El Sombrerón en la tradición oral de Chiapas

Sombrerón in the oral tradition of Chiapas

MARÍA-CRUZ LA CHICA

(Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Alcalá)

mlachicadelgado@gmail.com

ORCID: 0000-0002-7671-8647

ABSTRACT: With this work we have proposed to contribute to the literary heritage of oral tradition already recorded of the Mexican peoples and cultures of today with the publication of several stories and unpublished interviews conducted in 2019 in the region of the Altos de Chiapas around a character known as Sombrerón. The informants are speakers of the Tsotsil and Tzeltal languages (both from the Mayan family), in addition to Spanish. We have tried to limit as much as possible our margin of interpretation and to stick to the conclusions that can be drawn from the words of the narrators, as well as to respect as much as possible their mode of enunciation. We will introduce an ambivalent character who fulfils different functions that we could describe as "positive", such as being a protector of the mountain or a guardian of the seeds, but who can also pose enormous dangers for those who approach him. Our objective was to analyze the literary and cosmological imaginary that exists in different Chiapas cultural groups around the same figure of the oral tradition that goes beyond the limits of this region to highlight the permeable and itinerant potential of the oral tradition.

KEYWORDS: Oral tradition, Mayan Culture, Sombrerón, Indigenous Peoples

RESUMEN: Con este trabajo nos hemos propuesto contribuir al acervo literario de tradición oral ya registrado de los pueblos y culturas mexicanas de la actualidad con la publicación de varios relatos y entrevistas inéditas realizadas en 2019 en la región de los Altos de Chiapas en torno a un personaje conocido como Sombrerón. Los informantes son hablantes de las lenguas tsotsil y tzeltal (ambas de la familia maya), además del castellano. Hemos intentado limitar todo lo posible nuestro margen de interpretación y ceñirnos a las conclusiones que puedan extraerse de las palabras de los narradores, así como respetar lo máximo posible su modo de enunciación. Daremos a conocer un personaje ambivalente que cumple diferentes funciones que podríamos calificar de «positivas», como ser protector del monte o guardián de las semillas, pero que también puede suponer enormes peligros para quien se acerca a él. Nuestro objetivo consistió en analizar el imaginario literario y cosmológico que existe en diferentes grupos culturales chiapanecos en torno a una misma figura de la tradición oral que sobrepasa los límites de esta región para poner de relieve la potencialidad permeable e itinerante de la tradición oral.

PALABRAS-CLAVE: Tradición oral, Cultura Maya, Sombrerón, Pueblos Indígenas

INTRODUCCIÓN

La literatura oral no constituye tan sólo un arte verbal, una elaboración lingüística artística compleja y convencional, sino también la expresión de los valores y las creencias de una comunidad cultural. Por esta razón los cuentos, las leyendas y las narraciones míticas han sido pieza clave, no sólo de los estudios literarios, sino también de la antropología.

En el presente trabajo analizaremos un personaje de la tradición oral que se encuentra en el imaginario de varios grupos culturales del mundo, pero circunscribiremos nuestro ámbito al Estado de Chiapas, México. Otros estudios han mostrado cómo El Sombrerón es un personaje existente en diversas tradiciones (tanto mestizas como indígenas) de Mesoamérica que van más allá del «mundo maya» (tan diverso internamente, por otra parte) y cuyas características albergan complejas significaciones de poder y dominación (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2007: 103-107; Equipo de Promotores Étnico-Culturales, 1996b: 14-17; Equipo de Promotores Étnico-Culturales, 1996a: 72-73; Fuentes, 2005: 71-76; Flores Estada, 1998: 39-41; Pineda del Valle, 1976: 69-71). En La Chica (2016) se analiza cómo, entre el grupo etno-lingüístico de los tojolabales (México), el personaje de Sombrerón encarna una imagen del Otro (en sentido literal y en sentido simbólico —social y económicamente—), además de ser una representación del inframundo en el mundo de los humanos, lo cual le confiere una enorme relevancia en el imaginario social. En el presente trabajo añadiremos al acervo ya existente tres relatos inéditos sobre el personaje de Sombrerón que registramos durante diferentes estancias de campo en la región de Los Altos de Chiapas, México, a lo largo del año 2019. Estas versiones fueron emitidas por hablantes de lenguas tsotsil y tzeltal y a ellas añadimos dos entrevistas también inéditas registradas en el mismo contexto de investigación: una, de una hablante de tsotsil; y otra, de una mujer cuya única lengua es el castellano, ambas de la misma región.

Si bien este personaje ya ha sido estudiado a través de los relatos en los que aparece en una misma cultura (La Chica, 2016), en este trabajo queremos ensayar el proceso inverso: estudiarlo mediante los relatos que hablan de él en diferentes culturas con diferentes grados de cercanía. En el análisis de los relatos y de los testimonios hemos tenido como objetivo principal extraer información que nos permita conocer al personaje de El Sombrerón y su significado cultural, para averiguar si su figura se mantiene estable o no entre diferentes culturas, y qué funciones tiene. Ensayar un análisis en el que el requisito sea comparar un mismo elemento tradicional en diferentes culturas que conviven, tiene el objetivo de revelar el modo itinerante en que opera la tradición oral, que permea y se transforma a través de lenguas y culturas en contacto. Además, con la publicación de estos relatos, pretendemos contribuir a la riqueza literaria de la tradición oral indígena y mestiza que ya ha sido publicada.

Todas las entrevistas se hicieron en lengua castellana, por lo que queda fuera de nuestros objetivos un análisis pormenorizado de los recursos literarios propios de cada arte verbal en las diferentes lenguas originarias. Hemos realizado una transcripción lo más literal posible de sus narraciones y testimonios, anotando a pie de página algunos aspectos que considerábamos relevantes para comprender el sentido de sus palabras e incluyendo, entre corchetes, elementos léxicos necesarios para la comprensión del texto, dada la circunstancia de que el castellano no era la lengua materna de los informantes. Hemos mantenido la forma en que estos hablantes se expresaban en castellano pese a que no en todas las ocasiones ésta se ajustaba a las normas convencionales de nuestra lengua. Esta decisión se debe a la voluntad de mantener el ritmo, los calcos sintácticos y morfológicos existentes en sus realizaciones del castellano, y la particular forma en que se expresaron los narradores e informantes por respeto a su modo de enunciación. En ocasiones, la narración de un relato era seguida o precedida de algunas preguntas en formato de entrevista que hemos incluido también, cuando ha sido pertinente para el análisis posterior. Las intervenciones de quien escribe se han marcado en cursiva.

EL SOMBRERÓN: UN PERSONAJE ITINERANTE EN LAS CULTURAS DE CHIAPAS

El primero de nuestros informantes es hablante de tzeltal, vecino de Tenejapa, Chiapas, y nos refirió el siguiente relato que él mismo llamó ‘K’atinbak’ y tradujo por «El relato del infierno, donde arden los huesos». Este narrador, que contaba con no más de 30 años en el momento de la entrevista, refirió que escuchó el relato de sus tías «en una fogata, comiendo». Lo transcribimos aquí:

Resulta que había una vez donde… una pareja de esposos, mujer-hombre, o marido, y dos hijos. La cosa es que la mujer se enferma y se muere. Y después de… no recuerdo si era después de un año, pero había cierto tiempo que pasaba después de la muerte de la mujer en donde el señor estaba muy triste. Se supone que en una ocasión se iba a trabajar y en el camino siempre había una cueva, y en el camino se encontró a un personaje que estaba cuidando la cueva. Entonces, se acerca a este personaje…

Y, ¿cómo era?

