Braccini, Tommaso (2023): Mitos errantes. Leyendas urbanas de hoy y de siempre, Madrid, Alianza Editorial, 208 pp.

Mitos errantes (2023), de Tommaso Braccini, profesor de filología clásica en la Universidad de Siena, es la traducción al castellano de Miti vaganti (2021), una digna y entretenida aportación a los estudios folclóricos, concebida desde un enfoque comparativo y multidisciplinar que revela concomitancias entre la cultura popular de los antiguos y la de nuestros días. En los próximos párrafos pasaré revista a este ameno título, elaborado con el máximo rigor filológico pese a su naturaleza divulgativa. Acometo esta empresa con el deseo de incentivar el interés por este campo, inaugurado en España a finales del milenio pasado por Josep María Pujol, y consolidado hacia los inicios del 2000 por Josep Sampere, Antoni Ortí y José Manuel Pedrosa. Afortunadamente, las pesquisas en legendística contemporánea todavía cuentan con vigencia académica gracias a aportaciones recientes como 100 llegendes urbanes (2019), de Carme Oriol, y a una cifra modesta de artículos y capítulos de libro.

La introducción de la obra actúa como declaración de intenciones, marco teórico y apretada síntesis de las investigaciones precedentes. Con exactitud terminológica, claridad expositiva y concisión admirable, Braccini va deslindando conceptos pertinentes para sus comentarios como «poligénesis» o «ecotipo», y esboza una compendiosa historia de los estudios en leyendas urbanas, desde el imprescindible sistema clasificatorio de Brunvand hasta el innovador artículo de Ellis, «De legendis urbis: Modern legends in Ancient Rome», el primero en excavar en el pasado en busca de las raíces de estas narraciones. Por lo demás, los objetivos del autor quedan enunciados en estas sucintas líneas: «¿por qué estas historias son tan longevas?, ¿cuál era el significado que tenían para griegos y romanos?, ¿es el mismo que tienen para nosotros?, ¿qué nos pueden enseñar estos relatos al enmarcarlos como narraciones folclóricas a largo plazo?».

El primer capítulo, «Tiberio y el motor de agua», ejemplifica a la perfección las tesis de Braccini. Sobre la base de un presunto «motor de agua», la «máquina de Dios» y otros ingenios diseñados por inventores oscuros o de méritos cuestionables, el autor demuestra cómo leyendas urbanas de una misma familia (el «vidrio irrompible» que figura en Petronio, Plinio, etcétera, y que resurge en la Modernidad) se nutren de los deseos de prosperidad de la población y de una suspicacia perpetua hacia las autoridades, que neutralizarían a estos Prometeos de su tiempo para garantizar la estabilidad económica de la nación, cuando no, veladamente, su propia continuidad en el trono.

«Complots contra la humanidad: de Zeus al coronavirus» es el elocuente encabezado del segundo capítulo. Braccini retoma su argumento anterior a través de un asunto de rabiosa actualidad, cuyas funestas consecuencias aún perduran en la memoria colectiva: la pandemia del coronavirus, atribuida a poderes en la sombra que perseguirían un control efectivo de la natalidad, y, en concreto, una reducción demográfica de las clases menos privilegiadas; un mecanismo atemporal, con paralelos en la primera mitad del siglo XIX, en la plaga del cólera, y otros más distantes en la guerra de Troya de la mitología griega. He aquí otro síntoma del eterno recelo hacia quienes ocupan los peldaños más elevados en la escala jerárquica. También funciona como indicio de un pensamiento de escasa hondura analítica, a menudo determinado por circunstancias de analfabetismo, miseria y estancamiento social y laboral, que se decanta por explicaciones convenientes e inmediatas, por supersticiosas que parezcan (que una o más organizaciones siniestras, países enemigos o personalidades adineradas se han conjurado contra la humanidad), frente a la incertidumbre desconsoladora que proyecta el desconocimiento científico.

La conmoción, los delirios conspirativos y la incapacidad para asumir una realidad desgarradora se dan cita en el tercer capítulo, «Honorio y el 11 de septiembre», en el que Braccini contrapone el atentado de las Torres Gemelas con el saqueo de Roma en 410, en una demostración convincente de la poligénesis de ciertos esquemas legendísticos. Ambos acontecimientos catastróficos estuvieron sobrevolados por la sospecha de la traición. Era un atajo mental cómodo, una manera de conferir sentido a lo inimaginable: la vulnerabilidad de dos grandes imperios que veían así su honor y su poderío salvaguardados, porque su caída habría sido orquestada desde el interior.

