El cuento de Mariquita triqui traca (ATU 1730C*) y el romance de La mujer del molinero y el cura: cultura popular, anticlericalismo y biopolítica*

The tale Mariquita triqui traca (ATU 1730C *) and the Spanish Ballad of La mujer del molinero y el cura: popular culture, anticlericalism and biopolitics

José Bautista Rodríguez

(Universidad de Alcalá)

jose.bautistar@edu.uah.es

ORCID: 0000-0002-7361-3380

ABSTRACT. In the year 2020 I was able to record in the village of Herrera del Duque (Badajoz) a version of the folktale of Mariquita triqui traca. In this article I analyze that version and other versions from Extremadura and the Hispanic world. I review the numbers that have been assigned to this type of tale, and others like it, in the catalogues of national and international tales. I analyze its relation with the argument of the oral romance of The Miller's Wife and the Priest. And I make some reflections about the anticlericalism that can be detected in an important part, of the oral and popular culture, and that can be interpreted as a manifestation of old biopolitical conflicts between the dominant classes and the dominated classes.

KEYWORDS: Folk tales, Oral literature, Spanish Ballads, anticlericalism, folklore of Extremadura, biopolitics

RESUMEN. En el año 2020 pude registrar en el pueblo de Herrera del Duque (Badajoz) una versión del cuento de Mariquita triqui traca. En este artículo analizo esa versión y otras versiones de Extremadura y del mundo hispánico. Reviso los números que han sido asignados a este tipo de cuento, y a otros parecidos, en los catálogos de cuentos nacionales e internacionales. Analizo su relación con el argumento del romance oral de La mujer del molinero y el cura. Y hago algunas reflexiones acerca del anticlericalismo que se puede detectar en una parte importante, de la cultura oral y popular, y que se puede interpretar como manifestación de viejos conflictos biopolíticos entre las clases dominantes y las clases dominadas.

PALABRAS-CLAVE: cuento popular, literatura oral, romancero, anticlericalismo, folklore extremeño, biopolítica.

TRES VERSIONES DEL CUENTO DE MARIQUITA TRIQUI TRACA RECOGIDAS EN LA SIBERIA EXTREMEÑA

La llamada Siberia Extremeña es una comarca apartada y para muchos recóndita, que esconde entre sus sierras de jaras y sus dehesas de encinas la tradición de un pueblo que ha tenido y sigue teniendo todavía modos de vida muy característicos. Acercarse a ella supone introducirse en un territorio que procura preservar su identidad, aunque no sea inmune en absoluto a los cambios que trae consigo la globalización. Hoy, los hijos y los nietos de esta comarca somos conscientes de que ha habido cambios muy profundos en la cultura en que crecieron nuestros padres y, más aún, nuestros abuelos. El que yo haya tenido que apelar a la memoria de mis abuelos (más que a la de mis padres) para poder desarrollar mi investigación acerca de la literatura tradicional en Herrera del Duque es un hecho indicativo de hasta qué punto hay ya una falla insalvable entre un pasado no tan lejano, que miraba a un pasado tradicional, multisecular, y un presente en el que los jóvenes vivimos inmersos en una cultura ya plenamente globalizada.

En estas primeras décadas del siglo XXI los pueblos de la Siberia Extremeña, encalados a las orillas del río Guadiana, siguen en el mismo sitio de siempre, con sus gentes, sus costumbres, sus artesanías, algunas todavía vigentes, pero la mayoría tocadas ya por el declive, y muchas desaparecidas en las últimas décadas. Es esta una época de transición y de crisis. En ella hemos coincidido los abuelos, con su cultura esencialmente oral; los hijos, con su cultura esencialmente oral-escrita-televisiva; y los nietos, con nuestra cultura esencialmente escrita-televisiva-internáutica (cada vez más internáutica).

Estamos, por eso, en un espacio de intersección excepcional: en el último en que la tradición oral patrimonial, que había experimentado cambios leves y lentos en los siglos anteriores, sigue precariamente viva, y solo entre personas de mucha edad. Dentro de algunos años es más que posible que solo quede ya el hueco o la añoranza de esa vieja cultura tradicional, y que la posición dominante de la cultura de internet se haya impuesto casi del todo, o del todo; por ello, nos encontramos en un momento crítico en el que los hijos y los nietos debemos responsabilizarnos de restaurar y mantener ese tesoro de la memoria de nuestros abuelos.

Me propongo en este artículo iniciar una serie de trabajos de recuperación y estudio de la literatura oral del pueblo de mis mayores, Herrera del Duque. Es este un núcleo de población que tiene en la actualidad 3482 vecinos, frente a los 6254 que reflejaba el censo del Instituto Nacional de Estadística en el año 1960, antes de que se produjera lo peor del éxodo rural que fue atraído por la industrialización de las ciudades; desde entonces, la demografía de Herrera del Duque ha disminuido de manera muy clara, como ha sucedido en todas las poblaciones que se inscriben en la categoría que hoy se llama de la España Vacía, o de la España Vaciada.

Herrera del Duque es la capital y la sede del partido judicial de la llamada Siberia extremeña, que tiene otros dieciséis núcleos de población: Baterno, Casas de don Pedro, Castiblanco, Esparragosa de Lares, Fuenlabrada de los Montes, Garbayuela, Garlitos, Helechosa de los Montes, Puebla de Alcocer, Risco, Sancti-Spíritus, Siruela, Talarrubias, Tamurejo, Valdecaballeros y Villarta de los Montes.

La economía tradicional de Herrera del Duque, al igual que la de otros pueblos y comarcas del entorno, estuvo y todavía está muy ligada a las labores campestres, como la ganadería ovina y caprina en las dehesas y en los montes de Cijara, y la cría de cerdos; a la agricultura del cereal en las eras, y a la del olivo. Y no faltaron las huertas como economía de sustento o familiar. Además, para la venta, se hacía la recogida de la bellota, de la leña de encina y de la corcha. Eran actividades que facilitaba la feracidad de la tierra y la abundancia de fincas y latifundios, al igual que en el resto de Extremadura, Andalucía Occidental y La Mancha; regiones que desde el siglo XIX, sufrieron las consecuencias de las reformas liberales y de las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz, ya que la mayor parte de las tierras de la iglesia fueron mal vendidas a las oligarquías, junto a los terrenos comunales que servían de fuente de recursos a los campesinos. Ello conllevó una mala distribución de la tierra y el empeoramiento de las condiciones de vida de quienes vivían del campo. La nueva organización de la tierra, bajo la autoridad de los terratenientes que estaban aliados con la iglesia, contribuyó a la consolidación de la figura del jornalero asalariado que trabajaba por un dinero mísero y de forma estacional, lo que llegó a producir episodios de miseria y hambrunas. Las condiciones casi insoportables y el malestar generalizado de los jornaleros extremeños se vieron traducidos en la gran invasión de fincas del 25 de marzo de 1936.

La vida ha cambiado, en algunos aspectos para mejor y en otros para peor, desde entonces. Las tareas agrícolas se han mecanizado en buena medida en las últimas décadas, y el pastoreo tradicional se ha visto sustituido por la ganadería semiestabulada. A cambio, se han abierto comercios en Herrera del Duque a los que acuden los vecinos de las poblaciones próximas, y se han instalado empresas como la planta embotelladora de Nestlé en la Sierra de las Navas, que ha generado un gran número de puestos de trabajo y ha contribuido al peso comercial del pueblo.

El pueblo de Herrera del Duque y la comarca de la Siberia Extremeña están en una posición geográfica relativamente aislada de las grandes ciudades y de las grandes vías de tránsito de nuestro país, y eso explica que aquí llegaran más tarde que a otros lugares las avanzadillas de la tecnología y de la globalización, y que por eso estos pueblos hayan mantenido una identidad singular hasta hoy.