Bueno, en realidad es como un ser que tampoco se describe, ¿no? La cosa es que se acerca a este personaje y empiezan a platicar. La cosa es que el que cuidaba la cueva le dice:

—Es que tú estás triste. Se nota que estás muy triste y yo sé lo que tú quieres, le dice.

—No, pues es que yo quiero pues volver a ver a mi mujer. La extraño mucho, no puedo cuidar la casa solo y con los hijos.

Entonces, este personaje le dice:

—Bueno, pues si quieres te voy a dar la oportunidad de que entres a la cueva —porque es la cueva que conduce al infierno, ¿no? y es donde van todos los muertos—.

Le dice:

—Sí, está bien, pero, ¿qué tengo que hacer para que me des permiso?

Dice:

—Nada. Sólo te voy a pedir que vayas y regreses en un día y que no intentes nada malo. Ahí te vas a encontrar a muchas personas, muchos animales y tú tendrás que encontrar a tu persona, a tu mujer. Tienes sólo un día para entrar y salir. Si se cierra la puerta, ya te quedas.

Entonces ese personaje entra. El señor se va. Y la cosa es que empieza a buscar a su esposa entre toda la gente y animales que por ahí andaban. Y logra encontrar a su esposa. Entonces al ver a su esposa esa señora se sorprende y le dice:

—Y tú, ¿qué haces aquí si todavía no es tu tiempo de morir?

Sabía que cuando alguien moría entraba… no sé cómo es la cosa, ¿no? Pero la señora se sorprendió de ver ahí a su esposo porque sabía que no era su hora de morir, ¿no? Entonces le dijo que se había encontrado una persona en la cueva y que le había dado la oportunidad de que entrara a visitarla, ¿no? Entonces el señor estuvo con ella y le dijo:

—No. Tienes que irte conmigo. Te voy a sacar de acá.

Y la señora dijo:

—No. Es que yo no puedo salir de acá. Aquí es donde pertenezco.

El señor pues estaba necio y se la llevo.

Ya de regreso, en la entrada, digamos, de la cueva, la mujer se desvanece, ¿no? Primero se desvanecen los huesos y luego se convierte en cenizas.

Hay una parte que no me acuerdo bien, porque yo tengo entendido que sí la cueva se cierra. Pero yo creo que el señor no se queda encerrado, logra salir. Sí logra salir el señor. Sí logra salir. Ya me acuerdo bien porque luego se va a la casa y había olvidado… ay, es que creo que hay una parte donde me estoy equivocando. Sale. A ver. Sale, sí sale, y se va a la casa donde están sus dos hijos. Entonces sus hijos le preguntan que por qué no llegó a dormir. Y le dice:

—Es que yo ayer visité a tu mamá.

Ya me acordé. El señor, el de la cueva, le dice que por nada del mundo le tiene que contar a nadie que fue al infierno o a visitar a su esposa, ¿no? Lo tiene que callar. Y el señor cometió ese error y les contó a sus hijos. Entonces, al día siguiente, el señor murió, que es como la… su castigo. Porque ese era el trato, ya me acordé. El trato es que tú entras y no tienes que contar a nadie1.

Este relato hace referencia a un personaje que, físicamente, es «un ser que tampoco se describe». Espacialmente, pertenece al mundo de la naturaleza, no al ámbito de lo doméstico, pues podemos encontrarlo en la cueva, en el cerro.

La cueva es arquetipo de la matriz materna y aparece en los mitos de origen, renacimiento y iniciación en numerosos pueblos (Chevalier, 1986: 263). En la oposición naturaleza/cultura, se relaciona con el primero de los términos y esto lleva consigo una serie de connotaciones simbólicas de alcance universal que la relacionan con el mundo de fuerzas ajenas a lo humano. Se considera también un «gigantesco receptáculo de energía, pero de una energía telúrica y de ningún modo celestial. Así desempeña su papel en las operaciones mágicas» (Chevalier, 1986: 264) como las de las brujas en Europa (Segura Romero, 2005). En la región cultural conocida como Mesoamérica, las cuevas han tenido un significado semejante «como puntos de entrada al inframundo, al margen de estar asociadas con la lluvia, la fertilidad y la abundancia» (Brady y Bonor, 1991). Según John Eric S. Thompson es una constante entre los mayas: en ellas se realizan peregrinajes para el culto a los dioses de la lluvia y de la tierra, se han hallado incensarios y hasta restos humanos (2007: 230). Algunos estudiosos consideran que la existencia de estos lugares influyó, en la época prehispánica, en la ubicación y disposición de algunas construcciones arquitectónicas mayas, como, por ejemplo, Dos Pilas, en el área del Petén (Brady y Bonor, 1991: 91). Según Ruz, la cueva simboliza la entrada al inframundo para los mayas de la actualidad (Ruz, 2002: 324).

Al ‘infierno’, como lo llama este informante, «van todos los muertos». La esposa y los animales viven una suerte de vida paralela tras su muerte que, en este texto, nada parece tener que ver con el concepto de ‘castigo’ o ‘pecado’ que la tradición cristiana trató de relacionar con este espacio. El personaje en cuestión tiene una función de cuidador de este espacio, protector del monte y la naturaleza, pues «cuidaba la cueva»; y es el ayudante del protagonista. Como vemos en el texto, el personaje no parece infundir miedo, ni parece ser Malo en sí mismo. Por el contrario, quiere ayudarlo en su viaje, aunque éste no esté exento de obstáculos. A pesar de todo, se trata de un personaje con poder, pues es en relación con el pacto que hace con él como se produce la muerte del protagonista cuando incumple su promesa de no hablar. El viaje al inframundo en busca de la esposa muerta es un tema muy frecuente en literaturas cultas y populares y es uno de los temas de los cuentos en los que más aparece el personaje de Sombrerón (La Chica, 2018a).

Un segundo relato fue narrado por Pedro Gómez Díaz, de 21 años en una entrevista realizada el 23 de abril de 2019. Este narrador es vecino de San Andrés Larráinzar y hablante nativo de lengua tsotsil:

Una señora me decía que allí en su lugar, en vez de leña, hay huesos. ¿Alguna vez escuchaste algo así?

Sí, de hecho, no son leñas lo que cargan las personas esclavas. Eran puros huesos.

Y ¿sabes algo más de este lugar, así como esas características de ese lugar?

Bueno, según un señor fue hasta este lugar, pero tuvo que… porque era un señor que cuando se le fue su mujer él se puso muy triste mucho tiempo. Entonces no se le quitaba la tristeza, pero que si él tuviera un deseo para poder ir a ver a su esposa, entonces le pidió al Dueño de la montaña que le permitieran…, [por]que él sí se moría por ver a su mujer y hablar con ella, pero que no necesitaba mucho tiempo, solo quería verla una vez más en la vida. Y que el dueño o el Sombrerón aceptó, dijo… bueno ahí no lo describen como si fuera el Sombrerón: es como el Dueño de la tierra. Dice que le dijo:

—Está bien. Vas a tener 24 horas, pero eran como 24 horas que sí puedes venir, pero te digo que no te va a gustar el mundo donde está tu mujer. Pero vas a hablar con tu mujer, no como tu mujer, sino que ya vas a ver qué es lo que hace ahora, qué es lo que va a hacer y todo, ¿no?

Entonces él dijo:

—Sí, está bien. Sí quiero ver a mi esposa.

Y le dijeron:

—Bueno, vente mañana; vente mañana aquí y ya vas a lograr verla.

Bueno dice que llegó en la cueva, ¿no? Llegó. Entonces se metió y llegó en la casa de este espíritu. Llegó y que le dijeron:

—Mira: vas a traerme leña.

Y que este señor dijo:

—Pero si yo quiero ver a mi esposa.

—Sí, vas todo derecho, pero me traes leña. Vas a ver a tu esposa, pero vas a traerme leña también.

