Un gato noctámbulo capturado por dos Juanes: locura, brujería y memoria oral en Capulhuac, México, ca. 1940 (leyenda migratoria 3055)*

A Nocturnal Cat Captured by Two Juanes: Madness, Witchcraft and Oral Memory in Capulhuac, Mexico, ca. 1940 (Inmigration Legend 3055)

Xochiquetzalli CRUZ MARTÍNEZ, Ixchel REYES ROJAS Y Susan Stefan TÉLLEZ RODRÍGUZ

(Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa / Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa / Universidad Autónoma de la Ciudad de México-Cuautepec)

adissarosa@gmail.com / ixx.seyer.sojar@gmail.com / susantellezrodriguez@hotmail.com

https://orcid.org/0000-0003-2006-3271 / https://orcid.org/0000-0002-7711-7173 / https://orcid.org/0000-0001-9636-8309

ABSTRACT: An oral narrative recorded in 2020 evokes a case of madness supposedly induced by witchcraft that took place in the village of Capulhuac, in the Estado de México, when the narrator's mother was a child. The story is transcribed and contextualised, and some of its folkloric-narrative motifs are studied, especially those that demonstrate the mixture of Mexican autochthonous elements and elements with Spanish and European roots.

KEYWORDS: Case, legend, tale, orality, madness, witchcraft, folk medicine.

RESUMEN: Un relato oral grabado en 2020 evoca un caso de locura inducida supuestamente por brujería que aconteció en el pueblo de Capulhuac, en el estado de México, cuando la madre del narrador era niña. Se transcribe y se contextualiza el relato y se estudian algunos de sus motivos folclórico-narrativos, especialmente aquellos que demuestran la mezcla de elementos autóctonos mexicanos y de elementos con raíces españolas y europeas.

PALABRAS-CLAVE: Caso, leyenda, cuento, oralidad, locura, brujería, medicina popular.

UN CASO DE BRUJERÍA ATESTIGUADO EN CAPULHUAC EN TORNO A 1940

El día 31 de octubre de 2020 don Rodolfo Reyes Gil, quien tenía entonces cincuenta y cinco años, relató a su hija Ixchel Reyes Rojas una narración oral que le había sido contada a su vez por su madre, doña Gabina Gil Berriozábal (nacida en 1930, fallecida en 2010), y que formaba parte del repertorio oral de su familia.

Los sucesos evocados habían girado en torno a ciertos síntomas de locura que había manifestado por algún tiempo una tía de su madre, Aurelia, en el pueblo de Capulhuac, en el estado de México; la enfermedad había sido provocada, en opinión de la familia, por la hermana de Aurelia, Rosalía, a la que tenían por bruja. El comportamiento errático de Aurelia había suscitado, con el fin de intentar sanarla, un complejo de creencias y de prácticas de carácter mágico realmente excepcional, allá por las décadas de 1930-1935; de aquellos acontecimientos había sido testigo, siendo niña, la madre de don Rodolfo, doña Gabina.

El registro del relato, en audio-video, se hizo en la casa de la familia Reyes, en el municipio de Nezahuacóyotl, en el estado de México. Don Rodolfo es actualmente empleado del Sistema Colectivo Metro de la Ciudad de México.

Se trata de una narración compleja, en que se dan la mano los géneros de la historia oral, el caso, la narración personal o memorata, la leyenda, y que está cuajada de motivos folclóricos migratorios de gran interés. No se ajusta a ningún tipo de cuento acuñado en el catálogo internacional de Aarne-Thompson-Uther (Uther, 2004), pero sí coincide, como apreciaremos, con el esquema argumental de la leyenda migratoria 3055 («The Witch that was Hurt», «La bruja que fue herida»), según aparece definido en el gran catálogo de leyendas migratorias1 internacionales de Christiansen (1958). Don Rodolfo comunica su relato con auténtica pasión, desplegando un muestrario impresionante de recursos verbales, gestuales, pragmáticos, seguro de que es parte del tesoro inapreciable de la memoria de su familia, y convencido de que él mismo ha de impulsar su transmisión y preservación.

La acción se sitúa en el pueblo de Capulhuac2, en el estado de México, en la época en que la madre de don Rodolfo, doña Gabina, era una niña de unos diez años. En torno a 1940 más o menos. El narrador asegura que «en los pueblos no eran en estos años treinta, cuarentas, no eran tan descabellados escuchar este tipo de relatos».

Este es el resumen de la narración, que trascribiremos adelante, pero para introducir al lector damos aquí un pequeño esbozo:

La madre del narrador, doña Gabina, contaba que, cuando ella era niña, en el seno de su familia causaba gran perturbación un fenómeno excepcional, puesto que una tía suya, Aurelia, hermana de su madre (o sea, tía abuela de don Rodolfo), que vivía en la casa de los Gil, daba muestras de sufrir algún tipo de trastorno mental: salía a correr desnuda algunas noches, tenía accesos de ira que obligaban a encerrarla en su habitación, intentaba una y otra vez escaparse de la casa, visitaba con frecuencia el panteón, etc. En cierta ocasión fue sorprendida intentando ahogar, les pareció, a una criatura pequeña.

La bisabuela del narrador fue entonces a buscar un brujo o chamán que aceptó el encargo de intentar sanar a la enferma. El sanador pidió a los familiares que anotasen las horas en que ella solía tener sus arranques de locura (casi siempre era a las doce del mediodía) y que vigilasen si recibía visitas nocturnas, en especial a la medianoche.

Una noche de martes los familiares que estaban al acecho se dieron cuenta de que en la habitación de la enferma entraba un gato negro que, tras merodear por el lugar, orinaba en la cara de la mujer; aquellas visitas clandestinas se repitieron en los días siguientes, comprobaron.

