentes de enfermedad, mientras que, en los adultos, son reseñables ligeras anomalías en vertebras y costillas. Así, una de las vértebras torácicas presenta un incipiente nódulo de Schmorl, pero sin eburnación ni osteofitos que indiquen degeneración (Figura 9-A) El origen de esta alteración obedece a una mayor debilidad estructural de las trabéculas por contacto entre el núcleo pulposo y el disco intervertebral (JIMÉNEZ-BROBEIL et alii, 2010), siendo interpretado como indicador de actividad por sobrecarga mecánica repetida sobre el raquis (SUBY, 2014). Una de las cervicales (Figura 9-B) muestra porosidad con ligera labiación en el borde de la carilla inferior izquierda. Si bien su etiología no es segura, al ser un indicador aislado puede considerarse una artropatía degenerativa secundaria común en aquellas articulaciones que soportan más peso corporal y por ello normalmente más frecuente en varones (SOFAER, 2000). Las costillas (Figura 9-C) muestran regiones erosionadas con hueso espiculado y pequeñas oquedades en la zona intercostal, compatibles con algún proceso infeccioso, como las observadas por Matos y Santos, (2006) tras una enfermedad pulmonar.

Figura 9. A) Vértebra adulta con nódulo de Schmorl. B) Porosidad en la carilla inferior izquierda de cervical adulta. C) Porosidad en tres costillas adultas. D) Fosa romboidea en fragmento clavicular adulto. E) Vértebras cervicales con foramen transverso unilateral en el adulto y bilateral en el infantil.
Por otro lado, la clavícula adulta presenta un marcador ocupacional en la zona de inserción del ligamento costoclavicular (Figura 9-D). La función de este ligamento es limitar la amplitud de elevación de la clavícula por lo que, cuando dichos esfuerzos son intensos y repetitivos, el hueso reacciona produciendo una hipertrofia (HAWKEY, MERBS, 1995). Es habitual en varones y podría tener relación con el desempeño de labores agrícolas (GALERA, GARRALDA, 1993). En nuestro caso no podemos afirmar tal extremo, pero las dimensiones del fragmento indican un varón.
Por último, una de las cervicales adulta y otra del individuo infantil de mayor edad presentan foramen transverso doble (Figura 9-E), se trata de una variante normal (BREWIN et alii, 2009) caracterizada por la presencia de un segundo foramen, posterior al principal y de menor diámetro (KAYA et alii, 2011), debido a variaciones en el curso y desarrollo de la arteria vertebral (DAS et alii, 2005).
La representación de partes esqueléticas (Figura 10) presenta un perfil que en el caso de los individuos adultos y el juvenil se aleja de las proporciones de la muestra de referencia, por lo que originariamente no fueron depositados en el sarcófago, afirmación que es plausible teniendo en cuenta las dimensiones del receptáculo funerario (ver Figura 3) y la estatura media en esos rangos de edad. Por el contrario, el patrón de representación esquelética de los infantiles es similar al Spitalfields, encajando con una posible inhumación primaria. A pesar de ello, el perfil por debajo del ideal indica algún tipo de sesgo, ya sea por agentes humanos y/o ambientales (KNÜSEL, ROBB, 2016).

Figura 10. Resultado del índice de representación ósea comparando nuestra muestra con enterramientos sin apenas alteraciones postdeposicionales.
El caso de los individuos perinatales es similar a los adultos y el juvenil supone una interpretación problemática debido a que, por su menor resistencia, se preservan menos que los restos adultos (BELLO, ANDREWS, 2006) y muchas veces son objeto de un tratamiento funerario distinto (DE MIGUEL, 2010). Aun así, la presencia de determinados huesos frente a la baja representación de otros no es indicador suficiente para hablar de enterramiento secundario al no ser siempre el reflejo de un comportamiento social/cultural, sino que es necesario interpretar los resultados considerando los procesos tafonómicos (BELLO, ANDREWS, 2006). A este respecto, los mismos autores sostienen que en un enterramiento primario suelen estar bien representados los huesos más robustos, mientras que los huesos planos suelen encontrarse ausentes porque su menor densidad mineral los predispone a mayor destrucción en condiciones ambientales complejas (WILLEY et alii, 1997), e igualmente se ven más afectados en caso de manipulación humana, reubicando y seleccionando determinadas partes esqueléticas (MASSET, 2000).