Entonces el señor se fue. Se fue al rumbo donde le dijeron y que, en un pastizal así verde, todo bonito, que vio una mujer y una niña que, bueno, que la mujer le andaba peinando el cabello de la niña. Dice que le andaba quitando sus piojos así con calma. Pero cuando el señor ya se acercó, se acercó, y vio que era su mujer, dijo:

—¡No! ¡Ah, es mi mujer!

Y que se va corriendo para poder abrazarla y hablar con ella y que ya cuando está cerca [ella] se convierte en un burro. Y que dijo el señor:

—¿Y por qué te conviertes en burro?

—Ah es porque así: por eso estoy aquí para obedecer lo que el patrón diga. Nosotros nos dedicamos a cargar la leña.

—Pero ni modo que yo te voy a poner las leñas que él me pidió.

—Sí: a eso nos mandaron aquí.

Y que este señor le tuvo que poner los huesos. Que dijo:

—Pero si aquí no veo árboles, ¿[de] donde voy a llevar [la leña]? ¿Dónde encuentro leñas?

Entonces que había un montón de huesos ahí.

—Estos son los que cargo.

La mujer sí sabía qué es lo que hacían. Entonces al señor le decían con su mujer:

—Sí, estos son las leñas.

Y que sí le acomodó la leña a su mujer, y que así aprovecharon a hablar solo en ese camino. Pero que le tenía que clavar un fierro muy caliente, así, rojo, que le tenía que clavar a la señora para que pudiera andar. Y que dijo el señor:

—Pero no quiero hacer esto.

—Es que es como la forma también como podemos andar.

Y este señor sí llegó hasta donde estaba el Dueño, ¿no? Bajaron la leña, todo, y que de nuevo su mujer dijo:

—Bueno, sólo esta oportunidad nos vimos. Pasó todo el tiempo que te dijeron. Entonces regresa a casa, ya me viste. Esto es lo que hago. No te preocupes. Un día me vas a poder ver cuando te mueras.

Entonces la señora se regresó de nuevo a donde vinieron y el señor igual. Se salió de la cueva, pero sí estuvo poco tiempo vivo. Entonces sí se murió.

En este relato vemos cómo el personaje que ayuda al protagonista a llegar hasta el inframundo, es conocido como yahval b'alamil o ‘Dueño de la montaña’ y no propiamente ‘Sombrerón’. Cuando le preguntamos sobre Sombrerón, el informante nos hace referencia al valor de verdad de su existencia y no tanto a su calidad de personaje literario: «el Sombrerón, en mi pueblo, no se menciona tal cual, como sabemos de las leyendas, de los mitos del Sombrerón, no se menciona tal cual. Pero sí cuando llegaban a verlo, sí se habla de una persona negra». Sobre su aspecto, añade: «su rostro no se ve, sí lleva una capa negra (este…) y un sombrero muy grande y eso hace que cubra el rostro y la espalda una parte de los hombros, entonces es un personaje que aparece como un hombre muy oscuro». Afirma este narrador que, en su pueblo, se trata de una persona de tamaño normal y que «es negro». Sin embargo, cuando le preguntamos un poco más sobre su aspecto, nos dice que «hay muchísimos personajes como él» y luego añade «hay mujeres que engañan también a los hombres». Cuando le preguntamos si acaso es que no hay un solo «Dueño de la tierra», sino que éste es una entidad con varios cuerpos y manifestaciones, nos dice: «Sí es que hay muchos dueños de la tierra, hay muchos, muchas almas, porque son más como espíritus y hay varios». A la pregunta de si tiene la capacidad de transformarse, responde que «hay otros espíritus que aparecen, pero no se sabe si es el mismo»:

Puede ser que [sea] el Dueño de la montaña y ya cuando es [una figura] de hombre busca transformarse en diferentes cosas. Tiene esa habilidad. Yo en lo personal pienso que sí sólo es un espíritu. Nada más que logra transformarse a veces en un hombre y a veces en una mujer.

Sin duda, está relacionado con el espacio de la naturaleza y con el Otro Mundo al que se accede, de nuevo, a través de una cueva. Cuando le preguntamos si la gente del pueblo sabe dónde está esta cueva el narrador nos responde que «[s]í, es que hay gente que sí lo sabe. Sí, porque sí hay gente consciente de que existe […]. Va y habla. Pero dicen que ya no sale como una persona negra, dicen que sale como un señor con cachos, con cuernos». Cambia así su figura e introduce aquí el informante la imagen popular del Diablo en la cultura occidental. En cuanto al espacio, nos dijo que «lo toman como el dueño de las montañas, como el dueño de los bosques, como el dueño de los ríos o como el que cuida, pero le llaman más como ‘Dueño’».

En algunas ocasiones, molesta a los animales domésticos que se encuentran en su espacio, como por ejemplo a los caballos: «El caballo pierde la cabeza, se vuelve loco y lo tendrán que curar, tienen que hacerle el ritual, llenarlo de humo para que se cure». Esto refuerza la separación simbólica entre el ámbito doméstico (y los animales propios de él) y el ámbito de lo salvaje o natural.

Cuando le preguntamos al narrador qué hace este personaje, nos respondió con varias funciones diferentes: «hace cosas para molestar, llamar la atención y da ofertas». Por una parte, puede hacer perder el rumbo de la persona que lo encuentra, «y si esa persona sigue el rumbo donde iba, le pone un tronco o le pone piedras». El objetivo de este extravío es al parecer, conducirlo hasta una cueva después de muchos caminos. Esto, según nos dice, les pasa especialmente a los borrachos. Hay otros que llevan como un amuleto de protección: «es un pequeño como amuleto […] hacen una mezcla, como protección que se la pueden llevar en la bolsa. Entonces a ellos no les hace nada2». Puede también pactar con ciertas personas que han aprendido a tener comunicación con él porque ya «se hacen conscientes de que existe eso»:

Entonces van y hablan con él, saben dónde encontrarlo. Están las personas que los molestan, que los desvían del camino, y los cambian de rumbo y los hace descontrolarse todo, los enfría, los asusta, sí… Pero hay personas que agarraron la experiencia de poder tener comunicación con el Sombrerón. […] dicen que le ofrece dinero a cambio del alma de no sé, algún hijo, alguna hija, algún familiar, pero que acepta nada más a la persona que más quieres. Al que más amas.

Sombrerón tendría la función de hacer un pacto de algo (normalmente, dinero) a cambio de un sacrificio humano, no de cualquier persona, sino de la persona que más ame el (normalmente) hombre que pacta con él:

Lo que he escuchado, es que cuando te dicen bueno, cuando le pides, que él lleva un burro lleno de dinero, bueno con dos costales de dinero en cada lado, dos costales de monedas. Él llega en tu casa, te los lleva a dejar el dinero y ya él se lleva a la persona que tú dejaste, que tú permitiste.

Antes de terminar la entrevista, le preguntamos al narrador por qué estaba allí la esposa del protagonista, a lo que él contestó que «el señor la vendió, pero la amaba mucho. Es que por eso sólo te aceptan las almas que más quieres». Esta información nos dice que el protagonista pactó con el Dueño de la Montaña, y que a cambio de dinero entregó a su esposa para que ésta trabajara como «esclava» cargando leña convertida en mula. En esta misma entrevista, el narrador afirma que esto es lo común cuando el Sombrerón se lleva a la persona que más ama el que pacta con él. Estas personas

van a trabajar, normalmente cuentan de que el mundo de ese personaje es dentro de la cueva entonces después de ahí es un mundo. Es un mundo donde ahí se trabaja, donde tiene muchos esclavos. Las almas que ha comprado las tiene trabajando. Entonces es como un rancho. Él tiene su hogar ahí. Puede tener árboles porque se cuenta que la persona que está vendida su alma va a trabajar como un animal o como un burro y va a estar cargando leña y entonces es útil el alma para trabajar. Por eso lo compra.

