Valdés, Carlos Manuel (2023): Aventuras de Pedro de Ordimales, narradas por Pedro Jasso, campesino del desierto coahuilense, Saltillo / Coahuila, México, 217 pp.

He aquí un libro excepcional y modélico por muchas razones. En primer lugar, porque recoge las narraciones orales de don Pedro Jasso, un sobresaliente artista de la voz, de los mejores de los que haya quedado registro en los anales de la literatura oral atestiguada en el mundo. Los breves apuntes de su vida que se dan en las páginas introductorias hacen concebir la esperanza de que algún día podamos disponer de una más extensa “historia de vida” de don Pedro, narrada a su dictado, que seguro que sería riquísima y que permitiría contextualizar más convenientemente el entorno social y cultural, y también el familiar y personal, en que haría falta entender este deslumbrante repertorio de relatos. Ojalá que esa deseable historia de vida no naciera solo para ser leída, sino que pudiera ser también escuchada e incluso contemplada, a partir de su registro sonoro y audiovisual. Dada la belleza y la complejidad de estos textos transcritos a partir de la voz de don Pedro, no sería ninguna sorpresa que su entonación, sus gestos, sus paisajes, fuesen los de un imprescindible maestro de la performance, y los de un entorno propicio para el acto de narrar transformado también en arte de vivir y de sobrevivir.

Comienza el capítulo dedicado al narrador con este introito impresionante: “Pedro Jasso es un campesino de 62 años que sufrió un accidente mientras tallaba cogollos de lechuguilla para producir fibra de ixtle y obtener algunos ingresos”. El compilador del libro, Carlos Manuel Valdés, explica de qué manera, tras la estancia en el hospital de la ciudad de Saltillo, llevó a su amigo en coche hasta su domicilio en el ejido de Pilar de Richardson, a 91 kms. de Saltillo; y cómo el campesino que acababa de pasar por el dolor y el trauma del accidente y de la hospitalización tuvo ánimos para ir contándole cuentos por el camino. Alguna lección se podría sacar, al hilo de esta anécdota, que acaso sea más trascendente de lo que parece, acerca del poder sanador de la palabra y de los cuentos. Téngase en cuenta que “cuentos de camino” fueron los que iban contando los viajeros (no en coche, sino a lomos de caballerías) de los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer, compuestos hacia 1387-1400. Y que los “cuentos de camino” fueron una categoría muy bien delimitada entre los que eran narrados en el Siglo de Oro español. Alguno que otro se coló en el accidentado itinerario que siguieron don Quijote y Sancho, y en los que cumplimentaron unos cuantos protagonistas de novelas picarescas; y no pocos afloraron durante el trayecto, entre Sevilla y Burgos, de las voces cantantes de El viaje entretenido de Agustín de Rojas Villandrando, publicado en 1603. Nadie podrá decir que este nuevo “viaje entretenido” por los cuentos de don Pedro Jasso ofrecidos a quien le acompañó entre Saltillo y Pilar de Richardson no cuente con antecedentes ilustres. Ni que no sea una hermosa metáfora, esta del campesino convaleciente de una dolencia grave que con sus “cuentos de camino” infundió vitalidad, emoción, conciencia de estar ante un sobresaliente hecho artístico, primero en el interlocutor que tuvo durante aquel trayecto, y a continuación en los lectores que nos hemos ido agregando.

Aquella situación fue el motor de un proceso de larga duración: el compilador, Carlos Manuel Valdés, cuenta cómo “un grupo de jóvenes que habían estudiado comunicación en la Universidad, se ofrecieron a ayudarme en el rescate. Nos lanzamos a Pilar de Richardson. En una primera etapa grabamos trece narraciones, de las cuales ocho tenían como personaje a un pícaro, mentiroso, embaucador, simpático, palabrero y tramposo nombrado Pedro de Ordimales”. Palabras que indican el paso a una instancia que sobrepasa la del cuento narrado por un viajero a otro, y que nos sitúan ante una obra que empezó y acabó siendo coral, en tanto que refleja una tradición comunitaria recuperada gracias a un trabajo de documentación realizado por muchas personas en colaboración.

Gracias a otras páginas del amplio estudio que se integra en este libro quedamos informados de que un punto de partida todavía más remoto estuvo en un trabajo académico que diversos investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila realizaron acerca de la historia de algunos ejidos del municipio de General Cepeda, en Coahuila, a petición de los campesinos de la zona. Aquellos investigadores (Guadalupe Sánchez de la O, Cristina Martínez García, Machely Flores Reyna y el propio Carlos Manuel Valdés) contaron con el apoyo de un grupo de cuarenta y dos alumnos, que convivieron con familias de veintisiete comunidades. Ello corrobora que este libro, que en principio se centra en el repertorio en específico de un narrador de cuentos orales, tiene asiento sobre un trabajo de documentación de alcances, vastedad y profundidad mucho mayores, que combina etnografía y etnohistoria; y sobre una labor perdurable y minuciosa de lo que los antropólogos llaman “observación participante”, sobre el terreno y sobre el archivo, que se benefició del impulso sin desmayo de todos, ejidatarios, etnógrafos e historiadores.