En nuestro caso es evidente la actividad antrópica para incluir en un sarcófago reducido los restos de los individuos adultos y el juvenil, pero también los factores tafonómicos, ya que los huesos se encontraron alterados y fragmentados. Una inhumación de este tipo supone depositar el cadáver sin un relleno intencionado de tierra que los pueda contener y permita su conexión relativa tras la descomposición, de forma que al producirse la colmatación y verse afectado por movimientos externos, haya sido relativamente fácil su dispersión. El análisis tafonómico respalda esta hipótesis ya que las superficies óseas están alteradas por la acción de raíces, mostrando surcos y líneas dendríticas (Figura 11-A), hay costra calcárea en muchos de ellos provocada por la disolución de la piedra caliza (Figura 11-B) y algunas de las partes presentan una coloración blanquecina por exposición diferencial a la luz solar (Figura 11-C). Todos estos factores influyen en el deterioro y destrucción del contexto analizado, hasta el punto de que, como demostró el estudio experimental de Knüsel y Robb (2016), las condiciones externas y la acción antrópica alteran el enterramiento de forma rápida, pudiendo llegar a suponer con el paso de los años la pérdida de algunos o incluso la totalidad de los restos esqueléticos.

Figura 11. Evidencia de las alteraciones postdeposicionales sufridas por algunos de los restos recuperados. A) Alteración por raíces. B) Concreción ósea. C) Cambios de coloración por exposición.
Los lugares de enterramiento forman parte tanto de la identidad como de la organización social y cultural de un poblamiento y del territorio que ocupan, de manera que a través de la elección intencional de un determinado espacio (TEJERIZO, 2011) se configuran como hitos de referencia para esa comunidad estableciendo un vínculo con los ancestros allí enterrados (MARTÍN-VISO, 2016). Sin embargo, esta relación no siempre se puede definir e interpretar con claridad, especialmente en el tránsito de finales del s. III, entre la caída del Imperio romano y el inicio de la Edad Media, cuando las diferentes migraciones de pueblos germánicos debieron coincidir con poblaciones autóctonas que mantuvieron prácticas y costumbres de la época romana (PALOL, 1970).
El estudio del mundo funerario de estas cronologías se ha centrado principalmente en analizar las grandes necrópolis tardorromanas y visigodas (PALOL, 1967), sin embargo, los enterramientos aislados no han recibido la misma atención y menos aun cuando se trata de inhumaciones infantiles (GÓMEZ-OSUNA et alii, 2018), de forma que, al menos en la provincia de Burgos, no hemos encontrado un enterramiento similar al descrito. Tras rastrear el inventario arqueológico y los catálogos de normativas urbanísticas provinciales, hemos localizado un total de doce alusiones a sarcófagos infantiles fruto de las prospecciones arqueológicas (Figura 3), aunque en ningún caso se haya llegado a realizar un estudio en profundidad, por lo que no hay detalles de su contenido y teniendo en cuenta que en la actualidad muchas de esas referencias se encuentran perdidas.
En el contexto histórico en el que podemos circunscribir el hallazgo se produjo un cambio del ritual funerario, dejando apartada la práctica de la cremación en favor de la inhumación de los individuos (SÁNCHEZ, 2001). Los tipos de enterramientos documentados son de gran diversidad (VAQUERIZO, 2001) al ser los fallecidos depositados en ánforas, ataúdes, cistas o sarcófagos. Debido a este complejo panorama, y teniendo en cuenta que la utilización de los sarcófagos abarca una cronología muy extensa, desde el s. III hasta el final de la Edad Media (ABASOLO-ÁLVAREZ, PÉREZ RODRÍGUEZ, 1995), diversos autores como Cerillo (1989) o Vigil-Escalera (2013) han intentado establecer una secuencia de tipologías de acuerdo con el coste económico del enterramiento, dentro de las cuales el sarcófago es el que conlleva mayor inversión, no solo en cuanto a la disponibilidad, extracción y transporte del material, sino también por la necesidad de mano de obra. Las categorías inferiores corresponden al ataúd, la tégula, la fosa simple y por último el ánfora, contenedor tipo de muchos de los enterramientos infantiles de la tardoantigüedad. Por el contrario, la frecuencia de aparición de cada uno de ellos se invierte, de manera que los sarcófagos representan el menor porcentaje frente a las fosas y cistas (1,7%, 22% y 15% respectivamente). Estas últimas aparecen como las fórmulas funerarias más habituales en este periodo (CERILLO, 1989; FUENTES, 1989; JAQUE et alii, 1993).