La perspectiva de género sobre los textos de tradición oral indígena de Chiapas ha sido trabajada ya en algunos estudios (La Chica, 2018b), pero no resulta excesivo añadir aquí que la venta de niñas por parte de los padres para entregarlas al matrimonio no es una excepción en las prácticas indígenas de los Altos de Chiapas (Chandomí, 2016). Esta práctica no se puede explicar sino mediante la creencia generalizada de que las mujeres no son personas libres, sino propiedades que los varones de sus familias pueden utilizar como objeto de venta. No está de más añadir que las mujeres son las encargadas de cargar leña normalmente, y que ésta se obtiene, como es esperable, en el ámbito de la naturaleza salvaje en el espacio del Dueño de la Montaña.

El Dueño de la Montaña puede también dar dinero, según nuestro informante, por medio de un juego, y no sólo con un pacto. Aunque éste es también un juego peligroso:

[…] entre más sepas de las preguntas que te haga, te va dando monedas de oro. Pero si la persona va perdiendo, le va quitando su alma, va perdiendo su alma. O si no, solo te deja endeudado. Y que algunos le dicen: «Sí, sí, te pago todas las deudas que tengo ahora, pero te lo pagaré cuando el sol salga al revés». Y que él acepta; que dice «Ah bueno está bien». Y bueno, saben que el sol nunca va a salir del otro lado.

Otra de sus facetas peligrosas es la violar o engatusar a las mujeres:

[…] sale en las noches y va de casa en casa a donde sabe que está una mujer que no tiene esposo o así. […] Entonces el Sombrerón llega en las casas a decir: «Comadre, ya llegué, te traje leña, comadre, ¿estás bien?». Y así, un hombre muy buena persona, y así pasa de casa en casa a ofrecer leña, a dejarle leña a las personas, y pide que le abran: «Ábranme la puerta, les traje leña». Pero no le abren: las personas ya saben de que así es él, que engaña con su forma de ser muy cariñoso. […]

Pero cuando se acerca a la casa, me decías, es porque hay una mujer soltera en la casa. Pero, ¿qué es lo que busca?

Busca entrar en la casa para, bueno yo creo que a veces sólo molesta, ¿no? Quiere entrar en la casa y sí quiere estar con una mujer, pero también a veces se la lleva, porque no solo a las mujeres, a los niños también los engaña.

Preguntamos al informante sobre la relación de este personaje con la noción del Mal, ya que él mencionó dos veces esta palabra con relación a él. Es claro que, desde el punto de vista judeo-cristiano, todo dueño del inframundo y de la muerte ha de estar nítidamente emparentado con el Mal en sentido absoluto y sin muchas connotaciones ambiguas. Sin embargo, como hemos visto, para estas culturas indígenas de la actualidad, hay ocasiones en que esta figura tiene cosas que podríamos considerar buenas, como la protección de la naturaleza. Trasladamos aquí las respuestas de nuestro informante a este respecto:

¿Él se considera como un personaje bueno, malo o ambas?

Sí, es considerado como una persona mala.

Porque también me decías que protege el monte ¿o no lo protege?

Sí, es que de alguna forma el pueblo a pesar de que, así como existe el Mal […] Pero también en la cultura intentan hablar con él, porque el Mal no lo pueden vencer a veces. Entonces el pueblo ha hecho rituales, ha ido a hablar en las montañas y a pedirle permiso. Antes, cada árbol y cada terreno que quieras quitarle a los árboles, tenías que hablarle primero, tenías que dar una ofrenda, quizás no una persona, pero sí alimentarlo, hacer una comida como de res o de puerco. Algo así, darle una ofrenda, matar el animal ahí. Entonces no se enoja el dueño.

Contamos con otro testimonio, de un hablante nativo de lengua tsotsil, llamado Mariano, vecino del Paraje Laguna Peté, perteneciente al Municipio de Chamula, en los Altos de Chiapas. La entrevista se realizó en abril del 2019 cuando él tenía 68 años. Este narrador refiere que conoció sobre la historia de El Sombrerón, no en su lugar, sino cuando fue a trabajar a la región del Soconusco, cercano a la frontera con Guatemala. Transcribimos aquí el relato que nos cuenta cuando le preguntamos por este personaje:

Entonces los alemanes en 1990, en año 90, los alemanes llegaron a fundar fincas en Soconusco, en montaña de Huixtla, montaña de Tacoatán3, montaña de Tapachula. Entonces muchos nombres alemanes se quedaron como nombre[s] de finca: Finca Hamburgo, es alemán. […] Entonces [hubo] muchos alemanes que llegaron a Soconusco. Y ahí vieron que pueden cultivar café allá […]. Cultivaron café. Pero entonces según la historia que escuché, que me contaron allá en la finca, no aquí en Chamula, sino que, en Soconusco, porque, mire, en mi juventud, era yo con 13 años y fui en la finca a trabajar con mi tío. [Dicen] que allá hay una cueva, le dicen la Cueva de Federico, porque el hijo de[l] alemán se llama Federico. Entonces llegó ese alemán y llevó a su familia. Llegó a la finca, pero pura montaña, Finca la Esperanza.

Entonces esa finca que llegaron allá y salió ese personaje del Sombrerón. Entonces hicieron un cambio:

—Te doy el terreno, te permito que trabajen acá, pero si me das tu gente, hacemos un cambio de gente. Necesito tu gente, ahí me la das tu gente. Entonces hacemos un cambio.

Entonces el alemán:

—Está bien, te doy mi gente, le voy a mandar mucha gente de Chamula.

Mucha gente de Chamula se fue a trabajar en el Soconusco. Llegaron de Oxchuc, llegaron de Tenejapa, muchas mayorías de Chamula, casi de puros chamulas, y también los sanpedranos de Chinaloa4. Pero los alemanes, pues, a ese no le importa si se mueren sus trabajadores. Ahí ellos mueren. ¡Uh! ¡Tantas enfermedades! Murieron mucha gente. Entonces, dicen que hay un árbol grande, empezaron a talar el árbol, dicen que lleva 15 días, imagínate. Adentro del árbol, del mero corazón del árbol, dicen que tiene pura piedra.

Árbol de, ¿cómo se llama? […]. Es un árbol enorme ya casi en medio del corazón de árbol, dicen que [había] pura piedra. No se puede cortar, sale fuego. Llevan mucho trabajo y le ponen mamparos para que pueda subir y cortar. Lleva mucho tiempo. Entonces la gente, porque el alemán está contento que está cortando árbol porque ahí muere la gente, pero la gente siempre lo empiezan a rezar, a orar al Dios, para que se cuide y que no les va a pasar nada dentro del trabajo de la montaña. Y cayó el árbol. La gente no murió, se salvaron. Entonces le dieron a cortar otros árboles. También: no murieron la gente y [se] salvaron. Ahora sí el Sombrerón está esperando porque [se le] prometió que [se le] va a dar gente para que [él] pueda permitir trabajar ahí, que sacan muchas cosechas. Bueno, y por fin: no cumplió el alemán. En un día, [el hijo del alemán] se fue en carruaje a traer dinero a Tapachula. Se fue allí con su caballo. Entonces el Sombrerón salió disfrazado del camino idéntico como su papá...

¿Como el papá de…?

Eso, de Federico. El alemán. Idéntico se salió disfrazado.

¿Cómo era?

Eso, cómo era: con su pipa fumaba el alemán y así idéntico.

¿Güero?

Güero

¿Alto?

Eso, alto. Alemán güero, ahí habla con el hijo del alemán:

—Hijo Federico, ¿a dónde vas?