El brujo preparó entonces algunos remedios, ordenó que fuese dispuesta una hoguera en el patio, para quemar al gato cuando fuese capturado, y encargó que fuesen buscados dos hombres que se llamasen Juan y que hubiesen nacido en la noche de san Juan. Acudieron dos Juanes de la familia; ambos tenían el oficio de serenos o vigilantes nocturnos; eran hombres rudos, que sabían ya, asegura el narrador, lo que era enfrentarse a brujas y entes maléficos. El brujo o chamán les instruyó sobre lo que habrían de hacer cuando llegase cierto momento convenido en una de las noches siguientes; les previno, además, de que, al llegar aquel instante, tendrían que pronunciar determinadas fórmulas orales, y después operar en silencio, puesto que irían perdiendo el habla.

Cuando llegó la noche señalada por el brujo para el ritual de sanación, toda la familia se mantuvo al acecho en las habitaciones de la casa, a la espera de la medianoche. Lo que debían hacer los dos Juanes, les explicó el sanador, sería «jalar alternadamente», una y otra vez, dos rebozos nuevos y anudados, mientras pronunciaban estas palabras: «¡Ahora tú, Juan! ¡Ahora tú, Juan!». No debían decir ninguna otra cosa.

El narrador interrumpe aquí el hilo de la narración principal e interpola una anécdota anterior a aquellos hechos: afirma que una noche en que su madre doña Gabina, muy niña, había salido al patio para ir al baño, escuchó un ruido parecido al que era propio de los guajolotes (especie de pavo). Se puso al acecho y vio cómo su tía Rosalía, hermana de la enferma, se hacía unas alas con unos petates y se arrancaba unos cabellos, anudaba con ellos sus rodillas y separaba las piernas de su cuerpo. Horrorizada, no quiso ver más y regresó a su habitación; renunció incluso a ir al baño.

Esta interpolación tiene su importancia, porque, según sabremos, esa tía Rosalía sería identificada más adelante con la bruja (alumna, por lo demás, de una escuela de brujería) que se transformaba en gato nocturno e inducía la enfermedad que aquejaba a su hermana Aurelia.

El gato, supuesto doble de Rosalía, sería al final capturado, quemado, apuñalado y muerto, aunque su cadáver (que se cree que fue retenido por sus compañeras de la escuela de brujería) no llegaría a ser visto por su familia: Rosalía desapareció del todo.

El narrador retoma entonces la historia principal y reencontramos a los dos Juanes listos, con sus machetes, pistolas y rebozos, en el momento en que se abrió la puerta de la habitación de la enferma y entró el gato negro. Dejaron que merodease por allí y, cuando orinó en la cara de la mujer dormida, cerraron la puerta y las ventanas de la habitación y prendieron las luces. Entonces el gato empezó a crecer y a crecer de tamaño, a correr a gran velocidad y a subirse por las paredes buscando una salida.

Las pistolas se encasquillaron y los machetes se revelaron inútiles, porque el animal era increíblemente veloz. Pero cuando los dos Juanes se pusieron a jalar los rebozos anudados y a pronunciar la fórmula prescrita por el brujo o chamán, el animal (sic) fue quedado, poco a poco, paralizado; y ellos fueron perdiendo la voz, tal y como les había sido anunciado.

Tras lograr la captura del animal, lo sacaron al patio y lo colocaron sobre la hoguera que tenían ya preparada. Mientras el fuego lo envolvía, el gato se puso a pronunciar palabras humanas, invocando a su madre. Como no terminaba de morir, al amanecer el brujo-chamán le clavó una daga en el corazón, y el animal murió mientras invocaba una vez más a su madre.

El brujo-chamán ordenó entonces que algunos familiares de la casa fuesen por las calles y casas del pueblo, intentando averiguar en qué casa había fallecido alguien, para poder descubrir la personalidad humana del ser que se había estado presuntamente metamorfoseando en gato.

El narrador vuelve a interrumpir en este punto el hilo de la narración principal. Habla de una academia de belleza a la que acudían jóvenes entre las siete de la tarde y las doce de la noche, lo que causaba sospecha e inquietud en sus familias. El narrador da a entender que aquella podía ser una academia más de brujería que de belleza. El caso es que corrió la voz de que alguna de las personas que acudían a aquella extraña academia de belleza debió de morir durante aquella noche; a nadie le fue permitido ver el cadáver, pero corrió el rumor de que tenía síntomas de quemaduras. El narrador afirma que entre «esas alumnas está la tía [de mi madre] que se sospechaba que era bruja, que era quien le estaba haciendo daño a su propia hermana».

Pues bien: nadie volvió a ver más a Rosalía; se dedujo que ella era la bruja que se había estado transformando en el gato nocturno que había sido capturado, quemado y apuñalado durante la noche anterior. Avalaba aquella hipótesis el que Aurelia, la mujer hermana sanase, a partir de aquel día, casi por completo.

El narrador afirma que aquellos sucesos causaron honda impresión en toda la familia y que, desde que se habían producido, no habían dejado de ser evocados una y otra vez en muchas reuniones, y transmitidos a las generaciones nuevas.

A nosotras nos parece que el relato es sin duda impresionante en todos sus puntos; y nos parece especialmente perturbador que Rosalía desapareciese de repente de la casa familiar, y que no volviese a ser vista por nadie. Siempre que desaparece sin dejar rastro una mujer hay detrás motivos muy inquietantes, y nos parece preocupante que Rosalía pudiese haber sido, por culpa de las acusaciones de brujería, víctima de algún tipo de violencia; pudiera ser también que hubiese escapado del pueblo, al sentirse señalada como bruja.

Ofreceremos en primer lugar la transcripción literal, y a continuación haremos un breve estudio comparativo.

He aquí, para empezar, la transcripción:

Los dos Juanes

Lo que contaré a continuación, fue a su vez narrado por mi mamá. Qué, por cierto, aquí nos está acompañando [señala la foto que tiene enfrente, en un mueble a modo de pequeño altar de difuntos].

Fue algo que sucedió hace años. Mi mamá nació en un pueblo que se llama Capulhuac, en el estado de México, en una familia grande. Cuando tenía diez años, mi mamá se pudo dar cuenta que en el pueblo comenzaban a pasar cosas inexplicables, que decían eran actos de brujería. Posteriormente ya vieron qué era lo que estaba pasando.

Hubo un momento, un altercado, muchas peleas dentro de la familia. Eran cuatro hermanas, incluyendo a mi abuela.