Tampoco hay que olvidar que los sarcófagos presentan distintas variantes según la zona geográfica y la materia prima para su construcción (RIPOLL, 2007). Por ello, en la Bética y la Tarraconense son más comunes los sarcófagos de plomo al tener yacimientos plumíferos de explotación romana cerca (LÓPEZ, GESTOSO, 2009). La piedra caliza de nuestro hallazgo podría provenir de las inmediaciones al existir una cantera próxima, aunque su explotación a gran escala sea reciente en el tiempo.
Además, los sarcófagos pueden encontrarse ornamentados o lisos (RIPOLL, 1996), centrándose gran parte de las publicaciones en analizar la iconografía labrada en sus caras. Son muchos, sin embargo, los que carecen de decoración, por lo que el aspecto tosco que presenta nuestro hallazgo se encuentra en consonancia con otros paralelos excavados en territorio nacional (FERNÁNDEZ-CALVO, 2000; GARCÉS, ROMERO, 2004), siendo dentro de la provincia de Burgos, y según descripciones del inventario arqueológico provincial, similar a los de Baños de Valdearados, Villayerno, Morquillas y Palazuelos de la Sierra.
Para Ripoll (1996) esta ornamentación depende de la romanización del territorio, de forma que a mayor influencia romana el tratamiento parece ser más cuidado, siendo su aspecto más burdo en zonas de ocupación visigoda. Frente a esta hipótesis, otros autores como Benítez de Lugo y Álvarez-García (2004) relacionan la aparición de sarcófagos menos trabajados con zonas rurales, donde las condiciones serían más humildes y en consecuencia más difícil acceder a sepulturas elaboradas. En cualquier caso, un sarcófago siempre se puede considerar como una inhumación especial ya que, a pesar de su simplicidad, denota, por su alto coste, algún tipo de posición económica y/o familiar acomodado (CABRERA, DE PABLOS, 2005; ÁLVAREZ-GARCÍA et alii, 2007; DIÉGUEZ, 2015).
Todas estas circunstancias podrían perfectamente unirse en el caso de “Cendrera”, tanto por la falta de ornamentación, como por su proximidad a la ermita visigoda de Montes Claros (ADES, 2022b) y su posible vinculación a un núcleo poblacional de reducido tamaño en lugar de a una urbe.
Igualmente, la importancia de un enterramiento en la mayoría de los cementerios tardoantiguos viene sostenida por la tipología observada, donde las inhumaciones suelen ser uniformes, hasta el punto de que, en muchos casos, no es posible distinguir una cista visigoda de otra hispanorromana (CERRILLO, 1989). Esto supone que los enterramientos de este periodo no son definitorios de los grupos humanos allí representados, al ser similares tanto las costumbres funerarias como el depósito a consecuencia de la influencia que tuvo la cultura romana en el mundo visigodo (CARMONA, 1998; ROMÁN, 2004; JIMÉNEZ-TRIGUERO, 2007; RIPOLL, 2007).
Por ello, para poder encontrar indicios de diferencias sociales entre los inhumados es necesario analizar otros factores, como el ajuar, la posición o los materiales empleados para su elaboración (DUVAL, 1986). A este respecto, el profesor Vaquerizo (2001) señaló que durante la tardoantigüedad las formas funerarias se vuelven simples y uniformes, constatándose en la mayoría de los casos una absoluta ausencia de elementos de ajuar, bien por diferencias religiosas o como un intento de evitar conscientemente la profanación de las tumbas, práctica que llegaba a producirse (CARMONA, 1996) a pesar de estar expresamente prohibido por las disposiciones conciliares y la legislación civil (VIVES, 1963).
En nuestro caso no es posible abordar la posición originaria con la que fueron enterrados los individuos debido a los movimientos postdeposicionales sufridos, mientras que la ausencia de elementos de acompañamiento funerario es, como decimos, una constante en muchas de las sepulturas de este periodo.