De hecho, todavía queda en Herrera del Duque una parte apreciable de población de edad mayor que llegó a vivir en un mundo muy tradicional: muchos fueron pastores (de ganadería ovina y caprina, o criadores de cerdos) y agricultores (de olivicultura y cereal) que trabajaron, con sus manos, en época pre-tecnológica, y que llegaron a conocer unas formas de vida y de cultura que hoy son solo recuerdo. Pero aunque haya cambiado tanto la vida del pueblo, en muchas memorias quedan todavía ecos de la cultura oral del pasado. Ese es el patrimonio que me propongo recuperar en este trabajo y en otros que seguirán, consciente de que esa es una investigación que hay que hacer, además, con urgencia.

En este primer avance de mi trabajo voy a arrancar con la transcripción de un cuento que me comunicó por teléfono, el día 21 de abril de 2020, mi abuelo, José Rodríguez Zarza, quien nació en el año 1939 en Zorita (Cáceres), pueblo desde el que emigró junto a su familia, antes de cumplir los diez años de edad, para asentarse hasta el día de hoy en Herrera del Duque.

José Rodríguez Zarza comenzó a trabajar, como muchos hijos de la posguerra, a la edad de diez años, en un mundo en que las condiciones laborales eran precarias, con jornadas de sol a sol y con la fuerza bruta de las manos como principal herramienta productiva. La precariedad económica de aquellos años le obligó a desempeñar diversos oficios a lo largo de su vida. Entre ellos, el de amendrillero, que consistía en machacar piedra hasta convertirla en la grava de los caminos; el de carbonero; y el de guardés de una finca situada en los montes de Cijara, en la que trabajó durante más de treinta y cinco años. Gracias al desempeño de aquellos oficios vivió y conoció muy bien los montes que rodean a Herrera del Duque; y tuvo un trato intenso con los otros trabajadores con los que convivía, en un mundo en que la transmisión de la cultura era casi siempre oral, y en que los medios de comunicación no tenían la presencia que hoy tienen. Se casó en el año 1964 con mi abuela, Consolación García Calero, y los dos tuvieron tres hijas. Ambos vivieron en la finca en la que trabajaron, haciendo regulares visitas a Herrera del Duque, hasta el año 2012.

Mi abuelo cuenta, con la nostalgia de quien conoce lo perdido, que durante las noches, tras la caída del sol y el final de la jornada laboral, los trabajadores se juntaban para conversar, contar las novedades y entretenerse. Era en aquellos momentos cuando surgía el ritual de la transmisión de la cultura popular.

Él recuerda que

nosotros contábamos cuentos, uno de que sabíamos que eran historias que habían pasao y otros, el que era así un poco guasón, pos lo único que hacía que inventaba el cuento, enseñaba un cuento de donde quiera.

Uno de los cuentos favoritos de mi abuelo es el que él ha nombrado, a preguntas mías, Un señor que le gustaban las mujeres y era cura. Yo lo he titulado, por causa de su fórmula más característica, Mariquita triqui traca, aunque en las múltiples tradiciones orales en que ha vivido ha sido conocido por nombres diversos. He aquí la transcripción de la versión de José Rodríguez Zarza:

[Un señor que le gustaban las mujeres y era cura]

Resulta de que la cita que tenía con una querida que se buscó era… Mariquita se llamaba ella.

—Triqui.

Cuando ella estaba en forma para ello, decía:

—Señor cura, traca.

Pero a ver por dónde, un día llega el cura, estaba en la cama con ella, y llegó el marido. Y al llegar el marido, el marido era un agricultó, vivía de la agricultura y de los animales. Tenía una vaca lechera, una vaca suiza. La vaca suiza tenía un ternero que hacía poco tiempo que había nacío, pero le daba la leche en un biberón para que no se acostumbrase a mamar de la vaca.

Y resulta de que cuando ya estaba el cura acostao, le cogió y le metió en una cuadra, y le ató en un poste que había allí en la cuadra, en cueros. Y saco el choto y se le arrimó y se enreó el choto con el cura. Le pegó una paliza. Y ahí le tuvo dos días atao, y el choto dándole empujones ahí al cura, liando de sus partes.

El resultao es que ya le suerta y dice:

—¡Hala!

Al poco tiempo pasó por la puerta y estaba ella, la mujer, barriendo. Dice, la mujer le dijo entonces, ya cambió las tornas:

—¡Señor cura, triqui!

Dice él:

—¡Mariquiti,

ni triqui ni traca!

Y dice él:

—Si quiere criar chotos,

que compre vacas.

A continuación, transcribiré otras versiones, registradas por otros folcloristas, que nos permitirán conocer variantes y ramas diferentes de nuestro cuento. Pero antes quiero llamar la atención sobre un hecho interesante: en la versión anterior, el cura tiene una relación con una mujer casada que está compinchada con él. Cuando el marido descubre por accidente el adulterio, le castiga a él, pero no se dice nada, sorprendentemente, de si castiga también a la esposa. En casi todas las demás versiones que conoceremos, el cura es un acosador indeseado contra la mujer.

Conoceremos ahora otra versión de Herrera del Duque. Fue grabada en audio por José Manuel Pedrosa, quien amablemente me la ha cedido, el día 7 de noviembre de 1989. El narrador de aquella ocasión fue Tomás Zárate Diajorge, un anciano cabrero que había nacido en 1908, narrador de maestría y recursos verbales excepcionales1. «Era de los cabreros», fue la aclaración que Tomás Zárate hizo acerca del cuento, cuando fue entrevistado. Como veremos, aquí el cura ejerce de acosador de una joven, y el castigo lo aplica el padre de ella, no el marido:

[Mariquita, ñique]

Pues aquí en mi pueblo una vé vivía un viudo, y tenía una hija soltera mu guapa. Y pasaba todos los días el cura por su puerta a decir misa. Y la muchacha se llamaba María. Y cuando pasaba el cura, decía:

—Mariquita, ñique.

Y la muchacha la pobre no sabía lo que contenía aquello. De mó que ya tanto decírselo, pos una noche se lo dijo al padre. Decía:

—El cura que pasa tós los días por ahí, mi vecino el cura, dice: «Mariquita, ñique».

Dice:

—Pues mañana le dices al señor cura: «ñaca». Y si te dice a qué hora, dices, tú dices: «a las dos de la tarde, que estoy sola, que no está mi padre en casa».

Bueno, pues nada, el tío fue y dijo misa, deseando que llegaran las dos de la tarde. Llegaron las dos de la tarde, fue allá, se fueron a la habitación, y el padre escondío al lao de la cama. Llegaron a la habitación y trató de... Dice:

—No, no. Cuando nos acostemos tiene usté tiempo de tocodear todo lo que usté quiera.

Se acostó ella primero, y fue él a acostarse, y le echó el padre la mano a la pierna y le dice:

—Ven acá, pájaro, que te las vas a entender conmigo.

Y tenía [el padre de Mariquita] una vaca, y se le había muerto hacía pocos días, y había dejao un becerro. De modo que afuera le había puesto [al cura] en cueros, y tenía un huerto con una higuera. Y fue y le colgó de las patas en la higuera con la cabeza pa abajo.

Y soltó el becerro y dice:

—¡Pachús!

Allí venga pa allí y pa acá, venga pa allí y pa acá. Y decía:

—Mariquita ñique, quita el bicho.

Y dice:

—No, si lo llevaba su madre en el vientre y no hacía ná. ¡Aguanta y marea!

Cuando [el becerro] le soltó [al cura], se fue echando leches y se fue corriendo; [el padre] le dio la ropa y salió.

Y al otro día pasó [el cura por donde Mariquita] y no dijo ná. Tenía que pasar por allí todos los días forzosamente. Y a otro día pasó y no dijo ná.

Por la noche viene el padre del campo y dice:

—¿Qué te ha dicho el cura?

Dice:

—Ná.

—Bueno. —Dice— pues mañana se lo dices tú a él.

De modo que cuando estaba pasando, dice:

—Señor cura, ñique.

