Las contribuciones que llevan décadas haciendo Anselmo Sánchez Ferra y Ángel Hernández Fernández al registro, catálogo y estudio de los cuentos de tradición oral de su región de Murcia, de España y de todo el mundo hispánico (y de más allá, puesto que los estudios actuales sobre el cuento se hallan inscritos dentro de paradigmas decididamente internacionales, con aspiración de universales) están cambiando de raíz todo el panorama de la documentación y la crítica de la narrativa oral y popular en nuestra lengua, tal y como estaba configurado hasta hace no mucho.
En primer lugar, porque la colosal cantidad y la asombrosa calidad de los registros de cuentos que ambos investigadores han obtenido en los pueblos de la región de Murcia (y de algún área limítrofe como Albacete) han puesto no solo sobre el mapa, sino en primera línea, el patrimonio cuentístico de una región que hasta hace poco era prácticamente una incógnita, en esa materia. Cabe afirmar, a la vista de las colecciones ya publicadas por ellos, y de otras cuya aparición está anunciada, que, a día de hoy, aquella geografía es, en lo que a este repertorio se refiere, la mejor explorada de España y, posiblemente, del mundo. El prolijo desglose de sus publicaciones, que omito aquí, es posible encontrarlo en las bibliografías finales de cualquiera de sus libros.
Pero, además, ambos han ejercido no solo de perseverantes etnógrafos de campo: han sido capaces también de impulsar y estimular labores de registro realizadas por alumnos, colegas y amigos, que han arrojado el saldo de más colecciones relevantes. Además de eso, Sánchez Ferra y Hernández Fernández se han ido convirtiendo en expertísimos catalogadores de tipos y de motivos narrativos, conforme al modelo de Aarne-Thompson-Uther, al que se acogen muchos folcloristas de todo el mundo. Esa cualidad les ha permitido tomar el relevo de la empresa colosal del Catálogo tipológico del cuento folklórico español que iniciaron los beneméritos Julio Camarena Laucirica y Maxime Chevalier, quienes entre 1995 y 2004 publicaron los cuatro primeros volúmenes: I, Cuentos maravillosos; II, Cuentos de animales; III, Cuentos religiosos; IV, Cuentos-novela. Sánchez Ferra y Hernández Fernández han sumado fuerzas, en este empeño en concreto, con otro especialista finísimo, José Luis Agúndez García, y juntos han ido sacando a la luz los últimos tres grandes volúmenes del catálogo: V, Cuentos del ogro tonto (2022); VI, Cuentos de tontos (2023); y VII, Cuentos de matrimonios (2025). Es de desear que no tarden en llegar los que restan. Por cierto, que lo que comenzó llamándose Catálogo tipológico del cuento folklórico español ha pasado a llevar la acotación, desde que asumieron ellos la labor, de hispánico, para hacer justicia a la enorme cantidad de fuentes hispanoamericanas y lusófonas a las que han logrado acceder y que han enriquecido de manera decisiva la muestra. Aquella línea de exploración panhispánica ya la habían iniciado con resultados muy fecundos Camarena Laucirica y Chevalier, pero los progresos recientes en las tecnologías internáuticas y las bibliotecas digitales han multiplicado, en los últimos años, sus posibilidades.
Por si fuera poco, los tres expertos se mueven con soltura en la bibliografía crítica que acerca del cuento folclórico va apareciendo en el mundo; y no solo en el registro sincrónico, sino también en el diacrónico: las tradiciones de la antigüedad, de la Edad Media, de la Edad Moderna, y de no pocos países y lenguas, tienen escasos secretos para ellos. Gracias a ese enfoque a un tiempo versátil y holístico, cada uno de los aparatos críticos que adscriben a cada cuento valen muchas veces por monografías rebosantes de la mejor erudición, en las que quedan minuciosamente consignados tipos catalográficos, versiones del área lingüística del castellano, del catalán, del gallego, del vasco, del portugués, del judeoespañol y del mundo hispanoamericano, más versiones y recreaciones literarias de siglos pasados, referencias paremiológicas, comentarios y desglose de estudios críticos.
