María-Cruz La Chica, Narrativa de tradición oral maya tojolabal, con la colaboración de Alejandro Curiel. Prólogo de Aurelio González. Transcriptores: Alejandro Curiel, Ecsac Noé Hernández, María Bertha Sántiz Pérez y Adrián García. Traductores: Alejandro Curiel y María-Cruz La Chica, Madrid / Alcalá de Henares, Marcial Pons / Instituto Universitario de Investigación de Estudios Latinoamericanos / Universidad de Alcalá, 2017, 233 pp.

Las tradiciones orales de los pueblos originarios de México y de Mesoamérica en general siguen siendo depósitos de tesoros de originalidad y de valor incalculables. No es posible saber con exactitud por cuántos años o décadas (no siglos, desde luego) seguirá siendo así, puesto que la presión de la globalización conspira contra ellas y estrecha cada vez más su base social, su espacio y su tiempo, igual que sigue minando los demás sistemas de creencias y tradiciones orales de los pueblos que fueron alguna vez colonias y que hoy son post-colonias de Occidente.

El declive, cuya serie histórica remonta a la era de la destrucción y la alienación socioculturales y religiosas que llegaron con la conquista y la colonización española y europea, se ha desarrollado a un ritmo tenaz durante siglos, por más resistencia que hayan intentado oponer los pueblos originarios al desahucio total de sus identidades; el cual sigue siendo la meta final, como lo fue durante los cinco siglos anteriores, también de quienes se hallan ahora al mando de la última globalización, la impulsada desde Silicon Valley (o Silicon Valley-Wall Street), principalmente. Porque es obvio que el proceso ha adquirido un ritmo más rápido y ha desarrollado una potencia destructiva mayor (si cabe) en las últimas décadas, en alas de una cultura de consumo y de masas que, reforzada por usos y consumos alienantes de internet, disputa cada vez con mayor fiereza e intolerancia sus espacios a las culturas autóctonas tradicionales.

Un indicio muy inquietante de esa decadencia es que hasta en el pueblo más apartado del México y de la América rurales está ya bien asumido que los abuelos saben más y mejores relatos que los que saben los jóvenes; y lo que es peor: que a los jóvenes les interesa cada vez menos la cultura (si es que no la desprecian abiertamente) de los mayores. Cuando tal falla entre generaciones queda abierta, certificada y hasta normalizada dentro de la propia comunidad, la única lectura que cabe hacer es que la curva descendente no puede tener vuelta atrás, y que la enajenación total ha de ser cuestión de unas cuantas (más bien pocas) generaciones.

Los campesinos del pueblo maya tojolabal que contribuyeron con su memoria y con sus palabras a que naciese este libro tienen de sesenta años para arriba (el más mayor alcanzaba los ochenta y cinco), excepto dos que estaban en la franja de los cuarenta y otros dos en la de los cincuenta. Que la edad avanzada es requisito que se asocia a la preservación de la memoria ancestral queda una vez más, en estas páginas, demostrado; y avisa de que el viaje hacia la extinción como identidad diferenciada se encuentra en fase de desarrollo muy avanzada.

Labores de acercamiento, recuperación y dignificación de su cultura como las que está desarrollando María Cruz La Chica con personas de las comunidades mayas tojolabales de México no podrán hacer que se detengan, ni mucho menos que se inviertan, las agujas de ese ominoso reloj, pero sí que las personas sensibles hacia las culturas de los otros, los lectores de allá y de acá, las generaciones (de mayas tojolabales y de cualquier otro pueblo o país) del futuro, tengan la posibilidad de acercarse con garantías de calidad, sensibilidad y respeto a los saberes de un pueblo que, entre injusticias y humillaciones sin fin, ha sido capaz de preservar un corpus de creencias y de narraciones de valor todavía incalculable.

El libro (con edición bilingüe de los relatos tradicionales: tojolabal y español) de María Cruz La Chica es una introducción rigurosa y comprensiva a la cultura que el pueblo maya tojolabal del sureste del estado de Chiapas, en México, sigue expresando a través de, entre otras manifestaciones (las creencias, los rituales, las formas de organización social), sus tradiciones orales. Arranca con una densa introducción, de medio centenar de páginas aproximadamente, que nos desvela «¿Quiénes son los tojolabales?», cuáles son las claves de su «Literatura de tradición oral», y qué difícil y comprometido itinerario siguió la autora desde el trabajo «Del campo al texto: metodología(s)»; sigue una «Breve caracterización de la narrativa tojolabal» y un conciso pero muy oportuno y clarificador ensayo de Alejandro Curiel a «La lengua de los tojolabales».

