CABEZA DE GARDENIA1

Carmen Camacho

CABEZA DE GARDENIA1

The Grove, vol. 29, 2022

Universidad de Jaén

Carmen Camacho


How to cite : Camacho, Carmen. “Cabeza de gardenia.” The Grove. Working Papers on English Studies, vol. 29. 2022. https://revistaselectronicas.ujaen.es/index.php/grove/article/view/7576



A Jane Auer Bowles

“Soy judía, coja, lesbiana”. Así se presentaba Jane Auer Bowles (NY 1917- Málaga 1973). “Cabeza de Gardenia”, dicen que la llamaba Truman Capote. Escritora. Autora de pocas páginas, no más de 400, pero fundamentales y escasamente referidas en la literatura de mujeres. Casó con Paul Bowles en 1938 y desde entonces lo acompañó en muchos de sus viajes. Sobre todo vivió Tánger, ese Tánger-ciudad internacional y puerta de África, donde casi todo era posible. En 1957 Jane Bowles sufre un derrame cerebral. Fue quedándose ciega y perdiendo la capacidad de leer, de escribir, de discernir. Confusa y loca, peregrina de psiquiátricos, en el 68 ingresa en una clínica de reposo en Málaga. Sobrevive (o antemuere) entre electrochoques, monjas, palabras perdidas, visitas escasas. Entre sus dolores eternos está el haber escrito muy poco. Convertida al catolicismo, murió en Málaga en 1973. Allí quedó, bajo su cruz, que es hoy losa de mármol muy negro. Unos dicen que la mató el alcohol, otros que el veneno y la magia negra de Cherifa, su amante mora.

Estas líneas -de fuga- componen mi breve homenaje a la intensa Jane que en el intenso Tánger encontraron y perdieron los intensos Beat.

*

El amor de hermana es una de las pocas alegrías de la vida.

Rhoda, en “Una Pareja en Discordia”, de Jane Bowles

—1—

Antes. Antes de antes. Antes de Tánger. Anterior a mí: allí fue mi carne. Previa al frío, al polvo soy bajo tierra de Málaga, previa a esta nada de nada. Pero anterior, también, mi carne, a la cojera y al miedo en los autobuses, a las marcas en la piel que dejaban los vestidos que me compró mi madre, al destacamento de labios como los de Cherifa o Helvetia o Martha o qué más da, labios de mujeres al filo, de aliento y reproche.

El cuerpo sucedió antes de todo. La carne es plena consciencia.

También mi palabra.

—2—

Lo que no se vive

se escribe.

Isabel Escudero

Sudo sintaxis, me clavo el verbo, dilato hasta dar a luz la palabra hermana. Así hasta 400 páginas. Sólo eso. 400 páginas son mi dolor, fueron mi dicha.

No sé si fui una escritora. Así Truman Capote o Tennessee Williams me abrazaran. Amiga de, señora de, tu niñita prodigiosa, la ocurrente, la de la pinta de golfillo. La coja, la judía, la lesbiana. La mal amada, la bien follada. O mejor, Cabeza de Gardenia. Eso fui.

Viví de vivir.

La vida o la escritura, a ver si me decido. No hay opción. No vivir es el único inconveniente que tiene escribir con sangre. No escribir es el precio, demasiado alto, de toda una vida. Ahí, contra el párrafo. Las líneas no escritas ensartan mi columna vertebral. Me duele aquí, mucho.

Sin embargo y sin amor escribir es mi vida.

Dicen, madre, que vendrá un viento y me arrancará el sintagma y, con él, la cordura. ¿O era al contrario? Ya casi ni me acuerdo.

—3—

Don’t you care how you look? Are you

trying to get back at your mother?

Claire Auer

Jane está en la bañera con una amiga. Sabe que su madre está tras la cortina, en silencio, escuchando lamer. Al pronto, mamá habla, fuerte, y Martha se asusta. Sale el agua fría.

Janie no puede más. Sin parar de llorar, golpea y golpea a la madre en la espalda.

Esta noche he tenido una horrible pesadilla.

—4—

Circulan por esta vía

trenes sin parada.

Cartel en la estación de tren de Lebrija, Sevilla

Hay gente que siempre es extranjera. Sea de donde sea, vaya donde vaya, donde quiera que esté: extranjera. Ése era el caso Jane Bowles, la forastera. Extraña en Nuevo México, guiri en Málaga, recién llegada a Panamá, indiferente al cielo de Ceilán.

Nunca fue refugiada, deportada, ni inmigrante o polizón de barco. Dicen que Miriam Levy visitó a Jane para hablarle de los judíos que urgía sacar de Alemania antes de la Segunda Gran Guerra. Ella no entendió. Desconocía los otros mundos y sus otros errantes.

Fue en Nueva York, cuando ya el ictus, los electrochoques y los ojos vueltos para adentro, cuando se supo más extranjera.

Ella soñó sus casas: la Casa de Febrero, en Brooklyn, donde charlarse de nuevo con Auden, la casita de verano, donde esconderse de su madre, una buhardilla en París donde volver a cocinar para Truman Capote y Tánger, Tánger como una casa, una casa como Tánger.

Se resignó al hotel. Su recuerdo deambula por los pasillos del Miramar.

Se resignó a rezar. Apóstata del kifi, desde la clínica de reposo en Málaga, escribe: “Queridísimo Paul: […] Me gustaría vivir en mi casa, cocinar, etc.”, “En realidad no hay nada que analizar más que el hecho de que no estoy en casa y me gustaría estar ahí lo antes posible”.