Todos esos méritos y trabajos previos han dejado su poso y su peso sobre esta caudalosa (en todos los sentidos) colección intitulada Sin ropa tendida. Cuentos licenciosos de tradición oral, en la que Sánchez Ferra y Hernández Fernández editan un inmenso repertorio de 470 relatos satíricos o chistes, registrados casi todos por ellos mismos en la geografía murciana, con alguna excepción: “unos pocos proceden del cuaderno de notas de Juan Ortega García, nacido en 1915 en el cortijo de Santa Lucía, en Las Norias, en la linde de Murcia y Almería, que tuvo la atinada ocurrencia de apuntar en su libreta los chistes que conocía. Otro puñado ha sido extraído del libro de Pablo Díaz Moreno, La Encantada de Tébar; y media docena son adaptaciones de textos publicados por Ester Limorti y Artur Quintana en su colección de El Carxe. Murcianos, pues” (p. 20).
El título, un tanto enigmático, procede del eufemismo coloquial de que “hay ropa tendida”, que en algunos lugares se dice a alguien para advertirle de que no utilice expresiones que pudieran malsonar o escandalizar a niños o a personas que no debieran escucharlas. “Sin ropa tendida”, y sin tapujos ni paños calientes, brotan desde luego los relatos que nos dejan boquiabiertos desde estas páginas, porque da la impresión, según se recorren sus páginas, de que no hay desvergüenza, ni procacidad, ni irreverencia, ni obscenidad, que se haya quedado fuera, ni principio moral ni regla convencional, ni institución familiar, gremial, estamental, religiosa o política que se libre de sus ironías y sarcasmos. Expresados, uno a continuación del otro, sin darnos respiro, con una agudeza, una concentración, una penetración, un dominio del estilo, una maestría a la hora de sorprender y defraudar las expectativas del receptor, que rozan o superan muchas veces las cotas de la genialidad. El muy manido tópico de que la comedia es el género literario más difícil y la risa inteligente la emoción de más arduo despertar cobra inapelable y gloriosa justificación en estas páginas que nos ofrecen, en ráfagas cortas y certeras, que nunca fallan, el reverso radical de toda norma, gusto, canon. Nada menos. De toda poética incluso. Sería dudoso que hubiese en nuestro olimpo literario ningún genio individual que pudiese jactarse de tanto. Lo cual nos devuelve a la vieja discusión de si es el pueblo o no el gran demiurgo de nuestra literatura y de nuestra cultura, y a la conclusión difícilmente objetable de que sí lo es.
Estas cuatrocientas setenta bombas de profundidad contra el mundo y contra el poder tal y como están organizados se agrupan en secciones que no siempre logran encerrar su ingobernable bullir: “cuentos del porqué” (por ejemplo, “¿por qué son diferentes el sexo del hombre y de la mujer?); “la ignorancia de los órganos sexuales masculinos”, “femeninos” y “del coito”, “la iniciación del tonto”; “sobre los atributos masculinos” (“cuestión de tamaño”, “necedades”, “agudezas”, “equívocos”); “relativo al sexo de la mujer” (“necedades”, “agudezas”, “equívocos”); “respecto al coito” (“necedades”, “agudezas”, “equívocos”); “sexo prematrimonial”, “engaños masculinos”; “el cura libidinoso”, “castigos al cura libidinoso”, “agudezas del cura”, “el cura chasqueado”; “engaños femeninos”, “lascivia de la mujer”, “experiencia de la recién casada”, “el deseo de las esposas”, “suegras acechantes”, “viudas ardientes”, “solteras necesitadas”, “ancianas lúbricas”, “monjas licenciosas”, “impertinentes”, “la insatisfacción”, “peripecias de los adúlteros”, “la decadencia”, “prostitución”, “masturbación”, “homosexualidad” y “zoofilia”. Simples y desvaídas cuadrículas, cuyas costuras remueven y ponen a prueba desde abajo las pasiones y los pecados más excesivos, y los recursos de poética más excesivos también que pudiéramos concebir.