Por tanto, y salvo excepciones, a partir del s. V las ofrendas mortuorias no representan un papel destacable (VIGIL-ESCALERA, 2013) quedando la tumba como único elemento que puede marcar la expresión de estatus. El receptáculo funerario se transforma en un contenedor de códigos que van más allá de la simple acción mecánica de deposición del cadáver. No en vano, tras su elección subyacen diversas circunstancias normalizadas en la ideología religiosa del grupo que conforman su “rito de paso” (MOLINA, 1997) asegurando la permanencia y estabilidad de la estructura social mediante la memoria de los difuntos en esa comunidad, siendo este aspecto, en nuestro caso, especialmente relevante, dado que a lo largo de la historia los menores no han sido vistos como parte importante dentro de la sociedad.
Desde el Bajo Imperio y hasta finales del s. V d.C, la tónica general es de tumbas individuales con pocas reacomodaciones (CARMONA, 1998), sin embargo, a partir de esa fecha y hasta el s. VIII d.C, la mayoría de las sepulturas muestran una tendencia hacia la reutilización (SÁNCHEZ, 2003). Lo habitual en las necrópolis tardoantiguas son inhumaciones individuales, a lo sumo dobles (JIMÉNEZ-TRIGUERO, 2007) y no es común la presencia de adultos e inmaduros compartiendo el mismo espacio funerario. No obstante, se han documentado inhumaciones colectivas en las que un inmaduro (nunca más de uno y siempre con edad superior a cinco años) acompaña al adulto, estando enterrados los menores de dos años de forma individual (ALAPONT-MARTÍN, 2009). En prueba de ello, existen algunos enterramientos múltiples en sarcófago, como la tumba LI encontrada en Ciudad Real (BOROBIA et alii, 1999) o el señalado por Benítez de Lugo y Rodríguez (1999) en Villanueva de la Fuente, Ciudad Real. Sin embargo, ninguno de ellos es comparable con el hallazgo expuesto, dado que se trata de sarcófagos de grandes dimensiones con restos de adultos prácticamente completos y sin presencia de perinatales. En nuestro caso, únicamente el enterramiento de los dos individuos infantiles encajaría con el patrón documentado en las necrópolis de referencia como sarcófago infantil de ocupación doble, ya que el índice de representación ósea muestra un patrón similar al de una inhumación sin alteración y las pequeñas dimensiones del receptáculo funerario bien sustentan esta hipótesis. Sin embargo, la aparición de los demás restos humanos (adultos, juvenil y perinatales) precisa otro tipo de explicación. La reutilización es una práctica que comporta la desarticulación y posterior reorganización de los restos de un individuo, generalmente en el mismo espacio funerario. No obstante, para algunos autores no se trata simplemente de apartar los huesos para reducir el esqueleto, sino que implica un comportamiento escrupuloso y selectivo de determinados elementos esqueléticos, agrupándolos cuidadosamente en el interior de la tumba (ALAPONT-MARTÍN, 2009).
En nuestro caso, los dos individuos adultos y el juvenil difícilmente pudieron depositarse completos en un sarcófago tan reducido. Además, se encuentran muy fragmentados y escasamente representados, lo que parece indicar que fueron retirados de su enterramiento primario y posteriormente depositados en el sarcófago. La explicación que se da a este tipo de inhumaciones colectivas entronca con la idea de querer perpetuar la memoria de los ancestros dentro del grupo familiar (ALAPONT-MARTÍN, 2009), e indica su posible pertenencia a una misma línea de sangre (RIPOLL, 1996; BENÍTEZ DE LUGO, RODRÍGUEZ, 1999).