Una de las hermanas [de mi abuela] empezó a tener actos muy fuera de lo común. No había una explicación lógica, como que a las doce del día salir (sic) semidesnuda a correr al panteón; bajaba las cacerolas y se las llevaba como un instrumento para andar corriendo en la calle; se volvía agresiva y tenían que encerrarla en su recámara; rasguñaba las puertas; hacía lo que fuera por poderse escapar y andar corriendo…

Pero visitaba mucho el panteón y eso era lo que no se explicaban a qué se debía. De hecho, con esfuerzos, en esos tiempos no era muy común hablar de enfermedades mentales; sin embargo, hicieron lo posible, porque pensaban que estaba en un estado de locura.

Una de las cosas que llamaron la atención y que los asustó mucho fue que, en una ocasión, ya siendo las once o doce de la noche, ya la mayoría estaban dormidos. Son personas que dormían temprano. Comenzaron a oír llorar a un niño, y de repente se escuchaba que se ahogaba ese llorar. Y cuenta mi mamá que, cuando salieron, pues fue un escándalo el que se hizo.

Las hermanas y demás familiares encontraron a la tía que consideraban que estaba mal de sus facultades mentales sumergiendo a un bebé en una tina llena con agua; y cuando se lo lograron quitar y le preguntaron por qué estaba haciendo eso, ella lo que contestó fue que estaba dándole un baño al niño: que no lo había bañado, y se acordó y lo estaba bañando.

A partir de ese momento, pues ya fue una situación muy crítica, porque inclusive tuvieron que atarla en ciertos momentos que estaba fuera de control.

Desesperados por esto, mi bisabuela3 fue a buscar a los demás pueblos circunvecinos y encontró una persona, porque se la recomendaron, que podía ayudarle a descifrar qué era lo que pasaba con su hija. Este señor era brujo, chamán.

El señor le dijo que cuál era su comportamiento; que se fijaran en qué horarios se presentaba esa locura. Y pues, casualmente, eran las doce del día regularmente cuando tenía esos comportamientos y actos que nadie se explica, que no tenían razón de ser.

Después de esto el brujo aceptó ayudarles para descifrarles y tratar de curar a la tía de mi mamá, y lo que les dijo es que tenían que vigilar cada uno de sus actos e ir tomando nota en los horarios en que estos sucedían.

Esto fue durante el lapso de una semana. Pasando esa semana, el brujo les iba diciendo lo que tenían que ir haciendo; una de las cosas que tenían que hacer era vigilarla; pero no en el día, sino en la noche.

Decía que se dieran cuenta quién los visitaba a las doce de la noche:

—¡No, pues nadie!

Ellos decían que nadie los visitaba a esa hora. No era una hora propia de visitas.

Sin embargo, les dijo:

—¡No! ¡Ustedes chequen! ¡Estén muy atentos con su tía!

Entonces lo que pasó fue que montaron guardias. Esta tía en su cuarto se dormía en petate. Estando vigilando un día martes, por cierto (así es como nos lo cuenta mi mamá), resulta que, faltando escasos minutos para las doce de la noche, se dieron cuenta de que se abre la puerta, muy despacio. Y entró un gato negro de tamaño normal. Y justo fue a merodear donde estaba dormida esta tía, y le orinó la cara.

Después de que estuvo ahí un tiempo dando vueltas, se salió y quedaron muy extrañados. Pero hasta ese momento no se explicaban lo que había sucedido, y ya lo que restaba de esa semana se repitió ese mismo acontecimiento.

Con esta información fueron con el brujo a decirle qué era lo que estaba sucediendo, y él les dijo:

—¡Sí! Fue lo que me imaginé: que alguien los estaba visitando.

Entonces empezó a pedir cosas, hierbas. Se prepararon en el terreno con una hoguera porque ya iban a hacer un ritual, una serie de cosas para poder ayudar a esta tía.

Y que, sobre todo, era lo más importante, que pudieran encontrar a dos personas que se llamaran Juan y que hubiesen nacido el día de San Juan los dos por nacimiento, y se los llevaran.

Un Juan pertenecía a la familia. Era un hermano de mi mamá. Y otro Juan era el novio de una de las hermanas mayores de ella. Esos dos Juanes ya tenían cierta experiencia en este tipo de cosas, porque también nos lo relataba a lo largo de su trabajo: ellos eran vigilantes: andaban vigilando, cuidando, algo así como lo que le llaman el sereno. Estaban cuidando los alrededores de los pueblos y les daban su dinero.

Ellos también habían tenido ya encuentros con brujas. Cuando se les buscó y se les pidió que, si podían apoyar en esta ocasión, aceptaron con gusto ellos. Eran personas que andaban armados con machete y con pistola.

Llegó el momento en el que debían ponerse de acuerdo. El brujo supervisó que todas las cosas que pidió estuvieran todas a la mano, y todo lo que él requería. Citaron a estos dos señores Juanes, y les dijo que tenían que aprender a comunicarse con señas, porque seguramente se iban a quedar sin poder hablar; y que vieran lo que vieran, no debían de dejar de hacer las cosas como él se las estaba indicando. Que él iba a estar ahí, pero quienes eran los que iban a llevar a cabo todo este acto eran ellos. Entonces su papel era muy importante.

Llegó el momento. Llegó el día en el que harían a cabo lo planeado, y pues a toda la familia (dije que eran cuartos grandes) la acomodaron en distintos cuartos y pues a mi mamá le tocó quedarse en el cuarto contiguo. Se comunicaban con una puerta la recámara donde estaba la tía y donde estaba ella y todas sus hermanas, que eran varias. Entonces, todos escondidos esperando a que llegaran las doce de la noche y esperando la visita que regularmente llegaba cerca de esa hora.

El trabajo que tenían que hacer estos dos señores Juanes era anudar dos rebozos nuevos que nadie los haya usado y hacerles un nudo flojo, que al principio ellos iban a estar jalando alternadamente diciendo:

—¡Ahora tú, Juan! ¡Ahora tú, Juan!