Dice:

—No quiero ni a ñique

ni a ñaca;

le dices a tu padre

que quite el becerro

y que compre vacas.

La versión que reproduciré a continuación fue registrada en el pueblo de Fuenlabrada de los Montes, que se encuentra a unos diez kilómetros de Herrera del Duque, en el año 1992. La recogió Raquel Álvarez Herrera y fue publicada por Juan Rodríguez Pastor. En esta versión, como en la de José Rodríguez Zarza, quien castiga al cura, es el marido:

[Mariquilla, zipi, zapa]

Era un matrimonio que estaban recién casaos. Ella acostumbraba tos los días a barrer la puerta de la casa cuando el cura iba a la iglesia.

Y toas las mañanas, cuando el cura pasaba por allí, la decía:

—Mariquilla, zipi, zapa.

Llegaba al día siguiente:

—Mariquilla, zipi, zapa.

Y ya tantas veces se lo decía que entonces a la mujer la daba vergüenza y, cuando le veía venir, agarraba y se metía en su casa. Y ya la mujer se lo dijo al marido, le dice:

—Te voy a tener que contar una cosa.

—¿Qué te ha pasao, hija? ¡Cuéntamelo tú!

—Pos mira, no sé; pero que tos los días, cuando pasa por aquí er cura, me dice: «Mariquilla, zipi, zapa».

—Bueno, eso se arregla enseguía. Tú, mañana, cuando pase por aquí el cura otra vez y te diga «Mariquilla, zipi, zapa», tú le dices: «A la noche, que no está mi marido en casa».

Así es que al día siguiente pasó otra vez el cura; ella estaba barriendo su puerta, y la dice:

—Mariquilla, zipi, zapa.

Dice:

—A la noche, que no está mi marido en casa.

Asín es que nada, el cura ya estaba el tío...

—Na, esto está hecho.

Coge, se va, se mete en su casa con ella. Cuando llega er marido...

—¡Coño, hombre, conque se dedica usted también a estas cosas! ¿Eh? ¡No está mal!

Y entonces el marido tenía unas vacas, que las había apartado los terneros. Le coge al cura, le desnuda, le ata con las manos p’arriba y con los pies tocando en el suelo, suelta los becerros que tenía, ordeña las vacas y, según suerta los becerros, pone la jarra de leche y se la echaba p’abajo, y los becerros na más que zipi zapa, zipi zapa. Ya que le pegaron un buen sobo, le coge ar cura, le suerta:

—Hala, ya se puede ir usted aonde sea otra vez.

A otro día por la mañana estaba la mujé barriendo su puertecita y pasa el cura, y le dice ella al cura:

—Señor cura, zipi, zapa.

Dice:

—Si quiere criar tu marido becerros,

que compre vacas. (Rodríguez Pastor, 2001: núm. 110)

OTRAS VERSIONES DEL CUENTO EN LA TRADICIÓN ORAL HISPÁNICA

El tipo de cuento que estamos conociendo ha sido documentado en muchas tradiciones orales del mundo hispánico, y aparece en muchas colecciones de narraciones orales. Está, por ejemplo, en la gran recopilación que anotó Aurelio M. Espinosa (hijo) en tierras castellano-leonesas justo antes del estallido de la Guerra Civil, aunque fuese publicada medio siglo después. La que reproduzco es de Medina del Campo (Valladolid), y fue anotada en 1936. La protagonista vuelve a ser una joven casada, y es su marido el encargado de castigar al cura inoportuno:

[María, ñiqui]

Esta era una moza muy guapa, y se casó con un mozo del pueblo. Y el cura del pueblo se enamoró de ella. Y siempre que iba a misa, la decía el cura:

—María, ñiqui.

Y ella se callaba. Y como todos los días se lo decía, ya fue ella y se lo dijo a su marido:

—Mira, fulano. Todos los días que voy a misa, me dice el cura «ñiqui».

Dice el marido:

—Y ¿tú? ¿Qué le dices?

Dice:

—Yo, nada.

Dice:

—Pues, cuando te diga «ñiqui», dile tú «ñaqui». Y si te dice «¿a qué hora quieres que vaya?», dile tú que a las doce.

Y al día siguiente fue el cura y la dijo:

—María, ñiqui.

Y fue ella y le dijo:

—Señor cura, ñaqui.

Y dice el cura:

—¿A qué hora quieres que vaya, María?

Y dice:

—Vaya ustez a las doce.

Y ya fue. Y estando el cura allí, llegó su marido del campo. Y ella se fingió asustada y encerró al señor cura en una habitación donde su marido guardaba el tabaco. Entró su marido y le dijo ella:

—¿Cómo te has venido tan pronto?

Y dice:

—Porque vengo a dar una vuelta al fumaqui.

Y dice ella:

—Déjalo pa mañana, hombre. Déjalo pa mañana.

Y dice él:

—No, no; ahora.

Cogió un palo, entró en la habitación y empezó a dar palos al cura. Por fin pudo salir y se escapó. Al día siguiente por la mañana fue María a misa. Y el señor cura no la decía nada; pero ella fue y le dijo:

—Señor cura, ñaqui.

Y dice el señor cura:

—No quiero ni más ñiqui ni más ñaqui,

que tu marido venía mucho al fumaqui. (Espinosa, 1987-1988: núm. 396)

Transcribo a continuación dos versiones que fueron registradas, en agosto de 1982, por Julio Camarena Laucirica en dos pueblos de la provincia de Ciudad Real: Fuenllana y Terrinches (aunque el narrador de esta última versión era originario de Albadalejo):

[El cura cría chirros a pesar suyo.]

Esto era una mujer que se llamaba Mariquilla. Cuando se la encontraba el cura por la calle, decía:

—Mariquilla, triqui.

Y va y se lo cuenta al marido; dice:

—El señor cura, que cuando yo paso por la calle, me dice: «Mariquilla, triqui»…

Dice:

—Mira; cuando diga: «Mariquilla, triqui», vas a decir: «señor cura, traca».

Y otro día, entonces ya dice:

—Mariquilla, triqui.

—Señor cura, traca.

—¿Cuándo?

—Pues esta noche.

Va, llega allí. Y aquel hombre tenía unas vacas, pero tenía un chirro [un ternero]. Bueno, pues ya va el cura allí, lo cogieron entre los dos, le ataron allí a un palo que tenían en la cuadra y le engancharon el chirro allí en… en la flauta.

Y estuvo allí toa la noche dando zampuchoines el chirro. Y ya, por la madrugá, lo soltaron. Y se fue.

Y ya, por la calle, se encuentra ella al señor cura y le dice:

—Señor cura, traca.

Dice:

—Ni triqui, ni traca:

si tu marido quiere criar chirros,

que compre vacas. (Camarena, 2012: núm. 390)

La versión anterior se ajusta al esquema argumental más típico, el del cura que acosa a una joven casada y es castigado por el ganado vacuno que echa contra él el marido.

Pero la versión manchega que vamos a conocer ahora es muy diferente, porque revela la complicidad sexual de la molinera (la figura de la molinera ha estado tradicionalmente identificada con la mujer desenvuelta, de costumbres sexuales bastante libres) y del cura libidinoso. El castigo que el marido propina al cura, no a la esposa, es diferente también: consiste en uncirle al molino de la almazara de las aceitunas:

[El cura muele en la almazara].

Esto era en un pueblo manchego que una familia tenía una pequeña fábrica, un molino de moler aceituna, o almazara. Y resulta que él, además de tener esto, era arriero. Pero la mujer se relacionaba con el señor cura, y siempre que se lo encontraba, para decile que no estaba el arriero en casa, le decía:

—¡Quico!

Y entonces él, a la señal… Era la contraseña que le daba para que él por la noche fuese a su casa.

Pero una de las noches, den mitá el camino, se volvió el arriero. Y encontró al señor cura y le unció en los rulos, con un horcate y unos tiros, y le tuvo toda la noche moliendo aceituna. Al otro día, así que le soltó y se pudo escapar, pues se marchó a su casa.