—Me voy a la finca. Voy a traer dinero.

—Ah está bien, hijo, vas a traer el dinero. Ahí te voy a esperar.

—¿Por qué estás acá si te dije en la casa?

—No, vine aquí a verte para que te cuides mucho en el camino: traes

bastante dinero. Tráelo.

—Bueno.

Y se fue. Y regresó [y] ahí esperaba el Sombrerón. Pero no es su papá, es el Sombrerón: está disfrazado. Y que llegó:

—Bueno, está bien. Bájalo en tu carruaje y vamos acá.

—Bueno —dice—, entonces todavía no he llegado a la finca […].

—Tú vente conmigo y vamos.

Entró en la cueva [y] de repente es el Sombrerón, pero ya entró en la cueva y ya no puede salir. El carruaje quedó ahí en el frente de la cueva. Entonces le dicen Cueva del Federico. El hijo de alemán ahí quedó.

¿Ya no salió?

Ya no salió.

¿Murió?

Murió. Ahí quedó para siempre. Hasta ahorita está ahí en la cueva. Es un pantano grande. Pero es selva montañosa. Ahí quedó el Federico, su hijo del alemán. Entonces es El Sombrerón. Entonces El Sombrerón está enojado porque talan muchos árboles. Casi talaron todos los árboles. Entonces sembraron cafetales. Ese cuento del Sombrerón, de ahí salió el cuento.

Pareciera que el narrador termina aquí un cuento y comienza otro, relacionado con el primero, y sin que quien escribe intervenga de algún modo:

Hay un campesino que no aguanta de trabajar: tantas moscas, serpientes, en la noche, hace mucho calor. Muy molesto [es] trabajar en la selva. Entonces se peló, se huyó. No quería trabajar. Bien pobre. Entonces Sombrerón vino a ayudarlo. Le ofreció dinero. Entonces recibió dinero. Ganó y salió allí de la selva, pero el Sombrerón viene detrás de él para ver dónde vive su familia. […] Entonces de toda esa historia yo pensé que nada más existe en la finca, pero hace poco tiempo me contó también esa persona que murió hace poco en Laguna Petén5 que existe el Sombrerón, que es un Sombrerón que es muy rico, que no mataba, no molestaba, pero si [se] le platica honestamente, sí le da dinero. Pero tiene que ser un cambio. Si le dan el dinero, le da a su hijo allá para vivir y también le dan más dinero y quiere más hacer un cambio. Por eso esa persona que murió no lo quiso platicar bien con el Sombrerón: tiene miedo. Es el cuento que existe. […]

Según este narrador, tenemos con dos referencias de El Sombrerón: una, es la que conoce gracias a su trabajo cuando era niño en la región del Soconusco, y otra, la que le contó un vecino de su aldea que murió por causa de él. En cuanto al tipo de existencia que tiene este narrador es claro: «Sí que existe, existe, existe [el Sombrerón]». En un momento nos dice que es «un fantasma» y lo iguala al «Dueño de la Tierra»: «porque existe un fantasma, el Dueño de la Tierra que se llama El Sombrerón». Sin embargo, más adelante, como veremos cuando hablemos de su función, separará estas dos identidades, y llamará Sombrerón tan sólo al «vigilante» que trabaja para el Dueño de la Tierra. No sabemos, pues, si se trata de la manifestación de un espíritu en dos corporalidades o si son dos personajes diferentes.

Según afirma el narrador, «El Sombrerón dicen que no es un alto: es un chaparrito, como enanito. Así me contó la persona que murió en Laguna Peté, así me contó que lo vio, que es un chaparrito» que anda a pie:

[…] anda como artista, dice. Pero es negro, a veces se cambia, dice, de su piel. A veces se pone oscuro o medio blanco y luego se cambia otra vez [y] se pone negro, dicen. Y su ropa es blanco, es negro su chaqueta y también su sombrero. Es como artista, dicen.

Cuando le preguntamos si El Sombrerón habla tsotsil el narrador afirma que puede hablarlo o no, pero parece indicarnos que se trata de una capacidad sobrenatural y no tanto de su lugar de origen, del mismo modo que, en el primero de sus relatos, se transforma en una imagen del padre alemán. También afirma que «es de fuera». Sobre su físico también afirma que «trae su bigote grande» y que fumaba en pipa.

Sobre el lugar del que procede el narrador parece tener referencias diversas según el cuento al que nos refiramos, pero casi siempre está relacionado con la cueva:

dentro de la cueva, ahí vive. Dentro de la cueva, ahí vive. Ahí vive porque hay una cueva allá por las minas. Por las minas hay una cueva ahí enorme. Si ve ahí hay una piedra labrada casi como de tres metros, cuatro metros, labrada. Bien alto, pero bien labrada. Quién sabe cómo le hicieron, que ahí dentro es su cueva del Sombrerón. Ahí dentro, una gran cueva ahí, sí.

En cualquier caso, es claro para este informante que El Sombrerón está relacionado con el espacio de la cueva y con el monte, el bosque o, en definitiva, la naturaleza no dominada por el ser humano, de tal modo que, si se talan los árboles, se mueve de lugar:

Se cambia de lugar, se va en otras partes. Se va en otras porque cada vez la gente se va multiplicando, multiplicando la gente, entonces se aleja, se aleja y se aleja. En pura montaña le gusta vivir, en las sierras, sí, ahí en las sierras, en las montañas, sí en las montañas, sí, siempre existe ahí. Por suerte, si lo encuentras ahí caminando en media noche en las montañas, sí hay. […] yo creo que ahorita ya no existe porque se fue en… todas las montañas quedaron peladas todas las montañas y se cambia de lugar.

Parece claro que la función de este personaje tiene muchas cosas en común con otras versiones ofrecidas de él: protege el monte de la acción humana, da dinero y tiene el peligroso poder de dar muerte a quien pacta con él o a los seres queridos de quien pacta con él. Es, por tanto, ambivalente y no decididamente malo, como el Diablo lo suele ser en el imaginario mestizo. Es el vigilante del Dueño de la Tierra o de la Madre Tierra, que aquí parecen referirse a la misma entidad:

Una parte nos ayudaba: cómo podemos cuidar los árboles que no los maltratamos porque tiene dueño. Dicen que es la Madre Tierra, es la madre tierra que tiene un vigilante para que no maltratemos todo lo que existe dentro de la montaña: armadillos […] venados, manantiales. Si le tumbamos muchos árboles, entonces se va a enojar el Dueño de la Tierra. Tiene vigilante: es El Sombrerón.

Pese a su carácter positivo, es obvio que infunde temor porque tiene poder y puede provocar la muerte:

—Aquí lo encontré, dice.

Y el pobre murió, murió. Fuimos a verlo, y ya está desmayado.

—Ya no puedo hablar bien; ya voy a morir, me dijo.

—¿Qué le pasó?

—Me encontré un Sombrerón, dice. Sí existe. No sé qué me lo hizo ya me siento muy desmayado ya no puedo hablar muy bien.

Y murió. Murió el pobre.

Además de todo ello y, como hemos visto en el segundo de los relatos, este personaje tiene la capacidad de dar dinero.

Realizamos otra entrevista a una mujer, cuya lengua materna es el tsotsil, vecina del Barrio de Tejería, en el municipio de Chenalhó. Ella nació en el 1956 y lleva 40 años viviendo en San Cristóbal de las Casas. Juana Ruíz Ortíz también nos refirió datos sobre la existencia del Sombrerón:

Bueno… a mí me contaba mi difunta abuela. Creo que tenía como nueve años, que me contaba, o diez de años. Yo [con] mi abuela me llevaba muy bien con mi abuela materna. Y llegaba yo a visitar[la]. Está como a dos kilómetros de donde está su casa [de] mi papá y su casa [de] mi abuela materna. Entonces iba yo ahí como a las cuatro o las tres me huía yo a ver rápido, a ver cómo estaba mi abuela. Entonces me decía mi abuela:

—Ya, vete ya, mamita. Vete ya, mamita, porque si no te vas a encontrar Sombrerón o la Sombrerona. Hay dos.