Entonces debían que ir jalando ese rebozo, no sabían para qué, qué iba a suceder al estar realizando esa actividad. Todo iba a ser en ese momento. Y fueron muy bien aleccionados por este señor brujo, que les dijo que no deberían hacer preguntas, que solo debían limitarse a hacer exactamente lo que él les pidió. Llegó ese día.

¡Ah! Hay un hecho que estaba pasando por alto. Pero creo que si para dar una explicación a esto, si hace falta que lo comente y haga una pausa en esto…

En cierto momento, cuando se comenzaba a sospechar que esto era un acto de brujería, dice mi mamá que (ella tenía diez, doce años cuando sucedió esto): muy inquieta, no se explicaba qué era, y estaba a la expectativa de cualquier cosa rara que pasara.

En ese entonces los baños no estaban dentro de la casa. Tenían que salir, ir al patio; y ahí estaba el baño, la fosa séptica; y era así.

En una de esas noches mi mama salió al baño y empezó a oír un ruido raro, como el aleteo de un ave grande. Podría haber sido un guajolote. Ella se asomó al baño porque le llamó la atención el ruido que se escuchaba, y pues cuál fue su sorpresa que vio a una de sus tías, que acomodó unos petates y se los acomodó como si fueran alas. Ese era el ruido que hacía: se los estaba acomodando.

Ella estaba espiando por la puerta del baño. Lo que la sorprendió en ese momento no era que se estuviera acomodando sus alas de petate, sino que se arrancó cabellos; y con esos cabellos se anudó las rodillas y se separó las piernas. Cuando vio eso, se fue a dormir. Y por el miedo ya ni siquiera pasó al baño. Se lo estuvo guardando, pues no sabía qué hacer. Pensaba que nadie le iba a creer lo que había visto y pasó.

Retomando la historia donde la interrumpí…

Todo estaba listo: los dos Juanes estaban escondidos ahí entre las sombras de la recámara. Era (sic) cuartos grandes, y ahí estaban escondidos, listos con sus pistolas, con su machete y semianudado el rebozo en el piso.

Entonces ya vieron que, como regularmente pasaba, se abrió la puerta y entró este gatito negro. Lo dejaron que hiciera lo que siempre hacía, dar vueltas, y se acurrucaba junto a la tía que estaba dormida. Y justo cuando le orinó la cara, cerraron la puerta, ventanas, todo, y prendieron las luces.

Y cual fue la (sic) sorpresa de ellos, que ese gato que era de tamaño normal, ya estaba del tamaño como de un perro. ¡Era un gato muy grande muy, muy grande!

Lo que más les llamaba la atención era que cuando ellos vieron que el gato era grande, comenzó a saltar agarrándose de la pared, buscando un lugar por donde salirse. Pero era un animal que tenía una velocidad que nunca habían visto, que no era normal para el tamaño de ese gato. ¡Ahora gigante!

Ellos trataron de accionar sus pistolas, porque se encasquillaron, se trabaron; se atascan las balas en la pistola y no funciona. Trataron de sacar el machete, pero por la velocidad que podía tener este animal, nunca pudieron hacerle nada. Cuando se acordaron de que lo que tenían que hacer era eso, simplemente ir jalando el rebozo:

—¡Ahora tú, Juan! ¡Ahora, tú!

Hubo un momento en el que jalaba uno y luego el otro, alternadamente jalando, jalando, jalando… Y el animal comenzaba a perder velocidad. Llegó un momento en el que ya no pudieron hablar. Y entonces era con señas que se pudieron comunicar. ¡Seguían jalando, jalando, jalando! Hasta que pudieron hacer un nudo fuerte, y el animal ya no se pudo mover; quedo estático, tirado ahí.

Lo amarraron en un tubo de las patas y se lo llevaron afuera, a la hoguera. Previamente a que esto estuvo sucediendo acá, otros familiares estaban en la hoguera que prepararon encendiéndola con leña verde. No sé qué tipo de leña era, pero era una muy conocida en los pueblos que era con la que quemaban a las brujas.

Ya todo estaba preparado ahí, alrededor de la una o dos de la mañana. Lo que hicieron fue poner al animal en el fuego. Comenzó a gritar normal, como un gato lo haría. Pero al pasar de los minutos, se fueron dando cuenta que esos quejidos de ese animal se semejaban a los de un ser humano que decía:

—¡Ay, mamá! ¡Ay, mamá!

Y eso era lo que gritaba. Ya el brujo se pudo incorporar con ellos. Los dos Juanes dijeron:

—¡No, pues aquí vamos a quedarnos y vamos a velarlo! Y así estuvieron toda la noche, hasta el otro día como a las siete de la mañana.

Y le decían:

—¿Ya está muerto este animal?

El brujo les dijo:

—¡No! Realmente no está muerto. ¿Quieren ver que no está muerto?

Enfrente de ellos fue, le arrancó parte de su pelambre del gato, y la sorpresa era que solamente pareciera que estaba chamuscado; no estaba quemado el animal.

Les dijo:

—¡Bueno! ¿Ya quieren que se muera?

—¡No, pues que sí, ya queremos que esto pare!

Él sacó una daga y se la clavó en su corazón, y en ese momento todavía quiso defenderse el gato y dio un grito como los que ya habíamos comentado:

—¡Ay, mamá!

—¡Ahora sí ya murió! Síganlo quemando porque ahora sí ya se va a quemar.

Y ahora, como había designado actividades a cada integrante de la familia, hubo otro el que su tarea era ir dando pueblo para ver en qué casa iba a haber un muertito. Pues resulta que ese muerto de esa casa iba a ser quien está de detrás de esto.

Efectivamente, los rumores, las noticias corren rápido, y más en un pueblo. Resulta que había llegado una persona (lo omití al principio de mi relato), a poner una institución antes de que empezaran a pasar cosas raras. Puso una academia de belleza y comenzó a llamar a puras jovencitas que entraban ahí.

Muchos padres no estaban conformes, porque resulta que las clases eran en la noche: las citaba a las siete de la noche y salían después de las doce de la noche. Nadie se explicaba por qué eran a esa hora las clases. Pero cuando pasó esto, y a esta persona que se le dio a la tarea de estar investigando en donde había un difunto, pues fue a ver.