A los pocos días, se encuentra esta señora por la calle al cura y le dice:

—¡Quico!

Dice:

—Ni quico ni caco;

el que quiera moler aceitunas

que se compre un macho. (Camarena, 2012: núm. 391)

Las tres versiones que reproduciré ahora fueron recogidas, de nuevo por Julio Camarena Laucirica, en 1985 y 1986, en los pueblos de Corporales, Caín y Castrocalbón, en la provincia de León.

Son muy variables desde el punto de vista argumental: la primera versión nos muestra a una mujer que es acosada por un cura libidinoso al que el padre de ella (no el marido) castiga con la penitencia de que el ternero ataque sus partes genitales; la segunda está protagonizada por una mujer y por un cura que son amantes, antes de que el marido castigue al cura soltándole el ternero chupador; y la tercera está protagonizada por una joven que es defendida por sus hermanos (no por el esposo ni por el padre) del indiscreto acoso del cura, que vuelve a acabar sometido al castigo de los chupetones del ternero:

[Triqui, traca]

Todos los días pasaba una rubia por delante la puerta el cura, y le decía él:

—¡Rubia, eh! ¡Triqui!

Y pasaba otro día...

—¡Triqui!

Y se lo contó a su padre. Y le dice el padre:

—Tú, cuando te diga «triqui», le dices: «señor cura, traca»; y si te pregunta a ver pa qué hora, le dices que pa las cuatro.

Y entonces, el padre de esta tenía un jato en la cuadra, ya grande, y ya llevaba cuatro o cinco días ya sin mamar. Y pasa al otro día la chavala por allí y dice:

—¡Rubia, eh! ¡Triqui!

Y le dice la otra:

—Señor cura, ¡traca!

Y le dice el otro:

—¿Pa qué hora?

—Pa las cuatro.

Bueno, pues marcha el cura p’allá y va y le suelta el jato: lo atan al cura y le suelta el jato a mamar...

Cuando al otro día vuelve la chavala por allí y el cura no le decía nada.

—Señor cura, ¡triqui!

Y dice el otro:

—¡Ni triqui ni traca,

el que quiera criar xatos,

que compre vacas! (Camarena, 1991: núm. 179)

[El cura cría xatos]

Esto era un matrimonio y resulta que se llevaban muy bien. Y el marido, de ese matrimonio, el hombre, tenía un amigo. Y le dijo, dice:

—Oye, la mujer tuya es amiga del cura.

—Hombre, no me digas eso, ¡qué va a ser!; ¡eso no, eso es imposible!

—Te digo que la mujer tuya es amiga del cura.

—¡Que no! ¡Que no te lo consiento!

—Bueno, tú mira a ver si les coges, que sé yo que es amiga del cura.

Va él y prepara un viaje, pa marcharse de viaje, y le dice a la mujer:

—Pues voy pa tal sitio —y le dijo por donde.

Marchó de viaje, pero... se dio la vuelta en el camino. Entró pa casica y encontró por la noche el cura en la cama con la mujer. Agarró al cura, lo llevó pa la cuadra, donde las vacas, suelta los terneros, le desvistió, le amarró a un… allí donde se amarraban las vacas, y le quiso ... enchingar. Soltó los terneros y, claro, le debió impresionar.

Al otro día, el cura se fue, claro, a decir misa. Y en el pedrique decía:

—¡Ñáquirris, ñáquerres,

el que quiera criar xatos,

que compre vaques!

Y le contesta una voz de atrás, que era el marido de la querida:

—¡Y el que quiera muller, que la mantenga! ¡Cabrón! (Camarena, 1991: núm. 178)

[El cura amamanta jatos]

Había dos casas vecinas. Y pegaba el corredor de una moza, de una soltera, así, con el del cura. Y claro, ella subía pal corredor a coser, y el cura con su librón, leyendo en el libro. Y él llegaba así, enfrente de ella y se ponía:

—iCascarascás, madre!

Ella, nada. Tenía dos hermanos, y les dijo un día:

—Este, don Fulano, que todos los días anda paseando por el corredor, y yo estoy cosiendo, a lo mío, y me dice esto:...

Y un hermano le dijo:

—Pues tú mañana, cuando él diga: «Cáscaras, madre», tú di: «Cáscaras, padre», a ver en qué para.

Y el padre de la chica, antes, como no había coches ni camiones, ni nada, marchó con un ternero a La Bañeza; marchó y quedó ella con los hermanos.

Bueno, aquel día empezó:

—¡Cascarascás, madre!

Dijo ella:

—iCascarascás, padre!

—iCascarascás, madre!

Tanto uno: «cáscaras, madre» y otro: «cáscaras, padre», brincó pa ella. Los hermanos, como estaban al tito, le echaron las uñas. Y dijeron:

—¿Qué sucede? ¿Qué anda usté haciendo por aquí! ¡Qué tiene usté que subir pa mi hermana?

Y lo bajaron y lo ataron a un poste y lo desnudaron: como su madre lo había parido, ¿eh? En esto, pues llegó el padre, y no vendió el ternero. Desenganchó la mula, bajó con el ternero, el ternero corrió y aquel estaba atao al poste, y fue y ya sabe...: pensó que era la vaca... Y el ternero se le prendió pal «chisme»: pensó que era la teta de la madre.

Bueno, y hasta que los otros agarraron al ternero y lo prendieron. Y al otro le dieron la ropa y volvió pa su casa.

Y esotro día, volvieron al corredore… ella cosiendo ...

—¡Cascarascás, padre!

Cuando dice el:

—iCascarascás, cuerno,

tu padre si quiere criar jatos,

que los críe en los infiernos! (Camarena, 1991: núm. 177)

CATÁLOGOS, TIPOS, RAMAS: EL CONFLICTIVO TIPO MISCELÁNEO ATU 1730

El cuento que yo he titulado Mariquita triqui traca por causa de la fórmula que aparece en una versión que yo mismo recogí en el pueblo de Herrera del Duque (Badajoz) conoce docenas de variantes en lugares diferentes del mundo hispánico. Tantas que su catalogación y su análisis caso por caso podrían llenar un artículo más extenso incluso que este. No descarto hacer ese trabajo en el futuro.

Hasta hoy, varios investigadores ilustres han publicado versiones recogidas (casi siempre) por ellos mismos y acompañadas por aparatos críticos de identificación de versiones muy nutridos. Todos, en sus respectivas monografías, han asociado este cuento al tipo misceláneo ATU 1730 del catálogo de cuentos internacionales de Aarne-Thompson de Uther (2004) y han ofrecido elencos más o menos extensos de versiones orales. Entre estas colecciones-catálogos cabe citar, como referencias imprescindibles, las de Aurelio M. Espinosa hijo (1987-88), Julio Camarena Laucirica (1991, 2012), Anselmo J. Sánchez Ferra (1998, 2010, 2014), José Luis Agúndez (1999), Isabel Cardigos (2006), Rafael Beltrán Llavador (2007), Camiño Noia Campos (2010) y Ángel Hernández Fernández (2013). Del análisis de las versiones y de los aparatos críticos que ofrecen todas estas compilaciones se puede deducir que no han sido documentadas versiones del cuento, que sepamos, ni en Cataluña ni en el País Vasco, y que su presencia en Hispanoamérica es muy escasa: se limita a unas pocas versiones documentadas en Chile por Pino Saavedra (1960-1963: núms. 216 y 217; y 1987: núm. 71).

Quien conozca el cuento oral español sabrá bien que el tipo ATU 1730 es una especie de cajón de sastre en que han ido a confluir con gran desorden argumentos muy diferentes que hasta ahora no han sido correctamente discernidos. De hecho, la síntesis argumental que hace Uther se acomoda muy mal al cuento que aquí estamos llamando de Mariquita triqui traca.