—Ah… ¿y qué cosa es Sombrerón?

—No te voy a decir porque si no te vas a tener miedo, pero mejor ya vete a tu casa. Córrele. Te vas corriendo, corriendo. Y no escuches, no mires donde hay monte, donde hay bajo de árbol, no lo mires. Te vas derecho. Pero vete corriéndole a tu camino porque si no, te puede salir el Sombrerón.

—Ah, le dije.

[Eso] me decía ella, mi difunta abuela.

Entonces, como que me dio…, me asustaba mi abuela. Me asustaba.

—Entonces ya me voy, le decía en tsotsil. Ya me voy abuelita.

—Vete ya.

Entonces me venía. Salgo en casa de mi abuelita. Vengo corriendo, corriendo, corriendo, corriendo. Y donde me cansaba, ya me vengo despacio donde encuentro algún camino amplio y cerca de una casa, entonces ahí ya no corría yo.

Nos llama la atención de este relato autobiográfico que la narradora no nos está refiriendo a una entidad masculina únicamente: afirma que «hay dos», uno que es mujer y otro que es hombre, que parecen ser la imagen de la misma entidad: pero sí hemos tenido noticia de la capacidad sobrenatural de transformar su apariencia. Más adelante en la misma entrevista, la narradora contó lo que le ocurrió a su abuela:

[…] Porque es una ocasión que [mi abuela] lo vio [a] ese Sombrerón porque tomaba. Tomaba. Estaba medio tomada mi abuela y ella tenía un cargo. Yo creo que como a esta hora, sí, como esta hora. Cuatro cuarenta y otro, cuatro y media. Entonces se regresó en su casa. Se fue en su casa. Y que allí se fue medio tomada. No estaba bien tomada mi abuela. Entonces, se fue caminando porque anteriormente era pinos. Eran árboles de ocotes, que le dicen así. Entonces se fue caminando solita mi abuelita. Y cuando lo mira que va saliendo el niño así y su sombrero bien grandotote estaba; estaba así su sombrero. Y entonces mi abuela lo miró bien y se le quita la tomadera. Se fue el trago. Se fue su trago. Se le quitó. Sí se fue porque se asustó. Entonces lo quería ver, pero como ella se asustó mucho, entonces se fue caminando rápido. Ya estaba como a dos tres cuadras para llegar en su casa, digamos. Antes era monte, no hay cuadra de la calle, pero casi así, más o menos. Entonces llegó con su otra hija:

—Hija, hija. Hijita, hijita, lo miré alguien allí.

—¿Quién?

—Hija, hija, lo miré el Sombrerón, el Sombrerón kerem, pero me asusté.

Ya estaba bien asustada y soñó creo que como a las cuatro, las tres de la mañana que dijo que llegó en su puerta un niñito así chiquito, pero sin sombrero. Lo soñó mi abuela:

—Ay señora, te asustaste, pero qué lástima, porque [si] no [te] hubieras asustado conmigo, te voy a dar algo. Pero como te asustaste, no te tocó nada.

Así, pero en su sueño. Entonces dicen que dice mi abuela:

—Ay, qué cobarde soy. Pero no dijo así en español, pues, [lo dijo] en tsotsil. Me asustó el Sombrerón o el niño Sombrerón —dijo el niño Sombrerón—, si no, creo que se cambia mi vida: ya no voy a estar haciendo cosas, ya voy a tener dinero.

Así dijo mi abuela. Entonces… y sólo eso le llegaron a decir y ya de allí se asustó. Ya no quería regresar muy tarde en su casa. Ya regresar como a las tres de la tarde. Ya no toma mucho trago porque se asustó mi abuela. Ya no toma mucho trago. Ya, cuando le dan… porque ella tiene un cargo que se llama … es como guiadora de imagen cuando hacen de caminar a la virgen o al apóstol, cualquier apóstoles que están, hacen la fiesta y siempre salen a caminar alrededor del pueblo los imágenes. Entonces lo lleva una hierba, así como gofeti, va regando en la calle, ella delante de la virgen, adelante de los apóstoles. Entonces mi abuela es buscada de los regidores, de los mayordomos, de los que tienen cargo de la fiesta. Entonces mi abuela siempre, siempre es buscada. Es importante del pueblo. Entonces siempre cada domingo siempre tomaba trago. Pero como lo vio al Sombrerón ahí dejó de tomar un poquito y que ya no tomó. Llevaba su botella, lo guardaba su trago. ¿Por qué? Porque se asustó con el Sombrerón. Entonces, allí acabó.

Según nuestra informante, al Sombrerón se le conoce en tsostil como «Muk’ta pixol winik» o «muk’ta pixol kerem» porque es el Sombrerón: se menciona primero el objeto del sombrero y luego que es un niño. Este personaje habla tsotsil «porque los antiguos viejitos siempre hablaban tsotsil, entonces su lengua es tsotsil o tzeltal y eso es lo que hablan». Esto podría indicar la consciencia de una relación entre los orígenes de la cultura tsotsil y este personaje, esto es, su relación con un sistema de creencias oral tradicional. Cuando le preguntamos por su aspecto físico, la narradora nos dice que es «un niño o una niña. Si es el niño, encuentras con su sombrero grande, grande. […] Es como que tuviera ala». Su sombrero es «negro, negro, negro. Y también el niño, el dueño del sombrero, Sombrerón, es un niño chiquito, y de allí y entonces está así chiquito» Y sobre el tipo de entidad que es, la abuela de la informante le dijo: «—Pero si lo miras, te vas a asustar porque sabes que ese no existe esa persona. Sabemos que no existe» (no será la primera vez que esta narradora nos dice que el personaje «no existe»). También se le reconoce porque «tiene un su caballo» de color «blanco, blanco, blanco. Es como un caballo normal».

El Sombrerón de la versión de esta informante, tiene «mucho producto, mucha semilla» en una cueva: «Hay una cueva que es donde se encuentra. No es esa su casa, pero sí. Entonces si te asustas también te puede llevar en la orilla del río, te puede llevar en orilla de una cueva, ahí te deja parado». A pesar de estar más relacionado con el ámbito de la naturaleza, no es una naturaleza muy alejada del contexto poblado, pues según Juana, Sombrerón «es de la comunidad». Sale a encontrar a las personas por los caminos y no a cualquier hora:

Y cuando sale mucho es cuando hay neblinas. Cuando hay neblinas y está muy abajo las neblinas están en la tierra, entonces es cuando le gusta salir mucho. Así como a esta hora está saliendo el Sombrerón. Tiene sus horarios, en la mañana no tanto, pero en las tardes como a esta hora o un poco más tarde… tiene su maña.

El Sombrerón que describe Juana no parece ser un personaje de riesgos tan graves como el de los dos informantes anteriores, aunque sigue siendo ambivalente. Bien es cierto que «si te asustas, entonces ya te podés enfermar, te podé robar tu alma», pero si no, le puedes pedir riqueza y te la dará:

—[…] [si] fueras muy fuerte, [y] encontrar[as] el Sombrerón, no te asustes: lo hablas, lo hablas como en buena manera: «¿Qué estás haciendo? ¿Dónde vives? ¿Cómo te llamas?», le puedes decir. —Eso decía mi abuela—. Pero yo sé que, si lo miras, [si lo] llegas a encontrar, te vas a asustar —eso me decía mi abuela—. Entonces si no [te] asustaras, le pides la riqueza, le hablas. Entonces te puede dar dinero. Te puede dar suerte de maíz. Te puede dar suerte de… porque ese Sombrerón tiene mucha riqueza, es riquísimo, tiene mucho dinero en la cueva. Entonces si tú le pides, te va a dar. Pero nada más no le va[yas] a tener miedo.