[Es costumbre en los poblados en México que las personas se ayuden entre sí] pues todos se acercan, y llevan cosas para el muertito, el azúcar. Apoyan entre sí mucho (sic).

Cuando pregunta qué, qué había pasado, nadie quería decir nada. Sus alumnas estaban ahí. Y dentro de esas alumnas está la tía que se sospechaba que era bruja, que era quien le estaba haciendo daño a su propia hermana.

No quisieron dejar ver a la difunta, pero finalmente sí se supo que sí estaba llena de ámpulas, como si se hubiera quemado. Entonces todos pensaron que era bruja.

Falleció esta persona. Avisaron a las autoridades. Llegaron. Obviamente la versión oficial era que murió de otras causas, menos de lo que la familia sabía.

Y este tipo de cosas, en los pueblos no eran en estos años treinta, cuarentas, no eran (sic) tan descabellados escuchar este tipo de relatos. Por muchos las escuchaban. Y la gente de pueblo lo entendía y no hacía más preguntas ni conjeturas. Lo tomaban como un hecho normal hasta cierto punto.

Lo que pasó después es que esta tía escapó. Se fue. Y ya no supieron más de ella. La tía a la que le estaban haciendo brujería se recuperó. Pero no del todo, porque sí tenía secuelas: pérdida de memoria. Y así pudieron seguir con su vida todos.

Por cierto, el Juan que era novio se casó, tuvo hijos con una de mis tías y bueno, a la fecha ya falleció.

Cada que había reuniones familiares y se integraban nuevos elementos a la familia: mis hijos, los hijos de mis tíos, pues era uno de los relatos que comúnmente se iba pasando de persona en persona, y yo creo que, de generación en generación, como yo lo he hecho con mis hijos.

Siguieron su vida: se casó mi tía, tuvo su familia más o menos, pudo vivir bien. Y ese fue el relato que mi mamá compartió con nosotros y que aun ahorita, nosotros, pensando en que no tendría por qué mentir o por qué inventar una historia así, es difícil de creer.

¡Muchas gracias y agradezco mucho de tener la oportunidad de poder contar este relato! ¡No sé si puedan considéralo real o no, pero sí creo que es interesante! ¡Muchas gracias!

[Entrevistadora:] ¡Muy interesante el relato! ¡Muchas gracias por contarnos esta historia en un día como estos un 31 de octubre, casi cerca de «Día de muertos»! La llegada de nuestros difuntos familiares, como mi abuelita ¡en paz descanse! De nuevo muchas gracias y sería todo.

LOCURA, BRUJERÍA ¿Y NAGUALISMO? EL ESTRATO MEXICANO Y EL ESTRATO ESPAÑOL

El relato que acabamos de conocer es extenso y complejo, y plantea muchos interrogantes. En el relato de don Rodolfo podemos encontrar múltiples motivos folclóricos:

- la locura inducida por presunta brujería,

- la acusación de infanticidio (que también en Europa se achacaba a las brujas),

- la anomalía en las piernas desmontables de la bruja (que la asocia a la amplia parentela de los diablos y seres sobrenaturales monosándalos, cojos o cojuelos) (Delpech, 1996, 2004 y 2006),

- el paroxismo mágico justo a las doce del mediodía y a las doce de la noche (que pone en conexión al personaje con las brujas y los diablos meridianos europeos, que se manifiestan a esas horas) (Caillois, 1937; Ménard, 2001 y Borgeaud, 2016),

- la organización de guardias de familiares para averiguar cuál es el ente que causa daño nocturno a una persona (que se interpola también en muchos relatos sobre la captura de serpientes que vienen a mamar de noche de los pechos de alguna mujer),

- la orina arrojada sobre la persona enferma (aunque no se dice de manera explícita, esa podría ser la vía de transmisión de la enfermedad causada por la bruja a su víctima),

- el hecho de que los dos Juanes oficiantes del rito medicinal pierdan el habla (síntoma de haber caído en un estado de estupor) al estar en contacto con el ser sobrenatural (Pedrosa, 2016),

- los nudos hechos en el rebozo (hacer nudos es una práctica mágica, para controlar o atar seres maléficos, muy común) (Pedrosa, 2007),

- el que las pistolas se encasquillaran y no pudieran nada contra el oponente (motivo muy frecuente en los relatos de capturas de entes maléficos o de bandidos carismáticos) (Pedrosa, 2012),

Ya hemos señalado que, aunque no encaja con ninguno de los tipos convencionales de cuentos folclóricos del catálogo canónico de Aarne-Thompson-Uther, sí es una versión perfectamente reconocible, y además muy extensa y rica, de la leyenda 3055 («The Witch that was Hurt», «La bruja que fue herida») del catálogo de leyendas migratorias de Reidar Thoralf Christiansen. El que para don Rodolfo y los suyos el relato sea el recuerdo de un caso realmente acaecido en su casa familiar, hacía tan solo unas décadas, es algo fascinante, al tiempo que un difícil desafío para el acercamiento crítico; llama especialmente la atención que en su trama haya integrados tantos recursos y alegatos de verosimilitud. Podría hacerse sin duda un estudio detallado del modo conflictivo y paradójico en que realidad y ficción, memoria y fábula, se dan cita en este singularísimo relato, pero no disponemos ahora del espacio que sería preciso para ello.

Nos limitaremos a resaltar varios rasgos o dimensiones conectados con la cuestión de los presumibles elementos autóctonos mexicanos y de los presumibles elementos importados de España y de Europa que confluyen en él.

Resulta llamativo, para empezar, que el narrador, don Rodolfo, relacionase los hechos evocados con los conceptos de locura y de brujería (sabemos que las características de la brujería americana coinciden en parte con las de la brujería europea), pero no con el concepto de nagualismo (cuya raíz es más autóctona).

De «locura» habla, de hecho, hasta dos veces: «en esos tiempos no era muy común hablar de enfermedades mentales; sin embargo, hicieron lo posible, porque pensaban que estaba en un estado de locura»; y «que se fijaran en qué horarios se presentaba esa locura».