Pero el libro da mucho más que eso: en la clara e iluminadora introducción brilla un utilísimo listado (pp. 28-30) de sinónimos del órgano sexual femenino, del masculino y del coito, concordados con los números de cada cuento, que resulta equiparable al tantas veces citado, y por tantos filólogos, glosario del libro canónico de Pierre Alzieu, Robert Jammes e Yvan Lissorgues, Poesía erótica de los Siglos de Oro (1984). Desbordará también las previsiones de los más especialistas, ya en las páginas finales, el minucioso índice de tipos folclóricos, en concierto con los del catálogo internacional de Aarne-Thompson-Uther y con otros, que vincula esta gavilla de cuentos orales murcianos con casi ochenta tipos narrativos documentados en otras lenguas y tradiciones del mundo. Siguen una bibliografía apabullante y unas copiosísimas notas a cada cuento. De su densidad y trascendencia nos avisa este párrafo (pp. 23-24):
Muchos de los argumentos de nuestros cuentos aparecen en obras publicadas entre los siglos XI y XIV, algunas de origen oriental como el Calila e Dimna (cuento 260) o el Sendebar (cuento 267). Otros figuran en los Fabliaux franceses (cuentos 313, 331, 390), en los Gesta Romanorum (cuento 199), el Decamerón de Boccaccio (cuentos 260, 261, 265, 313, 316, 379) o El Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita (cuentos 314 y 331). Igualmente aparecen en los escritores renacentistas, ya sean italianos como Poggio Bracciolini en su Libro de chistes (cuentos 13, 34, 75, 143, 191, 195, 223, 316, 328, 394), o Basile en su Pentamerón (cuentos 36 y 290), ya franceses como el autor de las Cent Nouvelles Nouvelles (cuentos 195, 237, 290, 393, 394), Margarita de Navarra en su Heptamerón (cuentos 268 y 3136) o Rabelais en su Pantagruel (cuento 147). Los siglos XVI y XVII marcan en España el apogeo del cuento popular trasladado a la literatura. Relatos de esta antología encontramos en el Portacuentos de Joan de Timoneda (cuentos 122 y 332), en La Lozana andaluza de Francisco Delicado (cuentos 195, 223 y 290) y en El milagro de los celos de Lope de Vega. Y destacada es la presencia de bastantes de nuestros chistes en dos escritores del XVIII: La Fontaine en sus Cuentos y relatos en verso (cuentos 223, 313, 314, 316, 379 y 394) y Samaniego en su durante mucho tiempo clandestino Jardín de Venus (cuentos 8, 28, 44, 69, 105, 206, 280, 328, 366 y 376). Pero la práctica de insertar cuentos folclóricos no es ajena a los escritores contemporáneos; Mario Vargas Llosa, por ejemplo, lo hace en su novela Pantaleón y las visitadoras (cuento 421).
Se queda corto este resumen, porque una lectura atenta de los aparatos críticos nos revelará que hay en esta colección cuentos que tienen paralelos también en el primer libro documentado de chistes, el Philógelos griego del siglo III. Así como en el Lazarillo de Tormes, la Philosophía vulgar de Mal Lara, El Scholástico de Villalón, la Floresta de Santa Cruz o la Miscelánea de Zapata de Chaves. O en Maquiavelo, Straparola (adaptado al español por Truchado) y otros clásicos extranjeros. El resultado es una auténtica enciclopedia del cuento licencioso (pespunteada por ilustraciones más que sugerentes de Antonio Vidal Máiquez) que, si no alcanza las proporciones desmesuradas de las colecciones norteamericanas de Gershon Legman, a las que Hernández Fernández y Sánchez Ferra se refieren en su estudio introductorio y explotan en sus aparatos críticos, sí se coloca en la primera fila de lo que ha sido producido en el mundo hispánico y, probablemente, en el europeo.
La edición conserva la frescura, la rapidez, la insolencia de lo oral: “convinimos desde un principio en renunciar a la transcripción fiel que sí observamos en nuestras publicaciones estrictamente científicas. Con todo, nuestra intervención se limita a imponer el castellano normativo, eliminar las reiteraciones y, a veces, pulir ligeramente las construcciones sintácticas más ásperas o volver inteligible algún pasaje confuso. Hemos respetado las voces dialectales y aclarado su significado, manejando numerosos diccionarios, en abundantes notas a pie de página” (p. 31).
Estamos, en definitiva, ante un libro de lectura irresistiblemente gozosa y de erudición contundente (una mezcla muy difícil de lograr), que debiera ser de conocimiento y uso obligado por los filólogos, antropólogos, sociólogos y estudiosos de todas las condiciones y de todas las miras, en particular de los interesados en los recursos de la transgresión y de la crítica al poder, en los géneros de la ironía y la comicidad, y en las culturas orales y populares.
José Manuel PEDROSA
(Universidad de Alcalá)