Pero ¿quién no le va a tener miedo si encuentras un niñito así con sombrero y con tanto como adorno de plumas? Pues… claro, te asustas. […] Pero si tú lo hablas no se va con su caballo, sino que te lleva y te va a dar… te va a dar el dinero. Te va a dar el espíritu del maíz o el espíritu del frijol o espíritu que tiene. Dice que tiene mucho producto, tiene mucha semilla ese Sombrerón.

La narradora no ha conocido a ningún hombre ni ninguna mujer que haya recibido dinero de Sombrerón pero, cuando le preguntamos qué pide a cambio del dinero que ofrece, nos asegura que no pide nada a cambio, porque «ese es bueno»:

Si tú le cumples lo que te dicen, lo que te han educado: no maltratar, no hablar mal, no regañar, no gritar, no hacerle daño al Sombrerón… [y] te da la riqueza. Pero [sólo a] la [persona] que tiene suerte, no a todas las personas lo pueden llegar a mirar.

Juana nos cuenta que el Sombrerón se le puede aparecer a cualquier persona, pero que tiene preferencia por asustar a los que están ebrios. También le gusta jugar con los caminantes «porque se esconde y después sale. Ahí está con su sombrero y te mira. Cuando se le pregunta si es bueno o malo, la narradora nos dice que «es bueno encontrar a Sombrerón». En cambio, el Ángel Malo sí es peligroso: un personaje que ella nos introduce cuando hablamos de la bondad y la maldad de los personajes de nuestra conversación:

Cuando te pide de cambio ¡ah! es cuando dicen hay muchas personas que lo hacen, pero es el Ángel Malo, que está en una cueva, que también es dueño de dinero, también es dueño de maíz, es dueño de animales, es dueño de caballo, es dueño de ganado, entonces sí te da ese… pero le pides. Pero no sólo te va a dar, sino que te tienes que entregar una ofrenda. ¡Ah! Pero ese es malo: Ángel Malo.

Sobre la forma de reconocer físicamente a este personaje, Juana nos dice: «No lo vas a ver. No lo vas a ver. Lo vas a ver. Lo vas a soñar por medio de sueño. El Ángel Malo es la que te roba, y el Ángel Bueno es la que protege, es la que me guía en mi camino. Pero el Ángel Malo no se ve. No se ve». Pese a todo, parece que este personaje tiene algunas cosas en común con el Sombrerón: también es de la comunidad, está relacionado con la naturaleza y con la cueva, y te puede dar riqueza, pero existen diferencias:

El Ángel Malo también es de la comunidad […] porque allí se habitó en una cueva y hay muchas armas, hay mucho dinero, que era su dinero de los viejitos, los antepasados. Porque anteriormente no tenían banco, no tenían dónde esconder su dinero, entonces a ellos los antepasados lo dejaban en una cueva, lo guardaba[n] su dinero. Entonces cuando se murieron no les enseñaron a sus hijos [dónde estaba]. Entonces ahí se quedó el dinero donde [lo] guardaban los antepasados. ¿Quiénes se ocupó como dueño? Pues ya los ángeles. Entonces ellos recibieron [el dinero], ellos se [lo] apropiaron. Y ya no se puede hacer nada, aunque quieren ir a sacar los hijos, los nietos, ya no porque ya se adueñó el Ángel Malo. Ya no dejan sacar, aunque quiere uno ir a sacar todavía, pero ya no se puede, ¿por qué? Porque ya tiene dueño, ya está el Ángel.

Una de las funciones principales del Ángel Malo es proteger la cueva donde está el dinero enterrado de los antepasados. Por eso, te lo puedes encontrar si quieres «entrar a destruir o a pedir o a arrancar, escavar la tierra de la cueva donde está el Ángel Malo». Este personaje no se aparece, sino que «tú vas a ir a buscarlo» y, entonces, «te viene el sueño» para regañarte por no haber respetado su espacio:

[…] te dice que no es tu regalo que, aunque tú quieres arrancar, escavar la tierra dentro de la cueva, pero [que] no te pertenece. Si tú das ofrenda, entregas ofrenda, haces una fiesta en tu casa y donde está la cueva, entonces sí. Pero, si no das nada, aunque tienes ganas de sacarlo, escavar el oro, es oro que está ahí, o algún arma, algún animal, no te [lo] da.

Con el Ángel Malo sí se pueden hacer pactos para obtener riqueza, pero requiere un sacrificio humano, pues te va a pedir que le entregues a tu familiar más querido:

Le puedes pedir, al Ángel Malo, le puedes pedir. Te puede dar. Pero te van a pedir a tu hijo la que lo quieres mucho, que quieres mucho, lo amas mucho, lo adoras mucho, tu papá o tu mamá, la que tú quieres muchísimo, muchísimo, ese es la que te va a quitar. No, tú no vas a [elegir a quién] entregar: no, es que ése es sonsito, o es una sonsita, o ésta de por sí [que] ya está enferma: «Te lo voy a dar [a] mi hija, te lo voy a dar [a] mi hijo». No. [Él] te lo escoge: lo más bueno, lo más sano, lo más amable, lo más trabajador, lo más saludable, el niño o niña.

Cuando le preguntamos qué ocurre con la persona que le entregas, Juana afirma que «se queda como su muchacho, como su sirvienta, como su trabajador del Ángel», de modo que todo indica que este personaje es más semejante en sus funciones y quehacer al del Dueño de la Montaña que hemos visto en los textos anteriores. Según esta informante, la diferencia entre el bien y el mal, en términos absolutos, es clara: el personaje con el que se pacta mediante un sacrificio humano pertenece al mundo del Mal.

Entrevistamos también a Carmen Rodríguez Hernández, vecina y oriunda de San Cristóbal de las Casas, hablante nativa de castellano, de 58 años en el momento en que fue entrevistada en abril de 2019. Cuando se le preguntó por El Sombrerón, ella, de su propia cuenta, refirió también otros dos personajes, que clasifica dentro de otros «espantos», como La Yeguatzihuatl6 y La María Cartones7. Sobre El Sombrerón, lo primero que nos cuenta es

[…] ese andaba igual en la oscuridad y andaba en los campos, pero ese con los caballos, pero con los caballos blancos. Y luego les enredaba aquí, les hacía sus trenzas a los animales, los montaba, porque es un cha… bueno, yo nunca lo vi, pero un mi hermano me platicó que una vez lo vio que es chaparrito y Sombrerón. Y se montaba en el caballo blanco y ahí al otro día amanecían con los pelos del caballo enredados, anudados.

Nuestra informante, nos dice que El Sombrerón es La Tentación cuando se le pregunta para qué se aparece a la gente: «Pues lo que pasa es que yo siento que es la tentación, el Diablo, que le dice uno. Y se aparece». Al final de la entrevista se refiere a esta entidad como «eso»: «en la luna llena asomaba eso».

La narradora caracteriza al personaje mediante la señal que dejan sus actos en los animales del campo: sus cabellos trenzados. Esta es una de las formas por las que también se sabe que El Sombrerón ha pasado en la zona tojolabal8. Por otra parte, nos habla de un caballo blanco en el que va montado: «Siempre estaba en el caballo blanco ahí en el campo». El caballo blanco, mencionado también por la narradora anterior, en algunos estudios se ha relacionado con el apóstol Santiago9.