Esto es lo que dice Uther:

ATU 1730

The Entrapped Suitors. Miscellaneous type. (Including the previous Types 1730A* and 1730B*) A pretty, faithful wife is courted by three men (usually clergyman). With her husband’s consent, she invites them to a private rendezvous. Before the first man’s wishes are gratified, the second arrives and the first must hide in an uncomfortable position. When all three of the lovers are caught thus, they are killed or punished in some other manner, or are ridiculed or made to pay a ransom [K1218.l, cf. K1218.2]. Cf. Types 882A*, 1359A, and 1359C.

Combinations: 882A*, 1536D.

Está claro que este tipo de cuento (que, por cierto, está muy difundido), con tres pretendientes castigados en vez de uno, es diferente del tipo de cuento de Mariquita triqui traca. Los dos son tipos distintos, aunque tengan motivos argumentales en común, y circulan de manera autónoma en la tradición hispánica.

Para que podamos distinguir mejor las diferencias tipológicas del cuento de los tres pretendientes chasqueados y de Mariquita triqui traca, reproduzco a continuación una versión del primero que fue registrada por José Manuel Pedrosa en el pueblo de Fuente del Maestre (Badajoz) el día el 29 de junio de 1990. El narrador fue el señor Fernando García Gómez, quien había nacido en 1907:

[La casada chasquea al cura, al sacristán y al monaguillo].

Este era el de una mujer que se llamaba Lucía, una buena moza, guapa, y había en la calle un cura que vivía vecino. Y cada vez que salía a la calle la llamaba Mesías. Salía a la puerta, pasaba el cura y decía:

—¡De buena gana, de buena gana...!

Hasta que un día se lo dijo ella al marido.

—Mira que este tío cada vez que pasa este hombre me tiene que decir esto.

Dice:

—Pos consiéntelo.

Con que al cura le dijo ella:

—Venga usté p’acá mañana.

Se lo dijo al sacristán, que era también... Dice:

—¡Pues yo también voy!

Y el monaguillo dice:

—Yo también voy.

Con que van los tres, y qué casualidá, que entraron en la casa, y a la miajina, ¡pum!, ¡el marío!

—Ay, señor cura, mi marío. Métase usté ahí en unas tinajas.

En unas tinajas de una bodeguita que tenían, cada uno en una tinaja. Llega él y le dice la mujé para hacerse el paripé:

—Sús, hombre, ¿cómo te has venío ya?

—¡Se ha puesto el día más malo! Y ya que no se puede trabajar en el campo me voy a enrear y voy a fregar la bodega.

Con que puso un caldero de agua caliente y a la primera es la del cura. Le echó una poca de agua, pegó el tío un resoplío:

—¡Ay, me he quemao

por una mala tentación

que me ha dao!

¡Toma mil pesetas que tengo!

Llegó a la del sacristán. La misma:

—Eh, que yo no tengo na más que quinientas pesetas.

Llega a la del monaguillo y dice:

—Pues yo no tengo nada.

Dice:

—Pues tú vas a dar ‘l avío.

Le manda a los tirantes:

—Desatácate.

Le puso una vela en el culo y se estaba en la tinaja alumbrando pa abajo con el culo.

Con que al domingo siguiente había misa. Y ella, con mil quinientas pesetas de aquellas veces, ya ves, guapa que era, una peineta y una mantilla, y iba a la iglesia y estaban los tres diciendo misa.

Mira el cura para atrás y dice:

—¡Mirarla qué ancha viene Mesíiiia!

Y salta el sacristán:

—¡Con la bolsa tuya y la míiiiia!

Y salta el monaguillo:

—¡Y yo por no tener dinero

ponía el culo de candeleeeeero!

Las evidentes diferencias tipológicas que hay entre el cuento de los tres pretendientes burlados por la casada y su marido y el cuento del cura burlado por pronunciar Mariquita triqui traca prueban lo desajustado que ha quedado el tipo ATU 1730 en el catálogo de Uther. Y no es ese el único problema que plantea, porque hay otros tipos y ramas más o menos autónomos o independientes que han sido metidos a la fuerza dentro de esa casilla tipológica, cuando todo indica que el panorama hubiera quedado más claro si hubieran recibido números de catálogo diferentes. Aunque tampoco había una discriminación perfecta, el anterior catálogo de Aarne-Thompson (1981), que distinguía varios tipos-ramas diferentes (AT 1730, AT 1730A* y AT 1730B*), era mucho más matizado:

AT 1730.

The Entrapped Suitors. The parson, the sexton, and the churchwarden visit the beautiful woman. The three undressed men are hidden when the husband comes home. The woman invites guests. The three chased off.

AT 1730A*.

Seducer Led into Pigsty. A gentelman lays snares for a maiden. She entices him into a pigsty and locks him up.

AT 1730B*.

Lover Left Outside Naked.

No es que las tres ramas que se distinguían en el viejo catálogo de Aarne-Thompson fueran la panacea ni diesen acogida clara y unívoca a todas las variables, porque tampoco alcanzaban a cubrir la selvática casuística de cuentos de chascos a curas que se conocen en la tradición oral hispánica. Pero aquella era por lo menos una clasificación más dúctil y flexible que la unificación en un tipo único propuesto en el posterior catálogo de Uther, del que se puede decir que ha creado, por lo menos en el dominio del folclore hispánico, más confusión que la que ya había.

Ángel Hernández Fernández escribió, por ejemplo, lo siguiente:

Encaja este argumento en el tipo 1730 que Uther llama «misceláneo»; sin embargo, donde resulta más claramente reconocible es en la descripción que I. Cardigos hace del subtipo AT 1730 A*, integrado en 1730 en la más reciente revisión del catálogo (Hernández Fernández, 2013: 268).

Isabel Cardigos, a quien se refiere Hernández Fernández, distinguió estos dos tipos:

Cardigos 1730, The Entrapped Suitors.

Cardigos 1730A, Tic-Tac, Seducer Led into Pigsty.

Esta discriminación en dos ramas, la segunda de las cuales incluye la fórmula Tic-Tac, ofrece a nuestro cuento de Mariquita triqui traca una clasificación tipológica potencial (Cardigos 1730A) clara y perfilada, pero sigue dejando sin casilla a otros cuentos de chascos de curas que siguen corriendo por la tradición oral hispánica y que no encuentran una casilla de tipo que los acoja de manera indiscutible.

Quien con mejor intuición y eficacia ha intentado aportar soluciones a esta conflictiva cuestión, fue Julio Camarena Laucirica. Lo hizo en proyectos y publicaciones que quedaron, por desgracia, incompletos y póstumos. Es posible que hubieran quedado más afinados si hubiera tenido tiempo para rematar el enorme catálogo de cuentos satíricos en el que trabajaba (en colaboración con el también finado poco después, en 2007, Maxime Chevalier), antes de su prematura desaparición en 2004.

Por suerte para nosotros, han quedado indicaciones más o menos claras acerca de las ideas que Julio Camarena Laucirica tenía en relación con los cuentos satíricos (incluido el tipo ATU 1730) en su libro póstumo Cuentos tradicionales recopilados en la provincia de Ciudad Real (II), aparecido en 2012, que ya he citado antes; y también en la clasificación que hizo de los cuentos registrados en las décadas de 1980 y 1990 por José Manuel Pedrosa en Extremadura y Andalucía: una colección que está todavía inédita, y que será publicada, esperemos que pronto, con el apéndice con las clasificaciones que Camarena Laucirica envió a Pedrosa antes de su fallecimiento.

La clasificación que hizo Camarena en esas dos obras, refleja mucho mejor la casuística de los cuentos de chascos de curas que circulan por el mundo hispánico que la clasificación rígida e indiscriminada que propuso Uther.

En su propia colección póstuma de cuentos ciudadrealeños, Camarena Laucirica editó y catalogó versiones de estos cuentos:

Núm. 389 de su colección. El monaguillo, el cura y el sacristán cortejan a la panadera.