Mientras que de «brujería» habla hasta en cinco ocasiones: «en el pueblo comenzaban a pasar cosas inexplicables, que decían eran actos de brujería»; «se comenzaba a sospechar que esto era un acto de brujería»; «la tía que se sospechaba que era bruja, que era quien le estaba haciendo daño a su propia hermana»; «se supo que sí estaba llena de ámpulas, como si se hubiera quemado. Entonces todos pensaron que era bruja»; «la tía a la que le estaban haciendo brujería se recuperó».

En ningún momento identifica el narrador al gato intruso con un nagual. Eso resulta llamativo, porque en el imaginario de los diversos pueblos y etnias de México, suele haber una conexión clara y característica entre el nagual y la capacidad de metamorfosis de una persona en animal:

¿Es posible definir al nahualli por su capacidad de transformación? Como sabemos, muchos han sido los estudiosos de la cultura mesoamericana que, desde la época colonial, han pretendido definir al hombre-nahualli en función de su capacidad de transformación. Esta visión se ha vuelto tan popular que incluso algunos indígenas contemporáneos han explicado a dicho personaje a partir de esta cualidad. Al respecto podemos citar los testimonios de Román Martínez (2003, comunicación personal), hablante náhuatl de la Huasteca, y un informante de Chamoux (1989, 306), procedente de la Sierra Norte de Puebla. El primero declaró que «nagual casi… viene siendo... es la persona que se convierte en animal», en tanto que el segundo dijo que «un nahualli es un hombre que se vuelve animal. Posee mucha fuerza» (Martínez González, 2011: 248).

El que don Rodolfo identifique al gato maléfico de su relato con una bruja y no con un nagual tiene, en cualquier caso, su explicación: en el imaginario contemporáneo del país, los rasgos de ambos seres fabulosos (aunque sean tenidos por reales en la opinión de muchos) se han mezclado y confundido de modo que muchas veces resulta inseparable. De hecho, hoy circulan por México todo tipo de relatos en que brujas y naguales intercambian sus rasgos definitorios, operan en planos análogos y quedan encarnados en figuras más o menos equiparables.

Que el relato de don Rodolfo se halla (aunque él no lo mencione) en la órbita de los relatos sobre nagualismo lo corrobora el hecho de que la figura del «señor [que] era brujo, chamán» benéfico, que fue llamado para contrarrestar la brujería destructiva, se ajusta a ciertos modelos de comportamiento y de narración que se inscriben convencionalmente en la órbita de los relatos de nagualismo:

Era corriente que se recurriera a otro hombre-nahualli para que combatiera al brujo (o sus coesencias-nahualli) y lo obligara a deshacer el sortilegio. Los días propicios para el maleficio —aquellos que tenían al nueve por numeral—, las personas se encerraban en sus casas y ponían cardones en las ventanas para protegerse de los malos nanahualtin (Martínez González, 2011: 508).

En cualquier caso, hoy es común en México la creencia de que las metamorfosis en animales (por ejemplo, en gato) pueden ser tan propias de las brujas como de los naguales:

Para los otomíes del Mezquital es preciso matar a un gato, sangrarlo en un cruce de caminos y, después de media noche y antes de que cante el gallo, pedirle permiso de tomar su forma (Tranfo, 1974, 239). Para transformarse, la bruja zapoteca debe ir a la iglesia a «pedir Dios», al río y a un montículo de cenizas donde, después de haberse desvestido, se revuelca para adoptar inmediatamente su forma animal e ir a chupar sangre (Parsons, 1966, 132) […] En la región de Chalco-Amecameca, Morelos y San Luís Potosí, la transformación de las brujas, cuando van a chupar sangre, se lleva a cabo con ayuda de instrumentos: patas de guajolote o palo, alas de petate, cola de escoba, para adoptar su figura de ave y ojos de gato o lechuza para ver mejor en la noche. Desgraciadamente, todavía desconocemos el significado de la acción de quitarse la pierna (Martínez González, 2011: 394-395).

Justamente la última operación descrita en este estudio de conjunto, la que habla de la capacidad de las brujas para adosarse alas de petate, despojarse provisionalmente de sus piernas y metamorfosearse (en gato, por ejemplo), coinciden con las dotes que doña Gabina apreció cuando «vio cómo una de sus tías [Rosalía] se hacía unas alas con unos petates y se arrancaba unos cabellos, anudaba con ellos sus rodillas y separaba las piernas de su cuerpo».

Lo que más nos interesa subrayar ahora es que la narrativa tradicional mexicana está poblada de posibilidades de metamorfosis también de las brujas (y no solo de los naguales) en animales, es decir, en gatos y en otras especies:

En Tlaxcala se habla de una amplia diversidad de animales, pero la forma más frecuentemente mencionada es la del guajolote (75% de 300 leyendas) y es bajo esta forma que los tlahuipuchtin deben chupar sangre; en la región de Chalco-Amecameca se hace referencia a gatos, guajolotes y zopilotes. Una excepción notable es el caso de los nahuas de Guerrero para quienes el tlahuipuchtli toma la «apariencia de un gran cerdo, pitzonahualli, un gran perro o aun un animal monstruoso, por ejemplo, un asno sin cabeza» (Goloubinoff, 1994, 579). Entre los mixes hay quienes piensan que los brujos chupasangre se presentan como bolas de fuego y quienes consideran que se transforman en cerdos, asnos, gatos y perros (Lipp, 1991, 160) (Martínez González, 2011: 396).

La cuestión de las presumibles confluencias o confusiones de los perfiles del nagual (una criatura fabulosa muy arraigada en las mitologías originarias mexicanas) y de la bruja (una criatura que ha recibido también la influencia de la figura de la bruja española y europea) en el relato que nos comunicó don Rodolfo se complica (o se enriquece) cuando descubrimos que relatos acerca de brujas-gatos que se entrometen, para causar sus fechorías, en los espacios más reservados de los humanos, y que primero son golpeados (a veces quedan heridos, otras veces son muertos) y después desenmascarados, son comunes en muchas otras tradiciones folclóricas. No en vano estamos hablando de relatos que encajan con el tipo de leyenda migratoria 3055, según hemos ya afirmado, que ha sido documentada en tradiciones orales de muchos países y de varios continentes. Ello obliga a considerar que la matriz o que alguna de las partes matrices del relato de don Rodolfo pudiera venir del otro lado del Atlántico.