Vienen a continuación las transcripciones de dieciocho tipos cuentísticos diferentes, algunos de ellos en versiones comunicadas por personas distintas: El origen de los animales, El pecado original, Los hermanos y la miel, Los hermanos rayo, El hombre y el viento, El hombre viento, El maíz y la hormiga arriera, La mujer / El maíz y la hormiga arriera / Sombrerón y la mula, La bolita de pozol, Sombrerón y la mula, Sombrerón y el tesoro, Juan Haragán y el zopilote, Juan Haragán y el tesoro, El conejo y la figura de cera, El conejo y el coyote, El tigre y el hombre, La tigresa y el pueblo sin agua y La sapa y la coneja. Cuatro versiones diferentes del relato de El origen de los animales, siete de El maíz y la hormiga arriera, tres de Sombrerón y la mula y otras tres de Juan Haragán y el zopilote son indicadoras de los temas de mayor popularidad en las comunidades encuestadas, al tiempo que muestrarios de la creatividad caleidoscópica de la palabra tojolabal, que logra en estos relatos (como en realidad sucede en toda tradición oral viva, y no solo de la suya) un equilibrio sutil y admirable entre fidelidad a la tradición y novedad de cada reelaboración personal de cada relato. De otros tipos narrativos (de los cuatro últimos del elenco, por ejemplo) se ofrece una única versión.

Todas las narraciones fueron registradas de manera personal por María Cruz La Chica en complejas y accidentadas (según refiere en sus páginas introductorias) campañas de campo que se desarrollaron en las comunidades tojolabales entre junio y septiembre de 2011 y abril y septiembre de 2013. El acercamiento que la autora hace a cada uno de ellos procura mantener los cuentos en el centro de su investigación y considerarlos, por encima de cualquier otra cosa, llaves para el entendimiento de las formas de hablar y de pensar propias y distintivas de las comunidades y de los hablantes tojolabales con los que ha trabajado.

Soslaya, por eso, cualquier análisis comparativo: nadie busque aquí las concordancias con los convencionales catálogos de motivos y de tipos de Aarne, Thompson, Uther, etc., por más que el material narrativo pudiera prestarse dócilmente a ello; evita cualquier acercamiento evolucionista-historicista, para centrarse en el registro y el análisis rigurosamente sincrónicos de estos relatos; y se mantiene completamente al margen, por fortuna, de cualquier especulación psicologista, de las que se hallan en la base de los enfoques del psicoanálisis o de la mitocrítica, por ejemplo.

Es de lamentar, en cualquier caso, y es esa una laguna de la que la autora es plenamente consciente, y que justifica con razones admisibles, la no consignación ni atención a los mil y un registros y matices pragmáticos que debieron aflorar en cada acto de narración o performance. La culpa no es, desde luego, de ella, sino de las limitaciones (que nos afectan a todos) de un formato, el de la escritura libresca, que no tiene medios para dar cuenta fidedigna de ese nivel de expresión; es especial si, como es el caso, el volumen impreso no se ve acompañado de la (inevitablemente invasiva y, en ocasiones, éticamente conflictiva) documentación audiovisual correspondiente. Grave déficit, en cualquier caso, para la recepción a posteriori de estos relatos.

Dejando la espinosa cuestión pragmática y performativa (que ningún etnógrafo ni filólogo ha podido solucionar de manera ideal) al margen, no cabe duda de que María Cruz La Chica ha logrado construir, desde la experiencia del trabajo de campo empírico más que del de la erudición escolástica (que está muy presente en el libro, pero en un plano de discreción), un método propio, coherente y sistemático, que le sirve para elaborar de manera dúctil y eficaz una poética de conjunto de las narraciones orales de las comunidades tojolabales con las que trabajó, al tiempo que para dar cuenta de las singularidades de cada relato; un método, en fin, que persigue la máxima depuración en la transcripción-traducción-edición lingüístico-literaria, junto con la comprensión de esos relatos en el marco etnográfico, ideológico y sociológico en el que tradicionalmente funcionan.

Es opción prudente y, sobre todo, consecuente y legítima, dada la exigencia extrema de las metas y los desafíos (de los que salió bastante airosa) que esta investigación hubo de enfrentar, y la no existencia, hasta hoy, de un método holístico en que puedan confluir y ser sumados armónicamente todos los enfoques posibles.

En las complejísimas labores de transcripción, traducción y edición (en las que la autora hubo de tejer y destejer con paciencia infinita, hasta destilar el método que resultó ser el más coherente y comprensivo) contó con la colaboración y con la posibilidad de consultar cada detalle con las demás personas que figuran en los créditos del libro: hablantes o profundos conocedores, todos, de la lengua y la cultura tojolabal. La edición final que, como fruto de todo ese intrincado proceso, llega a los ojos del lector, es algo más que el fruto de una etnografía y de una filología depuradísimas (respetuosa hasta con los modos de expresión de cada localidad y persona, y con las variantes dialectales que afloran en cada relato): es también una especie de proyecto colaborativo en que se vieron implicados los narradores, la comunidad, los colaboradores científicos y la propia autora, en el marco de unas relaciones de cooperación y de respeto que se cruzaron en todas las direcciones.