La catalogación que dio: AT 1730.

Núm. 390 de su colección. El cura cría chirros [terneros] a pesar suyo. [Es paralelo de una modalidad del cuento de Mariquita triqui traca].

Núm. 391 de su colección. El cura muele en la almazara [es paralelo de una modalidad del cuento de Mariquita triqui traca].

La catalogación la dio para los dos cuentos: AT (variante de) 1730 [1730C].

Núm. 392 de su colección. El cura pare chotos.

La catalogación que dio: No indexado. [Es rama autónoma, pero tiene alguna relación con el cuento de Mariquita triqui traca, porque su protagonista es un cura que, tras acosar a una joven con estrategias distintas de las que ya conocemos, recibe el castigo de que un choto lama y mastique sus órganos genitales].

Núm. 393 de su colección. Ay, Mariquilla, Maricuela.

La catalogación que dio: AT 1730B*. [Es rama autónoma. Su protagonista es una mujer acosada por un hombre ciego. Compinchada con el marido, la mujer invita a su casa al ciego, y luego le dejan en calzoncillos en la plaza.]

Además, Julio Camarena Laucirica editó y catalogó, en su colección de cuentos manchegos, una versión recogida por él mismo de un relato que nos interesa porque sabemos que se contamina ocasionalmente, como espero probar en un estudio más ambicioso, con el cuento de Mariquita triqui traca.

Núm. 308 de su colección. La borrica en la cama.

La catalogación que dio: AT 1440. [Es un tipo diferente: un cura compra a un marido los derechos sexuales sobre su esposa; pero cuando espera que el marido le envíe a su esposa, el marido le envía una burra muerta que los criados meten en la cama del cura; cuando este se acuesta, se lleva el chasco de su vida.]

Detallo a continuación la catalogación que Julio Camarena preparó para la colección de cuentos extremeños y andaluces, todavía inéditos, de José Manuel Pedrosa:

Núm. [9] de la colección. La casada chasquea al cura, al sacristán y al monaguillo.

La catalogación que dio: AT 1730.

Núm. [24] de la colección. «[Mariquita, ñique]». [Se trata de la versión narrada en Herrera del Duque por Tomás Zárate Diajorge que ya he editado en este artículo].

La catalogación que dio: AT 1730C.

Núm. [26] de la colección. [El hijo sabio]. [Es versión narrada en Herrera del Duque por, una vez más, Tomás Zárate Diajorge].

Es un tipo contaminado, compuesto por El cura, el sacristán y el monaguillo galantean + El hijo listo cubre con sábanas los bueyes para que la merienda del amante vaya a su padre

La catalogación que dio: AT 1730 + AT 1358C

Núm. [32] de la colección. [El cura, el sacristán y el monaguillo muelen]

La catalogación que dio: AT 1730.

Núm. [101] de la colección. [El cura corrido].

Es un tipo contaminado, compuesto por El cura es echado en camisa de casa de la casada + Mozos portan la colmena con el cura + La miel salobre.

La catalogación que dio: AT 1730B* + Motivo Th K335.1.6.1 + Motivo Th K335.1.6.3.

La conclusión que podemos obtener de la suma de todos estos datos es que Julio Camarena Laucirica vinculó estos números con los siguientes cuentos:

-Camarena 1730: lo asignó al cuento de los tres pretendientes de la mujer casada, que reciben, uno detrás de otro, un chasco urdido por ella y por su marido;

-Camarena 1730A: dejó esta casilla vacía, a pesar de que tanto Aarne-Uther como Cardigos asignaron ese número a los cuentos del tipo de Mariquita trica traca.

-1730B (o 1730B*, con el asterisco que indica que no es categoría definida en el catálogo de Uther): lo asignó al cuento del pretendiente indiscreto atraído a la casa de la mujer, que recibe el chasco de ser arrojado desnudo a la calle;

-1730C (o 1730C*, con el asterisco que indica que no es categoría definida en el catálogo de Uther): asignó este número a los cuentos de la familia de Mariquita trica traca, tanto a los que terminan con el castigo del ternero chupador como a los que terminan con el castigo de la molienda forzada.

EL ROMANCE DE LA MUJER DEL MOLINERO Y EL CURA Y EL CUENTO DE MARIQUITA TRIQUI TRACA

Es fácil imaginar que con tal afluencia de versiones y de ramas, algunas ocasionalmente cruzadas y contaminadas, la dilucidación que debemos a Julio Camarena Laucirica del tipo ATU 1730 es sumamente clarificadora, aunque nosotros debamos darla todavía por provisional, porque para poder compulsarla como se debe hacer sobre la pluralidad de todas las versiones, se precisaría un espacio del que ahora no disponemos.

Aplazo, pues, la transcripción, el cotejo y el estudio de los relatos, las ramas y las versiones que he ido indicando, y de otros muchos que saldrán al paso, para un artículo que llegará pronto. Y me limitaré ahora a reproducir una versión del muy difundido romance tradicional de La mujer del molinero y el cura (se le conoce también como La mujer del tahonero y el cura y como El entremés), que fue registrada por Alberto Alonso Fernández en el pueblo de Ochavillo del Río (Córdoba) en 2009. Es versión que se puede escuchar (y cuya transcripción se puede leer) en el Corpus de Literatura Oral de la Universidad de Jaén, que dirige el profesor David Mañero.

Las coincidencias argumentales del romance de La mujer del molinero y el cura con varios de los cuentos que hemos conocido, sobre todo con el de Mariquita triqui traca, y en concreto con la rama que presenta el castigo mediante la molienda forzada (y no mediante los chupetones del becerro en el sexo del cura) son tan evidentes que permiten concluir que este romance es una versión en verso y cantada de la forma narrativa, en prosa, de una de las ramas del cuento:

Si usted me escuchara un rato le contaría el entremés,

lo que le pasó a un troneras un día con su mujer.

La visita un padre cura y le pisaba los pies.

Se lo dice a su marido y le dijo: —Está muy bien;

cítalo para esta noche y ponle bien de comer—.

Estando los dos cenando, el pae cura y la Isabel,

llegó el marido a la puerta, diciendo: —Ábreme, Isabel.

—Padre cura, ¡es mi marido!, ¿dónde meteré yo a usted?

—Méteme en aquel costal méteme en aquel fardel—.

Estando los dos cenando, el marido y la Isabel:

—¿Qué hay en aquel costal?, ¿qué hay en aquel fardel?

—Hay un poquillo de trigo que ha caído que moler.

—Coge la luz y miraremos que ese trigo quiero ver—.

Descubrió pelo y corona y un sombrero calañés.

—Hola, hola, padre cura, ha venido usted muy bien; [Com.]

tengo la mulilla coja y lo va a moler usted—.

Lo engancharon a la una, lo soltaron a las tres.

Y al otro día de mañana, a misa fue la Isabel.

—Hola, hola, padre cura, hola, hola, padre Andrés,

vaya usted esta noche a casa a que usted me pise el pie.

—Que te lo pise el demonio, yo bastante molí ayer. (Fernández, 2009)

Mucho se podría escribir, aunque no tengamos espacio ahora para ello, acerca del romance de La mujer del molinero y el cura, cuyo argumento está ligado sin duda a los cuentos de chascos de curas, muy en especial al de Mariquita triqui traca (y a la rama que concluye con la molienda forzada).

Ahora es el momento solo de compararlo con una joya excepcional de la literatura oral hispánica: un cuento que forma parte de la asombrosa colección que registró José María Domínguez Moreno en el pueblo cacereño de Ahigal, y cuya trama está tan cercana a la del romance de La mujer del molinero y el cura como a la de la forma de Mariquita triqui traca que termina con la pena de molienda del cura. Este cuento ahigaleño es, de hecho, absolutamente singular por uno de sus motivos, que no habíamos localizado hasta ahora en los cuentos de la familia de Mariquita triqui traca, y que es muy propio en cambio, del romance de La mujer del molinero y el cura: el de la conspiración de la molinera y del molinero para atraer a la trampa al cura.