Por lo que respecta a los perinatales, a lo largo de la historia el trato que se les ha otorgado no ha sido muy público. Desde el Bronce final y con continuidad durante el mundo romano (FERNÁNDEZ-CRESPO, 2008) a estos pequeños se les confería una atención funeraria diferencial, tanto en lo que respecta a la inhumación en espacios funerarios, como en las realizadas en otros contextos no mortuorios (PEÑA, 2013; FERNÁNDEZ-VIEJO et alli, 2025). No hay que olvidar que muchas comunidades no han considerado a los niños de tan corta edad como parte de la sociedad, por lo que no eran enterrados de forma normativa o se destinaban espacios funerarios diferenciales para ellos (CRUBÉZY et alii, 2008). A modo de ejemplo, los romanos depositaban en el interior de las casas a aquellos niños que fallecían con menos de 40 días (VAQUERIZO, 2001; FERNÁNDEZ-VIEJO et alli, 2025). También en el mundo tardorromano se han descrito inhumaciones infantiles en espacios domésticos para las que se han sugerido connotaciones protectoras (GÓMEZ-OSUNA et alii, 2018), así como rituales específicos en recipientes cerámicos o el interior de ánforas (VAQUERIZO, 2001; SÁNCHEZ, 2001), no obstante, esta costumbre decae en época visigoda, sustituyéndose por el uso de cistas. Ya hemos manifestado que la presencia de inhumaciones con individuos de más de 36 semanas de gestación se encuentra documentada en diferentes contextos de la Antigüedad tardía (VIGIL-ESCALERA, 2013; GÓMEZ-OSUNA et alii, 2018), su reconocimiento está condicionado por las dificultades a la hora de identificar sus sepulturas y, por ello, su representatividad no se corresponde con los estándares de mortalidad esperados para estas sociedades (se calcula que un tercio de los nacidos moriría antes de llegar al año de vida y, de esa fracción, otro tercio no sobrepasaría los 5 años; CASIMIRO et alii, 2016). Las explicaciones a este sesgo de conservación son diversas y posiblemente interrelacionadas, como, por ejemplo, la fragilidad de los restos o la menor profundidad del enterramiento, que supondría peores condiciones de conservación (GÓMEZ-OSUNA et alii, 2018) y una mayor gravedad de los procesos tafonómicos hasta el punto de hacerlos desaparecer (GUY et alii, 1997), pero también podría deberse un tratamiento ritual diferente fuera de las zonas comunes o que su presencia estuviera ligada a mujeres fallecidas durante la gestación (DE MIGUEL, 2010), lo que en el caso del sarcófago de “Cendrera” descartamos ya que los huesos de al menos uno de los individuos adultos pertenecieron a un varón, no hay elementos como la pelvis que indiquen el fallecimiento de una mujer embarazada y las medidas del sarcófago eliminan la posibilidad de que fuera el lugar originario de enterramiento de una mujer adulta, siendo la explicación más plausible en este caso que los perinatales fueran depositados de forma primaria, aunque parte de sus restos se haya perdido por fragilidad y las posibles alteraciones tafonómicas y/o antrópicas posteriores.
A partir de la época romana los cementerios comunitarios adquieren unas dimensiones más amplias, principalmente en el caso de estar vinculados a ciudades, aunque perduran entornos funerarios asociados a zonas rurales, en las inmediaciones de iglesias e incluso en los cruces de caminos (CERRILLO, 1989; DE MIGUEL, 2010). Esta última categoría es la que suele conocerse de forma aislada a través de hallazgos puntuales como el que nos ocupa. Así, mientras las grandes necrópolis son espacios tendentes a la homogeneidad de las sepulturas, los grupos aislados corresponderían a pequeños núcleos familiares en donde se seguirán perpetuando costumbres y ritos vinculados al paisaje (MARTÍN-VISO et alii, 2017). El número de inhumaciones presentes en cada conjunto dependerá del tamaño demográfico del enclave y la recurrencia temporal en su uso, de forma que en los cementerios de pequeña entidad el núcleo funerario aparece formado por entre una y seis sepulturas (VIGIL ESCALERA, 2013).