Pese a la (obligada por el formato) renuncia a reflejar los rasgos de la performance, el escrúpulo de la autora ha sido, en todos los demás aspectos, ejemplar. En la (mucho más extensa y detallada) tesis doctoral del mismo título (leída en la Universidad Complutense de Madrid en 2015; cito a continuación las pp. 139-140) de la que nació este libro, algunas justificaciones son más que ilustrativas:

La división en ‘segmentos’ de las versiones que componen este corpus responde a un criterio general de tipo gramatical según el cual cada segmento corresponde a una oración completa. Sin embargo, ha habido veces en las que este criterio general ha tenido que ceder a otros en virtud de la claridad expositiva de su presentación. Este es el caso, por ejemplo, de algunos enunciados que no cuentan con ningún verbo en forma personal y que, sin embargo, hemos dispuesto en segmentos independientes: «—Ah, bueno…» (seg. 19, MLC-24).

Cuando el narrador hizo uso del paralelismo (recurso literario frecuente en este corpus), nos pareció necesario reflejar en la edición la unidad literaria que componen sus dos partes mediante la inclusión de las mismas en un solo segmento (aunque, gramaticalmente, estas pudieran considerarse oraciones independientes) y separarlas mediante punto y coma, como en MLC-15 […].

En ocasiones, sin embargo, el paralelismo elaborado por el narrador está compuesto por varios pares de enunciados, y su inclusión en un solo segmento habría oscurecido la identificación de su unidad. Por ello, cuando la estructura paralela se compuso de cuatro o más enunciados, estos se dispusieron en pares y en segmentos separados, como puede verse en el ejemplo de MLC-21 […].

Cuando el narrador ha utilizado el recurso de la pregunta retórica (que se formula y se responde a sí mismo) o ha puesto este recurso en boca de los personajes, hemos mantenido la pregunta y la respuesta en el mismo segmento para reflejar que ambas constituyen una unidad estilística, como se muestra en MLC-22 […]

Cuando se da esta misma estructura pero no como pregunta retórica sino con el sentido de ‘te pregunto porque…’ implícito entre ambas unidades, también las hemos mantenido en un solo segmento, como se muestra en MLC-32…

La lectura, en los escasos minutos que reclama, de esta retahíla de justificaciones, no puede ser reflejo ni es capaz de hacer justicia a los largos meses de encuesta in situ ni a los años de intenso trabajo de gabinete, con sus muchas dudas, angustias y marchas para adelante y para atrás, que María Cruz La Chica hubo de invertir hasta llegar a su destilación. El escrúpulo metodológico y la claridad a la hora de justificarlo que revelan es uno de los méritos mayores de su trabajo. Su traslación sin concesiones a la pauta de los textos que quedan puestos al alcance del lector basta para situar, en cualquier caso, la tesis doctoral y el libro que nació de ella en el podio más selecto de las investigaciones de etnografía y de literatura oral en general que han visto la luz en la lengua española.

Cabe lamentar aquí que las limitaciones de espacio que suelen poner trabas fatales a cualquier monografía académica que acaba pasando al formato del libro publicado por una (en este caso muy prestigiosa y meritoria) editorial comercial sean la causa de que capítulos fundamentales de la tesis doctoral de 2015 se echen de menos, y mucho, en el volumen que vio la luz en 2017.

Las podas durísimas se hacen notar en los capítulos que en la tesis llevaban los títulos de «Los tojolabales en la actualidad», «Breve desarrollo histórico de Chiapas», «Líneas de crítica», «Trabajo de campo: Metodología(s)» y «Criterios de edición del corpus», que reaparecen dos años después en el libro, pero muy abreviados o completamente refundidos. Aunque lo que es una pérdida realmente grave es que los lectores del libro no tengan la opción de asomarse a las ciento ochenta páginas del fascinante capítulo de la tesis titulado «Formas, mecanismos y significados de los elementos constitutivos del corpus registrado», que pasa revista a todos y cada uno de los relatos y de sus variantes, y que moviliza destrezas e intuiciones que no han sido ensayadas en el resto de la no escasa bibliografía sobre tradiciones narrativas orales que se halla ya disponible en nuestra lengua.

Es de desear que las 340 páginas introductorias de la tesis de 2015 puedan ser alguna vez leídas, estudiadas y disfrutadas sin los recortes que fue obligado hacer para embutirlas en las 50 páginas introductorias del libro de 2017. Son una aportación original y relevante, de alcances, profundidad y honestidad excepcionales, por lo que no puede ser desperdiciada, a la teoría y a la metodología práctica de la etnografía y la literatura oral no solo de los pueblos originarios de América, sino de las culturas y literaturas tradicionales del mundo en general.

Queda, por el momento, el consuelo de que incluso en su renacer más sintético, este tesoro de Narrativa de tradición oral maya tojolabal que publicó, en hermosa edición, la editorial Marcial Pons en 2017, es obra que ha logrado ya, por méritos bien ganados, el título de obra modélica y de referencia.

José Manuel Pedrosa
(Universidad de Alcalá)