El cuarto capítulo, «Pulpos y cocodrilos: los monstruos de las alcantarillas» aborda un tema no menos preocupante: el de los alcantarillados infestados de cocodrilos, cerdos, gatos y otras criaturas potencialmente nocivas para el hombre. Braccini ubica con rapidez los hitos de esta leyenda poligenética y boceta su sentido elemental. Los caimanes neoyorquinos, arrojados a los desagües por sus amos, o el pulpo de Pozzuoli (del que dio noticia Plinio), que se adentraba en un domicilio por la letrina para robar pescado, testimonian el miedo ancestral a las cloacas: un territorio subterráneo, oculto, laberíntico y peligroso. También, añadiría yo, revelan un temor recurrente hacia la naturaleza salvaje e indomesticada; aquí, un grupo de animales que crean sociedades hostiles a la nuestra —no sin razones de peso— donde no podemos detectarlos. No se olvida el autor de presentar varias fake news esparcidas por Bolonia en los últimos años, un concepto este (el de fake new) que nadie está en condiciones de ignorar, pues activa idénticos resortes emocionales y bebe del sensacionalismo que desde siempre ha nutrido estos mitos.

En «La procesión del rey de las ratas», su quinto capítulo, Braccini sigue navegando por las aguas kársticas del subsuelo. En esta ocasión atiende a diversos motivos emparentados con la leyenda del rey de las ratas o «Jeferratón», documentada en Nápoles desde 1982. En un itinerario que atraviesa un manuscrito setecentista con base en un tratado de magia árabe, cuentos que fueron compilados en la Inglaterra del siglo XVIII y el Amante de la mentira de Luciano de Samosata, el autor reafirma el pánico que experimentamos ante las amenazas de debajo de la tierra. No pierde de vista el anclaje de estos mitos con la realidad factual, con frecuencia distorsionada e interferida por creencias vetustas, más fácilmente digeribles para personas poco instruidas que sus respectivas interpretaciones racionales. En este caso, la recuperación ecológica de las nutrias en Italia podría haber favorecido —por una confusión física— las habladurías sobre monarcas ratonescos1; en el capítulo previo, la presencia anecdótica de aligátores o de criaturas extraviadas en los canales de desechos pudo haber dado alas a tales relatos.

Llegado a este punto, haré un breve excurso para reivindicar el provecho de esta última vía exploratoria, un complemento indispensable de las calicatas de amplio alcance cronológico y geográfico, por más que exija una educación mínima en zoología, etología y biología. Su objeto no sería desmontar estos mitos, sino ir más allá de la constatación de su transferencia dentro de unas coordenadas espaciales y temporales para verificar su plausibilidad y descomponer sus elementos formantes con mayor precisión científica. Para ello habría que contestar a preguntas como la siguiente: ¿es posible que algunas leyendas estén basadas en un suceso real mitificado o exagerado por sus transmisores? Por ejemplo, sabemos que los cefalópodos carecen de estructura ósea y que son capaces de permanecer fuera del mar varias horas, conque ¿no sería verosímil que uno pequeño o mediano se infiltrase por la letrina y que el espanto de dicho descubrimiento propiciara la desorbitación de su tamaño?

«La leyenda de las serpientes con paracaídas» es el llamativo título del sexto capítulo. Braccini examina aquí una serie de mitos relacionados con la liberación de fauna considerada dañina para las personas (culebras, lobos, etc.), desde el emperador romano Decio hasta la España de hace dos décadas y la Italia de la segunda mitad del siglo XX, donde arranca —en su forma actual— esta historia en el contexto de un creciente arraigo de nuevas medidas conservacionistas, auspiciadas por el ecologismo de primera ola e implementadas progresivamente por los gobiernos europeos. Bajo su piel palpita, como distingue el autor, una ostensible crítica política; y, asimismo, agregaría yo, un descrédito superlativo hacia los movimientos ambientalistas, acusados de pretender transformar el estilo de vida de las gentes ordinarias sin una justificación sólida. Esto ilustra de maravilla el riesgo que entraña la propagación de algunas leyendas urbanas, que se suman a las estrategias de desinformación y a las fake news descerrajadas desde todas las esquinas del tablero político para influenciar la opinión pública.

Bajo el título «Los etruscos y las estelas químicas» coloca Braccini su séptimo capítulo, donde se vuelve patente la adaptación de estos mitos al entorno geográfico, social y epistemológico de la época en que aparecen. El autor reúne ahora chismes relativos a patógenos, químicos y otras estelas vertidas en la atmósfera, que identifica con el fenómeno del ballooning (telarañas que flotan por la acción del viento y de los campos electrostáticos), y con creencias como los hilos de María. Si en el pasado estos fenómenos eran achacados a lo sobrenatural, el pensamiento mágico coetáneo remite a la tecnología, que, en desarrollos futuristas e impensablemente adelantados a su era, sería utilizada por instituciones maléficas para perjuicio de la humanidad.