La mula blanca, por su parte, está en la narrativa de tradición oral maya tojolabal, y es el resultado de la transformación que la esposa muerta sufre cuando se va al inframundo; así es como la encuentra el héroe, su viudo, cuando la va a buscar con ayuda de El Sombrerón (La Chica, 2017: 153-161). Cuando le preguntamos a la narradora sobre el rostro de Sombrerón, ella nos dice que «nunca se le miró el rostro» y añade que «no se le veía ropa. Es que sólo se veía que estaba chaparrito. El sombrero es el que se miraba grande porque como era […] todo oscuro, todo oscuro, no se notaba».

Para nuestra informante, El Sombrerón no era un extraño, sino que era «de aquí, de aquí, de San Cristóbal, de aquí, pues». Es claro que no se aparecía sino en el ámbito de la naturaleza o en los caminos pero, en cualquier caso, lejos del ámbito doméstico, en la oscuridad: «se carrereiaba todo lo que era el campo, porque era el campo porque no había casas, ahorita porque hay muchas casas». También apunta nuestra informante que era en el campo y en la oscuridad donde él vivía. Cuando le preguntamos sobre el momento de su aparición y ella responde: «Cuando era la luna llena, cuando estaba la luna llena, nada más», y más adelante nos dirá que «de las doce de la noche en adelante. Ya, así como quien dice, aclarando pues ya no encontrabas nada».

Sobre su función, por lo que nos sugiere nuestra informante, podría ser la de asustar a las personas que estén ebrias por los caminos, pues su hermano se lo encontró

ah, pues porque estaba en el campo, ahora sí que estaban tomados, estaban tomando trago. […] Y como era oscuro las calles, pues se encontraba uno muchas cosas, pues, de espantos, se podía decir. Porque ahora me decía una señora, pues, ahora ya no le vas a tener miedo a los espantos, ahora tenle miedo a los cristianos porque esos son los que te van a hacer daño (ríe).

Este Sombrerón, al parecer, no ofrece cosas, sino tan sólo se dedica a molestar a los animales domésticos del campo y a las personas ebrias que lo atraviesan en noches de luna llena.

CONCLUSIONES

En este trabajo hemos llevado a cabo un recorrido por varios relatos y entrevistas realizadas a personas hablantes de lenguas tsotsil, tzeltal y castellano del Estado de Chiapas, México, que tienen como punto en común un personaje conocido, en la mayor parte de los casos, como El Sombrerón. En todos los ejemplos recogidos aquí está relacionado con el espacio de la naturaleza no intervenida por el ser humano (y, a veces, de la noche y la humedad) y, en esa medida, también está relacionado con las fuerzas desconocidas del más allá. Según los informantes Carmen y Pedro, El Sombrerón molesta a los caballos (animales domésticos) que los seres humanos ponen en su espacio. Dado que es dueño del espacio natural, como es esperable, también es su protector, según Mariano, Delmar, Pedro y Juana. Esta función de dueño y protector del monte a veces se solapa y confunde con la de dueño y señor del Otro mundo, donde según Delmar y Pedro se va después de la muerte a trabajar, donde existe un mundo paralelo. Los narradores Mariano, Pedro y Juana (ésta última, cuando hace referencia al Ángel Malo) dicen que este personaje puede ofrecer dinero y/o riqueza a cambio de un sacrificio humano: una persona que la persona que pacta con él, entrega. Los sacrificados pasan a trabajar para el Dueño como esclavos en el más allá. La cueva, mencionada por cuatro narradores a excepción de Carmen, es puerta de acceso al Otro mundo en el sistema de creencias maya actual. Según Juana, Carmen y Mariano, se lo puede reconocer por su baja estatura, Delmar afirma que no se le describe, Pedro que es una persona negra. Pero todos coinciden en su gran sombrero, que le da sentido a su nombre. En definitiva, se trata de un personaje ambivalente que puede llegar a tener mucho poder, que unas veces y otras no, pertenece a la comunidad, pero que, en todo caso sí está relacionado con el afuera con la naturaleza salvaje y con el más allá.

Con este trabajo hemos querido poner de relieve la naturaleza versátil e itinerante de la tradición oral que puede mantener ciertos rasgos o personajes (y otros no) según diferentes versiones narrativas de diferentes culturas en una región concreta. Además, hemos querido destacar la naturaleza literaria y cultural, y el valor fehaciente de algunos personajes de la tradición oral, que contienen rasgos católicos, mayas y exclusivamente mexicanos y se constituyen como un reflejo del sistema sincrético de creencias de los pueblos mexicanos de la actualidad.

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Fecha de recepción: 2 de mayo de 2020
Fecha de aceptación: 4 de mayo de 2020

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1 Registrado en febrero de 2017; narrado por Delmak, hablante nativo de lengua tzeltal, vecino de Tenejapa, Chiapas, México.

2 Cuando se le preguntó de qué era la mezcla, el informante dijo: «De plantas. Y le dicen como ‘compañía’ o ‘mi hermano’ le dicen a esa mezcla que hacen. […] entonces esa planta se convierte en otro personaje, en un hombre verde. Dicen que está en la bolsa […] ya cuando la persona está ahí tirada y todo… o enfriándose, porque todavía hace un efecto este personaje maligno… Pero […] si tienes esa mezcla, sale y te sale a defender y empieza[n] a tener conversaciones [entre] el Mal y la planta, y empiezan a tener un juego, se retan y todo. Me decían que el que tenía más tiempo de girar un trompo […] y el que tardaba más era el que ganaba».

3 Posiblemente el narrador se refiera a alguna montaña cercana al río Coatán, que sí está por la zona de la que habla.

4 Todas estas localidades pertenecen al Estado de Chiapas. En todas hay población indígena.

5 Nombre de la localidad de la que es vecino el narrador.

6 Sobre este personaje femenino, nos dice la narradora en esta misma entrevista: «es de la tentación más bien dicho, pero se presenta en la oscuridad, se presentaba antes, pues, cuando no había luz porque antes, pues como en las calles no había luz, siempre…, como estas callecitas eran silencias, siempre se presentaba La Yeguatzihuatl […] en la oscuridad andaba y lloraba, aullaba. Decía pues que quería a sus hijos La Yeguatzihuatl».

7 Parece que no se trataría de un «espanto», pues la narradora nos dice en esta misma entrevista que «esa sí era una señora» y añade: «La María Cartones, que le decían. Esa es igual, se tapaba con cartones la señora. La gente la molestaba y ya, como se enojaba, pues, ahora sí que le aventaba piedras a la gente, pues se hacía agresiva por lo mismo de que la gente la molestaba».

8 Diario de campo: San Francisco, 1 de mayo de 2013: «Según Jorge (28 años aproximadamente) […], cuando un caballo amanece con las crines tan enredadas que hay que cortarlas, es porque Sombrerón ha pasado la noche haciéndole nudos. Puede subirse a cualquier caballo, por rebelde que sea, no le da miedo, no lo pueden tirar. Luego, probablemente, el caballo se vuelve arisco y ya no sirve, como si hubiera que volver a domarlo».

9 «El personaje de Santiago apóstol, montado en su caballo blanco, amenazando con su espada levantada al enemigo, se utilizó como símbolo aterrador que desde el principio actuó́ como mediador por excelencia entre el aniquilamiento del mundo indígenas y la consolidación de la cultura de conquista. Vencidos ya los indígenas, vieron en Santiago el gran factor de la victoria española, y su problema fue ganarse el favor de aquel casi dios que se mostró más poderoso que sus propios dioses. Así́ que para ellos el apóstol pasó de ser un santo cruel y vengativo a ser un santo tutelar y protector de la comunidad» (Higareda y Cardaillac, 2011: 61).