El cura y la molinera.

Esto era que era un molinero y la su mujel, que tenían un molino pa moler el trigo. Tenían que moler mucho, y lo que pasa es que no había agua pa poder moler, que el río no tenía ni na de agua pa moler. Pos ya tenían un burrino, que molían con el burro, pa mover la ruea con el burrino. Pero de tanto moler el probé burrino, de tanto trabajar, pos na, que se murió to eslomaíto. Y el molinero le dicía a la su mujer, a la molinera:

—¿Qué vamos a jacel? No hay agua en el río y encima mos se ha muerto el burro. ¡Con to lo que tenemos que moler! Si por lo menos teniéramos perras pa comprar otro burrino.

Eso se lo dicía a la su mujel, que la su mujel era mu apaña, y dice que le dicía la su mujel:

—Eso lo arreglo yo antes de por la noche.

De mo que va pa la casa del cura y llama a la puerta y sale el cura pa la su puerta:

—Catalina, cuánto tiempo sin velte. Tú me contarás lo que te trae pa aquí.

Y Catalina, que la molinera se llamaba Catalina, va y le dice la Catalina:

—Usté me dijo un día que le gustaría jacer conmigo triqui triqui. Pos si sigue en lo mesmo, lo espero en el molino a la puesta del sol, que el mi hombre se ha ío a comprar talegas y no güelve hasta que amaneza.

A la puesta del sol ya estaba el cura en el molino. Y le dice la molinera, la Catalina, le dice al cura:

—Usté tranquilo, señol cura, usté tranquilo, que tenemos toíta la noche pa jacel triqui triqui.

Va el cura y se quita la sotana, y la Catalina:

—Traiga pa acá la sotana, que la guarde en el arcón pa que no coja polvo.

Aluego va el cura y se quita los pantalones, y otra vez la Catalina:

—Señol cura, traiga pa acá los pantalones que los guarde en el arcón pa que no cojan polvo.

Cuando ya se iba quitando el cura los calzoncillos, que llaman a la puerta:

—Catalina, abre la puerta. Catalina, que me he pensao dejar la compra de las talegas pa mañana.

Y empieza la Catalina:

—Ese es el mi hombre. Ahora entra y mos mata. Asín que vístase de corriendo, señol cura, que si lo encuentra casi desnú mos mata a los dos. ¿Qué mentira le cuento? ¿Qué mentira le cuento?

Antes de empezar a vestilse ya estaba el molinero endrentro, y ve al cura medio corato. Y antonces el molinero:

—¿No estaría usté con la mi mujer jaciendo triqui triqui? Porque los mato.

Y la mujel:

—¡Mira, que eres desconfiao! Resulta que esta mañana me ío a confesar y le dicho al señol cura que mos se había muerto el burro y que estábamos en un aprieto mu grande de no poder mole. Me ha dicho que si él podía jacer lo del burro, y yo le dije que güeno, que una ayuína siempre viene bien. Asín que aquí estaba pa ayuarmos. Si se ha quitao la sotana y los pantalones es pa no ensucíalos, que por eso se los tengo yo guardaítos en el arcón. ¿Es verdá, señol cura, o no es verdá?

—To verdá, verdá.

Coge el molinero y le dice al cura:

—Usté perdone que uno haiga sío tan desconfiao. Pero no sabe lo bien que me viene la ayúa, más que tengo que tener molías pa mañana cien fanegas de trigo.

Asín que le engancha to los atajarres del burro y le planta las orejeras, que las orejeras son pa que no se maree de dar güeltas. Aluego lo pone a dar güeltas moviendo las rueas toíta la noche. Y el molinero y la su mujel echando los granos por la tolva. Toa la santa noche sin parar pa moler las cien fanegas de trigo. Cuando ya llegó la mañana le dice el molinero al cura:

—Coja la sotana y se vaya a descansar, que la Catalina y yo le queamos mu agraecíos.

Se jue pa casa el cura to eslomaíto, que no se levantó en tres o cuatro días. Ya que barruntó que se había levantao va la Catalina pa la casa del cura, y le dice al cura:

—Señol cura, venga pal molino que jagamos triqui triqui, que el mi marío no está y no güelve hasta mañana.

Y va el cura, y le contesta el cura:

—Catalina, Catalina,

cómprate un burro si quieres jarina.

Es que el cura ya queó escarmentao de los apaños que tenían el molinero y la Catalina pa engánchalo pa moler. (Domínguez Moreno, 2011: núm 192)

CULTURA POPULAR, ANTICLERICALISMO Y BIOPOLÍTICA

No es este artículo el lugar más adecuado para insistir en lo que ya ha sido dicho muchas veces, por infinidad de eruditos: que la cultura popular, y con ella la literatura oral, se caracterizan por ser espacios de resistencia ideológica y política, además de verbal, frente a las imposiciones de las élites. Élites entre las que cabe contar no solo a las clases de la realeza y la nobleza, a los grandes y medianos propietarios, a los altos y medios funcionarios, sino también al clero.

El clero ha sido tradicionalmente, durante siglos, la élite con la que el pueblo ha estado más en contacto, y la que ha intentado ejercer un dominio más estrecho sobre los que estaban debajo, puesto que el clero dictaba normas que afectaban a lo más íntimo: a las creencias, la espiritualidad, las costumbres, los rituales, los discursos de la gente común.

La respuesta de las clases populares no podía darse abiertamente en el ámbito de la rebelión política y social, ya que en ese terreno los sometidos llevaban todas las de perder. Pero sí en el ámbito de los discursos. De ahí la gigantesca cantidad y variedad de los cuentos, chistes, parodias anticlericales que han sido producidos durante siglos por las clases sometidas. La mayor parte de esas parodias, muchas de las cuales serían improvisadas, se habrán perdido y olvidado, por la presión de la censura y porque su transmisión fue fundamentalmente oral, y por eso efímera. Pero las parodias populares contra los curas que han quedado documentadas, aunque son una parte muy pequeña de las que hubo, son muchas y muy interesantes desde el punto de vista filológico, antropológico, sociológico, histórico. El cuento de Mariquita triqui traca registrado en Herrera del Duque, y su compleja familia de paralelos y de relatos parecidos, son un ejemplo entre muchos más que hay de ese repertorio.

Todas las variantes de Mariquita triqui traca son burlas contra la prepotencia del clero en varios niveles: en el nivel del abuso de poder (es decir, de su posición política), en general, sobre sus fieles; en el del abuso sexual (los curas protagonistas son acosadores sexuales de sus feligresas e inductores a su adulterio, y el cuento censura y castiga ese comportamiento); y en el nivel del discurso: el triqui traca que pronuncia el cura es una frase hecha, una contraseña, un rito verbal que el sacerdote pronuncia con tanta desenvoltura como cuando el clérigo emite otros tipos de discurso acuñados: la oración, el sermón, la confesión. El que el cuento de Mariquita triqui traca nos muestre a un cura que pretende ejercer abusivamente su autoridad sobre los demás utilizando esa fórmula, que además es torpe y ridícula desde el punto de vista poético, y además tiene obvias connotaciones sexuales, es la causa de que el pueblo responda con su parodia no solo moral, social, política, sino también discursiva, verbal.

En el cuento de Mariquita triqui traca se aprecia muy bien, además, que en cuanto el cura pronuncia su breve y grosero triqui traca, la mujer acosada por él pone en marcha un dispositivo verbal más complejo y eficaz: un diálogo con algún familiar (padre, esposo, hermanos…) con los que planea la burla y el escarnio del cura. La derrota del verbo inepto del clérigo (el representante de un estamento dominante) frente al verbo inteligente de la humillada plebe es una constante que se repite en la mayoría de los «cuentos de curas», y que adscribe al cura que protagoniza este cuento, como a tantos otros, a la categoría de los «anti-héroes malos traductores», al gremio de los usuarios deficientes de la palabra, que pierden la partida frente a quienes utilizan formas del discurso más elaboradas e inteligentes que las de ellos2.