Antes de presentar algunas versiones españolas y europeas conviene señalar que no solo en México, sino también en el resto de la geografía folclórica americana han sido atestiguadas muchas leyendas de este tipo. Véase, por ejemplo, esta que fue registrada a una persona de Guatemala; la voz güin ha de entenderse que se halla dentro de la órbita del nagualismo:

El brujo güin que se metamorfosea en animal y es desenmascarado.

Yo he escuchado una historia en el sur de Guatemala, en Retalhuleu. Hablan de un personaje que se llama el —yo no sé, siempre como lo escuché, yo no sé si vosotros sabréis com(sic) o se escribe— el güin.

Se trata de una persona que se convierte, se puede convertir en cualquier animal, y el objetivo de esta persona es convertirse en un animal puede ser en gato, o en perro, o en un cerdo, o... Y, generalmente, visita los hogares donde hay alguna chica que es hermosa. Y el motivo es por estar cerca de ella, irla a ver si puede.

La historia es que, una vez, se encontró una persona, bueno, un animal que andaba en una casa. Era un gato. Y, entonces, dijeron ellos que era este güin. Y lo cogieron, y se dieron cuenta, y lo llevaron a la policía. Y allá, dentro de la policía, lo metieron en una cárcel, y le empezaron a darle golpes. Y, por supuesto, que muchos de los policías decían que por qué estaban haciendo eso al animalito.

Y, al día siguiente, cuando llegaron a la prisión, era una persona la que estaba apaleada. O sea, [era una persona la que estaba] dentro de la prisión (Pedrosa, 2008: núm. 35).

Si damos un salto al otro lado del océano, encontraremos interesantísimas versiones españolas. La leyenda migratoria 3055 («The Witch that was Hurt», «La bruja que fue herida») es particularmente común en el área vasca y navarra. Véanse este par de versiones:

Era un gato que frecuentaba cierta casa de Durango y se acercaba preferentemente a los niños que había en ella. El padre de estos, molestado por tales visitas, le rompió de un garrotazo una pata. Luego salió a trabajar y halló en el camino a una mujer con un brazo estropeado. Entonces comprendió que esta era bruja y que era ella quien, transformada en gato, entraba en su casa (Barandiarán, 1994: 39-40).

A una mujer, que solía estar hilando junto al fuego, le venía todas las noches un gato.

—¡Jesús! —le dijo una vez al marido—. Todas las noches me viene un gato, y no le puedo quitar de entre mis sayas. Hasta me da miedo el estar en la cocina.

—No hagas caso, esta noche hilaré yo para ver si a mí también me viene el tal gato.

Efectivamente, a poco rato de estar hilando el marido, bajando de lo alto de la cocina, se le apareció el gato. Fuese detrás de la puerta y le dijo:

—Hombre e hilando.

—Gato y charlando.

Y al decir esto, le arrojó la rueca y le rompió una pierna el hombre hilandero al gato. Al día siguiente, la anciana de la vecindad andaba cojeando (Azkue, 1989: II, núm. 148).

En otras regiones de España se han documentado versiones del relato. Esta es una del pueblo de Mula (Murcia):

La bruja en forma de gato.

Cuenta una leyenda que vivía una anciana junto a su marido y sus hijos en una gran casa cerca del río.

Aquella casa tenía delante un gran huerto y en la planta baja, grandes cuadras con diferentes animales.

Eran pocas las personas que se acercaban a la casa, y si lo hacían, era por necesidad.

Corría el rumor de que la anciana mujer que allí vivía era una bruja que por las noches se convertía en un peligroso y agresivo gato negro. A las doce de la noche empezaba la transformación: entonces la anciana, convertida en gato, se paseaba por las cuadras asustando a todos los animales y armando un gran escándalo.

Un día, su marido bajó a las cuadras y consiguió descubrir al gato que armaba aquel jaleo. Le dio un fuerte golpe con un palo y el gato consiguió huir.

A la mañana siguiente, cuando la anciana se levantó de la cama y apareció por las habitaciones de la casa, todos vieron que iba coja y que tenía unas grandes ojeras por no haber dormido en toda la noche debido a los dolores del golpe (Hernández Fernández, 2009: núm. 91).

La leyenda migratoria 3055 («The Witch that was Hurt», «La bruja que fue herida») ha sido atestiguada en muchas otras tradiciones orales europeas. Pero no es nuestra intención hacer un estudio exhaustivo, ahora, de las mismas. Nos interesa más seguir explorando la doble dimensión, a caballo entre lo mexicano autóctono y el legado español y europeo, que es posible detectar en el relato que nos fue comunicado por don Rodolfo. Es por ello que vamos a analizar ahora el tópico de los dos varones llamados Juan y nacidos en el día de san Juan, que, mientras se dedicaban, siguiendo las indicaciones del brujo-chamán, a «jalar alternadamente», dos rebozos nuevos y anudados, debían repetir esta fórmula: «¡Ahora tú, Juan! ¡Ahora tú, Juan!».

Comparemos esos rituales documentados en Capulhuac, en el estado de México, con estos otros, que eran comunes en el País Vasco español y francés para curar la hernia infantil:

En muchas comarcas de Euskalerria [...] existe esta vieja costumbre supersticiosa. Consiste en llevar al niño atacado de hernia junto a un roble la víspera de San Juan, cerca de la medianoche. Lo suben por medio de una escalera, y donde arrancan los brazos del árbol, se colocan allí, frente a frente, dos Juanes (costumbre de Larraun), tres Juanes en el valle de Ulzama.