Una sin-casa que quiere volver. El cielo no es tan protector.

Extranjera en su propia mortaja, casi extraviada. Bajo este suelo, en la fosa 453F de un cementerio andaluz: aquí yace, eterna en mutación.

Que la tierra que te cubre, de levísima, te sea ajena.

—5—

El verdadero artista es el que revienta.

Tadeusz Kantor

Maletas, montones de maletas. Camisas de lino, lápices, pamelas, cornucopias. Libros, relojes, el bastón. Collares, pañoletas, pipas, batines. Toallas, teteras, loros, gente. El inmueble Itesa, la isla en Ceilán.

Turistas no. Viajeros somos, decía Paul. Y al pronto una tapia de cacharros nos envolvía. Me senté sobre las cosas a pensar. Yo no sé si es por esta maldita ceguera o si es que he conseguido escapar de mi clase media. El caso es que me cuesta mirar

cada día menos.

He regalado las joyas por las calles de Tánger, he extendido un cheque a nombre del hombre de barro, he dado el dinero que me quedaba. ¿Para qué lo quiero? He perdido la llave. Paul se va a enfadar.

Me queda el bolso. Camino las calles amarrada a él. Un bolso es la víscera al aire que le cuelga a la mujer. La costilla de Eva.

—6—

Campanario de Mombuey, Zamora

Cuando bajaron a la cigüeña enferma, encontraron en su nido un cartón seco de vino, un dado, óxido de lata, una muñeca rota.

Frente al Café Claridge, Tánger

Jane llora en la calle, agarrada a su bolso, aquí y ausente, lejos y ahora. La llave ¾dice¾ he perdido la llave de casa. Está en el bolso, tal vez. Pero no se atreve a mirar dentro. Emilio Sanz de Soto la ayuda. Pasan juntos al fondo del Claridge. Sobre una mesa Emilio abre el bolso, vuelca aquello. Caen: la llave, algo de dinero, un montón de lentejas, un espejo roto, un pajarillo muerto.

—7—

Paul, dame un pañuelo,

voy a reír.

—8—

Allen Ginsberg habla por teléfono con un tornado. Jane Auer Bowles habla por teléfono con un tornado. Es la misma conversación. No entienden nada.

Allen dice Philip Lamantia, dice Charles Ford, dice no sé quien, dice peyote, catolicismo, dice zen. Quiere conocerla. Está puesto hasta el culo.

Janie baja por la calleja que da al mar. Gingsberg is coming. Tánger tiene esta noche el calor cargado de aguasal.

—9—

Como para no verlas. Todos llevabais cámara de fotos, parecéis de ahora, coño, o peor. ¿Qué era eso, una fiesta o un fotomatón? ¿Para qué, siendo el ahora lo único, decís, posáis para mí, que vivo en vuestra posteridad? Claro, cosas de la risa, del kif, de la conversación.

Instantes de grupo: Paul Bowles, su cámara, Allen Ginsberg, Gregory Corso, su cámara, Michael Portman, William Burroughs, su cámara. Fotos de fotos de las fotos.

Bill, el yonqui, destaca entre todos. Sobre el dandi de Paul, incluso, o sobre ese jovencito, Ian se llamaba ¿no?, me lo comería a besos. Bill Burroughs, cómo decirlo, sobresale para adentro, da la anti-luz de un agujero negro. Y es por eso. O por la napia, o el sombrero a lo mejor, no sé. Tal vez sea, a secas, por su manera de agarrar la cámara: como una pistola, como una pistola…

—10—

Entre ellos. Me escurro, me enredo, merodeo. Paso por debajo, rodeo, sobrevuelo. Camino, cojeo.

Tánger se ha llenado de escritores. Pero no sé si los escritores se han llenado de Tánger.

Mis hombres escriben.

Mis mujeres hablan.

La palabra dicha es más fuerte que la palabra escrita. Las maldiciones no son materia, no son de tinta ni están en las páginas, se sacan de la boca. Yo he visto a una mujer, con varios labios, contar mi historia.

—11—

Ella era, por dentro, de color verde brillante. De hoja de datura y esmeralda. Mucha yerba, demasiado alcohol.

Dicen que esa mujer del mercado de Tánger, Cherifa se llama, le echó un conjuro de palabra y bebedizo. Yo he visto plumas de pájaro herido sobre el lecho.

Si la droga es sustancia y la palabra best seller, te juro que me vuelvo a Nueva York.

Si la droga es vuelo y la palabra aliento, si intuyo la magia rifeña, tenme por tuya.

Muere el tiempo norteamericano.

—y 12—

Duro, eterno subsur solar...

Fernando Quiñones

Se lo dijo Rafael Pérez Estrada. Va a morirse. Avisó a Emilio Sanz de Soto. Va a morirse. Que lo sepa Truman. Va a morirse. Escribe a Paul. Va a morirse. Dile a madre. Va a morirse.

Que le traigan una almohada o un embuste. Que le aparten del pecho la cruz. Que hagan una hoguera bajo su cama. Vengan todos a reír.

Ahora y en la hora. Que alguien pronuncie, por caridad, la palabra hermana.

Notes

1 Originalmente publicado en Beatitud (Ediciones Baladí, 2011)

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ISSN: 1137-005X
29
Num.
Año. 2022

CABEZA DE GARDENIA1

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