Otra conclusión muy interesante que se puede deducir del cuento de Mariquita triqui traca es que el escarnio contra el cura abusador es tramado, primero verbalmente y luego poniéndolo en práctica, por la alianza estrecha entre la mujer acosada y su familiar (esposo o padre, normalmente). El papel que la mujer ocupa en el cuento es, por eso, relevante, activo. En ocasiones, incluso protagonista, porque hasta hay alguna versión en que es la molinera quien toma la iniciativa y quien provoca el deseo libidinoso del cura con la intención de atraerle hacia una trampa y burlarlo. Hay también algunas pocas versiones en que la esposa es adúltera; pero curiosamente, el castigo del esposo no recae sobre ella, sino que se ensaña sobre todo con el cura. El papel enérgico de la mujer en el repertorio de los cuentos de curas, y su capacidad ocasional para evitar los castigos y salir indemnes de sus aventuras amorosas, revela que la cultura popular ha solido pintar a muchas mujeres como personajes capaces de actitudes y acciones resueltas, vigorosas, capaces de defender su autonomía personal e incluso su libertad sexual.

La tiranía que en muchas ocasiones y en muchas obras literarias ejerce el cura contra su feligresía, en especial contra la femenina, permite la comparación con lo que Michel Foucault (2007; 94-95), en su inquietante monografía sobre Los anormales, definió como el monstruo político. Foucault, quien estudió en profundidad las formas del discurso asociadas a la autoridad religiosa (el sermón y, sobre todo, la confesión), no dedicó tanta atención, por desgracia, al chiste anticlerical. Ojalá lo hubiera hecho, porque de él se hubieran podido esperar reflexiones trascendentales sobre esta forma del discurso. El ejemplo de Mariquita triqui traca, o el corpus en general de los cuentos de curas, con sus torneos de palabras en que el cura se muestra como un inepto verbal y queda por lo general humillado, permite que nosotros podamos crear, siguiendo el modelo del monstruo político propuesto por Foucault, la figura del monstruo verbal, que identificaría a aquel que pretende ejercer sus abusos mediante usos muy codificados de la palabra.

Es importante señalar, además, que el espacio en que se desarrolla este cuento no es el de la iglesia, que sería el recinto de poder más natural del cura. El paisaje de este cuento es el de la calle e incluso el de las casas de las víctimas. Eso es inquietante. El cura cree que puede imponer su autoridad tiránica en todo el recinto del pueblo, y no solo en su iglesia. Quiere ser el dueño de espacios, de vidas, de cuerpos que no le pertenecen. Ello intensifica su caracterización de monstruo político, de tirano que aspira a ser omnipotente y omnipresente.

Mucha literatura escrita y canónica ha tomado prestada la sátira anticlerical de la fuente inagotable de la tradición popular: el Decamerón, los Cuentos de Canterbury, La Lozana andaluza, Gargantúa y Pantagruel, el Lazarillo de Tormes, La pícara Justina, La Regenta… son obras maestras de la literatura universal que están protagonizadas por clérigos que encarnan toda suerte de vicios y pecados, con uno que va muy por delante de los demás: el del abuso sexual.

Algunas de las causas y de los textos precursores de esta tradición los detectó ya Bajtin. Vale la pena leer estas reflexiones suyas, al final de las cuales comenta un cuento acerca de un cura que es castrado por sus víctimas. Ello abre un panorama nuevo de sugerencias, porque podría tener una relación muy significativa con nuestro cuento de Mariquita triqui traca, con el cura cuyo falo no es castrado, pero sí maltratado, al final, por un becerro, en una escena que podría ser interpretada como un amago o simulacro o metáfora de la castración:

En la literatura recreativa latina de los siglos XII y XIII, las imágenes del banquete, así como las que se hallan ligadas a la virilidad, están habitualmente concentradas en torno a la figura de un monje borrachín, glotón y disoluto. Esta imagen es por demás compleja e intermitente. En primer lugar, al estar entregado a la vida material y corporal, el monje se halla en contradicción brutal con el ideal ascético al servicio del cual se supone que está […].

Examinaremos una historia de este género que gozaba de gran popularidad. Su tema es bastante simple: un monje tiene la costumbre de pasar sus noches con una mujer casada hasta que un día el marido lo descubre y lo castra. Los autores compadecen más al monje que al marido. Para caracterizar (irónicamente) la «castidad» de la dama, se cita el número de sus amantes, que sobrepasa toda cifra verosímil. De hecho, esta historia no es otra que «la farsa trágica de la pérdida del falo del monje». El número importante de manuscritos que conocemos del siglo XIII dan testimonio de su popularidad. En muchos de ellos aparece bajo la forma de una «alegre homilía», mientras que en el siglo XV adquiere la forma de una «Pasión». En el Codex parisinus, se titula Passio cuiusdem monachi. Presentada como una lectura evangélica, comienza con las palabras: «En aquel tiempo...». De hecho, es una verdadera «pasión carnavalesca». (Bajtin, 2003: 264-265)

El viejo cuento medieval que llamó la atención de Bajtin no es un paralelo estrecho del cuento de Mariquita triqui traca (aunque se acerca a alguna de sus ramas en que la mujer sí comete adulterio con el cura y fraude hacia su marido). Pero su final, con la castración del cura a manos del marido, sí que se puede relacionar con el final del cuento de Mariquita triqui traca, en que un becerro, novillo, vaca, etc., chupa el falo del cura. A nadie se le oculta que si un animal de esa especie la emprende con un falo, es imposible que el varón víctima de ese acto no quede castrado.

De una lectura profunda del cuento de Mariquita triqui traca no puede sino deducirse, por eso, que el cura primero prepotente y confiado en su poder político y verbal y en su vigor sexual, se quedó al final humillado en todos los aspectos: desposeído de autoridad, engañado por aldeanos que tenían más pericia verbal que él, y despojado, al menos simbólicamente, de sus órganos genitales.

Apreciamos de este modo hasta qué punto el cuento de Mariquita triqui traca, que una lectura superficial podría interpretar como un simple y trivial chiste, sin mayor interés, nos desvela en realidad una especie de campo de batalla en que queda escenificada una vez más el triunfo de la clase popular y de su palabra sobre la clase hegemónica y la suya, con un despliegue de símbolos que impresiona por su complejidad y eficacia, cuando pueden ser descifrados.

El que este de Mariquita triqui traca, y todo el amplísimo repertorio de cuentos de curas que ha sido documentado en la tradición oral insista en este esquema del triunfo en el terreno del símbolo y de la ficción del sometido sobre el sometedor, nos avisa de que sería muy provechoso analizar e interpretar estos relatos desde el punto de vista de la biopolítica: la disciplina que se encarga de estudiar las conflictivas relaciones entre historia, política, vidas y formas del discurso de la gente. No hay muchos repertorios literarios que inviten a pensar en las tensas relaciones entre las clases políticas de élite y del pueblo bajo, entre las culturas de los dominantes y de los dominados y que tengan la libertad, la naturalidad, la sinceridad de los llamados cuentos de curas.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Fecha de recepción: 1 de mayo de 2020
Fecha de aceptación: 4 de mayo de 2020

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* Agradezco a mi abuelo, José Rodríguez Zarza, el que me comunicara el cuento que ha sido el origen de todo este trabajo; y agradezco también su orientación y la cesión de sus materiales de literatura oral a mi profesor José Manuel Pedrosa.

1 Véase, acerca de este fabuloso narrador de Herrera del Duque, el trabajo de Pedrosa (2019).

2 Sobre las categorías del héroe o del anti-héroe mal traductor, que puede ser trágico o cómico según los casos, véase Pedrosa, 2018.