PRESENTACIÓN DE LA MONOGRAFÍA

Han pasado 500 años desde que el precursor de la filología española, Elio Antonio de Nebrija, falleciera en Alcalá de Henares el 2 de julio de 1522. Sin embargo, los investigadores del siglo XXI seguimos sorprendiéndonos por la amplitud y calidad de sus trabajos.

Del gran humanista sevillano podrían destacarse un sinfín de facetas: su revolucionario trabajo en pro de la enseñanza del latín, que se mantuvo vigente durante siglos; su perfil como hispanista, con un planteamiento de descripción de nuestra lengua plenamente vigente (gramática, ortografía y diccionario); su trabajo lexicográfico, puente entre sus quehaceres como latinista e hispanista, de honda influencia en la diccionarística española y europea posterior; su atención al léxico de especialidad, que tanta atracción despierta en la actualidad; su sorprendente perspicacia sobre lo que el Nuevo Mundo supondría para nuestro idioma, evidenciada en la primera incorporación de un americanismo, canoa, en un diccionario del español; su formación como helenista, visible en todas sus explicaciones gramaticales; su más desconocido interés por la lengua hebrea y las Sagradas Escrituras, aficiones que llegaron a costarle un proceso inquisitorial del que solo le salvó la mediación del mismísimo cardenal Cisneros (1436-1517); su resiliencia ante una burocracia y un mundo académico alejados de la meritocracia; o su influencia en la descripción de decenas y decenas de idiomas americanos y asiáticos, realizada por diferentes misioneros cuyo conocimiento lingüístico bebía directamente de las tesis del maestro. Esta lista, pese a su extensión, se queda corta, pues podría incidirse aún en muchas otras líneas que terminarían perfilando a un verdadero genio y a una figura clave del Renacimiento europeo.

Con todos estos antecedentes, no resulta extraño que Cisneros reconociera la dedicación y el tesón de nuestro protagonista, y le proporcionara –por primera vez en su vida– estabilidad laboral y económica. Así, en 1514, cuando Nebrija rondaba los 70 años, le fue concedida la cátedra de Retórica en la Universidad de Alcalá, concesión que incluyó para la ocasión la siguiente cláusula: “Que leyese lo que él quisiese, y si no quisiese leer, que no leyese; y que esto no lo mandaba dar porque trabajase, sino por pagarle lo que le debía España”.

Sigue siendo mucho lo que todavía hoy le debemos a Antonio de Nebrija. Y, pese a la ingente cantidad de estudios realizados sobre su obra, continúan quedando aspectos que completar, rincones que iluminar y detalles que valorar. Es, precisamente, la necesidad de seguir ahondando en ellos el espíritu que vertebra esta monografía. Los estudios que la forman parten de diferentes perspectivas y analizan cuestiones dispares, pues se ha considerado que solo una aproximación amplia y variada podría servir para aquilatar un trabajo tan amplio y completo como el que nos dejó un intelectual de su talla.

En primer lugar, aparece el trabajo de Guillermo Alvar Nuño (Universidad de Alcalá), titulado “Nebrija y el paradigma cultural en la educación castellana (ss. XV-XVI)”. En él, el autor indaga en la influencia que la estancia formativa de Nebrija en el boloñés colegio de San Clemente de los Españoles tuvo en su posterior actividad reformadora de la enseñanza del latín en Castilla. En su opinión, la enseñanza del latín siempre se adaptó al momento y a las circunstancias, lo cual detalla pormenorizadamente mediante un completo recorrido histórico y geográfico. Durante gran parte del Medievo, el centro cultural de Occidente se situó en el norte europeo, como consecuencia del poder y del ascendiente cultural del Imperio carolingio y sus sucesores. A partir de finales del siglo XIV, esa primacía cultural se fue trasladando hacia el sur, representada por la labor de los grandes humanistas italianos, que constituyeron –con Lorenzo Valla (1406 o 1407-1457) a la cabeza– el principal referente con el que contó el sabio andaluz en su ulterior quehacer en España. Es decir, la nueva forma de enseñar la lengua latina que Nebrija trajo a nuestro país no fue más que una adaptación de métodos y materiales para la nueva etapa humanística. De esta forma, queda desterrada la idea de ruptura entre el trabajo nebrisense y el latín medieval escolástico, pues en todas las transiciones es común la convivencia entre la tradición y la modernidad.

Seguidamente, son Jaime Peña Arce (Universidad Complutense de Madrid) y Alexandra Duttenhofer (Universidad Complutense de Madrid) quienes recogen el testigo con una aportación centrada ya en el estudio de un aspecto concreto de la producción lexicográfica de nuestro andaluz. “La toponimia en la lexicografía hispanolatina de Nebrija” realiza un estudio comparativo entre la información geográfica extralingüística incluida en las dos ediciones príncipe de los dos diccionarios generales del sevillano: el Diccionario latino-español (1492) y el Vocabulario español-latino (¿1495?). Tras un recorrido teórico sobre los problemas que genera la incorporación de topónimos en los diccionarios y después de dejar claras las diferencias entre ambas obras —que durante mucho tiempo fueron consideradas dos mitades simétricas de un mismo estudio—, los autores concluyen que el número de topónimos es muy superior en el Diccionario, y que además estos guardan una estrecha vinculación con los espacios griegos (Grecia, archipiélagos del Egeo y Asia Menor) e italianos en los que se desarrollaron los principales hechos históricos y mitológicos de la Antigüedad. Según su parecer, el destinatario principal de este texto –el humanista interesado por el pasado grecolatino– reclamaba este tipo de información, a diferencia del público del Vocabulario, quien recurría al latín de forma más práctica, como lengua de comunicación internacional del momento que era. Además, Peña y Duttenhofer señalan cómo Nebrija prescindió de este tipo de información en las siguientes ediciones de estas obras, lo que evidencia su enorme intuición respecto a la técnica diccionarística.