En el caso de “Cendrera”, no sabemos con certeza si constituye un depósito estrictamente aislado o existían otras sepulturas en su entorno inmediato. Sin embargo, según las disposiciones del canon XVIII del Concilio de Braga I (año 561), los lugares de inhumación estarían situados entre 500 metros y 10 km del grupo habitacional, de manera que la presencia de enterramientos, aunque sean ocasionales, presupone la existencia de un modelo de poblamiento disperso o una explotación familiar cercana (LALIENA, 2009; BARROCA, 2010-2011). La explicación para este tipo de manifestaciones funerarias separadas de la tradición comunitaria presenta dos posibilidades opuestas e irreconciliables: la voluntaria y la forzada (VIGIL-ESCALERA, 2013). La segregación voluntaria llevaría implícita una posición superior (económica, política o ambas) de ciertas familias que les permitiría enterrarse fuera del contexto funerario común, mientras que la exclusión forzada considera a estos individuos ajenos al cuerpo político local (bien por nacimiento o debido a causas sobrevenidas) y de un bajo estatuto social. La evidencia encontrada en nuestro caso nos aleja de esta última interpretación, ya que tanto el depósito funerario como su contenido nos permite pensar que ostentaban un estatus relevante o al menos por encima del resto de la comunidad. A este respecto, en el entorno de la Merindad de Ubierna se constatan yacimientos bajoimperiales interpretados como villas, como bien pudiera ser el caso de “Cendrera”, germen de un posterior poblado medieval y donde quizás las prácticas funerarias serían fruto de una simbiosis cultural de tradiciones endógenas y foráneas. Y sin olvidar la cercana necrópolis de la ermita de Montes Claros de Ubierna, en donde recientes estudios (ADES, 2022a) han demostrado su utilización como lugar de enterramiento durante mil años (entre los ss. III al XIII), siendo un espacio de clara vinculación con la posible ciudad romana de Bravum, cuya ubicación, hasta ahora desconocida, se situaría a los pies de la citada ermita. En esta necrópolis de la ermita de Ubierna se han hallado sarcófagos de individuos adultos de época visigoda en situación primaria y otros muchos alterados de momentos posteriores, llevando a interpretar este lugar como parte de un colectivo llanero de tradición visigoda que formó el sustrato básico de la región hasta la repoblación del año 882 (LECANDA, 1995-1996).
El sarcófago de “Cendrera” constituye una pieza singular dentro del complejo y oscuro periodo que supuso la Antigüedad tardía en la península ibérica, donde la distinción entre sepulturas visigodas y tardorromanas se hace complicada por falta no solo de datos arqueológicos, sino porque fue un amplio periodo donde la continuidad de costumbres antiguas junto con una lenta transición hacia la Edad Media impide muchas veces su adscripción clara a un grupo humano determinado.
La inhumación de varios menores, incluidos tres perinatales, acompañados por los escasos restos de dos adultos y un juvenil en un sarcófago de reducido espacio refleja una especial dedicación a estos individuos de corta edad y la capacidad de sus familiares para costearse este tipo de tumba. Su uso evidencia, cuando menos, una posición acomodada siendo su austeridad (aspecto tosco y sin decoración) reflejo de unas constantes culturales y un ambiente de tipo disperso y poca densidad fuera de las grandes urbes.
La variabilidad de tipologías funerarias que pueden poner de manifiesto algunos descubrimientos, como el que aquí se presenta, debe interpretarse como el resultado de distintas comunidades aldeanas que habitaron la península y que seguían manteniendo su configuración propia y sus costumbres arraigadas al paisaje y su pasado. No podemos olvidar que tras los ritos y las inhumaciones subyace un comportamiento humano intencionado que refleja la posición social, el nivel económico y las tradiciones fruto del sustrato cultural previo y la heterogeneidad de las comunidades rurales.
Esta investigación ha sido financiada en parte por los proyectos PID2021-122355NB-C31 y PID2024-156477NB-C33 del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (FEDER).
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1 Laboratorio de Evolución Humana. Universidad de Burgos. Edificio I+D+i/CIBA, Plaza Misael Bañuelos s/n, 09001 Burgos (España).
2 Unidad Asociada de I+D+i al CSIC Vidrio y Materiales del Patrimonio Cultural (VIMPAC).
3 ADES. Arqueología y Patrimonio Cultural. Carretera Poza 77,5 D. 09007 Burgos (España).
4 Proyectos y Propuestas Culturales S.L.
* Autor responsable y a quien debe mandarse la correspondencia: María Castilla Casado. Laboratorio de Evolución Humana - Universidad de Burgos. Edificio de I+D+i-CIBA. Pl. Misael Bañuelos s/n, 09001 Burgos, España. E-mail: castilla084@gmail.com.
Cómo citar: Castilla Casado, M., Carretero Díaz, J. M., González Díez, O., Negredo García, M. J. (2025): Los restos humanos recuperados dentro de un sarcófago infantil en el yacimiento de “Cendrera” (Sotopalacios, Burgos). Arqueología y Territorio Medieval, 33, e9725. https://doi.org/10.17561/aytm.v33.9725