Al asombro de la revelación durante un viaje por carretera del imprevisto repertorio narrativo de don Pedro Jasso siguió el del descubrimiento, por Carlos Manuel Valdés, de que el personaje recurrente e inquieto de aquellos relatos era un avatar del ilustre pícaro Pedro de Urdemalas (o Pedro de Malas Artes, etc.), cuyos hilos se puso a rastrear primero en antologías sacadas de las tradiciones orales de Argentina y Chile; y seguidamente en el corazón de la literatura española, puesto que el hilo no tardó en conducir a la Comedia famosa de Pedro de Urdemalas, inspirada en las andanzas del personaje popular, que lleva la firma y el sello de Miguel de Cervantes, nada menos. En el capítulo séptimo del libro (pp. 133-170) hace el autor un rastreo del personaje folclórico y de sus andanzas, a partir de documentos que van desde 1213 a 2022, y en geografías que casi coinciden con todas aquellas por las que cundieron las lenguas y dialectos españoles y portugueses.

Doce son los cuentos transcritos de la voz de don Pedro Jasso y publicados aquí: Pedro de Ordimales y el gigante, La venta del pájaro Cu, El jarrito milagroso, El arbolito que da dinero, Pedro pelea con el diablo, San Pedro ordena a la muerte llevarle a Ordimales, Los dos compadres, El burro, El burro y el león, El león y el leñador, El conejo y el coyote y La presa. Al ciclo estricto de Pedro de Ordimales pertenecen los seis primeros. Todos estos coinciden con tipos narrativos que están indexados en el catálogo internacional de cuentos de Aarne-Thompson-Uther, concretamente en la categoría de los llamados “cuentos del ogro tonto”. No me demoraré en hacer fichas exhaustivas de tipos y motivos, porque, según me indica Carlos Manuel Valdés, está en curso una edición corregida y ampliada de este libro, que incorporará esa información; y porque las versiones de Pedro Jasso son muy ricas y complejas, y suelen quedar resueltas en textos híbridos o contaminados, cuyo desglose exigiría un espacio que desbordaría el que está permitido a una reseña convencional. La mala fortuna ha dictado que la fecha de este libro (2022) coincida con la del Catálogo tipológico del cuento folklórico hispánico vol. V Cuentos del ogro tonto, de Julio Camarena Laucirica, Maxime Chevalier, José Luis Agúndez García, Ángel Hernández Fernández y Anselmo J. Sánchez Ferra (Cabanillas del Campo, Guadalajara: Palabras del Candil, 2022), y que no haya llegado a tiempo de ser por eso indexado en este inventario canónico, al que hubiese enriquecido de manera considerable.

No quiero dejar de señalar, en cualquier caso, que los relatos de Pedro de Ordimales, y otros de la colección, reflejan, como es más que habitual en el repertorio conocido como “cuentos del ogro tonto”, situaciones de conflicto entre pobres y ricos, débiles y poderosos, víctimas y abusadores. El pícaro y vagabundo Ordimales pertenece por supuesto a la primera categoría, pero se las arregla para burlar y vencer indefectiblemente al amo humillador, que a veces es identificado incluso con el diablo. En algún relato se solidariza, ayuda y redime incluso al campesino que sufre los desmanes del amo. Es muy iluminador a este respecto el cuento, fabulosamente desarrollado, de Pedro pelea con el diablo (pp. 59-74) que comienza así: “Iba andando Pedro de Ordimales por allá y se encontró con un pobre señor de un pueblito que iba todo adolorido. Era un tipo chaparro, que andaba buscando trabajo y se metió a pedirlo en una pequeña propiedad que era del diablo. El diablo lo contrató para la labor, pero con la condición de que al que se enojara primero le iban a quitar dos tiras de piel de la espalda, como castigo, y no le pagaban…”. Como era de esperar, el diabólico amo se las arregló para engañar y dejar maltrecho al ingenuo jornalero, pero acabó recibiendo su merecido a manos de Pedro de Ordimales. Es más que sintomático que en la suntuosa versión narrada por don Pedro Jasso del cuento internacional ATU 1000 (Contest Not to Become Angry, El concurso de no enojarse), Pedro de Ordimales actúe como un viajero que se involucra en un conflicto laboral que en principio no le compete, guiado por el deseo de proteger al débil y de hacer justicia, cual si de un folclórico “bandido bueno” o de un superhombre filantrópico se tratase. En la inmensa mayoría de las versiones pluriculturales documentadas de este tipo cuentístico quien castiga al amo criminal es el tercero de los hijos, tras sufrir la pérdida de sus dos hermanos mayores. No creo que sea demasiado atrevimiento afirmar que el Pedro de Ordimales de estos cuentos registrados en la dura y muchas veces cruel tierra de Coahuila funciona como un dechado o encarnación simbólica del campesino capaz, aunque sea en el plano de lo ideal o de lo soñado, de enfrentarse y resistir las habituales violencias de los amos contra los jornaleros y los siervos. Una agresión de la que don Pedro Jasso, y el resto de sus iguales campesinos, habrá sido víctima una y otra vez a lo largo de su vida. No se olvide que, tras el terrible accidente que sufrió “mientras tallaba cogollos de lechuguilla para producir fibra de ixtle y obtener algunos ingresos”, quien lo devolvió a su casa, muy alejada del hospital público, fue un amigo personal, no los recursos del empresario a cuyo servicio había estado trabajando.