A continuación, toma la palabra Mònica Vidal Díez (Universitat de Barcelona), quien firma un trabajo rotulado “Prefijos y sufijos en el Vocabulario hispano-latino de Nebrija (1513)”. La profesora Vidal centra su atención en la sutil presencia de información morfológica dentro de una edición del Vocabulario hispano-latino producto ya de la segunda redacción de la obra. Para ello, después de analizar la importancia de la edición de 1513 y sus diferencias respecto a la primera redacción del texto, sistematiza y ordena el conjunto de apostillas romances (y los sufijos latinos equivalentes) que el sevillano fue incluyendo en su repertorio. Toda esta información morfológica terminará concretándose de forma explícita en diccionarios posteriores que parte claramente de los postulados de nuestro protagonista, como el Tesoro de Sebastián de Covarrubias. En sus conclusiones, la investigadora catalana afirma que la unicidad estructural en la microestructura del Vocabulario de 1513 parte del término latino e insiste en cómo Nebrija, mediante la metalengua, recogió prefijos y sufijos en esa obra. En su opinión, la inserción de las mencionadas apostillas se justifica por el carácter didáctico del texto –destinado al aprendizaje del latín– y su contenido evidencia a las claras el profundo conocimiento que poseía el autor sobre la morfología del español.

Luego de los dos trabajos centrados en el análisis de aspectos concretos de la obra lexicográfica de Nebrija, aparecen las aproximaciones al legado de su trabajo en la lingüística misionera.

Dentro de este último bloque, abre brecha Víctor Felipe Acevedo López (Universidad Rey Juan Carlos), quien firma una aportación que lleva por título “La presencia de Nebrija en la lingüística misionera: Análisis de publicaciones”. El objetivo de este trabajo es realizar una aproximación a la dimensión cuantitativa y a la valía cualitativa de los textos producidos por los lingüistas misioneros que, como ha quedado dicho más arriba, emplearon unos conocimientos filológicos (gramaticales y lexicográficos) extraídos de la obra de nuestro protagonista. Así, poner en valor este apartado de la historia de filología española supone poner también redimensionar el quehacer de Nebrija. Apoyándose en los datos de los proyectos BiTe (coordinado por Miguel Ángel Esparza Torres) y en BiTe-Ap1 (coordinado por Elena Battaner Moro), Acevedo da a conocer una serie de estadísticas que permiten calibrar de manera clara la influencia del andaluz en un ámbito de nuestra historiografía lingüística en el aún queda mucho por decir.

Finalmente, Miguel Cuevas-Alonso (Universidade de Vigo) cierra la monografía con el estudio “Nebrija como puente entre la tradición hispánica y las gramáticas misionero-coloniales de Filipinas. Aspectos fónicos”, que incide en un aspecto muy concreto de dieciséis gramáticas misioneras, compuestas durante los siglos XVII y XVIII, sobre las lenguas tagala, pampanga, bisaya y pangasinana: el estudio de sus sonidos a la luz de la tradición nebrisense. Cuevas-Alonso insiste en que al hablar de “tradición nebrisense” no solo debe entenderse la que emana de sus gramáticas latinas, sino también la de su menos difundida en la época Gramática de la lengua castellana. El trabajo de Cuevas-Alonso incluye un ilustrativo resumen del tratamiento de la fonética y de la fonología por parte de Nebrija para, después, incidir en su repercusión en los manuales descriptivos de los idiomas de ese archipiélago del Extremo Oriente. En sus conclusiones, el profesor montañés insiste en la preocupación de los misioneros por adecuar correctamente el alfabeto, que utilizan para representar la pronunciación; en su concepción de la grafía como símbolo de la pronunciación, y en que la diversidad grafémica se debe a la variedad fónica de esas lenguas y no a la inversa.

Llegados a este punto, y pese a lo limitado de nuestra aportación, el conjunto de autores que han contribuido a esta monografía consideramos que hemos coadyuvado a un mejor conocimiento del inmortal quehacer de Nebrija, que debe ser difundido, respetado y valorado no solo en las efemérides, sino de forma constante por todos los que hemos hecho del español base de nuestra vida profesional. En el gran humanista sevillano está la semilla de muchos de los problemas que debate hoy la filología contemporánea y, seguramente, los acercamientos periódicos a sus escritos con las modernas metodologías de que disponemos hoy puedan ayudarnos a obtener muchas respuestas.

Jaime Peña Arce
Universidad Complutense de Madrid
Noviembre de 2022