Uno de los Juanes tiene al niño en sus manos muy poco antes de sonar el reloj a medianoche. En cuanto oyen la primera campanada dicen: Juanek uzten zaitu (quiere decir ‘Juan os deja’); el segundo Juan recibe al niño en sus manos y dice: Juanek artzen zaitu (significa ‘Juan os recibe’). Este mismo segundo Juan, un instante después entrega el niño al compañero mediante la fórmula primera: Juanek uzten zaitu; el otro, al recibirlo, dice: Juanek artzen zaitu; y así con toda la rapidez posible pasa el niño de uno a otro Juan, pronunciando cada vez una y otra fórmula, y al sonar la duodécima campanada se callan los dos. Tres son las veces que hacen este acto de dar y recibir al infantil herniático.

En Ulzama el rito de esta ceremonia es mucho más sencillo. Se necesitan para ello tres Juanes. El primero tiene al niño en sus manos y lo entrega al segundo diciendo: To, Juan; el segundo, al tercero, con las palabras: Ar zak, Juan; el tercero al primero pronunciando Tori, Juan. Repiten lo mismo otras ¿dos? veces mientras suenan las doce campanadas del reloj. En Ochandiano la elección de ministros de este culto es algo más complicada. Han de llamarse Juan el uno y Pedro el otro y ser hermanos gemelos. Al tocar las doce, por cada golpe pasan una vez al niño del uno al otro lado del roblecillo de brazos separados y no se valen de fórmula especial. El roble de brazos separados lo atan después de la ceremonia; y si consiguen que no se seque, es señal de que el niño herniado ha de quedar sano. En Aezkoa (N) dejan en la abertura del roble (después de la ceremonia de la medianoche) la camisa del niño enfermo. También en Alemania es conocida esta superstición, en la región de Oldenburg. Suelen para eso echar mano del tronco de un roble joven [...] En algunos pueblos el roble ha de ser joven y dos de sus brazos han de estar más abiertos que de ordinario, forzados a hachazos [...] En Aragón, en un pueblo de la provincia de Zaragoza (Lobera), pasan al niño herniado por un chaparro (roble pequeño). Si después de pasado el chaparro se une, cura el niño. Si no se une, no se cura (Azkue, 1989: 299-301).

Es esta una costumbre común en otras geografías españolas. Así lo atestigua esta información de la provincia de Burgos:

Tres hombres, uno llamado Pedro y los otros dos Juan, llevaban al niño enfermo a un matorro de roble cuyo tronco principal era desgajado en dos por la parte superior. Situados alrededor del arbusto, los tres hombres tomaban al niño en brazos pasándosele de uno a otro a través de la parte desgarrada a la vez que pronunciaban la fórmula «tómale Pedro, tómale Juan. Esta es la gracia que San Juan nos da». La operación era repetida dos veces. Terminado el rito principal, el matorro era unido con una cuerda o similar y solamente desaparecería la hernia si al cabo de ocho meses las dos partes separadas quedaban unidas. Viven aún personas que fueron testigos de estas prácticas, tanto pacientes como sanadores (Rubio Marcos, 1992: 149)4.

No cabe duda de que el ritual mágico curativo que pusieron en práctica «estos dos señores Juanes» del pueblo de Capulhuac, en el estado de México, en los tiempos en que doña Gabina Gil Berriozábal, la madre de nuestro narrador don Rodolfo, era niña, consistente en «jalar alternadamente dos rebozos nuevos que nadie los haya usado y hacerles un nudo flojo» mientras pronunciaban las palabras: «—¡Ahora tú, Juan! —¡Ahora tú, ¡Juan», es un eco de las ceremonias de sanación, y de los gestos y de las fórmulas orales acompañantes, que eran tradicionales en España (y en otros lugares de Europa, donde han sido documentadas prácticas análogas) para curar la hernia infantil!

Desconocemos por qué vías cruzarían el océano estos rituales llegados desde el Viejo continente, y tampoco sabemos, porque no hemos podido conseguir más documentación etnográfica al respecto, cuáles habrán sido sus modalidades y variedades de aclimatación presumibles en México y acaso en otros países de América. Lo cierto es que el nexo entre los rituales de los dos Juanes practicados en México y en España supone un hallazgo relevante, que acerca una vez más las culturas de ambas partes del Atlántico, pero que también permite apreciar la enorme riqueza y creatividad de las culturas autóctonas mexicanas, que se las arreglaron para variar y adaptar legados de varias índoles a los más distintos contextos, y con una elevada capacidad de adaptación y de fantasía.

Para concluir, son muchos los motivos folclóricos que aparecen, mismos que fueron mencionados al inicio del análisis, de ellos se podrían hacer profundos comentarios. Muchos de ellos están bien atestiguados, por cierto, en México, pero también en otros países de América y de otros continentes, y nos podrían permitir seguir iluminando esas vías de conexión. Esperamos seguir trabajando en esas cuestiones en próximos trabajos.

Por el momento, nos conformamos con haber sacado a la luz y comentado tentativamente un relato narrado con calidad tan formidable por don Rodolfo, y tan rico, denso y cuajado de motivos narrativos e ideológicos.

BIBLIOGRAFÍA

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Fecha de recepción: 22 de marzo de 2021
Fecha de aceptación: 1 de octubre de 2021

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* Agradecemos la asesoría oportuna y erudita del Dr. José Manuel Pedrosa para la elaboración de este artículo y también la generosidad y maestría en el narrar a don Rodolfo Reyes Gil; y su atenta revisión a José Luis Garrosa.

1 Se refiere a que las leyendas viajan junto con las personas que las cuentan y por tanto, llegan a otros lugares. Entonces comienzan a tener variantes y se nutren de otras leyendas y se enriquecen y actualizan.

2 El nombre completo de este poblado es Capulhuac de Mirafuertes; se encuentra en la parte central del Estado de México y su nombre significa, en náhuatl, «Canal de capulines». Colinda con los municipios de Xalatlaco, Lerma, Santiago Tianguistenco y Ocoyoacac. Gran parte de su población es de raíz ñañhu (otomí).

3 Cabe resaltar que dado el furor provocado por el recuerdo por parte del narrador hace vacilar la referencia de los personajes y entonces debemos aclarar que la mujer a la que hace alusión es su bisabuela, ya que su madre era la hermana de la tía enferma y supuesta bruja.

4 Véanse muchas más versiones y un extenso estudio sobre estos rituales en Pedrosa (2000).