Este libro abre muchas sendas que convendría seguir transitando, y proporciona muchas pistas que habría que apurar. En las pp. 164-165 nos impresiona la declaración de que “hace 55 años los niños de Pilar de Richardson se reunían alrededor de una fogata cuando caía el sol. Nunca faltaba un anciano que recitara un cuento. Pedrito [Jasso] oyó hablar de Ordimales y fue depositando sus aventuras en la mente. Los viejos de Pilar deben haber utilizado la misma táctica que los de otros ejidos. Por ejemplo, en El Nogal, un campesino me dijo que su abuelo les narraba un cuento cada noche, pero que siempre dejaba el final en suspenso y les indicaba que terminaría la noche siguiente. Así mantendría el interés de los chiquillos”. Ojalá el futuro nos depare más noticias, acaso por la vía de nuevas recopilaciones de las tradiciones orales de los sufridos ejidos de Coahuila, acerca de las fascinantes sociología y poética del cuento que se cultivaba y que probablemente se siga cultivando todavía allí.

Otro apunte que despierta nuestro interés: en la p. 195 informa Carlos Manuel Valdés de que “los campesinos de General Cepeda son cultos y conservan recuerdos que nos conducen a siglos o milenios: un ejidatario contó un relato de tiempos de Carlomagno: Los doce pares de Francia […] ¿Cómo llegaría hasta la Coahuila colonial este cuento de quinientos años? La idea que aparece a la reflexión es que esta lejana cultura ha sido conservada por ejidatarios y es una forma de reflexión sustancial”. Sería por supuesto muy de desear que tal cuento notabilísimo, y otros de la zona, saliesen a la luz.

El último relato de este libro, el de La presa, comienza (p. 124) con esta advertencia, que nos infunde esperanzas de que a su extraordinario narrador nos lo volvamos a encontrar en publicaciones futuras: “este cuento no estaba en la lista. Sucede que la grabadora quedó encendida y registró lo que Pedro Jasso continúa platicando. Se conserva el diálogo”.

No solo en noticias relativas a la cultura oral y popular parece ser fecunda la memoria de estos lugares de Coahuila. Nos indica Carlos Manuel Valdés que “cuando creamos el Fondo Testamentos en el Archivo Municipal de Saltillo, encontramos el legado de un tlaxcalteca del siglo XVIII, quien, viendo que se acercaba su muerte, hizo venir a un escribano para legar sus bienes y, entre otros, heredaba a su hijo La historia de Don Quijote de la Mancha. ¿Cuál edición tendría ese indígena nahuatlato? Imposible saberlo, pero en una biblioteca pública de Saltillo existe un ejemplar editado en Ámsterdam en ese siglo”. He aquí un apunte que incita a soñar acerca de la irradiación de la obra maestra de Cervantes, y un enredo bibliográfico que podría dar tarea al gremio de los cervantistas.

Para terminar, es imprescindible hacer el elogio de Carlos Manuel Valdés, quien más allá de ser autor de una obra historiográfica monumental, de director durante años del Archivo Municipal de Saltillo y de profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila, se ha dedicado durante toda su larga y fecunda existencia (nació en 1944) a las labores de alfabetización y educación de los más discriminados, y a la creación de redes y proyectos comunitarios de formación y de cultura. No menos digna de alabanza me parece la edición magnífica de este libro, realizada por El Cerdo de Babel Estudio: un espacio gastronómico (una “taberna”, se intitula), social y cultural fundado en Saltillo en 2004, que ha sido motor y escenario de innumerables aventuras artísticas, festivales internacionales, ferias del libro, seminarios de literatura, etc. etc. etc. De ese fermento surgió también la editorial que ha hecho posible el nacimiento de estas Aventuras de Pedro de Ordimales, narradas por Pedro Jasso, campesino del desierto coahuilense, hito de la bibliografía hispánica e internacional del cuento folclórico, y de muchas otras producciones literarias y artísticas, también en formatos visuales y multimedia.

José Manuel PEDROSA
(Universidad de Alcalá)