«Cita en el cementerio», el capítulo octavo del libro, recoge variantes de la célebre leyenda de la autoestopista fantasma. Braccini encuentra sus equivalentes más remotos en la historia de Filino y Macates, del Libro de las maravillas de Flegón de Tales (siglo II), y en el Shousen ji de Gan Bao (siglo IV); por lo tanto, no parece descabellado postular una prodigiosa dispersión por varios continentes, una prueba adicional de la atracción que ejercen ciertas historias migrantes y de su carácter abierto y popular, contrario a fronteras nacionales, cronológicas y de clase.

Tras la huella del inquietante erotismo femenino insinuado por las autoestopistas espectrales se deben situar las leyendas congregadas bajo el epígrafe «Mujeres con patas y seducciones fatales», noveno capítulo en el cual Braccini explora narraciones con unos ingredientes tan fascinantes como perturbadores: bellas jóvenes que encandilan a muchachos en discotecas o en destinos paradisíacos para extraerles órganos, infectarlos con SIDA o matarlos. Además de un rosario de variantes contemporáneas, el autor lista versiones tempranas en Luciano de Samosata y en los Jātaka, y clarifica que lo que yace tras muchas de estas historias es un designio cautelar y moralizador: prevenir los peligros derivados de las relaciones sexuales con mujeres desinhibidas.

El décimo capítulo, «La profecía del recién nacido monstruoso», inicia su andadura con las profecías catastrofistas formuladas por ancianas que se suben al transporte público. Posteriormente, desplaza su foco a los bebés monstruosos y adivinos que figuran en el Libro de las maravillas de Flegón de Tales. La explicación que ofrece Braccini para la revitalización de estos motivos en periodos y paisajes lejanos tiene que ver con la potencia de unos símbolos universales e imperecederos: la inocencia de los niños, la sabiduría de los ancianos… Yo haría hincapié en que la acumulación de portentos y enseñanzas morales se conjuga con una mentalidad providencialista: si ya es atípico que nazca un infante deforme, que presagie desgracias a quienes lo han despreciado se nos antoja un castigo celestial de lo más oportuno.

«De Lázaro a Yahoo Answers: los misterios del Vaticano» es el penúltimo capítulo de la obra, inscrito en esa línea inicial de desconfianza hacia las autoridades; en este caso, eclesiásticas. La habladuría, de circulación todavía reciente, de que el Vaticano oculta en una biblioteca secreta tomos que atentarían con desmoronar los cimientos de la fe católica halla paralelos en el ficticio Libro de san Lázaro, catalogado por Juan Malas, y en los Libros Sibilinos de la Antigua Roma. El capítulo final, «El diablo al revés: herejes y grupos de rock», recuerda el infundio de que grupos de rock como los Beatles habrían cifrado mensajes diabólicos subliminales en sus canciones. Braccini liga este chismorreo a las fórmulas mágicas empleadas por sectas como los fundagiagitas del siglo XI en Constantinopla, evidenciando nuevamente la corta distancia que existe entre las creencias mágicas y la seudociencia en la cual se sostienen no pocas de estas leyendas, así como la maraña de intereses doctrinales, económicos y religiosos que estimulan su diseminación.

Mitos errantes desempeña su misión divulgativa con una prosa ágil y desenfadada, una erudición firme y juiciosamente administrada a los lectores, y una diversidad temática notable. En la casuística referenciada el autor incluye recortes de prensa de España, Italia y otros países, lo cual facilita el cotejo comparativo e idealmente espoleará indagaciones radicadas en ámbitos más específicos. Habría agradecido la reproducción por extenso de los textos citados, pero acaso ello hubiera ido en detrimento de su accesibilidad y habría fastidiado al consumidor de lecturas ligeras que monopoliza hoy el mercado del libro.

En definitiva, si Mitos errantes demuestra algo es la relevancia del netlore, de los blogs y las redes sociales para la difusión, recopilación y análisis de las leyendas urbanas, que en un futuro cercano (quizá en estos momentos) acabarán salteadas con las fake news, apoyándose en modelos lingüísticos generativos, en deepfakes y en imágenes producidas por inteligencia artificial.

A pesar del imparable proceso de mecanización al que están sometidos cada vez más aspectos de nuestra rutina, salta a la vista que no hay nada más humano, dinámico y persistente que los rumores y las historias a las que han dado origen.

Miguel Rodríguez García
(Universidad de La Rioja)

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1 Braccini fija erróneamente la cuna de las nutrias en Sudamérica, cuando ciertas variedades de esta especie son endémicas de Europa.